Partiendo de una mirada histórica y cultural, expertos reflexionan sobre cómo nuestro proceso de independencia, o mejor dicho, la forma en cómo este se narra, ha fortalecido la estructura centralista y excluyente que nos sigue acompañando en el bicentenario.
En julio las banderas adornan los hogares y las escarapelas acompañan los uniformes. Durante nuestro mes patrio se organizan innumerables eventos para conmemorar, nuevamente, la independencia de la corona española. Aquella pintura de Juan Lepiani – José de San Martín sosteniendo a su izquierda la bandera peruana mientras extiende su brazo derecho hacia la multitud en plena proclamación- vuelve a ser protagonista. Año tras año, en todo el Perú, el 28 del séptimo mes del año se viste de blanquirrojo y se llena de patriotismo puro. Al menos así nos sentimos, aunque esta sensación muera pocos días después.
Pero lo cierto es que Lepiani nació décadas después de la proclamación de la independencia, y esta no se concluyó ni empezó en Lima. Esas son, según expertos, narrativas del centralismo. “La historia debería incluir 1814, que es la fundación de la junta de gobierno de Cusco por parte del cacique Mateo Pumacahua y los hermanos Angulo”, expresa el historiador Daniel Parodi para Nexos, quien considera importante mencionar el 29 de diciembre de 1820, “cuando se independiza la audiencia de Trujillo, que era todo el norte del país”.
Estas efemérides previas son, como menciona Parodi, hasta más trascendentales que el propio 28 de julio. Lima, centro político, económico, cultural y social de lo que denominamos como la nación peruana, pareciera haber capturado incluso el hilo histórico. “Escogemos cómo narrar las cosas y creo que hemos elegido mal, de acuerdo a cómo se producen los acontecimientos y al tipo de poder que se genera después de la independencia”, comenta el historiador. “Si creas una narrativa donde estén en el mismo nivel la junta de Cusco de 1814, la independencia de Trujillo en 1820 y de Lima el 28 de julio de 1821, descentralizas la independencia y ya tendrías un discurso mucho más pluralista e integrador, unificando a la sierra y al indígena; Ahí está Pumacahua, por ejemplo”, agrega.
Además, para el historiador, considerar a Cusco como el lugar principal de la independencia “es muy importante porque la descentralizaría, la deslimeñizaría y la desextranjerizaría”. “Lo que sucede en el caso del Perú es que esa identidad nacional, esa nación, se crea de una manera excluyente”, explica la historiadora Natalia Sobrevilla en una entrevista para este medio. Doscientos años después y una carrera política que ha despellejado a nuestros peores monstruos, aún está la duda sobre qué somos los peruanos.
¿Dónde quedó la nación?
Por más que Lima sea la protagonista en el recuento mental de los hechos, lo cierto es que las demás regiones fueron tan o incluso más importantes para nuestro proceso de independencia. Esta forma de narrar la historia simboliza el inagotable proceso centralista por el cual hemos decidido buscar crear una nación. Al día de hoy, Sobrevilla describe esto como “la consecuencia de una serie de decisiones políticas y económicas a través de estos 200 años, pero también es una causa, porque la élite arraigada en la ciudad de Lima siempre ha sido convencida de que es el centro del país”.
“La idea de nación es una comunidad imaginada que está basada en recordar ciertas cosas y olvidar otras. Esencialmente, se imagina. Es una serie de hechos del pasado que se seleccionan para crear una genealogía”, explica el crítico cultural Matheus Calderón a Nexos. “Es difícil pensar al Perú como una sola nación. Ya sea por la geografía, por las diferentes culturas o por las diferentes etnias, somos más un país plurinacional. Y eso significaría repensar las independencias respecto a estas naciones o estas regiones”, añade.
Como explica Parodi, cuando se formó la República, luego de que la Batalla de Ayacucho del 9 de diciembre de 1824 sellara la independencia, no solo del Perú, sino de América, parte del modelo social que reinaba se quedó para trasladarse a los criollos, los nuevos designados para encarrilar al Perú. “Esa patria criolla se fue inventando y creando por esta pequeña élite de hombres ilustrados y luego ellos empezaron a construir una narrativa para todo lo que sería la nación peruana”, desarrolla Sobrevilla. Sin embargo, tras estos dos siglos, “vemos una República inicial que es inclusiva, pero que va haciéndose cada vez más excluyente”, añade la historiadora.
Daniel Parodi comenta que, al expulsarse al Estado español, “se generó un gran vacío de poder, principalmente en el interior del país, en la sierra rural, y eso causó una feudalización del Perú y un fenómeno que se conoce como el gamonalismo”. Sin embargo, “el pequeño estado criollo estaba muy conforme con que las cosas fuesen así”, agrega el historiador. Esto les daba incluso las facultades a los señores gamonales de ejercer la justicia de manera privada, “por lo que las haciendas tenían cárceles, por ejemplo”, detalla.
Esto ha llevado a que “en el Perú, las mayorías hayan sido minorizadas, incluso en el sentido de asumirlas casi como minorías de edad”, comenta Matheus Calderón. “Durante estos dos siglos se fue intentando integrar cada vez a más grupos, pero siempre con un costo. Por ejemplo, los diferentes grupos indígenas se pueden asimilar mientras hablen castellano, sean católicos, y mientras vistan y actúen como se espera, sin aceptar realmente que somos una nación plurinacional”. Sin embargo, en el momento en que la República del Perú retuvo su autonomía, “las condiciones materiales o ideológicas no estaban dadas para pensar una plurinacionalidad”, aclara Calderón.
A puertas del Bicentenario
Estas elecciones han evidenciado que aún nos cuesta llamarnos una nación peruana. “El problema es que los variados mundos que existen en el Perú no han establecido lazos comunicantes en condición de igualdad y en condición de fraternidad para generar una sociedad pluricultural, igualitaria, horizontal”, comenta Parodi. “Hasta hace muy poco, la desigualdad era lo cotidiano. Entonces en nuestras estructuras mentales, muchas personas todavía ven la realidad con los ojos de esa desigualdad”, agrega el historiador. “Tenemos un modo de ser coloniales y ser poscoloniales al mismo tiempo, que es muy particular de Latinoamérica”, detalla Calderón.
Así, luego de 200 años de República, nos hemos quedado con una tarea largamente rezagada y una separación palpable. “Hace falta todo un proyecto cultural y educativo para que, finalmente, los peruanos terminemos de vernos como iguales y no solamente ante la ley, sino como iguales en totalidad, sin importar como pronunciemos el español, sin importar el color de nuestra cara o la región en la que nacimos”, menciona Parodi. Por otro lado, Sobrevilla comenta que “lo que es importante es tratar de entender los procesos históricos desde donde vienen, pero también tratar de integrar las diferentes voces, las diferentes narrativas, las diferentes perspectivas, para poder realmente encuadrar estos complejos procesos históricos en una nación multivariada y multivalente, como es el Perú”.
Quizás el primer paso sea repensar nuestra manera de contar la independencia y valorar de manera diferente a quienes lucharon por obtenerla. Lo irónico del caso es que el Bicentenario nos encuentra más divididos que nunca.