Los recientes incendios forestales en la selva peruana plantean serias interrogantes sobre la conciencia sostenible en el país. La falta de una educación ambiental adecuada ha generado que prácticas destructivas se conviertan en hábitos comunes, devastando así una de las biodiversidades más grandes del mundo.
Por: Enrique Límaco y Alejandro Piña
Hablar de educación ambiental en el Perú puede parecer un sinsentido, especialmente al observar escenas tan trágicas como los devastadores incendios en Amazonas, Cajamarca y San Martín. Regiones de conservación han sido consumidas por las incontrolables llamas cerca de Nogalcucho, en Chachapoyas, donde la Sociedad Peruana de Derecho Ambiental (SPDA) ha estado trabajando durante más de 10 años para rescatar la fauna autóctona, más específicamente al colibrí cola de espátula.
El Ministerio del Ambiente (MINAM) señala que más del 98% de los incendios forestales son provocados por el ser humano, en gran parte debido a prácticas como la quema de pastizales y la expansión agrícola. Estas actividades, muchas veces ilegales o descontroladas, han acelerado la pérdida de bosques en el país. La falta de educación ambiental y un sistema de control eficaz han permitido que estos daños continúen, afectando no solo a la flora y fauna, sino también a las comunidades rurales que dependen de estos recursos para su subsistencia.
Esta formación es la herramienta primaria para entender el daño irreparable que le hemos hecho al planeta y es la vía de salvación para poder conservarlo. En el Perú, las iniciativas como PLANEA (Plan Nacional de Educación Ambiental) o EDUCCA (Educación, Cultura y Ciudadanía Ambiental) no se han actualizado o están en desuso. No obstante, las iniciativas que luchan por el medio ambiente pueden conseguir un futuro en el que se pueda respirar aire limpio.
Enfrentando las llamas
Los incendios han devastado profundamente regiones como Ucayali y Loreto, las cuales se encuentran en estado de emergencia. En 2023, más de 50 mil hectáreas de bosque fueron arrasadas según el Servicio Nacional Forestal y de Fauna Silvestre (SERFOR), principalmente debido a la agricultura y la minería ilegal. Esta alarmante magnitud subraya la necesidad de implementar estrategias preventivas donde la educación ambiental juegue un rol crucial para desarrollar conciencia sobre la protección y gestión sostenible de los recursos naturales.
Esta iniciativa no debe ser solo una materia más en el currículo escolar, sino una herramienta esencial para generar conciencia y acción frente a los problemas ambientales. El ingeniero ambiental Jorge Sanabria afirma que la educación ambiental es clave no solo en la formación de niños y jóvenes, sino en la mejora de la sociedad. “Su implementación debe ser integral y adaptada a las realidades locales, fomentando una comprensión profunda de los ecosistemas y la interdependencia entre los seres humanos y su entorno”, explica. De esta manera, se lograría una ciudadanía responsable y comprometida con la sostenibilidad.
La crisis ambiental en el Perú se ha intensificado en los últimos años, reflejada en la creciente devastación de bosques y ecosistemas. Rodolfo Herrera, profesor de Comunicación para el Desarrollo, señala que existe de por medio una falta de enfoque sólido en la educación ambiental. “Creo que todavía hay un avance débil porque, a pesar de la evidencia que demuestra que estamos en una crisis ambiental, no se considera un asunto prioritario en las instituciones educativas”, declara. Esta idea denota la necesidad de que esta enseñanza se extienda más allá de las escuelas, llegando también a las comunidades rurales que son las más afectadas por la degradación ecológica.
Asimismo, su perspectiva debe incluir no sólo la conservación, sino también el desarrollo sostenible, lo cual implica capacitar a las comunidades locales para gestionar sus recursos de manera responsable, reduciendo la dependencia de actividades extractivas y destructivas. Cabe destacar que se requiere colaboración multisectorial y políticas claras para generar un cambio duradero, evitando que miles de ecosistemas sean devastados por incendios forestales y otras acciones humanas. La educación ambiental puede y debe ser el motor de un cambio significativo que permita construir un futuro donde la sostenibilidad sea la norma y no la excepción.
Consecuencias mortales
El área de conservación privada Milpuj y la bioreserva Amazilia son ecosistemas en donde la SPDA ha estado trabajando por más de una década con la misión de sumar personas en la lucha por la conservación de la naturaleza y medio ambiente. Sin embargo, todo su arduo trabajo se vió sepultado en unos pocos minutos por llamas y cenizas. Los incendios forestales fueron los encargados de llevar destrucción al proyecto, el cual poco a poco comenzaba a respirar.
