Por el Día Internacional Para Poner Fin a la Impunidad de los Crímenes Contra Periodistas, conversamos con Sharmelí Bustíos, periodista y activista de Derechos Humanos, quien nos comparte su punto de vista sobre los actos de violencia que se sufren dentro de la profesión y el recuerdo del asesinato de su padre, Hugo Bustíos.
Por: María Fernanda Simborth
La violencia y represión hacia los periodistas en Latinoamérica sigue cuesta arriba. A nivel mundial, Irán es hoy el país con más voceros de la verdad en prisión, seguido de China y Birmania. Además, el 2022 se ha vuelto el año más mortífero para quienes ejercen esta noble profesión en México, país que lleva la batuta por cuarto año consecutivo al ser el más peligroso para el periodismo, luego de Ucrania y Yemén. Todos estos datos extraídos de Reporteros Sin Fronteras no son frías estadísticas, por el contrario, revelan una indignante realidad que trae consigo torturas, dolor, ominosas pérdidas que nos hacen cuestionarnos quién ampara la labor periodística.
Esta lamentable situación no nos es ajena. El periodo de violencia en nuestro país (1980 – 2000), a la par de sembrar dolor, terror y pánico en miles de familias, se llevó consigo a quienes, más allá de su trabajo informativo, deseaban colaborar con sus comunidades. Periodistas como Hugo Bustíos, corresponsal de la revista Caretas, quien fue brutalmente asesinado, y cuyo caso sigue abierto.
Así, nos embarcamos hacia Huanta, ciudad ayacuchana muy afectada durante los años de terrorismo, tierra natal del fallecido Bustíos y hoy hogar de sus hijos. Una de ellas, Sharmelí Bustíos Patiño, periodista, activista de Derechos Humanos y reciente invitada al 31 Congreso Mundial de la Federación Internacional de Periodistas (FIP), nos abre las puertas de su casa para conversar sobre la violencia a la que se enfrenta el periodismo, el estado actual de la prensa nacional y, sobre todo, la historia detrás de su padre y su búsqueda de justicia desde 1988.
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Los casos de agresiones a periodistas a nivel mundial y, sobre todo, en varios países de Latinoamérica, no disminuyen. Sin embargo, muchos de ellos sí son visibilizados. ¿Por qué esto no sucede en nuestro país?
Porque es una realidad invisible. Y es que la mayoría de sus juicios se vienen dilatando y, como sabemos, la justicia en el Perú tarda en llegar o, simplemente, no llega. Hasta hoy nadie sabe dónde está Jaime Ayala, corresponsal de La República y locutor de Radio Huanta 2000 desaparecido en 1984. Muchos ya no recuerdan la masacre a los periodistas en Uchuraccay en 1983. El caso de mi padre sería uno de los primeros en resolverse y sentaría un precedente. Si no fuera por las familias detrás y su lucha por justicia, estos asesinatos y desapariciones quedarían en el aire.
Tiene que ver, también, que muchas de estas situaciones de violencia sucedieron en provincia.
Sí, claro. Como se dijo en su momento ante lo que pasaba en Ayacucho en la época del terrorismo: está sucediendo allá, no acá. Se vio con desdén y distanciamiento y, de esta forma, era muy difícil que los problemas como país se resolvieran. Y eso sigue hasta hoy.
Entonces, ¿cómo crees que se puede resguardar la labor, muchas veces riesgosa, de un periodista?
Informando siempre dónde te encuentras, hacia dónde vas, con quién estás. Es importante generar vínculos con la comunidad del lugar que visitas para que ellos te ayuden. Muchas veces uno investiga casos ilegales como el de la minería en la selva, y vas a donde no te quieren. El autocuidado es trascendental, sobre todo en un país tan inseguro como el nuestro. No olvidemos que somos personas.
Muchos reporteros o corresponsales son insultados, degradados por la propia población. ¿Cuánto de culpa tiene la prensa peruana de la imagen negativa que tiene la gente de ella?
Gran parte. Los medios juegan un papel relevante a nivel social, y cuando estos se desconectan de lo humano para solo centrarse en lo comercial, sencillamente pierden su principio de servicio a la ciudadanía. Esa orfandad que hay del Estado no debería existir por parte de los medios de comunicación. Las personas hoy buscan alzar su voz en las redes sociales. Incluso con el tema del terrorismo en el Perú, los familiares siguen reclamando. ¿Quién los escucha? ¿Quién hace seguimiento a sus casos? Si el medio pierde la empatía con el otro, se condena al desprestigio.
Desprestigio que parece seguir aumentando…
Por supuesto. La cobertura de las recientes elecciones presidenciales es un ejemplo. ¿Por qué se retiraron los periodistas de Cuarto Poder? Por la línea informativa parcializada hacia la candidata Keiko Fujimori, por una cobertura que se orientaba a responder a intereses. Lo correcto era indagar y difundir hechos sobre los dos postulantes a la presidencia, investigar de dónde vienen, quiénes son. Cuando lo moral se va al piso todo se pierde.
Aquí también entra el tema de si hay o no presión hacia la prensa. ¿Tú qué opinas de esto?
