El otro quinquenio de Alan García

Un 17 de abril, pero del 2019, los peruanos nos levantamos con la noticia de una intervención fiscal en la casa del expresidente que acabó con un disparo. Los minutos se sintieron como horas y las controversias que envolvieron el trágico suicidio dieron paso al mito.

Por Diego Cordero V. y Eduardo Vidal

La decisión ya estaba tomada con anticipación. Su firma y huella dactilar acreditaban esta firmeza en la carta que sus hijos leyeron en su multitudinario funeral. El exmandatario acató, por última vez, el credo de su orgullo y apretó el gatillo de su revólver mientras agentes de la Diviac le exigían abrir la puerta de su habitación. Las órdenes de allanamiento y detención preliminar se produjeron en el marco del caso Odebrecht y las demoledoras revelaciones sobre los pagos de la constructora a su entorno partidario. 

Nada de eso era relevante para los médicos intensivistas del hospital Casimiro Ulloa, Tras múltiples intentos por salvarle la vida, tomaron la hora y confirmaron el deceso. Alan García se había suicidado y de inmediato su trágica muerte se convirtió en una leyenda.

“¿Vivo o muerto?”

Desde ese momento, los cuestionamientos y rumores invadieron las redes sociales, gestando un clima conspiranoico que todavía no caduca. ¿Por qué el disparo no fue oído por los vecinos y periodistas? ¿Por qué lo transportaron en el vehículo particular del expresidente? ¿Por qué el rostro de Alan lucía distinto en las fotos filtradas?

Esa mañana, el periodista Jonathan Castro, editor del portal La Encerrona y colaborador de The Washington Post, se dirigía a trabajar mientras la información del balazo apenas estaba siendo confirmada. Sin embargo, en ese trayecto le llegó un mensaje al grupo de amigos de su colegio, era la fotografía del cuerpo ensangrentado de Alan García sobre una camilla. “Se había viralizado por distintos medios antes de poder corroborarlo con fuentes oficiales. Fue sumamente rápido y no había mucha claridad sobre qué estaba pasando en realidad. Lo que sí percibía era una conmoción bien grande”, recuerda.

Aquellos enigmas son descifrados por el periodista José Vásquez Cárdenas en su libro Vivo o muerto. ¿Qué pasó el último día de Alan García?. Recabando y contrastando testimonios de los presentes aquel día en la casa del exmandatario, esta minuciosa investigación busca dilucidar las interrogantes y entrelazar los hechos cronológicos con antecedentes inéditos. 

Basada en esta detallada crónica, la película “Vivo o muerto: El expediente García”, dirigida por Jorge Prado Alvarado, se reserva un lugar en la cartelera peruana para proyectar una versión con sus dotes ficcionales de lo sucedido aquel 17 de abril.

Dardos a la Fiscalía

Carla, hija del ex mandatario, había viajado a México con la misión de conseguir los ingredientes de un plato regional que su padre adoraba, según relata ella. En ningún momento se imaginó recibir la peor noticia de su vida a tanta distancia. “Tuve que venir en avión con el carácter totalmente destruido. Solo pensaba en que nadie me vería llorar en el avión. Porque soy descendiente de Alan García y tengo orgullo, no les voy a dar el gusto de mi dolor”, proclamaba hace un año en una asamblea memorial.

Al año siguiente, la vida de Carla estaba dando un giro inesperado. A sus 45 años se afilió al APRA y, desde entonces, ha cultivado el arte de la oratoria y la retórica. En distintas juntas partidarias, se planta sobre el escenario como alguna vez lo hizo aquella figura ausente.

“Alan García decidió terminar su vida como él quería, sin cadenas. Sin que las mentiras se propaguen en televisión. No lograron banalizarlo con un chaleco, otros pobres peruanos sí se han dejado hacer esa porquería. Él murió inocente y necesita justicia. Han pasado mil días y no hay una sola prueba que demuestre su culpabilidad”, declaraba en otro mitin durante la pandemia.

Estos discursos de Carla García van en línea con la tesis aprista que califica a la intervención de negligente e impulsada por motivos políticos, culpando a la Fiscalía como la culpable del fallecimiento del expresidente. Sin embargo, para Jonathan, no hay sustento para afirmar siquiera que fue una medida ilegal. “Se tomó una decisión que fue aprobada por el Poder Judicial con estándares similares a los que se tomaron respecto a las otras prisiones preventivas del caso Lava Jato”, opina.

“Había un patrón de conducta en la cual nos decía que el señor tenía intenciones de no someterse a las resoluciones judiciales aquí. El tema del pedido de asilo a Uruguay, sus viajes al extranjero y la circunstancia de que ya se había asilado en Colombia fueron agravantes”, sostiene el periodista Rodrigo Cruz, quien cubrió el caso Lava Jato en su momento. No obstante, ninguno de los dos descarta que en materia jurídica pueda haber discusiones sobre el modo y las motivaciones de la detención preliminar. 

Los agentes de la Diviac tenían el conocimiento de que García portaba armas de fuego. Sin embargo, Rodrigo cree que se debió dimensionar esta información con mayor importancia. “Poniéndonos críticos, me parece que por ahí vino el error. Se debió haber hecho un mejor trabajo de inteligencia para poder anticiparse, de alguna manera, a que podía tomar esa decisión”, opina el periodista. En la investigación de José Vásquez se detalla a profundidad un accidente en la embajada de Uruguay, meses antes de su muerte, en donde el expresidente se perforó la mano izquierda por un disparo accidental.

Lo que queda de su figura

Un día antes, Alan García dio su última entrevista en RPP. “¿Sabes qué es lo que me interesa a mí? La historia”, declaraba en medio de la conversación. No era la primera vez que el dos veces presidente se dejaba llevar por su afán de permanecer indeleble en las páginas doradas del país. ¿Habrá logrado esto último? 

“Es un personaje muy complejo. De un lado, tiene todas las acusaciones de corrupción; pero del otro, es el último gran líder político que tuvo el país”, rescata Jonathan Castro. A pesar de ello, enfatizó en que uno de los episodios que más separó a García de la población fue el ‘Baguazo’. “El desprecio que demostró a las comunidades que estaban protestando va a pasar a la historia”, recalca.

Del mismo modo, el nobel peruano Mario Vargas Llosa sostuvo en una entrevista para El Comercio que el exmandatario iba a quedar en la historia como una persona que aprovechó el poder para enriquecerse. “La historia no le va a perdonar nada los excesos que cometió”, arremetió el literato.

Para sus adeptos, Alan García fue el mejor presidente de todos los tiempos; para sus adversarios, uno que reivindicó a la corrupción como modelo subyacente de gobierno. Culpable o inocente, vivo o muerto –como algunos conspiranoicos siguen preguntando–, su nombre y su figura están grabados con fuerza en los largos rollos de la historia. 

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