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El México de Emilia Pérez: Una mirada al debate de la apropiación cultural

Aunque las butacas mexicanas no terminaron de llenarse con Emilia Pérez, los murmullos y debates resonaron fuera de la sala del cine como en las redes sociales. La apropiación cultural se sintió como un eco de estereotipos, dejando una pregunta abierta: ¿realmente entendemos lo que retratamos en la pantalla grande?

Por Cynthia Carmen

Enero cerró con uno de los momentos más importantes para la comunidad cinéfila a nivel global: el anuncio de los esperados nominados a los Oscar 2025, lo que generó una ola de análisis entre críticos y seguidores del cine. Tras un año marcado por producciones ambiciosas y narrativas que tocaron corazones, la lista de nominados destacó más que nada por películas que generaron críticas y encendieron debates culturales, como el controvertido caso de Emilia Pérez.

Con 13 nominaciones, esta película del director francés Jacques Audiard sacudió tanto a quienes la vieron en la pantalla grande como a los espectadores en redes sociales ante la viralización de sus canciones, fragmentos del filme y, especialmente, el polémico acento de Selena Gomez.

Sin embargo, alejándonos de la fascinación mediática y del impacto global que Emilia Pérez ha generado, México, el país donde se desarrolla la trama, ha tenido una intensa respuesta crítica. Las representaciones de sus costumbres, su lenguaje y su cultura han sido señaladas como estereotípicas e imprecisas por muchos espectadores y expertos, lo que abre un debate sobre la responsabilidad cultural en el cine.

A través de un filtro de estereotipos

La película comienza presentándonos a Rita, una abogada en México que trabaja para las figuras poderosas del país, ayudándoles a encubrir sus crímenes y negocios ilegales. Aunque domina su mundo con habilidad, siente un creciente conflicto moral por contribuir a la impunidad de quienes afectan a los demás. Todo da un giro cuando “Manitas”, un peligroso narcotraficante, le hace una oferta única: una fortuna a cambio de que lo ayude a cambiar de identidad y transformarse por completo en Emilia Pérez.

El primer acto que algunos críticos han señalado como poco realista se desarrolla en esta escena. Vemos a Rita, con su laptop, trabajando en medio de una especie de mercado en pleno México, en la noche. La escena ha sido criticada por su representación que, según algunos, refleja un estereotipo externo sobre México, como si la trama hubiera sido diseñada en otro contexto y luego adaptada superficialmente.

Al respecto, Carlos Bejarano, licenciado en Sociología, señaló que la inverosimilitud es una característica recurrente en el cine. “Transformar el agua en vino es inverosímil, pero las películas lo incluyen. No obstante, hay un conjunto de elementos culturales que no han sido adecuadamente investigados ni representados”, manifestó.

En declaraciones del director, este afirmó que ya contaba con el conocimiento necesario sobre México para la creación de su película, lo que evidencia un enfoque limitado en la investigación cultural. Acerca de esto, Bejarano declaró que le parece incongruente que no hayan optado por enriquecer su reparto con más actores mexicanos.

Adriana Paz es la única mexicana en el elenco y solo tiene un papel de reparto. Sin embargo, los roles protagónicos los obtuvieron una española, una estadounidense con orígenes dominicanos y otra estadounidense. “La industria cinematográfica mexicana es una de las más fuertes de la región. Suena absurdo que no hayan encontrado allí otros actores para la película”, recalcó Bejarano.

Entre homenaje y apropiación

Con el paso de los años, las ocasiones en las que artistas o creadores han cometido errores al basarse en una comunidad o cultura ajena a la propia han sido cada vez más llevadas al escrutinio público. Este fenómeno se ha visto potenciado por la creciente influencia de corrientes que promueven la preservación cultural y su celebración a través de las artes.

En este contexto, Emilia Pérez se sitúa en el centro del debate. La trama gira en torno al narcotráfico mexicano y la historia de un miembro prominente de este negocio que busca cambiar su vida mientras transiciona hacia la mujer que siempre soñó ser. Al estar ambientada en un contexto tan intrínsecamente ligado a México, resulta evidente que la película se inspira directamente en su cultura y realidad.

Sin embargo, la obra no ha estado exenta de críticas. Tras su lanzamiento, el propio director, Jacques Audiard, respondió a las acusaciones sobre su tratamiento de la problemática mexicana con las siguientes palabras: “Nunca se había hablado tanto en la prensa mexicana sobre los desaparecidos, aunque sea para darme con todo. Pero al menos se habla”, declaró para el medio Búsqueda.

A pesar de esta defensa, surge una pregunta crucial: ¿cuál es el problema con la forma en que México ha sido retratado en la obra de Audiard? La visión presentada en la película parece alejada de la realidad mexicana, lo que ha sido interpretado por algunos sectores como el uso de la cultura mexicana como un simple telón de fondo, sin un entendimiento profundo ni un respeto genuino hacia la cultura en la que se inspiraron. Este descuido narrativo y cultural justifica, en parte, el estallido de críticas provenientes de diversos sectores en México.

