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¿Genios sin emociones?

Más allá de los mitos y estereotipos, el síndrome de Asperger revela un mundo diverso lleno de emociones, desafíos y una visión única del mundo.

Por Cynthia Carmen, Sebastián Muñiz y Luciana La Torre

No son genios solitarios, ni robots sin sentimientos. Las ideas preconcebidas sobre el Asperger nublan nuestra comprensión y, al mismo tiempo, configuran la forma en que percibimos a quienes lo viven. La cultura popular los ha retratado como seres con mentes brillantes, incapaces de conectar con los demás, o como quienes prefieren los libros de ciencias y números a la compañía humana. ¿Qué hay de cierto en estas creencias? ¿Cuántas se ajustan a la realidad y cuáles son, en realidad, simples prejuicios?

Anteriormente considerado un trastorno separado dentro de los trastornos del espectro autista, el síndrome de Asperger ahora forma parte de un espectro más amplio. En 2013, el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5) eliminó la categoría independiente de Asperger y la incorporó dentro del diagnóstico global de Trastorno del Espectro Autista (TEA). 

“Antes, el síndrome de Asperger tenía una sección separada en el manual DSM-4, al igual que otros diagnósticos; sin embargo, actualmente se encuentra bajo el paraguas del espectro autista en el manual DSM-5. Bajo los parámetros de ese último manual es como trabajamos hoy”, detalló Patricia Quispe, psicóloga experta en trastornos del neurodesarrollo.

Este cambio refleja una comprensión más profunda de la diversidad neurológica dentro del espectro, reconociendo que el Asperger no es un trastorno aislado, sino una manifestación particular de una condición mucho más amplia. Es ahí donde surge una de las afirmaciones más recurrentes: decir que el Asperger es lo mismo que el autismo.

Divergencias en un espectro común

El gran paraguas del espectro autista abarca tanto el autismo como el Asperger; sin embargo, sus diferencias radican en los niveles de desarrollo de cada uno y las características particulares de sus síntomas. En el autismo prevalece un amplio rango de manifestaciones y niveles de seriedad. Las personas que lo padecen pueden enfrentar dificultades en la comunicación, el comportamiento social y, en ciertos casos, retrasos del desarrollo del intelecto. 

En cuanto al síndrome de Asperger, las personas diagnosticadas no presentan retardos en el desarrollo intelectual ni uno significativo en el lenguaje. Una de las razones por las cuales se tiende a considerar que son intelectualmente superiores a los demás es debido a las obsesiones que pueden presentar.

Usualmente se asocia a Aspies famosos como Elon Musk, Bill Gates, Greta Thunberg o Keanu Reves como genios o superdotados.  Esta “genialidad” es, en realidad, un producto de la hiperfocalización característica del síndrome. El término se refiere a los intereses restringidos que suelen tener, los cuales los impulsan a desarrollar el tema a fondo y a dominarlo por completo. Además, algunos casos de Asperger desarrollan la necesidad de seguir rutinas estrictas de manera repetitiva, lo que, con el tiempo, puede convertirse en una fuente de gran conocimiento y habilidades.

A pesar de ello, sus principales dificultades radican en las habilidades psicosociales, así como en entender el lenguaje no verbal o de sentido figurado. Detalles como las expresiones faciales, el doble sentido, las mentiras o las normas sociales pueden resultar un obstáculo para los Asperger. De hecho, los individuos pertenecientes al TEA suelen ser honestos y directos, y muchas veces son conscientes de los complejos procesos sociales detrás de una interacción, pero aun así se les dificulta.

Patricia Quispe comenta que las características más importantes radican en el aspecto del lenguaje. “Utilizan un lenguaje formal, pomposo o incluso pedante en algunas ocasiones. Esta forma de comunicación, aunque no necesariamente disfuncional, puede dificultar la interacción social”, explica. Por otro lado, ante demostraciones físicas las reacciones pueden ser diversas, pero convergen entre la incomodidad o evasión. “Incluso cuando las vas a abrazar, pueden ponerse rígidas”, detalla Quispe.

Usualmente, el rechazo al contacto físico se debe a la hipersensibilidad sensorial que caracteriza al espectro autista. La incomodidad no tiene relación con la falta de afecto, sino a la sobrecarga emocional por lo intenso de la situación. En lugar de expresar físicamente las emociones, las personas con asperger pueden preferir exteriorizar sus sentimientos verbalmente.