Ese no fue el único desastre ocasionado por los siniestro en los planes medioambientales en los que está involucrado Francisco Meléndez, miembro del equipo de Conservamos por Naturaleza. Y es que la educación y concientización hacia el medio ambiental es lenta y constante, ya que no trae resultados inmediatos. “Muchas veces la educación ambiental como otros tipos de educación no generan resultados inmediatos porque puede llegar a cansar al ciudadano que está acostumbrado a crear cambios y beneficios de manera casi instantánea”, comenta.
Parece que esta problemática no es relevante para el gobierno de turno, pues Meléndez cuenta que el apoyo recibido por las autoridades ha sido ¨bastante limitado¨ por no decir insuficiente. “Cuando los incendios forestales estaban en su cúspide en Amazonas, muchos de los equipamientos del gobierno a nivel de fuerza aérea estaban apagando incendios en Ecuador y Bolivia”, detalla el licenciado en geografía y medio ambiente.
La falta de recursos, una vez más, no es el principal problema, sino la falta de empatía y solidaridad por nuestro medio ambiente y las áreas naturales protegidas. Las cifras del último reporte de la Institución Nacional de Defensa Civil (Indeci) indican que entre los años 2021 y 2024 han ocurrido 1118 incendios forestales, “eso refuerza la idea de que es una práctica de los campesinos” según Sanabria. Además, se encuentra un trasfondo de expansión de la frontera agrícola, siendo una práctica para limpiar el terreno en la selva.
Existe la necesidad de requerir la educación ambiental para optimizar la tareas de campo de los agricultores y reducir el impacto negativo dentro de los ecosistemas calurosos. De no implementarse estás iniciativas, Sanabria teme que estás prácticas continúen por más qué se les diga que no lo hagan, pues se verán en la obligación de hacerlo por no tener otra alternativa.
Un futuro color esperanza
En el año 2021, el informe de la Organización de Naciones Unidas (ONU) señalaba que el cambio climático era irreversible. Tres años después, las posturas no parecen esperanzadoras a pesar del acuerdo sobre la reducción de combustibles fósiles en la última Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. “La lucha que libramos hoy en día no es para nosotros ni para nuestros hijos, sino para nuestros nietos”, afirma Sanabria.
Según Herrera, hemos llegado a un estado crítico e irreversible; sin embargo, aún se tiene la oportunidad de la contención. La posibilidad de tomar conciencia de nuestra responsabilidad ante el cambio climático sigue vigente. “Todos de alguna manera estamos haciendo que nuestra huella de carbono sea más profunda con algo tan sencillo como tener el celular al lado de la cama y no apagarlo”, continúa Herrera. Acciones tan simples pueden generar grandes perjuicios al planeta.
Pero existen fundaciones enfocadas en promover la educación ambiental desde temprana edad. La Asociación para la Niñez y su Ambiente (ANIA), junto con su creador Joaquín Leguía, fomenta el contacto de jóvenes con la naturaleza. “La presencia de naturaleza en la vida de las niñas y niños contribuye a su desarrollo físico, social, emocional y cognitivo”, afirma el director de la ONG.
El modo de vida antropocéntrico nos frena de encontrar la igualdad entre el hombre y su ambiente. En la naturaleza, encontramos ciertos principios y uno de ellos es la interdependencia. “Si nosotros operamos fuera de ese principio como lo venimos haciendo, el resultado es violencia contra la vida”, añade Leguía. Así, ANIA creó la metodología “TiNi”, la cual consiste en brindarles a los niños un espacio de tierra donde planten y cuiden a la vida en macetas, teniendo a la Madre Naturaleza como guía y aliada para establecer vínculos con la biodiversidad y proteger el bienestar de todos los que lo rodean.
A pesar de la inmensa biodiversidad que alberga el Perú, el conocimiento sobre cómo protegerla sigue siendo insuficiente. Sin una educación que fomente la sostenibilidad, las próximas generaciones se enfrentarán a un futuro desolador. Por ello, una educación ambiental completa nos permite entender y crear consciencia sobre los retos qué conlleva convivir con la naturaleza, conforme profundizamos en ese tema podemos ayudar al planeta de una manera más efectiva.