Ante ello, Bejarano nos explica la diferencia entre apreciación cultural y apropiación cultural, señalando que la apropiación ocurre cuando quien toma una característica cultural no es consciente del trasfondo del elemento y lo aplica de manera superficial. “La apropiación indica tomar elementos culturales caricaturizándolos o sin respetar la historia detrás”, acotó.

La controversia alcanzó un nuevo nivel con la aparición de Johanne Sacreblu, un cortometraje publicado en YouTube como respuesta y protesta ante la representación de México en Emilia Pérez. Este corto satírico emplea estereotipos franceses, como las ratas de Ratatouille, los bigotes respingados, los baguettes y el icónico beret para simbolizar a Francia, transmitiendo así la misma sensación de exotismo superficial que muchos acusan a Emilia Pérez de perpetuar. La intención es evidente: mostrar cómo se siente cuando una cultura es reducida a elementos decorativos en lugar de ser tratada como una parte integral y compleja de la historia. 

Este caso invita a reflexionar: ¿qué hubiera sucedido si el equipo de Emilia Pérez hubiera llevado a cabo una investigación más exhaustiva sobre la cultura mexicana? ¿O si se hubiera incluido a creadores mexicanos en el proceso, con el objetivo de transmitir una representación verosímil y respetuosa de México? Tal vez involucrar voces auténticas habría permitido que la película trascendiera el debate sobre la apropiación cultural para convertirse en un verdadero homenaje a la riqueza cultural mexicana.

No obstante, Bejarano prevé que, incluso si se hubieran tomado los cuidados correspondientes para una mejor representación de México, las críticas no habrían desaparecido por completo. “A nadie le gusta ver expuestos los aspectos negativos de su cultura, en este caso el narcotráfico mexicano; sin embargo, hay personas que sí apoyan la idea de que es necesario reconocer nuestros defectos para corregir errores y generar un cambio”, mencionó.

Esculpiendo una cultura en la pantalla grande

El cine, como arte y herramienta de comunicación, posee una habilidad transformadora, capaz de moldear las percepciones colectivas e integrarse en las narrativas sobre realidades sociales y culturales. Su capacidad de contar historias universales, reflejando identidades locales, lo convierte en un medio poderoso para generar empatía, cuestionar estructuras y construir representaciones del mundo.

Sin embargo, cuando las representaciones en el cine carecen de investigación suficiente y se muestran sesgadas, pueden contribuir involuntariamente al reforzamiento de estereotipos, afectando negativamente la percepción de una comunidad o cultura. La desconexión entre la representación fílmica y la realidad cultural mexicana, como se observa en Emilia Pérez, no solo impacta la manera en que los espectadores internacionales entienden a México desde sus butacas, sino que también afecta cómo perciben sus valores, tradiciones e identidad.

“Teniendo en cuenta la sensibilidad de hablar del narcotráfico mexicano y de las desapariciones forzadas, se necesita abordar estos temas con delicadeza e investigación”, sostuvo Bejarano. “Es como si hubieran plasmado el terrorismo en el Perú en su época más álgida de esa forma. No nos hubiera gustado”, complementa.

Este filme pudo haber sido una oportunidad ideal para explorar temas sociales y culturales que muchas veces son relegados o contados desde perspectivas tradicionales, pero no llegó a cumplir con ese propósito.

“En un mundo ideal, al hacer una producción sobre una cultura que desconoces, se investiga a profundidad, se revisan muchas fuentes y se pide asesoramiento de quienes sean de allí o expertos en el área; pero aún así, te toparás con detractores”, señaló el sociólogo. Pese a ello, aunque un mejor proceso de representación mexicana podría haber evitado algunas críticas, Bejarano duda que el director hubiera cambiado si supiera el éxito que tiene actualmente. “La gran reflexión es que, a pesar de la falta de investigación, la película obtuvo nominaciones históricas. ¿Cómo es posible que no haya un filtro en los Oscar para casos como este?”, comentó.

Por otro lado, las redes sociales se han convertido en un espacio de debate abierto, ya que la viralización de canciones como “El Mal”, “Papá” y “La Vaginoplastia” avivó la discusión en línea, generando un fenómeno de conversación constante que trasciende el propio filme. Este fenómeno reafirma cómo las plataformas digitales funcionan como catalizadores de tendencias culturales, dándole al cine una segunda vida en el ámbito virtual y, en ocasiones, redefiniendo cómo se percibe una obra a largo plazo. Emilia Pérez nos recuerda que las historias con alcance internacional llevan la responsabilidad de abordar las culturas con rigor y respeto, pues lo que proyectan trasciende las pantallas y moldea percepciones. En cada encuadre, en cada línea, se encuentra la posibilidad de construir una verdad más inclusiva o perpetuar un vacío narrativo.

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