Un bicentenario sin nada que celebrar, aunque cada día pareciera que se busca hundirnos aún más. La designación de un premier tan radical y negativo para nuestra débil democracia no es más que una cachetada más para todos los peruanos. Una que arde más de 200 años después de una República mal formada, sin una nación ni noción alguna de lo que nos une bajo nuestra bicolor. Un ardor que duele más en nosotros, los jóvenes, que recibimos un país hundido en una deuda social que no sabemos por dónde empezar a pagar, ni cuándo terminará, ni cómo; pero pica más en aquellos que lucharon por años para reorientarnos hacia la libertad y la democracia. En medio de esta incertidumbre, nos paramos frente a un nuevo presidente que busca hincar a todo aquel que sangre, pensando que así solucionará toda una carga histórica y cultural que aún se intenta comprender. ¿Quién le hizo creerse el héroe supremo? Dudo mucho que su mismo ego.
Pero esto del creer es justamente la dinamita de este bicentenario tan amargo. Difícil de tragar, muchos hemos escuchado el discurso populista, lleno de soluciones irreales que tan solo han llenado de esperanza a los que más necesitan soluciones antes que falacias milagrosas. Pero justamente es un mensaje aceptado y abrazado, porque estas elecciones nos han empujado a buscar, como sea, consolidar nuestras creencias en vez de buscar la verdad y llenarnos de conocimiento. Este párrafo es un ‘aplauso’ a todos los medios que se olvidaron del periodismo y forjaron su propia crisis de credibilidad.
¿Por qué la crítica? Muy simple. Decir la verdad, en tiempos de posverdad, es un reto que cuesta harto. Hay que ser estratégico y alejarse del cinismo, fortaleciendo la verdad y la imparcialidad. Una vez deslegitimados los medios, sobre todo esos que mantuvieron una conducta seria a lo largo de décadas, ya no serán fuentes legítimas. ¿Qué significa esto? Que ahora, cuando estamos frente a investigados por corrupción o apología al terrorismo – entre otras barbaridades – solo bastará que los comprometidos digan “eso no es cierto”. Y nadie podrá ir en contra de sus palabras referenciales, ya que valen igual que el inmenso trabajo periodístico de los medios que este bicentenario han cavado su propia tumba.
Y a esto se le suma, así como lo fue en los inicios de una revolución trascendental, una división que podría reducirse al blanco y al rojo de nuestra bandera. Más polarizados que nunca, divididos hasta en lo absurdo, cada bando se ha obsesionado con seguir las migajas falsas de un camino de desinformación. Y fueron felices, libres e independientes de creer todo lo que se les diera la gana. Mentira o verdades a medias, algunos se erigieron como los ‘salvadores de la democracia’, mientras se vendaban los ojos para no divisar su tremendo desastre. Mientras hace algunos años eran conversaciones de celebración por este iluso 28 de julio, todo se resumió al criticismo individual de todo lo que sea un misil románticamente explosivo que destruya sus burbujas conceptuales.
Como estudiante de periodismo, me duele y me arde. Como peruano, me jode y me asusta. Ya estoy acostumbrado a ver el país al borde del abismo democrático. Y me cuesta ver que lo que me hablaban de las épocas dictatoriales, esta vez ha sucedido por decisión propia.
Este es nuestro bicentenario. Nos hemos deteriorado como sociedad y hemos prostituido nuestra verdad. Nos hemos alejado aún más de un cambio cultural y social, positivo para la democracia y para la construcción de una aún olvidada nación. No sabemos quiénes somos, menos ahora que cada uno ha creado su propia verdad. Y ni Perú Libre ni la oposición, hijos de este despelote vergonzoso que en algunos años entenderemos de mejor manera, serán salvadores. Todo lo contrario. Se vienen tiempos amargos, nada patrios ni dignos, a mi parecer, de ser celebrados. No creo que nada se resuelva hasta que la verdad vuelva a valer más que el creer, y que los medios acepten su derrota y hagan los cambios necesarios.
Es nuestra responsabilidad, sin embargo, cargar con lo que nos toca. Hoy en día eso es, para mí, tener la cámara lista y las zapatillas puestas para poder contar las cosas como son, sin dejar que me arrebaten un país así por así. Toca aprender, pero también enseñar. Toca luchar, toca ser ciudadanos. Habrán pasado 200 años, pero nada ha cambiado. Aún somos un país en construcción, aún no nos entendemos, aún no nos queremos.
Triste, pero eso es ser peruano. Y eso es justamente lo que hay que cambiar primero.