De la tribuna a las trincheras

El partido de la Copa Sudamericana entre Independiente y la U de Chile trajo consigo un capítulo más de violencia en las canchas de fútbol. ¿Cuál es el origen de este fenómeno y cómo se ha combatido en otros países?

Por Igor García y Matias Illescas

El 20 de agosto de 2025, la CONMEBOL suspendió el duelo de vuelta de los octavos de final entre Independiente y la U. de Chile en Argentina, luego de que las tribunas se transformaran en una batalla campal. En el segundo tiempo, los hinchas locales irrumpieron en la zona visitante y atacaron a los chilenos, quienes previamente habían lanzado proyectiles a los argentinos.

Según ESPN, la trágica situación terminó con dos heridos graves, más de diez lesionados leves y alrededor de 300 detenidos, marcando un nuevo episodio de violencia que sigue empañando al deporte rey. La última gran tragedia en un estadio provocada por un enfrentamiento entre hinchas ocurrió en 2022 en México, durante un partido por la Liga MX entre Querétaro y Atlas, donde murieron más de 15 personas.

Estos hechos recuerdan que la violencia en el fútbol es más común de lo que parece. A día de hoy, incluso en países europeos, es frecuente escuchar insultos, sean de carácter racista, ideológico o demográfico, por lo que la brutalidad no se limita en lo físico. Sin embargo, ¿por qué el fútbol está rodeado de ella?

Hooligans

La violencia en las tribunas no es un fenómeno reciente. Algunos estudios afirman que el problema se originó en la década de 1880 en Europa. En Inglaterra, el Preston había derrotado al Aston Villa por 5 a 0 en un partido amistoso en 1885. Los hinchas del equipo perdedor se enfurecieron y atacaron a los fanáticos de la otra escuadra, lanzando piedras y golpeándose directamente. Esto se convirtió en el primer caso documentado de lo que posteriormente se conoció como un enfrentamiento entre “hooligans”.

Eso continuó expandiéndose durante los años, causando una gran cantidad de tragedias y escenarios alarmantes. Durante la final de la Copa de Europa de 1985, protagonizada por el Liverpool y la Juventus, un grupo de hinchas del club inglés cargaron en contra de los italianos.

El golpe provocó la caída de una de las paredes del estadio, dejando muchos espectadores heridos y 39 fallecidos. En 1989, hubo otra tragedia en Hillsborough, entre hinchas del Liverpool y el Nottingham Forest, hecho que ocasionó 97 muertes por aplastamiento.

Casos como estos se han registrado en todo el mundo, generando grandes problemas y preocupaciones para los países involucrados. En el caso del Reino Unido, atacaron el problema con una serie de medidas dictadas por el Football Spectators Act (Ley de los espectadores de fútbol) de 1989, bajo el mando de Margaret Thatcher.

La ley incluía desde prohibiciones de hinchas a estadios hasta la creación de un “gabinete de guerra” contra la violencia futbolística. Esa fue una de las medidas que ayudó a reducir -y casi extinguir- el problema de los hooligans en Reino Unido. 

El fenómeno pasó a difundirse por el resto del mundo. En algunos países se les conoce como ultras; en Sudamérica, como barras bravas, y es que en Perú la situación no ha sido muy diferente. En 1991, un grupo de hinchas de Universitario quemó un bus de Sporting Cristal con jugadores dentro.

En 2011, Walter Oyarce, hincha de Alianza Lima, fue arrojado de un palco del Estadio Monumental por barristas de Universitario, y en 2022, un hincha de la “U” fue asesinado en una pelea. Casos como estos ocurren casi anualmente en el país y en el continente americano.

En estos contextos, el fútbol pasa de ser un espectáculo recreativo a un ambiente similar al de una guerra, dividido por bandos y donde predomina la violencia sobre las ideas contrarias. Los hinchas pasan de apoyar a sus equipos a rechazar y minimizar a los rivales. El origen de estos conflictos, sin embargo, va más allá de las canchas.

Un problema fuera de las canchas

Existen muchos factores que influyen en la construcción de estas “barras bravas”, sobre todo psicológicos, sociales y culturales que pueden verse potenciados por contextos de desigualdad y violencia urbana, donde el fútbol se convierte en un escenario para canalizar frustraciones y reforzar vínculos colectivos. 

Las barras nacen bajo la idea del sentido de pertenencia a un grupo. En esa línea, funcionan también como un espacio para descargar emociones. Para el psicólogo Guber García, el problema radica en que esas situaciones son también consideradas como “espacios de impunidad”. “Muchas veces se acepta de todo ahí, y creo que es un error. No tiene que haber ese espacio de impunidad, porque si agredes a alguien, tienes que ser penalizado, pero como hay una cultura del hincha, a nivel mundial, donde todo se acepta, se dice ‘bueno, esto es parte del fútbol’”, señala el experto.

