Antes de la llegada de la COVID-19, la educación era uno de los retos más urgentes para el país. Hoy el Minedu estima que 300 mil estudiantes han salido del sistema educativo público por falta de recursos. Ante ello, es válido preguntarse ¿cuánto retroceso ha costado la pandemia para nuestro frágil sistema escolar rural?
Por: Melissa Vega Dancourt, para el Taller de Reportajes
Según la Ley Nº 28.044 la educación de calidad es un derecho fundamental para todos los peruanos y una responsabilidad social para generar desarrollo en la nación. Sin embargo, el INEI indica que el 84% de los 9 millones de niños que habitan en el Perú son considerados “pobres de aprendizaje”. Con la llegada de la pandemia y el aumento del índice de desigualdad en el país, las clases remotas se ha convertido en una estrategia útil para los más afortunados, pero una desesperanza para los más pobres. En esta oportunidad, se ofrece una mirada enfocada en los que más han perdido durante los meses de confinamiento: los niños y niñas del Perú.
Lecciones injustas
Con la voz entrecortada, la señora Rodríguez afirma que todos los días son iguales. Ella no solo lucha para que sus tres pequeñas se mantengan sanas, sino para que también salgan adelante. No terminó la primaria, pero su fe nunca se perdió. “Quiero que mis hijos puedan ser mejores que yo”, afirma contundentemente. Para María, la hija mayor, el colegio se ha vuelto más complicado. “Esperamos que la miss nos hable por wasap”, menciona, ya que ella, al igual que el 60% de los estudiantes peruanos, no cuentan con televisor para ver Aprendo en Casa. Su internet falla mucho, pero a pesar de todo tiene suerte, pues un 59,7% de la población no cuenta con conexión a la red en sus hogares.
Como María, existen estudiantes que no cuentan con alguna laptop, televisor o celular. Peor aún: muchos no cuentan con luz o señal de internet. ¿Cómo pueden estudiar en esas condiciones? Aunque todavía no hay una cifra definitiva, el Ministerio de Educación estimó que unos 300,000 alumnos dejaron la escuela este año y según el Banco Mundial fueron 7,6 millones de niños con un aprendizaje pobre los que no lograron obtener la nota mínima satisfactoria en las clases virtuales. “Saldremos adelante juntas” dice la señora Rodríguez. Una madre con esperanza a quien el Estado nunca brindó apoyo.
A pesar de que la pequeña María ya pasa a secundaria, en la escuela todavía le están enseñando las tablas de multiplicar. Y es que, antes de la pandemia, el retraso académico era un círculo vicioso que lograba que los niños pobres no puedan recibir una buena educación y, por consecuencia, continuar perfilándose en un futuro destinado a la pobreza y exclusión.
Al estar en su hogar con sus hermanas, sus primos y su tía, el ruido muchas veces no la deja escuchar. “¿Puede repetir profesora?”, comenta las pocas veces que se anima a participar. No tiene clases por Zoom o Google Meet, la profesora de su colegio le manda videos, fotos y audios; pero aparte de eso no tiene a alguien que le explique. Su tía tampoco recibió educación de calidad y los demás en casa son menores que ella. Sumando la dificultad emocional propia de un contexto complejo y precario como el suyo, el estudio es un reto aún más difícil de lo habitual.
Sobre ello, Patricia De la Puente, terapeuta del aprendizaje, señala que “los cinco sentidos son conexiones que nos sirven para captar ciertos datos que el cerebro procesa para obtener información”. ¿Qué pasa cuando estas redes no funcionan del todo bien? “Sin una buena autoestima, relación familiar afectiva o estabilidad, el cerebro de un niño no se desarrollará correctamente”, indica la terapeuta.
Los aspectos biológicos también influyen en su crecimiento. Cuando un estudiante está aburrido, inquieto o incómodo, es una reacción biológica al cansancio, a la falta de movimiento o a la mala alimentación. En medio del encierro y con más de 70 mil familias alimentándose a través de ollas comunes – solo en Lima -, no es una sorpresa que los niños se vean perjudicados. Almuerzos llenos de carbohidratos y muy poca cantidad proteínas, frutas y verduras. “Es lo que rinde, no nos queda de otra”, afirma la señora Rodriguez.
¿Aprendizaje vs. Cultura?
La enseñanza a distancia está funcionando con pocos alumnos peruanos, mientras que la desigualdad y la injusticia permanece en la mayoría. Los niños de zonas rurales o pueblos indígenas, por ejemplo, no solo enfrentan la falta de acceso a servicios básicos como la luz, el agua o el desagüe. Sino que, según Amnistía Internacional, en sus comunidades existe una alta deserción de estudiantes por lejanía de los centros de estudio, diferencias culturales, altos costos de sostenimiento y costumbres que pueden afectar su completo aprendizaje.
