El equilibrio de los mares se ve seriamente afectado por las acciones de la raza humana. Lo que ocurre bajo la superficie impacta de forma directa en el clima, la economía y la seguridad alimentaria del mundo. Entender cómo llegamos hasta este punto de quiebre es clave para imaginar un futuro donde el mar aún pueda sostener la vida.
Por Luciana La Torre y Michelle Hemmerde
El océano ha dejado de ser ese refugio azul que admiramos desde la orilla. Hoy, está al límite. Entre el alza de la temperatura del agua y la desaparición de especies clave para el equilibrio ecológico del mar, los signos de colapso son claros. Impulsado por décadas de explotación desmedida y políticas que no llegan a tiempo, el deterioro marino avanza sin freno mientras los ecosistemas submarinos se desvanecen ante nuestros ojos.
Lo que alguna vez fue símbolo de vida, hoy se ha convertido en un frente invisible donde se libra una batalla silenciosa que la humanidad está perdiendo sin siquiera dar pelea. ¿Qué está provocando este colapso silencioso y qué consecuencias podría tener para nosotros?
Cuando el mar se queda sin aliento
El mar no es solo un paisaje bonito o nuestro lugar favorito en verano. Es el corazón del planeta: regula el clima, produce más del 50% del oxígeno que respiramos y alimenta a millones de personas en todo el mundo. Pero algo está pasando: se está calentando, perdiendo oxígeno y alterando su equilibrio natural, aunque casi nadie lo note.
Durante los últimos años, los océanos han absorbido más del 90% del exceso de calor generado por las emisiones de los gases de efecto invernadero. Esto ha provocado el blanqueamiento de los corales, la migración de especies desde las más pequeñas, como los peces, hasta los gigantes del océano, como las ballenas o delfines. Según el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), los océanos están alcanzando temperaturas nunca antes vistas, encendiendo las alarmas a nivel mundial.
“Cuando el mar pierde oxígeno, muchas especies no sobreviven y solo quedan las que logran adaptarse a las nuevas condiciones de vida. Al perder esta capacidad, el agua deja de absorber carbono y puede comenzar a emitirlo, acelerando el calentamiento global y agravando fenómenos climáticos como El Niño”, menciona el biólogo marino Daniel Cáceres. El experto también señala la importancia de proteger la biodiversidad, incluso las especies menos conocidas, ya que esto puede ser fundamental para enfrentar futuros desafíos ambientales.
Huracanes, sequías y tornados son solo algunas de las consecuencias que trae el colapso del encargado de regular el clima. Cuando este sistema falla, no solo se ve afectada la vida marina, sino también los patrones climáticos que sostienen nuestra vida diaria. El océano actúa como un equilibrador térmico, distribuyendo el calor alrededor del mundo. Sin embargo, si se rompe el balance, las estaciones se vuelven impredecibles, con inviernos extremadamente fríos y veranos con olas de calor que pueden llegar a superar los 40 grados.
“Los cambios que están ocurriendo actualmente también afectan la química del agua, provocando un fenómeno llamado acidificación. Esto ocurre cuando el dióxido de carbono que emitimos se disuelve en el agua, volviéndola más ácida, lo que dificulta que algunos animales, como los moluscos, formen sus esqueletos”, sostiene Juan Carlos Riveros, director científico de Oceana Perú. Este es un problema silencioso, pero grave; cuando estos organismos no pueden desarrollarse correctamente, toda la cadena alimenticia se rompe, lo que pone en riesgo a muchas especies.
¿Un océano sin peces?
La sobrepesca, práctica que consiste extraer peces a mayor ritmo del que las especies pueden reproducirse, está dejando cicatrices profundas en los océanos. Así, la explotación de los recursos marinos, que corresponde a su creciente demanda mundial, ha llevado al límite a muchas poblaciones marítimas. De acuerdo con el informe SOFIA 2024 de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, el 37.7% de los peces monitoreados están sobreexplotados. “Una pesquería mal regulada colapsa y ni alimenta ni da empleo”, detalla Riveros.
