En el Día Internacional para la Prevención del Suicidio, Nexos ofrece una mirada a la creciente problemática derivada de la crisis de salud mental, la influencia del aislamiento y el especial impacto en los jóvenes peruanos durante los últimos meses.
Por: Ariana Gaillour y Aiko Lopez
Cuarenta segundos. Dependiendo de la situación, puede parecer mucho o poco tiempo. De repente, es el tiempo que te toma lavarte los dientes, tomar un jugo o ver un comercial entero. A muchos les sorprendería saber que, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), este también es el tiempo que transcurre entre un intento de suicidio y otro a nivel global. Y es que, a lo largo de los años, hemos logrado con éxito construir una muralla alta alrededor de los temas más tétricos o incómodos de asimilar. Lo cierto es que solo conseguimos vendarnos los ojos a una realidad que hoy llega a ser tan vigente y dramática, que se lleva más de 700, 000 personas al año en todo el mundo y es la segunda causa de muerte más frecuente para los jóvenes entre los 15 y 29 años. Ante un nuevo auge del ya considerado problema de salud pública y en conmemoración del Día Internacional para la Prevención del Suicidio, Nexos analizó la influencia de la pandemia en el reciente récord alcanzado durante el 2020 y el peligro que significa esconder la problemática bajo la mesa, en tiempos de aislamiento y crisis.
Sobre ello, Amelia Arias Albino, psiquiatra y Directora General del Hospital Hermilio Valdizan, comenta que nuestro país ha experimentado un alza de muertes por suicidio desde algunos meses antes del inicio de la pandemia. “No es ninguna novedad que la llegada del virus tuvo un impacto tremendo en la salud mental de nuestra sociedad y, por consecuencia, en la tasa de suicidios anuales. Sin embargo, esta es una situación que ya era grave desde antes. Recordemos que vivimos en Perú y que los contextos de inestabilidad, desempleo y pobreza también influyen en el bienestar emocional de una población. Ahora, si a eso le sumas la pandemia, se entiende que hayamos tenido alrededor de 614 casos de suicidio en todo el 2020 y que en los primeros meses del 2021 tengamos ya más de 200 fallecidos por esta misma causa”, inicia explicando.
Por otro lado, Gianfranco Argomedo, quien es psiquiatra y miembro de la Red Mundial de Suicidiología, apunta que el incremento de ansiedad y depresión en el Perú puede ser rastreado en tres factores fundamentales. El primero es el más evidente, el contexto de pandemia. El hecho de que exista un enemigo ‘poderoso e invisible’ generó un clima de tensión y una respuesta de angustia al tratarse de una situación que no puede controlar. “En segundo lugar, están las personas que tuvieron covid y se encuentran lidiando con sus repercusiones. Diversos estudios han comprobado que el virus también genera cambios neuro bioquímicos que afectan los neurotransmisores, los responsables de la producción de serotonina, por lo que las personas que se contagiaron son más propensos a desarrollar cuadros de ansiedad y depresión. El último punto a considerar es que el Perú ya tenía un problema de salud mental antes de la pandemia. Se estima que son alrededor de 8 millones de peruanos los que padecen algún trastorno y el 80% de ellos o tiene un tratamiento incompleto o no llega a tenerlo” explica.
Anatomía de un suicidio
Una de las razones por las cuales no se suele hablar del suicidio como una amenaza latente es por que se suele concebir como algo lejano o de personas severamente trastornadas. Sin embargo, más del 80% de las personas que padecen cualquier problema de salud mental tiene riesgo de suicidarse y existe un 40% de probabilidades de que logre hacerlo. Es por ello que es de suma importancia reconocer las diferentes señales de alerta que existen y la naturaleza de una muerte tan anunciada que puede ser totalmente prevenible.
Para la doctora Arias, uno de los primeros síntomas es el aislamiento, esta vez autoinducido. “Lo más común en el caso de los jóvenes es que se encierren en su cuarto, eviten contacto con el resto, bajen su rendimiento académico, y tengan un decaimiento general y/o irritabilidad. Hay otros signos más llamativos como los exabruptos de tristeza en los que solo lloran, sin saber muy bien por qué. Todo esto es indicador de que la persona puede estar sufriendo un cuadro depresivo, algo que si no se trata debidamente puede conducir al suicidio”, señala.
Del mismo modo, Argomedo describe que cuando la persona ha estado sometida a estas emociones de tristeza profunda por tiempo prolongado, es posible empezar a percibir que se introduce lentamente la posibilidad de suicidio en tres etapas concretas. “Las personas normalmente no optan por querer acabar con su vida, esto surge ante situaciones muy estresantes y dolorosas. La persona va a reaccionar eventualmente, aunque sea con una idea pasiva. ‘Todos estarían mejor si yo no existiera..’, ‘qué pasaría sí ya no estoy…’ son algunos ejemplos. Cuando existe esto es fundamental tomar acción antes que estas se conviertan en ideas activas y se pase al ‘¿cómo lo hago?’”, advierte.
