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¿El orden afecta el producto?: el dilema de la libre elección de apellidos

El nombre familiar que hereda un niño es parte fundamental de la formación de su identidad. Ante esto nos preguntamos: ¿Llevar un apellido con el que no se tiene relación alguna puede llegar a afectar la identidad de una persona? Conversamos con el psicólogo Luis Torreblanca para profundizar más en el tema.

Por: María Fernanda Simborth

“¿Cómo te llamas?”. Es la primera pregunta que hacemos al conocer a alguien.  Como una carta de presentación ante los demás, nuestro nombre y apellido habla sobre cada uno, revela nuestra procedencia e, incluso, alude a la sociedad en la que vivimos y nos desenvolvemos. A pesar de ser un elemento primordial de la identidad, la importancia de este sello personal suele pasar desapercibido. En nuestro país, el cambio de orden en ellos ha despertado polémica en las últimas semanas. Si se va a designar la seña de identidad más básica de una persona, ¿sus padres deberían poder decidir si va primero el apellido materno o paterno? ¿Qué sucede en los casos en los que la madre cría sola al hijo, ya sea por muerte, separación o abandono de la pareja? Las cifras en nuestro país de madres que, por diversas circunstancias no cuentan con la presencia del padre de sus hijos en la crianza es alta, representando el 34.8% según datos del Instituto Nacional de Estadística e Informática de mayo del presente año.

El caso

La demanda interpuesta por Marcelina Rudas Valer y su hija Jhojana Rudas Guedes, tras la negativa de la RENIEC a emitir su DNI con el apellido materno primero, llegó hasta el Tribunal Constitucional. Este exhortó, a finales de junio, a que se modificara el artículo nº 20 de la Constitución, con el fin de aclarar la posibilidad de la elección del orden de los apellidos. De esta manera, su decisión trajo consigo la esperanza de cambiar una rigurosa disposición a la hora de nombrar a una persona que no responde a las necesidades actuales de nuestra sociedad, sino a sus costumbres. Pero, tras su devolución a la Comisión de la Mujer y Familia, y a la de Justicia y Derechos Humanos para un mayor análisis, se generó gran revuelo entre la población. De las diferentes interpretaciones, se transmitió a su vez el mensaje de que el hombre posee mayor jerarquía familia que la mujer.  Comenzaron a surgir preguntas, por ejemplo, si llevar el apellido paterno por obligación tiene repercusión alguna en la identidad de la persona.

En efecto, cada uno busca diferenciarse del resto, en un proceso que inicia con la designación de sus nombres y apellidos y que afecta el resto de su vida. Para conocer más sobre el impacto que puede ocasionar en la identidad del individuo llevar consigo un apellido con el que no tiene relación diaria, Nexos conversó con el psicólogo especialista en niños y adolescentes, Luis Torreblanca Barra.

Sentido de pertenencia

Cada uno de nosotros pertenece a un núcleo familiar, crecemos en este y nos nutrimos de sus valores; los rechazamos o aceptamos. Este rasgo inherente, como el concepto de parentesco, puede perderse según diferentes acontecimientos ocurridos en la vida de la persona. Sin embargo, esto no significa que no cuente con seres cercanos en los que se apoye. En la realidad peruana, es frecuente que el sentido de pertenencia por el lado paterno sea nulo.

Al respecto, Torreblanca señala que “cuando uno no tiene relación con la familia del padre, entonces se crea un concepto propio de lo que significa, en este caso, el apellido del mismo; depende de la participación que se tenga con la familia”.  La elección de uno de los apellidos, sea materno o paterno, constituye, a su vez, un tributo hacia las madres, padres o familiares que tuvieron el rol de sacarlos adelante, ya que se les reconoce como quienes estuvieron incondicionalmente a su lado. Además, como indica el psicólogo, cada uno se identifica con el apellido con el que más cercanía tenga y, de acuerdo a los rasgos que los caracteriza (tales como ser amables, diligentes, respetuosos), se relaciona con ellos.

“El efecto que puede tener la presencia paterna y el deseo de llevar su apellido o no es por etapas: al niño suele no afectarle, al adolescente sí, y el adulto no le toma gran importancia, pues ya tiene sus constructos formados y se enfoca en el trabajo y su posicionamiento en la sociedad.  No obstante, sí se condiciona el auto concepto de la persona, además, influye cómo ha sido formado, pues puede tener una autoestima baja durante la adolescencia por el factor histórico. Cómo es vivida la infancia constituye la base de las decisiones que se tomarán respecto a este ámbito en la adolescencia”, señala Torreblanca.

Los adolescentes también pueden opinar

La Corte Interamericana señala que el nombre, como atributo de la personalidad, debe ser de libre elección y modificación. Ante ello, se pide también la posibilidad de que la persona, al cumplir la mayoría de edad y tramitar su nuevo DNI, pueda elegir, en las mismas condiciones, cómo quiere llevar su nombre. Al respecto, quisimos conocer si los adolescentes pueden emitir una opinión fundamentada sobre este ámbito elemental de su identidad. “Durante esta etapa, hay una tendencia a cambiar los apellidos, por ejemplo, en redes sociales. Vemos que se les abrevia con la inicial y un punto. Cuando la madre habla mal del padre o viceversa, sucede lo que se conoce como alienación parental, lo que influye en la percepción del hijo sobre sus padres y puede derivar en sentimientos como el rencor”, explica el psicólogo.

Por otro lado, Torreblanca menciona que otro factor que determina si un adolescente desea adoptar un apellido o no es el contexto sociocultural en el que nos desenvolvemos. La realidad peruana nos sumerge en la discriminación que es visible, entre muchas de sus formas, a la hora de designar a una persona. Así, resulta un apellido europeo o anglosajón más atractivo y mejor percibido que uno andino. La aceptación que busca incesantemente la persona puede derivar en la preferencia de un apellido u otro. Es, también, un tema de gusto que termina dependiendo de cada uno.

Ejemplos del mundo

En el año 2004, Francia sacó una ley en la que las madres pasaban a poseer el derecho de colocar su apellido en el nombre de sus hijos, algo que no era permitido por la misma tradición de perdurar el linaje paterno. Desde entonces, ambos padres tienen la potestad de elegir, bajo libre acuerdo, qué apellidos llevarán sus descendientes y el orden de los mismos. Algo parecido sucedió en el país italiano, marcado también por el arraigo de las costumbres de antaño. Luego de varias voces que reclamaron la desigualdad de la mujer ante este escenario, se propuso el uso de ambos apellidos y la libre elección de su orden. Otro caso curioso es el de Suecia, país en el que, si no se llega a un acuerdo entre los progenitores, se registra al menor con el apellido de su madre.

Las iniciativas y transformaciones sociales que experimenta la cultura peruana presentan gran repercusión en la determinación de la identidad personal y social del individuo. La tradición de imponer un apellido se concibe por muchos como contrario a la igualdad. La libertad individual de identidad es una realidad que evoluciona, en pensamiento y acción alrededor del mundo, rompiendo consigo esquemas tradicionales para defender ideales que respalden la integridad de la persona, su derecho a libre elección de su identidad, la igualdad y no discriminación. Nuestro país va, progresivamente, camino a ello.

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