El JNE ha anunciado que la inteligencia artificial estará presente en las próximas elecciones del 2026. En un país con una brecha digital gigante y que tiene una democracia tambaleante, ¿qué tan importante llegará a ser la IA en un proceso electoral?
Por Michelle Hemmerde
¿Alguna vez te has puesto a pensar en cómo la tecnología influye en nuestras decisiones? Actualmente, la inteligencia artificial (IA) cumple un rol muy importante en las campañas electorales, permitiendo que las organizaciones políticas lleguen de manera más rápida y efectiva a sus potenciales electores. A través de herramientas como la segmentación de audiencias y la personalización de mensajes, la IA ha optimizado la forma en que los candidatos se comunican con la ciudadanía. Esto trae consigo nuevas posibilidades, pero también plantea desafíos importantes en términos de desinformación y manipulación.
Con las elecciones cada vez más cerca, surge la duda: ¿cómo podemos garantizar que la IA se utilice de manera ética y transparente en los periodos de elecciones? En un país como el Perú, donde el acceso a la tecnología es limitado y muchas comunidades enfrentan barreras para conectarse a internet, es fundamental que el uso de nuevas herramientas tecnológicas venga acompañado de medidas que aseguren que todos los ciudadanos tengan las mismas oportunidades para acceder a la información y participar de manera equitativa.
¿Aliada estratégica o amenaza para la democracia?
La presencia de la inteligencia artificial (IA) en el ámbito político-electoral ha transformado de manera significativa la forma en que los partidos y candidatos interactúan con los votantes. Los bots permiten generar interacciones automatizadas y personalizadas, mientras que la segmentación de audiencias facilita la creación de mensajes específicos para ciertos grupos. Esto ha permitido que la data llegue de forma más rápida y directa a los electores, aunque también plantea nuevos desafíos en cuanto al control y veracidad de la información.
Según Henry Ayala, politólogo peruano experto en políticas públicas y procesos democráticos, existen ciertos riesgos en el uso de la IA, como la creación de deepfakes: vídeos o audios falsos con un nivel de realismo tan alto que, muchas veces, es imposible distinguirlos de los reales. Esto puede provocar la desacreditación de los contendientes, alterar discursos o generar pequeños “escándalos” que dañen la reputación del candidato.
La inclusión de estas herramientas ha generado un debate en torno a la necesidad de regular su uso en los contextos electorales. Existen dudas sobre cómo garantizar que las campañas políticas no utilicen la inteligencia artificial para alterar de manera ilícita la información que llega a los votantes. Las leyes actuales en muchos países no están preparadas para la velocidad y escala con que la IA puede producir y difundir contenido adulterado.
En este contexto, Ayala señala un aspecto interesante. “Hace cinco años vimos cómo algunas personas afirmaban haber encontrado actas ya votadas, con marcas previas y listas para ser depositadas en las ánforas. Ahora imagina que, a través de la inteligencia artificial, se pueda crear un video que muestre a una autoridad electoral colocando esos votos ya marcados en el ánfora. Con el ritmo acelerado de esta tecnología, muchas personas podrían ver esto como algo verdadero”, detalla.
Algunos países ya han comenzado a implementar medidas al respecto. En Estados Unidos, por ejemplo, se han establecido regulaciones para mejorar la transparencia en los anuncios políticos y limitar el uso de ciertas tecnologías. En la Unión Europea, se ha propuesto un conjunto de reglas para regular las plataformas digitales con el fin de combatir la desinformación en las elecciones. Estos esfuerzos, aunque parezcan pequeños, representan un avance hacia la creación de un marco normativo que asegure el uso ético de la IA.
Sin embargo, en ciertas regiones de América Latina, la falta de una legislación adecuada para controlar su uso y el aumento de la polarización política dificultan la creación de un ambiente electoral justo. Según Pablo Rodríguez, ingeniero de sistemas, los algoritmos en las máquinas de votación electrónica o los sistemas de conteo de votos automatizados están diseñados para ser precisos y eficientes. Pero, como cualquier tecnología, existe un riesgo inherente si no se implementan correctamente o si no se cuenta con una auditoría.
En el caso de Perú, aún no existe una normativa específica que regule el uso de la inteligencia artificial, lo que incluye su aplicación en campañas políticas. Esta ausencia deja espacio para la manipulación de contenidos y la difusión de información no verificada sin mayores consecuencias, lo que representa una amenaza que podría aumentar la desconfianza en las instituciones.
Entre likes y algoritmos
A medida que más jóvenes, especialmente de la Generación Z, se incorporan al padrón electoral, las redes sociales se convierten en su principal fuente de información. Con cerca de 2.5 millones de nuevos votantes, plataformas como TikTok, Instagram y X permitirán lograr una conexión directa con este público.
El hecho de que el debate político ocurra cada vez más en medios digitales tiene implicaciones directas para la opinión pública. Según Ayala, los algoritmos están diseñados para generar interacción, y mientras más polarizante o llamativo sea el contenido, más probable es que se comparta o se comente. Esto alimenta la polarización, ya que las personas tienden a interactuar más con aquello que confirma sus creencias o despierta emociones intensas.
No obstante, no es que los algoritmos tengan intenciones propias; lo que sucede es que están programados para priorizar lo que genera más reacciones, sin tener en cuenta el impacto social o político que eso pueda causar. Cada plataforma cumple una función distinta. X se utiliza principalmente para generar debate y polémica, interactuar con los medios de comunicación y otros candidatos. A través de ello, la idea es llegar a un público más amplio.
Instagram y TikTok, por otro lado, están orientadas a un público joven, ofreciendo contenido visual y dinámico que facilita una conexión más cercana con los candidatos. Mientras tanto, canales como WhatsApp permiten una comunicación más personalizada y efectiva. De esta manera, las redes sociales no solo aumentan la participación, sino que también transforman la manera en que los jóvenes se informan y toman decisiones políticas.
Un claro ejemplo de su alcance, es el caso de Barack Obama en el 2008, con su campaña “Yes We Can”. En ese entonces, el expresidente norteamericano utilizó sus redes para conectar con los votantes jóvenes, especialmente a través de Facebook, Twitter y YouTube, en una época en la que estas aún no estaban tan presentes en la política como hoy. A través de sus publicaciones dinámicas y contenido visual corto y atractivo, Obama logró crear una comunidad virtual que lo apoyó y movilizó a millones de personas, sobre todo a la juventud, por la forma más directa y cercana de interactuar con él.
De la conexión digital al voto consciente
En consecuencia, se comprueba que el verdadero poder de las redes sociales no se encuentra únicamente en su capacidad de conectar a los candidatos con los votantes, sino en cómo pueden influir en la opinión pública mediante contenido visual, dinámico y muchas veces polarizante. Aunque las plataformas digitales han democratizado el acceso a la información y han dado voz a muchos, el desafío será encontrar formas de utilizar estas herramientas de manera que no se reduzca a un juego de imágenes y algoritmos, sino que siga siendo un espacio de debate profundo y bien informado.
Adaptarse a esta nueva realidad, sin perder de vista los principios fundamentales de la democracia y la transparencia, será fundamental para que el proceso electoral se desarrolle de manera justa, informada y representativa. En consecuencia, sería posible garantizar que la incursión de la tecnología fortalezca el ejercicio democrático.