Para un joven nativo, la educación requiere ciertas negociaciones con su forma de vivir: restringir el trabajo, la formación de la familia o ascender a una mejor condición social. Según Daniel Gastelú, “los jóvenes indígenas chambean duro”. Los hombres se enfocan en la agricultura, la pesca o ganadería y las mujeres en el empleo doméstico. La mayoría de estudiantes lo hacen a tiempo completo, ya que así pueden comprar vestimenta, alimentación o celulares. “El problema está cuando el trabajo les exige una demanda total de sus días, generando que los expulsen o pierdan el año escolar”, indica Gastelú. “Malgastas el tiempo, no ganas nada”, afirman algunos ex estudiantes.
Es común ver a dos jóvenes indígenas de 15 años casados y con hijos. Viviendo juntos, se reparten los roles de la casa, un impedimento más para no asistir a la escuela. El machismo y los celos también son razones importantes. Gastelú menciona que “muchas chicas no asisten a la escuela porque su esposo no las deja por inseguridad, o porque creen que su labor ahora es formar una familia”. Al casarse, también cumplen un rol obligatorio en la comunidad, muchos indígenas ahora asumirán cargos comunales y participarán en asambleas.
Según Amnistía Internacional, los estudiantes indígenas creen que la educación debe aportar conocimientos prácticos y habilidades específicas, no saberes genéricos que no tienen utilidad en sus comunidades. Sin embargo, en la investigación de Gastelú, se llega a la conclusión que estos jóvenes desean ser profesionales para mejorar su condición de vida y la de sus familias, no obstante, “ser alguien en la vida” significa también dejar de “ser joven indígena”. Es un debate constante el permanecer con las formas tradicionales o profesionalizarse. Pero “no se trata de asumir sus prácticas como el problema, sino verlo de un sentido mucho más panorámico” señala Gastelú.
Luz de esperanza
Este año, el Minedu pudo adquirir 1056.430 tablets y 203.084 cargadores solares para pequeños estudiantes y profesores. Todavía falta entregar todo, pero hasta la fecha, el 85% de los aparatos ya fueron recibidos. Con mucha alegría, algunos estudiantes podrán estar más cerca de convertirse en profesionales. La desventaja disminuye.
A raíz de la COVID-19, muchas de estas asociaciones han surgido a través de las redes sociales y se han distribuido en esa misma modalidad. El voluntariado “Enséñame” le regresa la fe a las familias y a los estudiantes de colegios en condiciones de pobreza para que tengan un futuro mejor. Los obstáculos no son problema para ellos, pues han encontrado diversos mecanismos para llegar a miles de niños de 19 regiones del Perú. Incluso, las más pobres como lo son: Ayacucho, Cajamarca, Piura y Cusco.
Este grupo solidario, se enfoca en dar tutorías gratuitas de apoyo y reforzamiento a los alumnos de manera virtual; además, recalca que esta ayuda se puede dar tanto en lo académico como en lo socioemocional. Para hacer de este proyecto una acción real, “Enséñame” ha necesitado la colaboración de tutores para los estudiantes, psicólogos y educadores para asesoramientos y los gestores, quienes se encargan de la organización y convocatoria de tutores. La falta de herramientas no es impedimento, las clases se realizan desde llamadas telefónicas, hasta por video llamadas una hora a la semana.
Igualmente, con una mano en el corazón y otra en el talento, nació Kusikay. Un voluntariado que brinda talleres artísticos gratuitos a niños y adolescentes de bajos recursos. Un lugar en donde los sueños crecen y las esperanzas nunca se acaban. “Queremos construir un mundo más feliz, donde la valoración y la práctica sea el principal instrumento para lograrlo”, señalan los voluntarios.
En un contexto de pandemia y encierro, en donde predomina la crisis y pena; este equipo surge con el deseo de acercar el arte y nuestra cultura a los más pequeños del Perú. Así, crearon el nombre “Kusikay” que en quechua significa “que seas feliz”. Motivar a los niños a bailar, cantar, actuar y pintar los ayuda a expresar todo su mundo interior y permite que la creatividad, alegría, esfuerzo y dedicación se convierta en parte de ellos. Los talleres duran una o dos horas a la semana y son dirigidos por artistas. Se realizan de manera digital, por lo que se utilizan herramientas como Whatsapp, Zoom o Google Meet. Para haber iniciado a finales del 2020, este voluntariado ya se expandió por Lima, Cajamarca y Cusco. Un reto difícil, pero que con mucho esfuerzo se sigue logrando.