Además de lo anterior, los hinchas se ven influenciados por el comportamiento del colectivo. “Ante una gran cantidad de personas que incitan a ciertas conductas, uno también quiere repetirlas”, explica el psicólogo. Esto, sumado a la idea de impunidad, genera en el hincha la posibilidad de actuar de una forma diferente a como lo haría en otros contextos. Es así como la persona se “desindividualiza” para cometer actos atroces como agredir a otros hinchas.

Carlos Bejarano, periodista, sociólogo y docente de la Universidad de Lima, considera que existe también un factor social que influye al respecto. “La barra te transforma, es una personalidad grupal que se apodera de las individualidades”, sostiene. Para él, el problema radica en las condiciones sociales en las que se forma el grupo, así como el contexto socioeconómico del país en el que están.

“Normalmente, la gente que integra este grupo de hinchas ultras o barras bravas, por lo que se ha estudiado, son personas que tienen problemas de familia. Familias desestructuradas, normalmente sectores bajos”, comenta el especialista. Las condiciones de vida, falta de acceso a la educación, trabajos precarios, según explica, dan pie a que el hincha encuentre en la hinchada un grupo como el que la sociedad y sus condiciones de vida no le permiten tener.

El problema, por lo tanto, concierne a los gobiernos y a las entidades estatales que no son capaces de garantizar condiciones aptas para todos sus ciudadanos. En Sudamérica, los contextos socioeconómicos son muy complicados, como en el caso de Argentina o Perú, que son países con gran presencia de violencia en los estadios.

Estos problemas vuelven propensa la situación para que los barristas actúen de manera agresiva o iracunda. “Si se ha quedado mucha gente sin ayuda social, seguramente cuando en la cancha tengan que decir algo lo van a hacer con mucha más violencia que en cualquier otra circunstancia”, comenta Bejarano.

La erradicación de esta problemática, entonces, depende de muchas entidades y factores, pero existen casos en los que se han tomado medidas que han logrado controlar la situación.

Si no se elimina, se reduce

En Reino Unido la violencia en los estadios comenzó a controlarse a raíz de las normativas impulsadas durante el gobierno de Margaret Thatcher, tras el famoso Informe Taylor, elaborado luego de la tragedia de Hillsborough en 1989. Dicho documento recomendaba medidas estrictas para mejorar la seguridad en el fútbol que, posteriormente, influiría en toda Europa.

“Se establecieron restricciones más severas para el ingreso a los estadios. Una de las más notorias fue el incremento en el precio de las entradas. Con ello, se limitó la presencia de los grupos más violentos y se buscó un público distinto, lo que permitió un mayor control”, recalca Bejarano.

Estas medidas, junto con la implementación de asientos numerados, sistemas de videovigilancia y sanciones más duras contra los infractores, marcaron un antes y un después en la forma en que se vivía el fútbol en el continente. Aunque la violencia no desapareció por completo, se logró reducir drásticamente su impacto dentro de los recintos deportivos.

El fútbol europeo también experimentó una transformación económica que incidió en la seguridad. La llegada de nuevos inversionistas y la profesionalización del espectáculo obligaron a los clubes a proteger su producto: estadios más seguros significaban más familias comprando entradas y más patrocinadores dispuestos a invertir. Así, la presión comercial se convirtió en un motor adicional para garantizar que la violencia no siguiera marcando la experiencia en los recintos deportivos.

Sin embargo, para García, el verdadero reto no está solo en la seguridad, sino en transformar la manera en que se concibe el juego. A su juicio, el fútbol debe ser visto como un espacio de superación mutua y no como un campo de batalla entre enemigos. “El deporte debería generar una cultura de agradecimiento, no de confrontación. El rival no es un enemigo, es quien te permite mejorar. Sin el otro, no habría victoria”, sostiene.

El cambio exige educación sostenida y el ejemplo de los clubes, llamados a transmitir valores de respeto y convivencia más allá de los resultados. Las sanciones y filtros de ingreso contienen la violencia, pero no la erradican. Solo cuando el fútbol se viva como un espacio de disfrute colectivo y no como un campo de batalla, se podrá hablar de estadios verdaderamente seguros.

El reto es formar nuevas generaciones de hinchas que vean en el deporte un lugar de encuentro y no de confrontación, ya que, como expresa Bejarano, “el fútbol también es un reflejo de la sociedad en crisis que tenemos”.

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