Los niños conforman uno de los grupos más afectados por la pandemia, pues muchos aspectos propios de su desarrollo integral se han visto limitados y afectados por las restricciones sanitarias. ¿Cómo se pueden revertir los estragos que deja el confinamiento?
Por: Melissa Raucana para el Taller de Reportajes
“Mamá, llévame aunque sea al parque”, reclama la pequeña Sofía, una niña de 6 años que no ha podido ir a los juegos en más de un año. “Sabes que no podemos salir”, le responde su madre. La pequeña frunce el ceño y cruza los brazos mientras se queda viendo el lejano exterior, a través de la ventana. La madre ya imagina lo que pasará: Sofi se quedará callada y no querrá que nadie le hable ni se le acerque por unos 20 minutos, hasta que el berrinche cese. “Al menos se acostumbró”, piensa la madre, pues antes se tiraba al piso y hasta se agarraba de los pelos. Como Sofi, hay muchos niños que reproducen escenas similares con sus padres. Tensión, tristeza, abatimiento, irritabilidad, estrés y desesperación son algunos de los adjetivos que utilizan los papás para calificar lo que están sintiendo sus hijos. Esta es la nueva realidad que trajo la pandemia. Una que es paralizante y restrictiva para los más pequeños.
La llegada del virus también significó un cambio en el desarrollo infantil, afectando aspectos esenciales como la psicomotricidad, la socialización y la salud mental. “A nivel físico, el encierro ha limitado un montón las oportunidades de poder explorar, de estar en contacto con la naturaleza, de poder correr”, menciona Muriel de Barbieri, psicóloga clínica especializada en desarrollo infantil. Las interacciones se han visto restringidas al hogar y a la familia nuclear, algo que representa una gran barrera, no solo en el aspecto social, sino en su propia autonomía. “En lugar de estar en el colegio, un ambiente donde se desenvuelven con mayor independencia, vemos que los padres están interfiriendo o resolviendo mucho por los niños, en vez de dejarlos hacer sus actividades por su cuenta”, nos comenta De Barbieri.
Por otro lado, no debemos olvidar que no todos los niños tienen perfiles iguales ni viven en las mismas condiciones. Patricia Capellino, psicoterapeuta y directora del Centro Oye papá, oye mamá, afirma: “Como grupo humano, hemos ido implementando respuestas distintas, que van a tener una conexión directa con las herramientas y recursos emocionales que cada grupo familiar tiene”. Estas formas diferentes de abordar la pandemia explican las características peculiares que vemos en cada niño, desde la perspectiva de la psicología y la salud mental.
Mundo adulto
“Siempre que Kao me dice que está aburrida, tenemos que celebrarle los cumpleaños a sus muñecas. Compramos un cupcake y decoramos un poco la casa”, confiesa la mamá de Kaori mientras cuenta los malabares que tiene que hacer para evitar caer en la rutina y el aburrimiento en el hogar. “Es un trabajo súper demandante y los padres no están acostumbrados a hacerlo, porque no les corresponde”, comenta De Barbieri. Los profesionales, como los educadores y psicólogos, saben que el aprendizaje infantil involucra el movimiento. Sin embargo, muchos padres ignoran esto y esperan que sus hijos estén sentados, sin desviar la mirada de la pantalla.
Además, también existen papás a quienes no les gusta estar sentados tantas horas supervisando a sus pequeños, o que no tienen el tiempo necesario para hacerlo. Patricia Capellino opina que si bien al inicio se creía que esta convivencia forzosa ayudaría a mejorar las relaciones familiares, luego se comprobó que la combinación de emociones adultas e infantiles terminó siendo una competencia, donde los ganadores son los primeros. “Debemos ser conscientes de que el universo es un mundo adulto mayoritariamente, y esto ha perjudicado a la infancia”, expresa la psicoterapeuta haciendo referencia a las medidas sanitarias, que se aplicaron sin tomar en cuenta las necesidades infantiles.
Miguel, por ejemplo, tiene 5 años y es muy hiperactivo. Sus actividades favoritas son ir al parque, a la playa y jugar con sus amigos. Pero el departamento en el que vive con sus papás queda pequeño. Se siente estresado, abrumado y hasta asfixiado, porque no tiene la libertad física necesaria para desplegar sus impulsos. Cuando finalmente pudo salir a pasear, una hora al día, lo llevaron al parque, pero no podía tocar los juegos, ni sentarse en el pasto ni llevar sus juguetes. Tuvo que salir a “marchar como soldadito”, como lo describe De Barbieri.
“Lamentablemente la infancia siempre es lo último”, indica Capellino. “El plan de acción no fue el adecuado para los niños”. Podemos recordar las palabras del exmandatario Martín Vizcarra, a fines de abril, donde se disculpó por estos decretos tan estrictos, pues la naturaleza de un niño no es estar encerrado. Si bien nadie sabía lo que nos esperaba, tampoco podemos concluir que los niños se darán cuenta más adelante. “Los niños son de ahora. La infancia requiere una mirada de integración, de consideración, donde se piense justamente en lo que ellos necesitan” precisa la especialista.
