Independencia juvenil: un sueño cada vez más lejano

Dejar el nido se ha vuelto un deseo postergado. Los obstáculos económicos y una fuerte cultura familiar retrasan cada vez más la salida de casa.

Por Igor García y Daniela Ramos

Tener las llaves de una casa propia, abrir la puerta de un espacio independiente y sentir que la habitación ya no es el único rincón que te pertenece es, para muchos jóvenes en el mundo, uno de los sueños más grandes y, a la vez, uno de los símbolos más representativos del salto hacia la adultez. Sin embargo, actualmente, la independencia se ha convertido en un enorme reto debido a factores tanto económicos como socioculturales.

Según un informe reciente de Bumeran, portal de empleo en Latinoamérica, 8 de cada 10 trabajadores peruanos consideran que independizarse es más difícil que hace una década. De hecho, 1 de cada 4 tuvo que regresar a la casa de sus padres tras intentarlo. Frente a este panorama, han surgido nuevas formas de independencia basadas en compartir vivienda. Pero, más allá de otras alternativas, persiste la gran interrogante: ¿por qué en la actualidad resulta tan complicado alcanzar la independencia económica?

Plata es plata

El dinero es un elemento indispensable en la vida de toda persona y, para los más materialistas, el factor más relevante. Por supuesto, al pensar en independizarse, el aspecto económico resulta imposible de ignorar. De acuerdo al mismo estudio, el 35% de los encuestados no logra la independencia porque su salario no es suficiente, el 30% porque no tiene trabajo y un 9% porque prefiere seguir viviendo con su familia para ahorrar. En la mayoría de los casos, la razón de fondo es, principalmente, económica. 

“El joven busca independencia para tener más libertad, dejar de estar bajo el control de los padres. Pero, en términos económicos, todo ahí ocurre por su cuenta. Tienen la capacidad de decisión de poder hacer lo que crean conveniente, pero esto implica un costo: los gastos de vivienda, su mantenimiento, alimentación, servicios básicos e internet”, señala Luis Montes, economista y docente de la Universidad de Lima.

El factor económico se vuelve aún más determinante en el contexto peruano, marcado por la incertidumbre, el encarecimiento del costo de vida y la inestabilidad laboral. “Si quieres vivir en el mismo estándar, necesitas un empleo bien remunerado que pueda cubrir tus gastos. Y, para ello, la situación del país tiene que ser buena, con el fin de obtener mejores oportunidades. Eso es una limitante fuerte”, añade Montes, subrayando que la realidad nacional restringe a muchos jóvenes a seguir en casa con sus familias. 

El mercado inmobiliario es otro gran obstáculo. Según reportes de Urbania, un portal especializado en el sector inmobiliario, el precio del alquiler subió 4.3% en el primer semestre del 2025, ubicándose por encima de la inflación (1.3%) que representa un incremento real de 3%. Esta tendencia impacta aún más en el bolsillo de los jóvenes. Hoy, alquilar un departamento de 100m2 en la capital alcanza en promedio los S/. 3,200 por mes.

En cuanto a la compra de vivienda, los precios tampoco son alentadores. Un departamento en Lima de 60m2 ronda los 420 mil soles, mientras que uno de 100m2 los 657 mil soles. A ello se suman otros gastos como los notariales y registrales –valorizados entre el 1% y 1.5% del valor del inmueble–, la mudanza o la habilitación de servicios básicos como gas e internet.

Asimismo, se encuentran comisiones y seguros bancarios, imprescindibles al solicitar un crédito hipotecario. Este último significa un gran problema, pues acceder a un préstamo bancario se ha vuelto cada vez más difícil y costoso.

“Existe una crisis en el ámbito inmobiliario. Las ventas están sufriendo un poco. Hay dificultad para tener créditos, ese es el tema principal. Para poder comprar una cosa necesitas un crédito y están cada vez más caros o más difíciles de conseguir porque el background financiero es cada vez más exigente”, explica Mónica Richter, economista y docente de la Universidad de Lima, asegurando que esta situación ha disparado los precios de los alquileres y, en el caso de compra, convierte la vivienda en una deuda a largo plazo.

De la misma manera, Montes asegura que el encarecimiento del mercado mobiliario responde, en gran parte, al desbalance entre una alta demanda de vivienda y una oferta limitada. “Los famosos Airbnb. Hay casas que ahora se dedican a ese negocio y ya no están en alquiler. Entonces, cada vez va escaseando el número. Uno ve las viviendas que hay, pero están destinadas al comercio y al negocio. Hasta los mismos hoteles sienten esa competencia fuerte”, afirma el economista.

