BOULEVARD K-POP

Foto: Romina Robertson Rondón
Foto: Romina Robertson Rondón

Bajo el cielo limeño, entre las avenidas Arequipa e Inca Garcilaso de la Vega, se encuentra un escenario vibrante de pasión kpopera: Alameda 28 de Julio. Los encuentros semanales entre fanáticos transforman la rutina urbana de la capital en una experiencia vibrante y comunitaria.

Por Romina Robertson Rondón

Los rayos de sol dejaban en evidencia la mañana de verano, mientras caminaba con nerviosismo tratando de localizar la famosa Alameda K-pop. Había escuchado maravillas del lugar y como fan longeva del género, tenía que comprobarlo. Sinceramente, sonaba muy bueno para ser verdad.

El luminoso panel publicitario ubicado entre el cruce de las avenidas 28 de Julio y Salaverry, me sirvió como un faro confirmando que finalmente había llegado a mi destino. En mi asombro, me quedé pasmada observando todos los cambios que hacía. Sin querer me terminé enterando del nuevo álbum de ATEEZ, el cumpleaños de un ‘idol’ que no conocía y que un ‘ship’ llamado Kaisoo tenía un día de celebración internacional.

El semáforo se pintó de rojo y con gran curiosidad crucé, adentrándome en Alameda. Casi de inmediato, una sensación similar a un primer día de clases me inundó. Donde el nerviosismo me hacía dudar hasta de mis capacidades de socialización. No sabía a lo que me iba a enfrentar y las expectativas eran altas.

El mar de personas era imposible de ignorar, los espacios para caminar eran limitados y el calor humano era agotador. Para este momento, casi era mediodía y cada paso que daba me hacía más consciente de los 25 grados de temperatura.

Capaz fue mi error pensar que reinaría el orden y los espacios medianamente delimitados. La realidad es que casi ninguna parte de la capital se libra de la informalidad y Alameda no es la excepción. Aquí un ‘stand armado’ se traduce a un mantel colocado en la acera, acompañado por una persona exhibiendo sus productos al primer postor.

Comida al paso

Un aroma peculiar se coló en mis sentidos y emprendí un viaje temporal que me transportó una década atrás, cuando deambulaba por Arenales en la búsqueda obsesiva del último álbum de Super Junior. “¿Cuánto por el Kimbap?” Fue inevitable girar.

Un hombre de unos 40 años sostenía un taper grande, ofreciendo tales delicias de arroz rellenas de salchicha o carne picante desde 6 soles. Una niña le entregaba un billete mientras recibía dos Kimbaps envueltos en papel aluminio. ¿Uno de los emblemas gastronómicos de Corea del Sur en pleno Cercado de Lima? No podía creerlo.

Sin ir más lejos, los vendedores ambulantes parecían multiplicarse. Ofreciendo una amplia cartera de opciones para todo aquel que cruce el lugar: corn dogs, gaseosas de leche, palitos de camote o cafés temáticos de ‘BTS’ se alzaban como los productos estrella.

Me detuve frente a una señora mayor, Regina, cuyo nombre descubriría más tarde. Junto a su hijo, venden en Alameda hace más de 2 años. Mientras me dejaba atrapar por la oferta de 2 paquetes de ‘Pepero’ a 10 soles, noté un ligero aumento en la bulla del lugar. “¡Aléjense! ¡Hagan espacio! ¿No ven que puede ocurrir un accidente?”

La presencia de fiscalización sumaba al ambiente una tensión que hasta entonces era inexistente. Una dupla de oficiales caminaba efusivamente y ordenaba a todos que se apartaran para facilitar el tránsito. “No entiendo por qué no nos dejan trabajar tranquilos. Aquí nos conocemos entre todos y no le hacemos daño a nadie”. Regina se quejaba mientras contaba el cambio con resignación.  

Su hijo se unía a la conversación, denotando una gran molestia. Entendí que la situación entre los vendedores y fiscalizadores es como lanzar una moneda al aire: todo es cuestión de suerte. ¿Cara? es un ‘buen día’ y solo te llaman la atención. ¿Sello? para la desdicha de los que estén esa tarde, los fiscalizadores comienzan a confiscar mercadería sin excepciones. Felizmente llegué en un ‘buen día’.

Mercado fanático

Con mis compras en mano, continué explorando el camino trazado por los puestos que adornan la Alameda. Estos improvisados rincones desplegaban desde álbumes oficiales y llaveros, hasta photocards y figuras de cartón a tamaño real de los íconos más destacados en el universo del K-pop.

Si bien el foco principal es la cultura coreana, el ingenio peruano jamás se queda atrás. Artículos ‘fanmade’ como réplicas de DNIs con los nombres de los ‘idols’ o photocards de ellos utilizando la banda presidencial aparecían como fruto de la fusión entre ambas culturas. Los aficionados no podían evitar soltar risas ante estas ingeniosas creaciones, celebrando la creatividad sin límites de los vendedores.

La diversidad generacional que se congrega en torno a los puestos revela que, a diferencia de lo que comúnmente se piensa, el fandom del K-pop no conoce límites de edad. Desde niñas acompañadas por sus padres hasta grupos de adolescentes compartiendo las photocards que acaban de adquirir, o madres que continuaban su pasión de años por el pop coreano ahora compartiéndolo con sus hijas.