Una mirada al futuro
“No quiero tener esta mirada negativa y negra de lo que se viene por delante, pero creo que son niños que van a tener que hacer un esfuerzo para volver a adaptarse al mundo que conocíamos antes de la pandemia” reflexiona De Barbieri. Ella analiza también a los recién nacidos en esta pandemia, “son niños que han pasado de la clínica a su casa y que no han visto otras caras y sonrisas más que las de sus papás”. ¿Qué es lo que pasará con ellos cuando salgan de su casa, vayan al parque o vean las olas del mar? Estos son elementos sumamente conocidos para muchos de nosotros, pero para ellos no. Estos niños conocerán estos lugares por imágenes, pero ¿qué pasará cuando interactúen con ellos?
“En este nuevo descubrimiento del mundo, los profesionales de la salud estaremos a la espera, y un poco a la expectativa para ver cómo se van dando las cosas y saber qué tipo de apoyo necesitan en el futuro”, afirma De Barbieri.
Hablemos
¿Qué hacer para mejorar esto? Patricia Capellino nos invita a practicar la comunicación y reflexión, tan ausentes en la sociedad peruana. “Hablar constantemente de lo que estamos viviendo es una forma de compartir la frustración” nos comenta. Según Capellino, la comunicación en los primeros años de la infancia está acompañada de gestos y pocas palabras, pues se caracteriza por la impulsividad. Luego será más verbal, y a partir de los 6 o 7 años, el pensamiento es más abstracto, cuando el niño es más consciente de su alrededor y sus limitaciones. En este contexto de pandemia, estas expresiones se incrementan, generando caos en todas las familias.
“El gran soporte que tienen los padres es la comunicación oral”, comenta la psicoterapeuta. Ella refiere a generar conversaciones que no tengan que ver sólo con lo concreto, sino con lo afectivo. Preguntar: ‘¿Cómo te sientes, hijo, al no haber visto a tus amigos en más de un año?’ ‘¿cómo la has pasado?’ ‘¿cómo te sientes con las medidas de la casa?’ ‘¿te sientes cómodo viendo las películas solo los fines de semana?’ Esas son preguntas diferentes, más afectivas. Decirle a los niños: “no salimos porque hay COVID”, es muy distinto a “imagino que debe ser muy difícil para ti estar encerrado”. Esto les servirá para su futuro, pues este tipo de conversaciones se quedarán en ellos en el mundo post-COVID.
Sin embargo, los padres también deben hablar de organización. Patricia Capellino nos menciona la falta de previsión en nuestra población. El papá de Maurizio toca la puerta de su cuarto, para decirle: “Levántate. Hoy pones la mesa al toque, porque iremos a vacunar a tu abuelito”. “Pero mamá…”. Maurizio no estaba preparado, pues no le habían avisado. Es por ello que los padres necesitan organizar su día, conversando con sus hijos, avisando qué es lo que pasará a continuación. Por otro lado, los padres también deben tener cuidado con humillarlos sin darse cuenta. “Miss, disculpe, Gabriel sí sabe ese tema. Anoche le pregunté, pero hoy está nervioso”, una intromisión que la psicoterapeuta Capellino califica como una falta de respeto y una forma de invasión.
Este tipo de diálogo también significa llegar a acuerdos. Una típica queja de los adultos es que sus hijos ahora pasan más tiempo con los aparatos tecnológicos. Patricia Capellino nos indica que “la situación en la que estamos nos lleva a realizar cambios sí o sí”. En ese sentido, al ser ese videojuego un nuevo formato de interacción, los padres necesitan ser más tolerantes, entenderlo, y dejar que sus niños jueguen un poco más. “No pretendemos aplicar el manual de hace un año a una situación totalmente diferente”, comenta la psicoterapeuta, haciendo referencia a la pregunta de ‘¿cuánto tiempo debe jugar mi hijo?’.
Sin embargo, este tiempo no puede ser excesivo, y aquí es cuando la creación de acuerdos toma sentido. Pactar una hora para restringir el uso de determinado aparato tecnológico, y que esto sea respetado, es lo recomendable. Especialmente en los más pequeños, donde la exposición a esta tecnología debe ser menor, ya que podría desarrollarse una dependencia nada saludable. El objetivo, al final del día, es que “se desconecten de su pantalla para que usen su imaginación, su fantasía, su creatividad, y que puedan hacer conexiones neuronales, desarrollando un montón de habilidades de acuerdo a su edad”, afirma De Barbieri. “Los padres deben crear estos pactos con los niños, pero son los adultos quienes ponen los límites”, agrega. Finalmente, los padres deben reconocer las emociones de sus pequeños. Cuando están en el colegio, son parte y se sienten dentro de un grupo. Con la educación virtual se pierde este sentido de pertenencia. Los papás son una gran ayuda para mantener ese contacto físico, pero los niños más grandes extrañan el juego con sus pares. Los adultos deben reconocer estas emociones, hablar de ellas y buscar soluciones en conjunto.