Generación de ‘cristal’
Si bien las cifras a nivel mundial y nacional son escalofriantes, es aún más llamativo el hecho de que la mayoría de las víctimas que toma esta problemática son jóvenes desde los 12 años hasta los 29. Sin duda alguna, uno de los segmentos etarios que más ha sufrido el aislamiento y las restricciones pandémicas, pero también uno que es constantemente acusado de tener poco temple para lidiar con situaciones difíciles o de mucho estrés. En ese sentido, vale la pena preguntarnos: ¿existe un factor generacional en el pico de suicidios que experimentamos actualmente?
Sobre ello, los especialistas discrepan. Para el doctor Argomedo no se trata de que exista una ‘generación de cristal’ con los jóvenes de hoy, sino que está en su misma naturaleza ser efusivo y no saber controlar bien sus emociones. “Los padres cumplen un rol importante aquí, precisamente para orientar y acompañar al jóven por lo que sea que pudiera estar atravesando. No significa que por la edad sean más susceptibles, sino que esa es una etapa de cambios, una en la que recién adquieres responsabilidades y aún no mides las consecuencias de tus actos en su totalidad. Es por ello que es frecuente que los adolescentes queden en tentativas de suicidio y no uno consumado (como es el caso de los mayores)”, indica.
Por otro lado, Amelia Arias sí considera que existe un factor de crianza que ha cambiado generacionalmente para los jóvenes de hoy, algo que no los hace más susceptibles pero sí diferentes a los demás. “Lo típico es encontrarse con padres que dicen que sus hijos son ‘débiles’ en comparación a su propia juventud, que ellos sufrieron más y sin embargo aquí están sin ayuda de nadie. Lo que pasa es que los tiempos han cambiado, los chicos que crecen ahora no lo hacen en ambientes similares a los que se estilaban antaño. Antes las cosas se llevaban de manera más autoritaria, ahora existe una sobreprotección, a veces desmesurada, porque nada les pasa y de esta manera, nunca tiene que lidiar con emociones ‘feas’. Ante ello se tiene que buscar un punto medio. Los niños deben poder reconocer y manejar su frustración, porque sino esa se traslada al momento de la adultez temprana en la que se encuentren solos y no sepan qué hacer”, explica.
Prevenir para no lamentar
El silencio pasa factura y, en estos casos, cuesta caro. Una de las primeras cosas que tanto Arias como Argomedo enumeran al momento de hablar sobre prevención, es la concientización de la sociedad y el reconocimiento de que nos encontramos ante un problema de salud pública. La comunicación cumple un rol importante en la difusión de información sobre el tema y las señales de alerta que existen para evitar que más personas sigan siendo víctimas de sus propios pensamientos o su propia tristeza.
“Debemos quitarnos la careta de que esto no existe. Acá se debe hablar de lo desagradable, que la conversación esté siempre encima de la mesa y crear un ambiente familiar en el que los integrantes puedan expresar abiertamente sus emociones. Si uno no es capaz de decir lo que siente, esos sentimientos nos van a enviar a un baúl que, consecuentemente, explotará y será difícil sanar. Una familia con estabilidad emocional difícilmente va a presentar un problema de salud mental en algunos de sus integrantes. Pero, si posteriormente vemos que esta familia empieza a tener problemas con alguno de sus miembros, es probable que en las mismas relaciones entre ellos haya problemas”, comenta Gianfranco Argomedo.
Por su parte, Amelia Arias agrega que la convivencia fue uno de los factores que más problemas emocionales desató durante el periodo de encierro, algo que no puede continuar, ya que el círculo familiar debe ser en todo momento el soporte emocional de los jóvenes. Además, resalta que aquellas personas que sean externas a estos problemas pero conocen a alguien que los padece, deben tomar un rol más empático. “Debemos aprender a escuchar cuando alguien nos lo pide, y si no lo hace porque está aislado de todo, intentar sacarlo. Muchas veces las personas se sienten mejor solamente verbalizando lo que les pasa”, termina.
Cabe remarcar que, por sobre otras recomendaciones, lo que más necesita una persona que atraviesa un episodio depresivo y/o ha empezado a contemplar el suicidio es buscar ayuda profesional en un psicólogo o psiquiatra. Si bien vivimos en un país que no prioriza la salud mental y los pocos servicios que tiene son privados y bastante costosos, existen alternativas más accesibles para todos. Una de ellas es la plataforma telefónica del Ministerio de Salud (Minsa) donde brindan asistencia por temas de salud mental, marcando el 113 y la opción 5 desde el celular o teléfono fijo. Además, se debe resaltar que el el Centro Peruano de Suicidología y Prevención del Suicidio (SENTIDO) ofrece talleres y programas de apoyo totalmente gratuitos.