La campaña electoral forjó una fábrica de fake news que fueron alimentando la posverdad, polarizando a la sociedad peruana y dinamitando las instituciones democráticas. Nexos conversó con el politólogo Fernando Tuesta y con la periodista Ariana Lira para analizar el año electoral y los peligros sembrados para el futuro.
Han pasado nueve meses desde que los peruanos engendramos un destino político volátil y hostil para nuestra democracia. En sus primeros tres meses, aquella creación terminó por consumir los débiles lazos que nos unían como nación. Ambos lados de la riña política desataron campañas de combate, con peones de guerra que cargaban banderas llenas de fanatismo, disparando odio y mentiras. Nexos conversó con el politólogo Fernando Tuesta, profesor de Ciencias Políticas de la PUCP, y con Ariana Lira, periodista de política y coautora de Sra. K y Minicandidatos, para analizar lo que ha sido este año político, así como sus sucesos más preocupantes para el futuro de nuestra sociedad.
Una elección llena de mentiras
Definir un año político en el Perú no es tarea fácil. El último periodo, por ejemplo, terminó pasando por cuatro presidentes y dos congresos, con una interminable lista de ministros barajados y cargando la constante angustia de vivir otra fase de vacancia presidencial. Sin embargo, este último proceso electoral ha sabido cuestionar aún más nuestras vagas cualidades como electores demócratas. “Ha sido un año que ha desnudado los peores males de la sociedad peruana en todos los sentidos posibles”, comenta Lira, retratando la polarización que ha gobernado al país, desatada por la forma como se manejaron las campañas desde ambos lados.
“Algo muy importante que ha marcado esta campaña y está debilitando la democracia fue la cantidad de propaganda y de fake news que hemos visto”, explica la periodista. Para Lira, la forma como se ha alimentado la desinformación a lo largo del proceso es una de las consecuencias más graves que ha dejado este proceso político para la sociedad peruana. “La posverdad ha sido el mayor signo de la elección”, detalla Tuesta. “Mucha gente tenía una creencia y contra las creencias es muy difícil de actuar”, añade el politólogo.
Previo a la primera vuelta, diferentes actores políticos fueron instaurando narrativas de fraude y manipulación del proceso, sin prueba alguna. Sin embargo, estas técnicas de desinformación no fueron únicas en el Perú, sino que ya venían dándose en diferentes procesos electorales en diferentes países, desde hace varios años. No eran más que mitos que se repetían con el eco de los discursos populistas extremistas en múltiples naciones. “Antes de las elecciones uno podía leer declaraciones de candidatos que se inclinaban a no aceptar los resultados. Es una corriente a nivel internacional, Donald Trump lo hizo en Estados Unidos, Jair Bolsonaro está hablando de lo mismo en Brasil”, comenta Tuesta.
Esto tomó aún mayor viada durante la segunda vuelta, donde se dinamitó por completo la credibilidad de las entidades electorales, las cuales siempre habían contado con el respaldo ciudadano en los ratings de confianza. El estudio de IPSOS, realizado el 2017, detalló que el 56% de la población confiaba en el Jurado Nacional de Elecciones (JNE), el 62% en la Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE) y el 83% en el Registro Nacional de Identificación y Estado Civil (RENIEC). Sin embargo, la segunda vuelta, entre Pedro Castillo y Keiko Fujimori, posicionó a todos en contra de estas instituciones, guiándose por la desinformación desatada por Perú Libre, Fuerza Popular y los otros partidos y líderes restantes que tomaron posición en algún bando.
“Esto ha sido quizás lo más impactante en términos de las instituciones democráticas en los últimos 20 años”, señala Tuesta. “Las entidades electorales han sido duramente golpeadas en esta campaña, fruto precisamente la posverdad, de la propaganda. Son mentiras que se instauran de manera intencional”, detalla Lira, quien añade que este manejo de la desinformación “es el primer ingrediente para la receta del desastre. Nos encontramos en un momento de mucha debilidad democrática, ya pasamos el punto de no retorno”.