Este agotamiento no ocurre en el vacío: afecta directamente al equilibrio ecológico natural del océano. La desaparición o disminución drástica de una especie impacta en otros grupos de peces que dependían de ella como alimento o eran reguladas por su presencia. En este sentido, más del 90% de las poblaciones de grandes peces depredadores, como el atún, el pez espada y el bacalao, ha sido eliminado por la pesca industrial en las últimas décadas, como menciona la revista medioambiental Nature. Esto causa un efecto dominó en toda la cadena alimenticia, alterando ecosistemas enteros.
“Hoy casi no queda una sola zona del océano libre de sobreexplotación pesquera, ni siquiera en aguas internacionales”, advierte el oceanógrafo Daniel Cáceres, en alusión a la urgencia de atender la explotación de recursos marítimos.
Sin embargo, la amenaza no termina ahí: otras especies, como corales, moluscos y crustáceos también están desapareciendo silenciosamente. Según el Panel Intergubernamental sobre Biodiversidad Marina (IPBES), hasta un millón de especies, marinas y terrestres, están en riesgo de extinción en las próximas décadas. La actividad pesquera desmedida es listado como uno de los factores clave de esta pérdida de diversidad oceánica, la cual afecta también a la alimentación y economía global.
El mar se llena… pero no de vida
Se calcula que cada año llegan al menos 8 millones de toneladas de plástico al mar, afectando a más de 800 especies que pueden incluso quedar atrapadas en estas. Las casas de playa y hoteles se construyen sin control, los espacios que antes servían de refugio para muchos animales hoy han sido tomados por el ser humano.
El plástico es uno de los problemas más visibles, pero no el único. Residuos industriales cargados de químicos también llegan al agua, provocando la formación de más de 400 zonas muertas en los océanos, donde el oxígeno es tan bajo que resulta imposible que exista vida. En los últimos 50 años, estas áreas han aumentado en un 75%, por lo tanto, el océano pierde progresivamente su capacidad para regenerarse.
¿Estamos destruyendo nuestro propio refugio sin darnos cuenta? La evidencia indica que sí. Más del 90% de la basura proviene de actividades humanas; sin embargo, esta realidad también abre una ventana para el cambio si actuamos con rapidez y compromiso. ”Diversas organizaciones internacionales y algunos países están promoviendo acuerdos para reducir la producción de plásticos de un solo uso, logrando en algunos casos disminuir hasta en un 50% su basura con políticas efectivas”, señala Cáceres.
La pesca indiscriminada y el uso de técnicas como las redes de arrastre están dejando sin alimento a muchas especies y dañando irreversiblemente el fondo marino. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), un tercio de las poblaciones de peces del mundo están sobreexplotadas.
Además, en muchos lugares del mundo, las aguas residuales desembocan en los mares. En América Latina, por ejemplo, solo el 20% es tratada químicamente antes de llegar al océano. ”Esta contaminación alcanza a los animales y también puede afectar nuestra salud, especialmente en las zonas donde la gente vive cerca del mar y depende de él para alimentarse, pescar o trabajar en el turismo”, señala Riveros.
Sin embargo, aún estamos a tiempo. Cada persona tiene un papel esencial en la protección y el cuidado de nuestros mares. No se trata solo de grandes acciones, sino de pequeños cambios cotidianos que, sumados, pueden transformar el rumbo. Según diversos estudios, si se reduce en un 25% el consumo global de plásticos de un solo uso, se evitaría que 2 millones de toneladas de residuos terminen en los océanos cada año.
Cuidar el océano es mucho más que una responsabilidad ambiental: es un acto de amor hacia la vida, hacia las generaciones futuras y hacia todas las especies con las que compartimos este planeta. Porque proteger el mar es mantener la fuente misma de nuestra existencia.