El escenario económico y el mercado inmobiliario limitan seriamente la independencia de los jóvenes peruanos. Entre salarios que no alcanzan, empleos inestables, alquileres elevados y créditos cada vez más inaccesibles, la posibilidad de tener un espacio propio parece alejarse más que acercarse. Sin embargo, las dificultades para independizarse no se reducen únicamente a las barreras económicas, sino que también involucran factores sociales, culturales y emocionales que inciden en la decisión de seguir o no en casa de los padres.

Entre lo ideal y lo real

¿A qué edad, idealmente, deberíamos mudarnos de la casa de nuestros padres? Un medio informativo le hizo esta pregunta a una inteligencia artificial. Basándose en datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y el Banco Mundial, la IA arrojó un rango ideal entre los 22 y 26 años.

Para algunos países europeos, esas cifras se cumplen gracias a un mercado laboral más estable, políticas de viviendas que facilitan el alquiler, o la compra de un espacio y una dinámica familiar más flexible e interdependiente.

De acuerdo con Eurostat, los jóvenes europeos dejan la casa de sus padres, en promedio, a los 26,6 años. En países como Finlandia, Dinamarca o Suecia lo hacen incluso poco antes de los 22; mientras que en España, Macedonia del Norte o Montenegro la salida del hogar se retrasa hasta pasados los 30.

En Perú, la historia se parece más a la del sur de Europa. De acuerdo con Ipsos, los peruanos se independizan, en promedio, a los 30 años. Al menos en Latinoamérica, las causantes no obedecen únicamente a factores económicos. También pesan las dinámicas familiares, donde los lazos de apoyo y cuidado mutuo juegan un papel clave.

Para el sociólogo Javier Albertini, la familia cumple muchas funciones, especialmente en un país donde el Estado ofrece un escaso respaldo y el mercado beneficia a una minoría. “Los padres muchas veces quieren que los hijos estén cerca porque ellos van envejeciendo, ¿y quién los cuida? No va a ser el Estado”, señala el experto.

Con un sistema previsional debilitado por retiros que vaciaron más de 115 mil millones de soles de las AFP, y dejando a 7 millones sin ahorros para su vejez, estos reportes del Ministerio de Economía y Finanzas muestran que el cuidado recae en las familias, reforzando la dependencia entre generaciones.

Hay quienes también deciden quedarse en casa por estrategia. En vez de vivir angustiados por la presión de llegar a fin de mes, deciden priorizar su estabilidad económica mientras ahorran o invierten en su calidad de vida. 

“La gente quiere ser autónoma e independiente, pero también tener una buena vida. Yo he conocido a jóvenes profesionales que ya están trabajando establemente, pero optan por seguir viviendo con los padres porque no quieren que toda su plata se vaya en pagar la casa. Quieren comprarse ropa, divertirse, irse de vacaciones”, explica Albertini.

En este contexto, independizarse no significa únicamente mudarse de la casa de los padres, sino poner en una balanza la autonomía frente a los costos de sostenerla. En sociedades como la peruana, la familia se convierte en un refugio que explica por qué los jóvenes extienden su permanencia en el hogar mucho más allá de la edad ideal.

El precio de la adultez

La idea de independizarse con un departamento propio, amplio y totalmente amueblado parece un sueño cada vez más inalcanzable para muchos jóvenes alrededor del mundo. Frente a la presión de los altos costos de vida y los sueldos bajos, empiezan a surgir alternativas que, si bien no cumplen del todo con el ideal de autonomía, permiten dar pasos hacia la vida adulta.

En ciudades como Tokio o Londres, los espacios reducidos son una respuesta del mercado inmobiliario a las necesidades de los jóvenes. En Lima, esta opción empieza a replicarse. “Antes, por ejemplo, hace unos 3 o 4 años, habían distritos que no podían construir departamentos menores de 100 m2. Hoy en día, hay una oferta de apartamentos de 30 o 50m2”, apunta Albertini.

El alquiler compartido también aparece como otra opción. Esta tendencia, popular entre la generación millennial, se lleva practicando en grandes ciudades como Nueva York o Madrid. Según Bumeran, el 19% de peruanos viven con su pareja, mientras que apenas el 1% con amigos. Aunque poco extendida, la convivencia entre roommates —compañero de piso— comienza a ser una alternativa en contextos de crisis habitacional. 

Dividir gastos de vivienda y servicio, mientras se comparte la convivencia entre amigos o conocidos, surge como una opción viable frente a esta economía. La necesidad termina generando lazos de convivencia que no siempre están motivados por afinidad, sino por supervivencia económica, lo que implica aprender a negociar responsabilidades compartidas.

El contexto real suele chocar con el sueño de muchos jóvenes. Lejos de romantizar la idea de un primer gran departamento, la adultez trae consigo decisiones difíciles y ciertos sacrificios que pueden o no traer consigo la tan anhelada independencia. Pasar a la adultez implica comprender que la libertad no siempre llega en la forma ni el tiempo en que lo imaginábamos.

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