Centros comerciales, carreteras y edificios. No hay que hacer mucho esfuerzo para encontrar alguno de estos ejemplos en la capital; sin embargo, ¿dónde quedaron los espacios públicos?
Por Rafael Ortega Alva
Cuando, en el siglo pasado, la capital se empezó a expandir a velocidades nunca antes vistas, el país no pudo crecer al ritmo al que lo hizo su población. La ciudad se llenó de casas y edificios, mientras las pistas empezaron a invadir miles de caminos. Pero, en este desarrollo acelerado, se dejó de lado —casi en el olvido— uno de los puntos más importantes para la salud, cuidado y bienestar de los ciudadanos: los espacios públicos.
Si bien no existe un estándar mínimo sobre la cantidad de metros cuadrados que debe existir para las áreas públicas, en reiteradas ocasiones se menciona, por lo menos, 9 m² por habitante, mientras que otros señalan hasta 16 m². Sin embargo, en Lima este número se encuentra muy por debajo de la meta divulgada. En promedio, cada ciudadano tiene alrededor de 3 m² en medio de una rutina que no encuentra, literalmente, espacio para respirar. Las consecuencias de esta problemática son múltiples, desde la desaparición del diálogo hasta los efectos en la hoy muy presente salud mental. ¿Qué importancia tienen los espacios públicos para la población?
Una ciudad desigual
En sus más de diez millones de habitantes que están distribuidos en 43 distritos, la realidad es completamente diferente entre ellas. Según una encuesta realizada en 2024 por Lima Cómo Vamos, solo el 21% de los limeños se encontraba satisfecho con los espacios públicos que tenían, y esta cifra puede ser entendida si se toma en cuenta que solo ocho distritos cumplen con una cantidad razonable para su esparcimiento. San Bartolo, Chorrillos, La Molina, Ancón, Miraflores, San Borja, San Isidro y Santa María del Mar son los únicos lugares donde hay hasta casi 20 m², en contraste con lugares tales como San Juan de Lurigancho, con 1.4 m², o San Martín de Porres, con 2.2 m2.
“Los distritos de mayor nivel socioeconómico fueron construidos sobre las exhaciendas o antiguas zonas agrícolas de Lima, mientras que los pobres se iban a los cerros o arenales. (…) Desde un principio construimos una ciudad al revés. Sacrificamos las áreas verdes. Y eso sigue dándose”, indicó Javier Díaz Albertini, sociólogo especialista en temas urbanos. Desde su punto de vista, solo los distritos más caros de la capital tienen áreas verdes, mientras que los demás ciudadanos tuvieron que encontrar un espacio en el desierto limeño para poder urbanizarse.
Para tener una idea, una hectárea tiene un tamaño un poco mayor a la de una cancha profesional de fútbol. Según una investigación de Ojo Público, Lima tiene un déficit en promedio de 1,900 hectáreas de espacios para el esparcimiento. Las brechas muestran grandes contrastes, a veces, en distritos vecinos. Entre sus ejemplos, Santiago de Surco con San Juan de Miraflores, así como La Molina con respectos a Ate o Pachacamac. Mientras en unos se encuentran grandes espacios para su disfrute, al otro lado de la vereda se ven parques con césped.
“No es que la gente no quiera áreas verdes, sino que para tenerlas es muy caro”, sostiene Díaz Albertini. Desde su punto de vista, San Isidro es el distrito que más agua consume, y no esto no se debe al uso doméstico, sino al mantenimiento precisamente de los espacios públicos. Lugares como Villa el Salvador también cuentan con parques, pero estos son básicamente grandes arenales, producto de la falta de agua.
Cuando el mercado vale más
Los lugares cotidianos traen miles de beneficios a los ciudadanos, y su importancia estuvo más que reconocida durante la pandemia del COVID-19. Su presencia, según especialistas, está más allá de lo recreativo, pues tiene un gran impacto para la mejora de la convivencia y tolerancia entre los demás. Asimismo, también son un lugar para las expresiones culturales y, hoy más que nunca, un espacio que mejora las condiciones de seguridad. Los espacios públicos son un derecho y, sobre todo, un reflejo de la democratización de la vida urbana.