Aunque se pueda creer que el Asperger solo se manifiesta en la infancia y en la niñez, un adulto siendo diagnosticado con ello es una realidad completamente viable y mucho más en la actualidad ya que se ha estado explorando más acerca del espectro autista. 

Cabe añadir que la percepción del TEA como enfermedad no sólo es errónea, sino que alimenta una serie de prejuicios. El síndrome de Asperger no se “cura” ni desaparece, sino que, con el paso de los años, evoluciona. Con el acompañamiento profesional adecuado, es posible regular los síntomas para facilitar las interacciones sociales y la vida cotidiana del paciente. Sin embargo, algunas dificultades pueden persistir y evolucionar, especialmente si no se recibe el apoyo adecuado.

Manifestación emocional

Uno de los mayores desafíos de las personas pertenecientes al TEA radica en su forma de reconocer y expresar tanto las emociones propias como las ajenas. Comúnmente se cree que los Aspies son incapaces de manifestar sentimientos e incluso se les llega a considerar como personas sin empatía.

Sin embargo, eso está alejado de la realidad. Una persona con Asperger o autismo tiene las mismas emociones y sentimientos que una persona neurotípica. La impresión de la falta de tacto emocional, lejanía o desinterés se vincula con la forma en la que los Asperger ven el mundo, puesto que son pragmáticas y transparentes.

“Cuando veo a mis amigos y amigas reír, llorar, enojarse o sorprenderse, soy perfectamente capaz de entender lo que sienten, y también puedo expresar mis propias emociones. El problema viene cuando me cuentan sus razones, ya que en ocasiones se me hacen ilógicas, o no reacciono con la euforia o apatía que esperarían, lo que da lugar a que debamos ponernos en la misma página para evitar malentendidos”, comentó Sergio Miñan, diagnosticado con Asperger desde los 7 años.

El desafío de la expresión emocional se complementa a la discriminación y rechazo que pueden tener las personas con Asperger. Es común que en entornos escolares, y a temprana edad, los niños y niñas con Asperger reciban bullying dada sus dificultades en materia de comunicación social y la aparente inexistencia de emociones perceptibles. “De pequeño me frustraba el ser aislado del grupo porque decían que era un robot sabelotodo, aunque con el tiempo aprendí a ser más expresivo y comenzaron a aceptarme tal como soy”, acotó Miñan.

Aun así, con la correcta terapia conductual y el apoyo de un psicólogo, una persona con Asperger puede aprender a reconocer señales y respuestas emocionales. Asimismo, ellos pueden esquematizar las emociones y racionalizarlas profundamente. Una vez entrada en confianza, la persona con Asperger puede ser hasta más receptiva y expresiva que una neurotípica.

Rompiendo etiquetas

En las aulas, todos los mundos son posibles: el niño que resuelve ecuaciones complejas mientras evade el bullicio del recreo o la niña que conoce cada dato curioso sobre su tema favorito, pero lucha por tener una conversación casual. Entre esas paredes, se cruzan historias, talentos y desafíos, pero también los mitos anteriormente mencionados.

“El sistema educativo peruano no está preparado para la inclusión, especialmente de niños dentro del espectro autista. Las escuelas exigen acompañamiento pedagógico particular, cuando deberían capacitar a maestras y padres, y adaptar la planificación curricular para garantizar un aprendizaje de calidad”, declara Marcia Díaz, maestra de educación especial sobre las carencias de la educación en el Perú. 

Durante años, se ha reducido la imagen colectiva del Asperger a clichés dentro de la escuela. En realidad, cada persona dentro del espectro es única, por lo que la educación inclusiva supone dejar atrás etiquetas y construir espacios donde la diferencia no sea un obstáculo, sino riqueza.

Un modelo educativo verdaderamente inclusivo reconoce que no existe un solo modo de aprender ni una única forma de ser. Implica capacitar a docentes para que vean más allá de los mitos, comprendan las diversas formas de comunicación y adapten sus estrategias al ritmo de cada estudiante. Porque, muchas veces, el mayor desafío para una persona con Asperger no está en el aprendizaje, sino en ser comprendido dentro de él.

De acuerdo con Díaz, “la inclusión educativa va desde la conciencia y empatía de las instituciones educativas de no ver a estos alumnos como un problema, sino como una oportunidad de seguir conociendo la diversidad”. 

Educar en inclusión es educar para la vida, preparar a las nuevas generaciones para habitar un mundo diverso. Por ello, desmitificar el síndrome de Asperger es más que corregir ideas erróneas: es construir puentes hacia una educación donde cada estudiante sea visto, escuchado y valorado.

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