Parte de la culpa también recae en la prensa, la cual aceptó sin mayor resistencia este juego de mentiras y alimentó la posverdad y la duda de la sociedad peruana. “Ya no importa la verdad, sino aquello que reafirma mi visión tribal. Eso es para mí lo más dañino para la democracia. Para mí ha sido muy triste el comportamiento de gran parte de la prensa durante la campaña, me parece que ha ayudado mucho a que este fenómeno de la posverdad se instaure en el país”, detalla Lira. “El nivel de falta de calidad y de parcialidad de la prensa fue tremenda”, señala Tuesta.
El enemigo único
La segunda vuelta dividió al país y hasta ahora encontramos la hostilidad de la polarización de nuestra sociedad. Sin embargo, los votos sumados de Pedro Castillo y Keiko Fujimori en la primera contienda no sumaron ni el 33% de la población, ni un tercio. La mayoría de peruanos no votó por ninguno de los dos líderes políticos que pasaron a la siguiente etapa. Aun así, la desinformación utilizada durante el resto de la campaña afiló los cuchillos de los dos grandes bandos que se construyeron en el imaginario nacional. “Hubo una riña entre el antifujimorismo y el anticomunismo, lo que sea que eso supuestamente representaba en el imaginario de la gente”, explica Lira.
“El final de la campaña de la segunda vuelta se redujo a la gran disyuntiva de o lanzarnos al abismo del comunismo, que era algo que proponía la derecha, o lanzarnos a la dictadura fujimorista, que era lo que proponía la izquierda” señala Lira, quien además añade que el nivel de polarización actual “lo único que puede generar es que tengamos más tolerancia a un régimen populista, que no respete el estado del derecho”, como ya ha pasado en otros países. Pero lo cierto es que “la sociedad peruana en general es bastante tolerante con el quiebre del estado de derecho”, según explica la periodista.
De hecho, Tuesta considera que uno de los hitos más devastadores que ha dejado este año político “es el convencimiento de que la vacancia presidencial es un instrumento de control político, cuando no lo es”. Si bien estos son rezagos de la gran crisis política que cargamos desde hace décadas, a la cual se le suma la crisis de representatividad y la de partidos políticos, mucho también se debe a la narrativa de posverdad a la que se han sujeto ambos bandos. “Nos hemos vuelto aún más dispuestos a no tolerar las reglas del juego con tal de eliminar a nuestro enemigo político. Todo vale en ese juego”, añade Lira.
Es por este enrollo de ataques entre el Ejecutivo y el Legislativo que se genera una pantalla paralela, la misma que no permite concentrar la atención en el cuestionable gobierno del presidente Castillo. “Lamentablemente, tenemos una oposición tan bruta, con tan poca táctica, que están de cierta forma impidiéndonos ver lo que está ocurriendo realmente. Eso hace que nos olvidemos de las atrocidades que están ocurriendo en el gobierno cuando lo que está sucediendo es realmente preocupante”, enfatiza Lira.
Un futuro sin camino
Ambos analistas concuerdan en que el mayor hito que ha sido marcado durante este año político es el uso de la mentira y la desinformación como herramienta de campaña, sin mayor reparo por parte de sus difusores. Esto ha llevado a que la sociedad peruana se encuentre entre dos bandos liderados por dos tendencias políticas que no representan el sentir mayoritario. Tanto el partido de gobierno como la oposición han demostrado su lejanía con la realidad, así como su incapacidad de gobernar, dinamitando aún más la poca confianza ciudadana hacia la política en el país.
Sin embargo, todo esto no es más que un precedente que tendrá un impacto definitivo en las próximas elecciones regionales y municipales. “El próximo proceso electoral podría tener esta misma configuración y eso es un problema”, detalla Tuesta. Para Lira, la forma como se ha implantado una narrativa para cuestionar a las entidades electorales “es muy grave porque se va a quedar ahí y en las próximas elecciones se las va a volver a señalar” como parte de la campaña de desprestigio. A esto se le suma el deterioro de las instituciones a raíz de la asignación de personas poco calificadas en puestos clave, “algo que se está normalizando para muchas personas”, agrega Lira.
Envueltos en mentiras, manipulados por el odio y adictos a la posverdad, el Perú se perfila para regalar, una vez más, su democracia a la tiranía populista. Como mencionó Tuesta, recordando a Eduardo Dargent, “somos demócratas precarios, demócratas cuando nos conviene”.