Cantagallo: una comunidad que usa su arte para reclamar el agua ausente hace 23 años

Han pasado más de dos décadas para que dicho insumo hídrico llegue a los shipibo-konibo que viven en la capital. A pesar de ser una victoria, los artistas afirman que las autoridades tienen mucho por hacer.

Por: Gabriela Coloma Montoya

“¿Puedo cantarlo en mi idioma?, pregunta Neha, una niña de 11 años de la comunidad shipibo-konibo de Cantagallo (Rímac), al momento que le solicitan entonar el himno nacional del Perú. 

Ella, junto a un grupo de tres niñas, todos los sábados del mes se reúnen en la galería Soi Niwe de Cantagallo, donde llevan clases de lectura y escritura creativa junto con Minerva Mora, gestora cultural de la Biblioteca El Manzano, una iniciativa vecinal que busca revalorizar la lectura en las niñas y niños del distrito del Rímac. Neha, a pesar de que vive en Lima desde que nació, no ha olvidado sus orígenes ni de dónde ha venido su familia y ancestros: la Amazonía. 

Algunos artistas y muralistas del arte kené (diseño de lo sagrado; y la expresión espiritual, física y cultural del pueblo shipibo- konibo) comentan que en Cantagallo vive un pedazo de la selva peruana en la ciudad del cemento, pero que, sin embargo, muchos se han visto obligados a dejar esa esencia por lo dura y discriminatoria que es la capital gris. 

La llegada de los pueblos originarios a Lima se remota a los años 90’, pues durante este tiempo vieron en la ciudad una luz de esperanza para encontrar mejores oportunidades laborales y de vida. Pero la llegada del pueblo shipibo-konibo a Cantagallo no se dio hasta 10 años después. Algunos vecinos de la zona cuentan que por la llamada Marcha de los 4 suyos, organizada por el ex presidente y ahora encarcelado Alejandro Toledo, diversos pueblos originarios que llegaron a la capital para protestar se quedaron, ya que no tenían cómo volver a sus regiones. Es así que, en el año 2000, unas 15 familias de Ucayali llegaron a la zona de Cantagallo y fundaron la única comunidad urbano-nativa que existe en el Perú. 

“En nuestra comunidad de Ucayali es muy bonito vivir. [Sin embargo], muchos tenemos que dejarla queremos sacar adelante a nuestra familia, por eso se viene a la capital. Y no solo eso, sino que muchas veces los jóvenes se ven en la necesidad de dejar atrás sus orígenes por la discriminación. Pero yo creo que nosotros somos un árbol que esos problemas son nuestras raíces y cada lágrima que hemos botado ha servido para que nuestras raíces crezcan”, comenta Ronin Koshi (30), artista y activista indígena cuyo nombre significa serpiente cósmica. 

En Cantagallo, zona donde antes cantaban los gallos al amanecer y de ahí el nombre, lamentablemente, la búsqueda de la revalorización cultural y el no olvido de sus orígenes no han sido los únicos problemas que ha enfrentado la comunidad shipibo-konibo, pues uno de los principales males que también azotó a este grupo originario de Ucayali ha sido la falta de agua y desagüe en la zona. Disgusto que ha tenido que esperar 23 años para ser solucionado. Por eso, hoy los artistas kené del Rímac cuentan su historia, porque piensan que resistir, demandar y luchar es la única forma de vivir en paz. 

La historia de siempre

El barrio de Cantagallo es una zona que alberga tres niveles: el primero es el Mercado “Las Malvinas”, donde se venden diversos productos de segunda mano. Además de herramientas y productos de ferreterías. El segundo nivel es donde viven las familias mestizas y shipibas; y el tercero es donde se alberga la mayor parte de familias artesanas shipibas. Estas dos últimas son las que por dos décadas han vivido el problema de la falta de agua y desagüe en su comunidad. 

