Todos conocen el vínculo que existe entre el líder terrorista y la Universidad de Huamanga. ¿Pero acaso es allí donde empieza a moldearse su mente maligna? A un mes de su muerte, nos adentramos en los años previos que vivió en Arequipa, una historia aparentemente olvidada, pero que nos revela la destructiva transformación de quien terminaría trazando un sangriento sendero.
Por: María Fernanda Simborth
¿Arequipeño de corazón?
El sentido de pertenencia del hombre characato reluce en cada ocasión posible, siendo casi una característica innata de aquellos nacidos en esa tierra del sur. Sin embargo, muchos sostienen que Guzmán no presentaba este sentimiento tan arraigado en los arequipeños, Jara señaló que el sanguinario terrorista no logró echar raíces, “no tuvo afecto por Arequipa”.
Esta narrativa, tan divulgada por el fulgor popular que, en décadas pasadas, intentó deslindarse de la relación Abimael Guzmán – Arequipa, se ve refutada por historiadores de la Universidad Nacional de San Agustín, como Jorge Bedregal la Vera: “Existe una suerte de identidad citadina que implica que la ciudad se comporta con el resto del territorio como Lima se comporta con el resto del país. Por los años 60, esto se grabó hondamente en la cultura de las personas que no nacieron aquí: terminaron asimilando ese discurso de manera muy profunda”. Partiendo de esta idea, Bedregal nos relata dos episodios en la vida de quien estremecería el país por 20 años con actos atroces:
El primero transcurrió durante uno de los conocidos encuentros entre Guzmán y Montesinos, luego de su detención en 1992: Vladimiro – también nacido en Arequipa – le llevó una caja de toffees de una reconocida marca de la ciudad, con la intención de romper el hielo entre los dos. Guzmán, rebosante de emoción y con una vistosa sonrisa, se desesperó en abrir el empaque y pelar el plástico del dulce. Bedregal comenta que, en el instante que lo colocó en su boca, las lágrimas de su rostro cayeron.
El segundo momento marcó también la de muchos arequipeños. Al fallecer uno de los docentes del colegio en el que se instruyó – La Salle – Abimael asistió a uno de los servicios funerarios para despedirse de quien, en vida, tuvo gran repercusión en su formación escolar. Guzmán, encubierto e irreconocible, pasó inadvertido, pero se divulgó la noticia de su estadía, desatándose así la furia de los arequipeños quienes, indignados, reclamaron, a través de incesantes llamadas telefónicas a las autoridades, por qué no se le había detenido en el entierro.
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Un silencio sobre su vida personal lo acompañó por siempre. En Arequipa fue aceptado por su padre más por compasión que por cariño; pero quien sí se convirtió en una figura impactante para Guzmán fue Laura Jorquera, su madrastra chilena, la que lo acogió con los brazos abiertos en una colosal casona ubicada en la calle Álvarez Thomas. Es este calor maternal al que expresó Abimael agradecimiento en múltiples ocasiones, señalando, además que, con esta oportunidad, “un mundo nuevo y más amplio se abría a mis ojos en nuestra siempre hermosa y única Arequipa.”
Al ingresar al colegio La Salle, quedó absorto en la novela “La hora 23” y en los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial. La destrucción masiva fue para él, más que horror y desgracia, una especie de enseñanza para su futuro accionar. La guerra se imprimió ante sus ojos como una “fuerza transformadora”, basada en la perversa barbarie.
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El pensamiento Gonzalo y los characatos
1952. Guzmán ingresó a la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa, portando consigo el recuerdo de un hecho histórico que acaeció en las calles mistianas: conocida por ser tierra de revoluciones, en junio de 1950 la ciudad se vio inmersa en un levantamiento que resultó una epifanía para el terrorista, pues reconoció en el fervor arequipeño y la violencia descarnada todo lo aprendido a través de las obras belicosas que tanto admiraba. Es en este ánimo que comenzó sus estudios de Derecho, para luego formar parte también de la Facultad de Filosofía.
