El protagonismo de la Generación Bicentenario, tan presente a fines del año 2020, no parece haber vuelto a aparecer en esta conflictiva y polarizada segunda vuelta electoral. Ante ello, surge la pregunta, ¿Siguen igual de involucrados en la política o acaso lo suyo fue un evento esporádico sin mayor trascendencia?
Por: Fátima Mendiola, para el curso ‘Taller de Reportajes’
“Cuando la resistencia y el rechazo se vuelven considerablemente más fuertes que el cumplimiento y la aceptación, las relaciones de poder se transforman (…) y el poderoso pierde poder” (Castells, 2009). Quién diría que esta frase en el 2020 cobraría vida. Los medios de hoy tienen la capacidad de incrementar la popularidad de una institución, como también rebajarla al punto de que esta pierda su total autoridad. Esta arma fue de gran ayuda para los miles de jóvenes participantes en las protestas del 9 de noviembre hasta el 17 de ese mismo mes en el país, que, a pesar de estar en una pandemia mundial, lograron un movimiento ciudadano de una magnitud que no se veía desde la marcha de Los Cuatro Suyos. Fue así como este grupo consiguió el nombre de ‘Generación del Bicentenario’. Desde ahí, este término ha sido utilizado en todas partes: desde becas creadas por el Estado hasta como elemento de burla en programas de televisión. Sin embargo, hoy muchos se preguntan ¿por qué ya no se escucha más de ellos?
¿Dónde está la Generación del Bicentenario?
Es indispensable primero aclarar la confusión común generada por la fuerte centralización que existe en el Perú: la Generación del Bicentenario no representa a todos los jóvenes del país, pues no todos comparten una misma realidad. Entonces, ¿de quiénes realmente se habla cuando se usa este término? “Es una etiqueta que reúne a chicos de 15 a 25 años que salieron a manifestarse en noviembre del 2020 y que en su mayoría son urbanos, con acceso a educación -ya sea pública o privada- como también a las últimas tecnologías. Es un tipo de peruano”, explica Elohim Monard, investigador y docente con un máster en Políticas Públicas y Desarrollo Internacional de la Universidad de Duke. Se tratab de la unidad de personas de distintas edades y clases sociales.
En múltiples tweets se le increpa a los jóvenes anunciar dónde se encuentra la aclamada Generación Bicentenario, generalmente en mayúsculas y con signos de exclamación, dejando en evidencia la indignación de los usuarios. “Solamente fue una moda de noviembre, no les importa el país”, se lee en diversos perfiles, haciendo referencia a su inactividad actual. Siendo un grupo bastante grande y heterogéneo de ciudadanos, es ciertamente cuestionable intentar meterlos todos a un mismo grupo intencional.
“Hay distintas formas de involucrarse. Sin embargo, siempre tiene que haber un motivo que lo movilice, y uno de los problemas de esta campaña, es que por más interesados que pueden estar los jóvenes en política, no ha habido agentes movilizadores. El espectro electoral, se percibió como que no terminaban de empatar con las necesidades y con las preocupaciones de muchos”, comenta Elohim Monard. Por otro lado, Javier Díaz-Albertini, sociólogo, docente e investigador de la Universidad de Lima, comenta que “los jóvenes de hoy son hiper individualistas. No son apáticos ni apolíticos. Sin embargo, son apartidarios y en muchos casos anti partidarios”. Este carácter independiente es reforzado en unas elecciones con poca representación social.
En esta incesante búsqueda de los peruanos en moldear a los jóvenes en un bando u otro, se descuida un factor importante, y es que esta generación no tiene por qué compartir la misma posición política. Aquellos que han decidido votar, lo han hecho por distintos partidos. Ese bloque unitario y homogéneo como el de noviembre no estaba guíado por una agenda de políticas públicas establecidas, pues se trataba más que nada de una gran protesta. “Probablemente muchos de ellos han votado de forma muy diversa, como también lo harán en esta segunda vuelta”, comenta José Alejandro Godoy, politólogo peruano.
Para ello es importante tomar en cuenta la voz de los participantes de estas marchas: Josefina Bedoya, participante de las marchas en la Plaza San Martín, comenta que a pesar de que el movimiento principal fue el hartazgo hacia el Congreso y la toma de poder de Merino, hubo un conjunto de ideas muy distintas. “Algunos hablaban sobre usar la marcha como puente hacia una nueva constitución, cosa que yo no buscaba. También se escuchaba a gente decir que quería que Vizcarra regrese a la presidencia, mientras otros querían a alguien nuevo. Se pensaba diferente”, explica la joven universitaria.
Manifestaciones fugaces
En el Perú han existido diversas protestas. En 1987 hubo una manifestación contra el Gobierno de Alan García y la estatización de la banca liderada por Mario Vargas Llosa. Trece años más tarde sucedió la recordada marcha de Los Cuatro Suyos. Además de estos, han existido distintos movimientos liderados por la juventud. Algunas son la marcha de 1997 contra el régimen fujimorista, “El Baguazo” en el 2009, “No a la Repartija” en el 2013 y la Ley Pulpín en el 2014. La situación de noviembre no es una experiencia inédita, pero el tamaño, la continuidad y el impacto que tuvo fue de una dimensión excepcional.
Todas las manifestaciones mencionadas comparten algo parecido: son marchas esporádicas y precisas con una agenda muy concreta. “Se da un estallido, se presenta un hecho puntual, se consigue lo que se busca -en este caso la renuncia de Merino-, y cada uno regresa a sus propios grupos”, comenta el politólogo José Alejandro Godoy.