Por mucho tiempo, los vecinos de los mencionados niveles recolectaban agua en baldes y tinas. Comentan que las largas filas para recolectar este insumo llegaban a tomarles horas. Incluso muchos dormían en las colas para reunir lo suficiente de dicho recurso hídrico. Para así poder cocinar, asearse o hidratarse. El agua era sacada del mercado Las Malvinas donde adicionalmente, por utilizar el baño les cobran entre 0.50, 0.60 o 0.70 céntimos por cada uso. También podían llenar sus baldes en algunas piletas instaladas en sus niveles; sin embargo, los caños arrojaban pocas cantidades de agua. Por lo que esta opción era casi insuficiente. 

“Hacíamos cola para recoger dos baldecitos y a veces solo en la noche caía el agua. Nos quedábamos con los vecinos conversando hasta la madrugada, con el frío y todo. Si querías llenar tus tinas se demoraban porque caía poco. Así que nos resignamos”, recuerda Jessica Silvano Inuma (40), artista y presidenta de las Madres Artesanas Shinan Imabo. 

Algunas de las razones por las cuales Cantagallo tuvo que esperar dos décadas para tener agua potable en sus domicilios se debía a que el mismo Sedapal argumentaba que el lugar no tenía los documentos legales necesarios sobre el terreno que ocupaba para realizar obras de agua potable o alcantarillado. Esta constante negativa hizo que los vecinos de la zona tengan que lidiar con la falta de este recurso. Más aún cuando llegó el COVID-19, una pandemia que mostró la cara más dura de un problema latente en la comunidad. 

“En el 2020, había llegado la pandemia y debíamos tener una buena higiene, y parte de tener una buena higiene era tener agua potable, pero en ese momento solo teníamos puntos estratégicos donde la gente iba con su balde a traer el agua, pero con la norma de restricción de no salir de casa se volvió más difícil. Teníamos que salir con nuestros baldes y los efectivos policiales ya empezaban a cargar a las personas. Tampoco teníamos baño entonces íbamos a Las Malvinas para alquilar un baño e igual la policía cuando te veía te llevaba a la comisaría”, acota Ronin Koshi. 

Durante el confinamiento, diversos colectivos y organizaciones no gubernamentales alertaron sobre la situación de vulnerabilidad en la que se encontraba la comunidad amazónica. Incluso en mayo del 2020, los vecinos Shipibo-Konibo de Cantagallo presentaron una demanda de amparo contra el Ministerio de Economía, de Cultura y de Salud, pues los acusaban de violación a su derecho a la integridad física, impulsada por años de postergación y desatención sobre la falta de servicios básicos. 

 “Aquí [en Cantagallo] hay como 500 casas que no teníamos agua. Era horrible. O sea, cómo se puede hacer algo sin agua pues. Luego de años de insistencia con Sedapal ya nos realizó una conexión para tener caños con agua potable”, sentencia David Ramirez Nunta, gestor del centro cultural Galería Soi Niwe.

Por si fuera poco, en esta zona del Rímac tampoco existieron sistemas de desagües. Recién este año 2023 fue que los vecinos se organizaron para construir su propio sistema de alcantarillado, ya que la entidad encargada descartó la posibilidad de realizarlo por falta de presupuesto. 

“La comunidad no cuenta con un desagüe gestionado por Sedapal, nosotros mismos hemos gestionado nuestro desagüe. Nosotros hicimos la zanja. Nuestros hermanos shipibos con su conocimiento empírico han trabajado en lo que es ayudantes de albañil y pudieron construir eso que nos faltaba”, sentencia Ronin.

Actualmente, en la comunidad muchos vecinos ya cuentan con caños que les permiten tener agua potable las 24 horas; no obstante, no están instalados en todos los espacios del hogar. En este sentido, muchas casas solo poseen un caño para lavar servicios y/o asearse. 

“Yo estoy feliz porque ya tenemos agua para bañarnos, pero quiero que sepan que el Estado no nos ha apoyado, nosotros mismos lo hemos gestionado y luchado por tenerlo”. aclara Jessica Silvano.

