Hubo un tiempo en que las películas eran solo entretenimiento, una manera de escapar de la realidad. Pero hoy, muchas de ellas buscan ir más allá. Este tipo de cine no solo cuenta historias, sino que también nos invita a la reflexión, genera cambios y crea puentes. Es un cine que transforma, que toca el corazón y que deja una huella en quienes lo consumen.
Por: Michelle Hemmerde
Muyuna Fest es un festival que llega para darle voz a las diferentes culturas a través de sus propias historias. Este año, del 12 al 25 de mayo, se celebra en el barrio de Belén (Iquitos), conocido como la “Venecia Amazónica”. El festival presentará 46 películas provenientes de 12 países. Entre estos incluye a Perú, Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, México, Guatemala, Chile, Argentina, Venezuela, Paraguay y Panamá.
La gran mayoría fueron creadas de la mano de las comunidades, por medio de los talleres de producción comunitaria y laboratorios de guión. Estos se dictan durante la preproducción, los cuales buscan justamente empoderar a los pobladores locales para que sean ellos mismos quienes cuenten sus historias. La programación incluye más de 50 actividades, entre ellas talleres de cine comunitario, sonido, fotografía y un laboratorio audiovisual en una embarcación que recorrió el río Ucayali.
Un puente entre dos mundos
Este espacio nació gracias a un grupo de jóvenes cineastas, quienes en su primera edición, realizada en 2024, recibieron casi mil cortos y películas que proyectaron en distintas zonas de la ciudad. Lograron consolidarse como un lugar de encuentro y reflexión, donde el cine se convirtió en una herramienta para visibilizar las luchas y resistencias de los pueblos amazónicos. Así promovieron un diálogo intercultural y una defensa activa del territorio y la memoria colectiva.
El cine está cambiando la manera en que vemos el mundo. Muyuna Fest pone en el centro un tema fundamental en su edición 2025: el agua. Elemento esencial para la vida, simbólico en muchas cosmovisiones indígenas y protagonista de diversas películas. Además, van desde documentales que muestran la lucha por defender los ríos hasta ficciones que revelan el vínculo sagrado entre los pueblos y sus lagos. Esta edición nos recuerda que cuidar el agua es también proteger la vida y la cultura.
El séptimo arte no solo entretiene, también puede ser un motor para lograr un cambio social profundo, creando conciencia sobre problemáticas y realidades que muchas veces pasan desapercibidas. Cuando se desarrolla con honestidad y cuidado, puede transformar la manera en que vemos la vida, conectándonos con historias que nos llegan al corazón. Además, puede promover debates y reflexiones que nos inviten a actuar y mirar el mundo con esperanza y sensibilidad.
“Cuando llevé los primeros cursos de audiovisuales me di cuenta de que no era solamente hacer un video o algo que se vea bonito, sino que tenías la posibilidad de contar historias. Historias que puedan generar un cambio en las personas, que puedan transmitir mensajes de esperanza”, señala Lucinda Butrón, docente de la Universidad de Lima especializada en audiovisuales.
Esta reflexión nos recuerda que el mundo audiovisual tiene la capacidad de ir más allá, tocando fibras profundas en quienes lo ven. Contar historias desde distintas voces nos ha permitido derribar muros y entender que la verdad no es única, que hay muchas formas de vivir y de comprender el mundo. En ese encuentro nace una oportunidad para sanar heridas, celebrar nuestras diferencias y construir juntos un futuro donde cada cultura sea valorada. Es una invitación a abrirnos al otro y a descubrir que, a pesar de nuestras diferencias, compartimos un mismo propósito.
Cuando hablamos de representar una cultura, se trata principalmente de escuchar con el corazón lo que sienten y lo que creen. Por ello, es importante que quienes crean estas historias caminen junto a las comunidades, que respeten sus silencios y que valoren cada detalle que forma parte de su entorno.
El respeto es el punto de partida de todo diálogo intercultural. No basta con mostrar: hay que comprender y validar. “Si tú quieres vincularte con otra cultura, tienes que conocerla y respetar sus tradiciones, su lengua, su historia”, menciona Patricia Bobadilla, comunicadora social y docente de la Universidad de Lima.
Las películas tienen un valor emocional único: pueden tocar fibras que ni siquiera sabíamos que teníamos. “El cine permite que recordemos lo que la memoria sí nos hace olvidar. ¿Cómo tendríamos imágenes tan vívidas y tan reales de guerras que han pasado hace muchos años o de algo que ni siquiera está pasando ahora en nuestro país?”, señala Butrón. Y es allí, en esa emoción compartida, donde el cine se convierte en un verdadero puente entre dos mundos.
