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Diplomacia dividida

La presidencia y la Cancillería son los voceros más relevantes de cada país, pero no siempre manejan el mismo discurso. ¿Qué impacto tiene en las relaciones externas de cada nación? 

Por Igor García y Matias Illescas

Durante su mensaje a la Nación del 28 de julio, la presidenta Dina Boluarte aseguró que evitó que Perú sea un “país fallido” como Cuba, Venezuela o Bolivia. Sus declaraciones generaron inmediatas reacciones, especialmente desde la nación altiplánica. El presidente boliviano, Luis Arce, y su vicecanciller calificaron las palabras de la mandataria peruana como “inadmisibles”, lo que luego derivó en que Boluarte no fuera invitada a las actividades por el bicentenario de la independencia de Bolivia. 

Pocos días después, el 6 de agosto, Día Nacional de Bolivia, la Cancillería peruana felicitó oficialmente al Gobierno boliviano por su aniversario patrio y reafirmó la voluntad de fortalecer los históricos lazos de amistad que unen a ambos países. Dicha situación mostró a dos autoridades peruanas con discursos contradictorios. ¿Qué repercusiones podría causar ello en la imagen internacional del Perú?

Dos caras

La diplomacia es una rama que practica la gestión de las relaciones internacionales entre los Estados. En la práctica, los países ejercen principalmente dos tipos: la diplomacia presidencial, liderada por el jefe de Gobierno, y la diplomacia institucional, representada por la Cancillería o el Ministerio de Relaciones Exteriores. 

La principal diferencia entre ambas, según Andrés Paredes, experto en política internacional, es que la Cancillería constituye un cuerpo profesional especializado en relaciones internacionales, mientras que la diplomacia presidencial no necesariamente lo es. En el caso peruano, esta diferencia se ha hecho evidente. 

“Boluarte no solamente está dentro de la tradición de los presidentes de la región que tienen un lenguaje con respecto al exterior muy descuidado, sino que también tiene una baja aprobación interna. (…) Tiene un nivel de cuidado político muy poco desarrollado, es una política muy inexperta, y en estos casos podemos decir que está intentando flotar hasta el final de su mandato”, sostiene Paredes. 

En contraste, la diplomacia institucional se caracteriza por una mayor solidez. “Nuestra Cancillería es un organismo que, con todos los problemas que puede tener el país, ha logrado una tradición de cuidado y eficiencia”, afirma Paredes, quien también menciona que si bien pueden existir ciertos cuestionamientos sobre quien esté encargado del ministerio, finalmente hay un grado mínimo de aproximación sensata a su labor, lo que permite mantener un cuidado en nuestras relaciones con los demás países.  

En ese sentido, resulta inevitable que ambas diplomacias —la presidencial y la institucional— no siempre compartan un mismo discurso ni actúen en estricta sintonía. Mientras una depende de la coyuntura política y del estilo personal del mandatario, la otra responde a una tradición profesional que busca preservar la continuidad y estabilidad de la política exterior del país.

Riesgos de una “doble voz”

Actualmente hay muchos casos de mandatarios o presidentes que construyen su figura en torno a la confrontación o a la idea de un liderazgo que se alimenta del grito, la provocación y la pelea pública. Esto se ve influenciado también por las redes sociales. Un simple tweet puede generar la reacción de muchos y escalar a un problema diplomático, como pasó a inicios de agosto con las declaraciones del presidente de Colombia, Gustavo Petro, sobre la isla Chinería de Loreto.

En respuesta a estas situaciones, las cancillerías se ven forzadas a “corregir” constantemente las declaraciones de los presidentes de este estilo. “Los niveles presidenciales de diplomacia, no solamente en el Perú, sino regionalmente, como hemos visto en otros casos, suelen a veces ser corregidos por las cancillerías respectivas de sus países”, comenta Paredes.

Así, en vez de enfocarse en generar tratados o mejorar las relaciones internacionales, la Cancillería se ve forzada a solucionar los problemas generados por declaraciones que podrían ser consideradas impulsivas en algunos casos. 

“Parece que se olvidan de que lo que dice un presidente compromete al país. Tal vez están pensando en una cosa de política interna, pero no se dan cuenta que eso puede tener efectos en la política externa”, explica Francisco Belaúnde Matossian, internacionalista y docente de la Universidad de Lima. Con sus declaraciones, algunos mandatarios buscan mejorar su posición en el ámbito nacional. 

Ese es el caso de Dina Boluarte con Bolivia o el de Petro con Perú. A través de sus declaraciones, buscan desviar la atención o solucionar sus problemas internos, que los tienen en una situación complicada. Pero si bien la Cancillería peruana manejó estas situaciones correctamente, evitando una escalada de las tensiones, podrían haber declaraciones que generen problemas graves. 

En algunos casos se retiran los embajadores del país, como sucedió con México en 2023, ante las tensiones que hubo entre Boluarte y Andrés Manuel López Obrador, por declaraciones de este último. Estos problemas llevaron después a que la presidenta peruana no sea invitada a la toma de mando de la entonces presidenta electa, Claudia Sheimbaum. Es así como las relaciones diplomáticas se deterioran y podrían terminar perjudicando los intereses del país.

Para algunos especialistas, este problema podría generar que el Gobierno de Boluarte sea visto como desordenado. “No confluyen en el gobierno ideas claras de qué se quiere hacer con el país (…)  esa línea no existe y como no existe, salen cosas disparatadas desde distintas partes del mismo gobierno”, agrega Paredes. Un Gobierno con coherencia diplomática podría aumentar la credibilidad del mismo y promover la cooperación entre países. 

La Cancillería peruana ha actuado de manera correcta de acuerdo a la opinión de los expertos. Como señaló Bealúnde Matossian, “Perú ha manejado bien esta situación, creo que hay un consenso en eso. La cancillería se ha comportado de manera muy profesional. En el caso de Bolivia, la culpa es de la presidenta peruana”. Desarrollar una política exterior sólida podría beneficiar el desarrollo del país. Su efectividad, por lo tanto, dependerá de la proyección internacional y de la coordinación dentro del Poder Ejecutivo.

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