Fue su docente, Miguel Ángel Rodríguez Rivas – por quien desarrolló gran afecto – quien lo introdujo en los textos ligados al marxismo. Ambos personajes, junto a otros académicos, concurrieron con frecuencia al bar conocido como El Crillón Serrano. Es aquí donde, entre el fragor del alcohol, surgieron grandes discusiones políticas y filosóficas, así como conversaciones ligadas a las coordinaciones necesarias para marchas, protestas o paros. Es en este lugar en el que Guzmán no solo cultivó su gusto por el licor, sino también donde empezó con su baile al ritmo de Zorba, el Griego.
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¿Qué piensa el arequipeño de Guzmán?
“Hay gente que viene y que después habla de que esta fue la casa de Abimael Guzmán. Nos malogran el prestigio”. Esta respuesta fue la que obtuvo Umberto Jara de un vigilante petulante que resguardaba la entrada de la casona deen la que creció el genocida, hoy sede de un reconocido instituto de cocina.
El arequipeño tradicional infla el pecho por personajes como Vargas Llosa o Guillermo Mercado. Incluso el nombre de uno de sus estadios y de su insigne equipo de fútbol surge de uno de los poetas más reconocidos del romanticismo peruano: Mariano Melgar. Pero es conocida la falta de discusión que suscita el amargo paso de quien encarnó tortura y muerte sin piedad alguna. Excusados en su corta estadía por Arequipa, existe una especie de repudio colectivo justificado que intenta desconocer los años de formación que, se quiera o no, moldearon esa transformación monstruosa que se gestó desde sus primeros acercamientos con los eventos históricos ligados a la guerra.
Con la muerte de Guzmán, el sociólogo de la Universidad Católica Santa María de Arequipa, Mario Gustavo Berrios, nos comenta que “hay una sensación de cierre de un capítulo negro y oscuro en la historia de la ciudad que muchos buscan olvidar. Si bien hay un sentimiento de respiro, de querer darle la vuelta a la página, no se deben ignorar sus años acá”.
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El tiempo de Guzmán como docente y encargado de la biblioteca de Filosofía de la UNSA fue breve. Especialistas señalan que él, más que ser un tipo dotado de intelectualidad, era un hombre hábil. Pero dentro de la atmósfera arequipeña, repleta de catedráticos, abogados y políticos destacados, el cabecilla terrorista permanecía en la sombra.
Producto de varios cambios institucionales de la casa agustina, Guzmán fue despedido de la universidad en 1962. Posteriormente, en el verano de ese año, comenzó con los que se convertirían en sus primeros pasos por el lugar predilecto para su deplorable plan: Ayacucho.
Jara sostiene que fue una caminata por la ciudad la que modificó el curso de su vida para desembocar en el terror y aciago de miles de peruanos: un simple aviso que vio en un periódico le informó sobre la solicitud de docentes para la Universidad de San Cristóbal de Huamanga. Un relato distinto nos cuenta Cesario Benavente, historiador de la UNSA, quien señala que, antes de que Guzmán quedara fuera de la universidad, se invitó a un grupo de profesores para ejercer en la Universidad de Huamanga, entre los que se encontraba Abimael. Los profesores designados – de las áreas de Matemática, Filosofía y Sociología – se llevaron una gran decepción en Ayacucho y decidieron retornar; sin embargo, Guzmán se quedó.
Sea cual fuera la verdadera historia, es esta despedida a la ciudad de tres picos nevados la que se vuelve un punto de quiebre pues, es a partir de ese instante que el joven introvertido empezaría a gestar el movimiento que traería consigo muerte, pánico y desdicha.
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Como en los relatos de ficción, ningún personaje repudiable nace con un pasado épico: son los momentos que juegan a ser anodinos los que terminan siendo un factor clave para su transformación en figuras viles y despreciables. Esto no implica asociar los actos despiadados de Guzmán con Arequipa y su peculiar carácter revolucionario, pues sus años en la ciudad forman parte de la gran cadena de eventos que desembocaron en el terror que infundió en nuestro país. Al fin y al cabo, la historia sangrienta de aquellos años que llevamos marcados para la eternidad debe ser contada, con todos sus matices ocultos.