Siempre va a existir. Es parte del ejercicio periodístico. En la época oscura de los 80 se daban a través de asesinatos, amenazas, secuestros. Hoy hay las famosas querellas. La modalidad cambia. Pero existe también presión dentro del medio, la autocensura. Por eso, uno nunca debe dejar de buscar los espacios para cumplir con el rol de voceros. Esta es una profesión que, como se dice, no está hecha para cínicos.
¿Hasta qué punto el periodismo de hoy se asemeja o aleja del periodismo que se hacía hace 34 años, ese que ejercía tu padre?
Se aleja totalmente, está deslindado de los problemas que realmente aquejan a nuestro país. Hay algunas excepciones con el periodismo independiente, o con trabajos espectaculares como el de Edmundo Cruz, periodista que ha dedicado su vida a investigar casos del periodo de violencia en nuestro país. La visión humana de los hechos jamás debe de salir de la agenda. También es vital una responsabilidad en cuanto al seguimiento de los casos. Un periodista no es amigo ni enemigo de nadie, es una persona que está con la verdad y con lo que sucede en la sociedad.
Si no existe cobertura, investigación constante, la historia se pierde.
Imagínate. Muchos hechos, por ser del pasado, son olvidados. Si no fueran por recopilaciones independientes de testimonios o el mismo informe de la CVR (Comisión de la Verdad y Reconciliación) no habría rastro de los años de terror que se vivieron entre 1980 y 2000.
Nos han contado que tu padre ayudaba mucho a su comunidad en Huanta. ¿Cómo era esa faceta de él?
Mi papá Hugo era también abogado y empresario, por eso tenía mucho contacto con la comunidad campesina. Era muy estimado, porque cuando inició el terrorismo y comenzaron a desaparecer sus familiares, papá les preparaba documentos, habeas corpus para que las víctimas reclamen a sus seres queridos. La gente no tenía de otra más que apelar a la solidaridad de un abogado o de un periodista. Ese lado empático, sensible y humano de mi padre hizo que se ganara también detractores.
Él falleció cuando tú solo tenías 14 años, ¿cómo percibías su labor periodística?
Papá recibía mucha información de primera mano, de aquellas personas del campo que reportaban los asesinatos y desapariciones. Su oficina se convirtió en un lugar para recibir denuncias. Él conocía lo que pasaba en los lugares más alejados de Huanta, y se iba a buscar qué había sucedido. Fue una persona muy identificada con los hechos, y la revista Caretas fue ese espacio en el cual pudo informar.
Y crecer viendo de cerca su trabajo influyó en tu decisión de convertirte en periodista.
Mi amor por el periodismo nace por ese contacto frecuente con papá. Nuestra casa parecía una sala de redacción, teníamos hasta 8 máquinas de escribir Olivetti. Su noticiero, su amor a la radio y la revista Caretas que siempre tuve entre mis manos me impulsaron a seguir sus pasos. Caretas es como mi segundo hogar; es uno de los medios que nunca ha dejado de lado el caso de mi padre desde que fue asesinado.
¿Por qué ya no ejerces dentro de un medio?
Fui becada por la Federación Internacional de Periodistas y viví en Venezuela 23 años, donde ejercí como periodista. Regresé en 2014 cuando se reabrió el caso de mi padre, sobre todo para apoyar a mi madre, Margarita Patiño, quien fue rostro de esta lucha por muchos años. Cuando el 4 de octubre del 2018 absolvieron a Daniel Urresti existiendo todo tipo de pruebas para su sentencia, quedé muy afectada. Comencé a adentrarme en el tema de Derechos Humanos y, eventualmente, regresé a Huanta. Ahora sí escribo para Caretas, pero como colaboradora, últimamente con más frecuencia.
En las últimas elecciones, el candidato Urresti cerró las votaciones con el 26% de limeños a su favor. ¿Por qué crees que el público le da su voto?
Aquí entra a tallar la sensibilidad de las personas. Mientras el problema no sea con ellos, no tienen interés. Lo que pasó en las elecciones para mí demuestra irresponsabilidad e inmadurez. Hay que ver, además, las estrategias que utiliza Urresti. Yo percibo su carrera política como un escape, porque el poder te da inmunidad. A eso hay que darle lectura. La muerte de un periodista no representa solo una estadística. Y los medios tienen que también saber cómo acercar estos casos al público, con preguntas puntuales al candidato sobre el juicio, por ejemplo.
Sharmelí, luego de 34 años de la partida de tu padre y del inicio de esta lucha, ¿crees todavía en la justicia?
(Sonríe). Sí… yo podría decir que no. La justicia en este país es muy esquiva y, mientras siga así, difícilmente va a haber una sociedad sana. Tras la absolución de Daniel Urresti, nosotros apelamos a la Corte Suprema y conseguimos reabrir el caso. Pero fue el activista Eduardo González quien me explicó que la memoria es también una forma de hacer justicia. La sentencia como tal nunca va a ser suficiente porque como afectados nunca tendremos la respuesta que buscamos. Pero hay que hablar de los nuestros, hacer prevalecer su legado. La memoria, para mí, se ha convertido en un acto de justicia.