En un contexto donde la interacción parece haber sido tomada por las redes sociales, las áreas verdes estimulan los encuentros libres, gratuitos y espontáneos, por lo que, en teoría, deberían ser una prioridad para los mandatarios. Sin embargo, no es sorpresa que la realidad sea completamente diferente. “Los intereses económicos son muy poderosos, me refiero a la industria de inmobiliaria y de construcción”, indicó el especialista, quien añadió que los pocos espacios públicos de calidad que hay se mantienen así porque la ley los protege; caso contrario, ya habrían sido ocupados por miles de edificios, centros comerciales o carreteras en son de la “modernidad”.
“Hay que señalar que, como no prestan servicios o no generan un impacto económico tan fuerte como sí lo hace una carretera o una pista, no se les presta la debida importancia”, mencionó Carlos Morales, arquitecto urbanista y profesor de la Universidad de Lima. Para el docente, es muy fácil acabar, por ejemplo, con los parques de la capital porque son de tamaños tan pequeños que su aparición o desaparición no son notables. Esto marca una gran diferencia respecto a países vecinos. Cuantitativamente, tal vez tengan menos áreas verdes, pero ocupan entre 10 y 20 hectáreas.
En ocasiones, incluso los parques de calidad tienen restricciones que impiden a los ciudadanos poder incluso usarlos. Cercas o rejas se imponen como murallas que lo único que dejan a las personas es mirar e imaginar lo interesante que sería un día poder estar allí. En otros casos, como en el distrito de Miraflores, alcaldes como Carlos Canales Anchorena tratan de establecer normativas que impiden a sus vecinos poder hacer uso de sus grandes espacios para las diferentes actividades que allí antes se realizaban. Ahora, hacer un pícnic en el malecón es motivo suficiente para que venga fiscalización.
Un camino al cambio
Las dificultades actuales para poder encontrar una solución se incrementan cuando se toma en consideración la densidad poblacional de la capital. Espacios no hay muchos y en medio se intercalan construcciones que han llegado hasta los últimos extremos de la ciudad. Mejorar la calidad de estos no radica, como mencionan especialistas, en hacer ahora los flamantes “Clubes Metropolitanos”, tal cual proponía el actual burgomaestre Rafael López Aliaga. En realidad, lo ideal es reconocer que los espacios públicos son un derecho y, a partir de esto, comprender que, finalmente, Lima es para los ciudadanos.
“La respuesta siempre tiene que ir con la población. Ellos tienen que apropiarse del espacio público, hacerlo suyo. Tienen que luchar contra los alcaldes que les gusta poner cemento, y contra los gobiernos locales que no piensan en ellos”, declaró Díaz Albertini. Asimismo, indicó que es una gran falacia cuando se menciona que la sociedad no sabe usar estas áreas, pues la gran mayoría de las personas sí aprecia y cuida. “Nosotros lo que dejamos es que el más fuerte sea el que se imponga. Y eso es algo que tiene que cambiar”, sostuvo.
“Los instrumentos de gestión de suelo son claves para poder tratar de aumentar los estándares urbanísticos y menos peores de los que tenemos, y con eso mejorar nuestra calidad de vida”, mencionó Morales. El arquitecto añadió que se deben aprovechar las leyes que ya existen para el cuidado de los espacios públicos, pues lo mejor que se puede hacer es recuperar las áreas mal utilizadas.
La capital creció de manera desenfrenada y su planificación indica que el orden no fue particularmente parte del proceso. Sin embargo, resulta importante resaltar la participación ciudadana, quien finalmente termina por recibir las consecuencias de la falta de espacios públicos. Ante autoridades que encuentran beneficioso poner más concreto, la salida hacia un mejor futuro está en la voluntad de su población.