Construyendo caminos
Dar a conocer una cultura en el cine es un acto de respeto y amor por sus raíces. No es suficiente mostrar sus símbolos o tradiciones; es necesario honrar lo que esas prácticas representan para la comunidad, su identidad y memoria. Cuando una película logra captar esa esencia, se convierte en un tesoro que ayuda a preservar y cuidar la riqueza de una comunidad.
Construir un diálogo intercultural real va mucho más allá de intercambiar palabras, pues trata de abrir el corazón para comprender mundos distintos, donde el tiempo, el espacio y los valores se perciben de otra manera. “Es importante que el producto audiovisual sea cocreado con la comunidad para evitar la ridiculización de esta y generar un mensaje auténtico y respetuoso”, sostiene Bobadilla. Esto nos invita a dejar de lado los prejuicios y a abrazar la diversidad, reconociendo que cada cultura es única y valiosa a su manera.
El trabajo con comunidades originarias demanda compromiso, respeto y humildad, ya que es un proceso en el que la confianza se gana día a día, escuchando y aprendiendo. Este encuentro permite que sus integrantes se expresen con libertad y orgullo, convirtiendo al cine en un medio para compartir su realidad con el mundo. Butrón recalca que “el cine tiene la capacidad de retratar cómo son las sociedades y generar empatía, algo que hoy en día se necesita mucho”.
Estas historias fortalecen la identidad colectiva y fomentan el orgullo por las raíces propias, algo muy importante en un mundo globalizado que tiende a homogeneizar todo. El cine puede construir puentes reales que acerquen corazones y culturas, como también tiene el poder de proteger la memoria de las comunidades, protegiendo historias para las futuras generaciones. Cuando la comunidad es parte del proceso creativo, el resultado es un testimonio auténtico que refleja la diversidad y complejidad de su realidad.
En un mundo donde cada vez es más cambiante, las películas se convierten en lugares seguros que mantienen vivo el legado, asegurando que estas voces siguen presentes y sean escuchadas. Por lo tanto, es importante contar estas historias de la mano de las comunidades: no solo asegura un retrato fiel de su realidad, sino fortalece el sentido de pertenencia y empoderamiento de los pueblos.
Cine que transforma
El cine no solo refleja distintos escenarios, también provoca emociones, cambios y genera nuevas formas de ver el mundo. Tiene el poder de hacernos cuestionar lo que damos por hecho y abrirnos a lo desconocido. En cada historia hay una posibilidad de transformación, tanto para quien la cuenta como para quien la recibe.
En este tipo de cine social y reflexivo, la audiencia no es un espectador pasivo, sino parte de la película. La relación entre el público y el creador se vuelve más cercana cuando la historia busca tocar el corazón. Se rompe la barrera de la pantalla para crear una conversación profunda, dejando una huella que puede durar días, años o toda una vida. La experiencia de ver una película no termina cuando aparecen los créditos: es solo el inicio.
Estas películas nos empujan a salir de la indiferencia. Nos muestran que cada decisión que tomamos importa, y que nuestras acciones pueden cambiar el mundo. Ver la esperanza o la alegría de otros en la pantalla puede motivarnos a ser parte del cambio. No solo vemos la realidad o la historia del momento, sino también cómo se cuenta y cómo va cambiando con el tiempo. La cultura tiene un rol muy importante en la manera en que se crean las películas. Influye tanto en el guionista y director como en la audiencia.
Pero también es interesante cómo el espectador recibe esa obra según la cultura en la que se encuentra. “Por ejemplo, una película sobre la Guerra de Vietnam puede ser percibida de manera muy distinta por alguien que vive o está vinculado a esa realidad, en comparación con quien no lo está”, menciona Butrón.
Además, el cine puede ser un espacio de entendimiento entre culturas, siempre y cuando se realice de la manera correcta. “Cuando no conoces una cultura ni trabajas con las personas que realmente son parte de ella, terminas ridiculizándolo. Por eso es importante crear los contenidos, validar lo que se está contando y respetar a la comunidad desde adentro”, comenta Bobadilla al respecto.
Un cine que transforma no puede construirse solamente desde la mirada externa. Necesita nutrirse del diálogo, de la participación, de las historias que nacen desde adentro. Solo así se pueden contar historias verdaderamente representativas para que, cuando una persona salga del cine, sienta que algo cambió dentro de ella, que una escena le hizo pensar en alguien, en sí misma o en lo que quiere transformar. Solo de esta manera, el cine habrá cumplido su propósito.