En América Latina los jóvenes están despiertos: En Chile fueron las protestas juveniles del 2019, las cuales generaron un estallido social que sigue vigente; en Argentina existen multitudinarios movimientos feministas con décadas de trayectoria; mientras que en Colombia las manifestaciones contra un nuevo impuesto llevan nuevamente a jóvenes en la primera línea. Si a los peruanos nos sobran las razones para manifestarnos, ¿por qué nuestras protestas son efímeras a comparación de los países vecinos?
Godoy recalca que, en el Perú, la posibilidad de mantener estas manifestaciones es difícil ya que la sociedad civil no está igual de estructurada que la de otros países. “Los jóvenes del Perú no cuentan con una organización que los sostenga”, indica. Después de las marchas, no quedan rostros conocidos ya que los distintos grupos se manejan y lideran de manera independiente. Otra razón es la fragilidad de la política peruana. “Los presidentes Piñera y Duque (Chile y Colombia), a pesar de las largas protestas, se mantienen a sangre y fuego. En el Perú, en cambio, se logró que el gabinete de Merino durase una semana. Parte de la brevedad de las manifestaciones es debido a la respuesta política del gobierno”, comenta Mario Saldaña, periodista y especialista en Comunicación, imagen y Relaciones Públicas.
Para que en nuestro país haya este clase de expresiones masivas únicas se necesitan circunstancias igual de excepcionales. “En el Perú existe la falta de costumbre de manifestarse. En los países vecinos hay una cultura de movilización social popular muy presente, donde los jóvenes salen a las calles por subidas en tarifas públicas o por reformas educativas. Acá las personas tienen que estar casi ahogadas en una situación extrema para moverse”, aclara Saldaña. Esto también se debe a que las protestas pacíficas en nuestro país son percibidas de manera negativa por muchos, a pesar de ser un derecho ciudadano. Según el periodista, las marchas empiezan a perder legitimidad cuando cae en la violencia extrema, cosa que sucede en casi todas las protestas de nuestro país.
No tienen miedo
Hay un factor de la juventud peruana que la diferencia de los demás: creció en pleno auge económico, con la democracia como un derecho real y no un plus o beneficio. El lado positivo de los jóvenes es que tienen las convicciones mucho más arraigadas. Mario Saldaña señala que, a diferencia de su generación que vivió los tormentosos años 80 y 90, los chicos de hoy entienden que lo normal es vivir en verdadera libertad, y cuando ven que esto se rompe, no tienen temor de salir a las calles.
“Hay un germen interesante y positivo de movilización ciudadana liderada por diversos chicos. Ojalá no se perdiese esto, y que se diese para cosas tan básicas como un sistema de salud que funcione, tener un modelo de descentralización o estar pendiente de la lucha anticorrupción. Que se mantuviese no para casos tan concretos. Hoy en día todavía no se ve”, explica Saldaña. Por otro lado, Godoy comenta que hablar del término ‘Generación del Bicentenario’ es todavía muy confuso porque no construye del todo un referente político detrás.
Esta por ello que las redes viven en un constante aire de tensión. Diariamente se ven enfrentamientos entre distintos grupos: mientras que los jóvenes tienen una gran participación política en las redes, muchos exigen a que estos salgan a marchar. Sin embargo, ¿hay diferencia entre uno u otro? “Esa idea de manifestarse en el mundo virtual no funciona en la política. Si quieres mostrar presencia, así se consiga 10 millones de tweets, no va a cambiar nada. La calle es la que tiene más peso. Se ve aquí, en París, en Madrid, y en cualquier parte del mundo. Seguimos siendo seres muy de realidad, no de virtualidad”, explica el sociólogo Javier Diaz-Albertini.
Sin embargo, él también expresa que los movimientos sociales son fenómenos muy difíciles de predecir, ya que uno puede tener todas las razones objetivas para que haya una protesta y simplemente nadie sale. Muchos solo se animan a participar una vez que otros se están manifestando, como si se tratara de un evento social. “La ideología y los principios son importantes, pero también lo es la gente que te motiva y viceversa. Es un momento que se comparte con amigos”, expresa Diaz-Albertini. Esto podría esclarecer por qué no hubo manifestaciones en el caso del Vacunagate, el pasado febrero.
Las plataformas, por su naturaleza y algoritmos, nos hacen creer que el mundo está ahí, cuando en realidad solo está nuestra burbuja. Eso sí, gracias a los avances del internet, las protestas de hoy son mucho más sencillas de organizar como de ocasionar. “Putnam (politólogo norteamericano) dijo que las sociedades más vinculadas entre sí, eran las que tenían mayor capacidad de movilización política. Las personas están interconectadas ya no por organizaciones si no por redes”, expresa el sociólogo. Sin embargo, las redes tienen el poder tanto de unir como de dividir, y una manifestación con la magnitud e impacto de las de noviembre del 2020 solamente es realizable cuando entre muchos exista un interés y sentimiento compartido.
Por último, existe la esperanza de que esa constante lucha por la democracia en los jóvenes se mantenga. Que la rebeldía de noviembre no sea vista como una respuesta espontánea y que por fin se perciba como un factor orgánico. Manifestarse, pero también involucrándose en la actividad política, ya sea desde informando, como señala Godoy, es fundamenta. Estará en la juventud convertir la sociedad reactiva a una proactiva, luchando por una política limpia de manera continua y no solo mostrando el poder ciudadano cuando hay indignación.