Vivir en la selva de cemento

No sé por qué estás acá– eso es lo que algunas personas nos dicen a los que vivimos en Cantagallo. Quizás no nos conocen y por eso piensan así, pero creo que Lima es migrante y no debemos ser egoístas. Todos queremos salir adelante”-expresa Jessica Silvano, quien llegó a la capital con la esperanza de tener su carreta de Turismo y Hotelería; sin embargo, al morir su padre tuvo que asumir los gastos del hogar. “Mi padre me enseñó siempre a trabajar y nunca vivir de las penas de nadie”, recuerda.

Cada año, decenas de personas y organizaciones internacionales de todo el mundo visitan este espacio que, para muchos limeños, es aún desconocido. Con donaciones y ayuda social, la comunidad shipibo-konibo ha podido seguir resistiendo ante la indiferencia estatal. También viven del arte, el cuál es sustento de más de la mitad de las mujeres de la comunidad indígena. No obstante, no es suficiente. Pues otra de las razones por las que el Estado no busca atender demandas de aquellos pueblos originarios que viven en Cantagallo es por falta de leyes que respalden su existencia en la capital. Ya que las normas peruanas no reconocen formalmente la existencia de comunidades indígenas urbanas. Caso contrario al de Colombia, donde sí se consideran cabildos indígenas en las ciudades.

Hace unos meses, Olinda Silvano, quien es artista, activista y lideresa indígena de Cantagallo, fue amenazada de muerte por parte de la organización criminal Tren de Aragua, una sanguinaria banda dedicada a la extorsión, sicariato, narcotráfico y hasta trata de personas. “Me dijeron que les de S/ 2,000, sino me harían daño.”, declaró Silvano para un medio nacional. 

Según vecinos de la zona, es ella quien ha gestionado y presionado a diversas autoridades para conseguir colegios, centros de salud, escuelas y hasta agua en la zona. Motivo por el que algunos sospechan que las amenazas son consecuencia de la constante lucha de Olinda en la comunidad. A pesar de ello, los shipibo-conibo no temen. Siguen luchando, sin miedo y con resistencia. 

Actualmente buscan que la Municipalidad del Rímac los reconozca como propietarios de los terrenos en donde viven. La pregunta es ¿cuánto tiempo podrán tenerlo? “Nosotros no queremos saber nada del gobierno, queremos nuestros títulos de propiedad. Nosotros no les hemos pedido departamentos como ellos ofrecen, porque esa no es la forma de vivir de un indígena ¿Qué va hacer un indígena en un departamento que vale 3000 soles mensuales? si uno saca 50 o 60 soles diarios y es para comida nomás. Nosotros cocinamos a leña ¿en un departamento donde prenderíamos leña?”, denuncia Ronin Koshi mientras señala las cocinas que utilizan en sus patios varios vecinos para preparar pescado y plátano. 

Si bien es cierto que desde que llegaron a la capital, muchos les han repetido que deberían irse de ahí porque ese lugar no les pertenece, ellos piensan que haberse organizado en Lima les ha permitido enseñar sus costumbres, conocimientos y arte a quienes ignoran lo que pasa en la selva. Sin embargo, comentan que aún hay intentos por desalojarlos del lugar; y que las promesas incumplidas de las autoridades les han hecho tomar sus propias decisiones para seguir viviendo dignamente en el barrio de Cantagallo.  

A pesar de lo hostil e ingrata que pueda ser la vida en la capital, los artistas de la comunidad urbana shipibo-konibo están dispuestos y dispuestas a no rendirse ante la adversidad. Ya que han entendido que solo luchando podrán conseguir derechos tan básicos como el servicio de agua potable. Quizás la solución no es solo saber que están ahí, en el distrito del Rímac y tan cerca de un Palacio de Gobierno que parece no oírlos, sino que es necesario comprender lo difícil que ha sido entrar a la selva de cemento. Y exigir las pendientes tareas que tiene el Estado con aquellos que, sin romantizar la frase, siguen resistiendo.

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