Persistí con mi exploración y me topé con lo común: posters, stickers, libretas… hasta que un mantel lleno de objetos arcoíris captó mi atención. Entre preguntas y miradas asombradas, descubrí que estos peluches de cabellos coloridos y caras curiosas respondían al nombre de ‘Dolls’. Su estilo caricaturesco busca representar a los idols, y suelen ser exhibidos a la venta sin ropa o accesorios, significando el adquirir uno un compromiso a gastar más para poder personalizarlo.

El abanico de precios en Alameda abre las puertas para que cualquiera que la visite pueda encontrar productos que se ajusten a su bolsillo, llevando consigo un pedazo de la cultura kpoper. Comenzando por los stickers y llaveros desde 5 soles o ‘dolls’ que bordean los 30 soles, hasta mercadería oficial como álbumes que pueden pasar los 300 soles.

Un sentimiento de comunidad

En un intento de ‘matar el tiempo’ y vencida por el agotamiento, me senté a observar a quienes me rodeaban. Luego de unos minutos, llegué a la conclusión que las photocards son parte de los pilares fundamentales en la dinámica de Alameda.

La gran mayoría de las personas llevaba consigo en sus bolsos o mochilas una photocard de su artista favorito. Resulta increíble como una simple selfie de un ‘idol’ puede convertirse en un símbolo de admiración, representación e identificación entre fandoms.

Los modestos jardines de la Alameda asumen un rol crucial para la interacción, donde los fanáticos suelen conversar y compartir con orgullo e ilusión sus colecciones de photocards. No parece ser necesario conocer a alguien para participar, pues fui testigo de cómo personas se acercaban tímidamente a grupos ya establecidos y eran recibidas con brazos abiertos. Todos unidos no solo por la pasión al pop coreano, sino también por el fanatismo compartido hacia un mismo artista o grupo.

A golpe de las 3 de la tarde, escuché música proveniente del otro lado de la Alameda. De vuelta en la aventura, encontré personas dedicándose a bailar distintas coreografías de grupos surcoreanos. Haciendo honor a su nombre, los ‘Random Dance’ son iniciados por grupos de fanáticos y suelen ser espontáneos. Tan solo es necesario un parlante, entusiasmo y muchas ganas de bailar.

Transcurrían los minutos y con ellos aumentaban los curiosos que se acercaban a observar a los danzantes, formando un perímetro alrededor de ellos. No pude evitar notar ciertas similitudes en su forma de vestir: abundaban las camisas de leñador, las mallas de rejilla y los tonos sobrios. Casi que parecía un uniforme sobreentendido entre los asistentes. Los cabellos con tonos rojizos o mechas coloridas, perforaciones y joyerías de cadenas, también eran un factor común.

En un giro inesperado, fiscalización vuelve a hacer una aparición. Mientras un grupo de chicos se movía al compás de ‘Gods Menu’, dos oficiales caminaban entre los asistentes lanzando expresiones hostiles. Uno exigía la reubicación de las personas para “agilizar el paso”, mientras que el otro exclamaba con molestia: “¡Señores agarren bien sus pertenencias, luego se están lamentando! ¡Hagan espacio!”.

No todo es color de rosa, hasta un lugar tan entusiasta como Alameda es víctima de los actos deshonestos. Detrás de los oficiales se encontraba una adolescente, quien reclamaba con nerviosismo que la ayuden a encontrar su celular. No pude evitar sostener el mío con fuerza y aferrarme a mi mochila como si mi vida dependiera de ello, finalmente me alejé del grupo.

Fanatismo en constante evolución

¿Cuál es la clave de tal devoción? Ariana, Jennyfer y Karen, miembros del fanclub peruano de Stray Kids, resuelven el misterio: la cercanía de los ‘idols’ y sus muestras de agradecimiento hacia la fanaticada. La convivencia con los fans encabeza la lista de prioridades, creando conexiones que desafían cualquier distancia.

Un panorama completamente distinto se vivía hace una década, cuando expresar la pasión por el K-pop implicaba un proceso arduo: los álbumes y photocards eran limitados y sus precios se elevaban por los cielos.

Recuerdo claramente mi primera experiencia adquiriendo un álbum, un proceso que se hacía eterno entre anticipos y nacionalizaciones del producto, hasta finalmente tenerlo en mis manos meses después.

En aquel entonces, para las fans acérrimas la existencia de un ambiente como Alameda no era más que un sueño. Los fanclubs en la capital escaseaban y se limitaban a ‘dance covers’ o pequeñas actividades anuales.

Actualmente, esta comunidad se expande como espuma. Más consolidada que nunca, ha incorporado elementos del K-pop de manera tan arraigada que se ha vuelto parte esencial de su día a día. Las photocards cuelgan orgullosamente de las mochilas, el baile aparece como modo de expresión y la adopción de corrientes de moda coreana permite a los fanáticos gritar su fanatismo a los 4 vientos.

Alameda emerge como el hogar indiscutible de la comunidad k-pop limeña, donde la autenticidad y la expresión no conocen barreras. A través del arte, la moda y la danza, los denominados ‘kpopers’ comparten momentos inigualables y forjan lazos genuinos gracias a su pasión por el pop coreano.

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