Más notificaciones, menos palabras. Y una rutina que nos transforma sin que lo notemos. Detrás de lo que parece solo “costumbre”, existen emociones reales que buscan cercanía, control o seguridad.
Por Michelle Hemmerde y Paula Núñez
Saber si alguien ya llegó, si está en línea o si se fue a otro lugar se ha vuelto parte de nuestra rutina diaria. No siempre preguntamos, pero igual estamos atentos. Pero, ¿por qué necesitamos saber dónde están nuestros amigos todo el tiempo? ¿Se trata de cercanía, ansiedad o simple costumbre? En un mundo hiperconectado, la forma en que nos relacionamos también ha cambiado.
Lo que antes se resolvía con una llamada o simplemente esperando, hoy se ha convertido en una necesidad. Y aunque muchas veces no lo decimos, esto nos da calma. Ver ese “en línea” o el doble check azul se ha transformado en una forma silenciosa de compañía.
Ver sin hablar, estar sin escribir
Compartir la ubicación se ha vuelto una costumbre que muchas veces ni siquiera cuestionamos, pues lo hacemos con amigos, con nuestra pareja o con familiares. Es una forma de acompañar, de estar conectados sin tener que hablar. “Esta acción, aparentemente inofensiva, tiene una carga emocional más grande de lo que pensamos”, señala Isabella Colareta, psicóloga clínica.
Cuando miramos si alguien sigue en el mismo punto del mapa, hay una intención detrás que va más allá. No solo queremos saber si está seguro, sino que aún hay una conexión entre nosotros. Es un acto silencioso de “cuidado”, pero también de confirmación.
Sentimos alivio cuando nos damos cuenta que alguien está en el lugar que esperábamos, verlo es suficiente. Esa imagen reemplaza al mensaje y da la sensación de que todo está bien. De alguna manera, la ubicación ha empezado a reemplazar la comunicación, puesto que ya no es necesario mandar un mensaje para saber dónde está el otro; basta con revisar una app.
Pero no todo se trata de cercanía. A veces, puede provocar más preguntas que respuestas: ¿por qué no se mueve?, ¿por qué está ahí?, ¿por qué no responde si ya llegó? “Lo que empieza como una forma de conexión puede convertirse en una fuente de ansiedad o en una necesidad de tener todo bajo control”, sostiene nuevamente Colareta.
La tecnología nos ha dado nuevas formas de vincularnos, pero también ha aumentado ciertas formas de dependencia. Podemos sentirnos cerca sin necesidad de hablar, pero eso no siempre garantiza un vínculo sano. ¿Qué pasa si un día no comparto mi ubicación o dejo de mirar dónde están mis amigos?
¿Dónde estás?
La urgencia de conocer el paradero de alguien o si vio nuestra historia no es solo una cuestión práctica, ya que está profundamente influenciada por el contexto en el que vivimos: apurados y con un acceso inmediato a casi todo.
Las redes sociales incluso ahora van más allá, la nueva actualización de Instagram, por ejemplo, muestra desde donde diste like o subiste un reel. Esa exposición constante convierte cada interacción en una especie de registro.
Lo que antes era solo una notificación, ahora se siente casi como una forma de rastreo. “Estamos tan pendientes de lo que hacen los demás porque tenemos miedo a no estar, a no saber, a quedar fuera de lo que está pasando”, señala Juan Carlos Vela, docente y sociólogo.
No obstante, al mismo tiempo, este hábito también nos deja menos espacio para la pausa, para el silencio, para la duda. Incluso la sorpresa, la demora o la ausencia empiezan a incomodar. Ya no es solo saber por seguridad, sino por hábito o por costumbre.
¿Desde cuándo se volvió normal saber en tiempo real qué hace la otra persona? Es difícil decirlo con exactitud, pero la tecnología lo volvió posible. Hoy, no activar tu localización puede interpretarse como desinterés o incluso deslealtad. “El problema es que, muchas veces, confundimos conexión con control, y en ese camino se pierde el respeto por la privacidad del otro”, agrega Vela.
¿Quién pone el límite?
Las relaciones estables y duraderas no son las que comparten todo, sino las que pueden sostenerse incluso cuando hay silencio. Dar espacio no debería ser sinónimo de alejarse, sino una manera de reconocer que cada uno también necesita su tiempo.
“No se trata de dejar de compartir, sino de no depender exclusivamente de eso para sentirnos seguros. Cuando hay acuerdos emocionales claros, conocer el paradero de la otra persona no es necesario para saber que está contigo”, sostuvo Colareta.
Una forma de empezar es tener conversaciones que solemos evitar, hablar sobre los límites, sobre lo que nos hace sentir bien y lo que no. Tal vez uno de los dos necesita más interacción y el otro prefiere su espacio, y está bien.
“Es importante volver a lo tradicional: mirar a alguien a los ojos, mandar una carta, cocinar juntos, caminar sin mirar el celular. Son pequeñas acciones que nos permiten reconectar y estar presentes de verdad”, concluye Colareta.
En lugar de preguntarnos “¿dónde estás?” todo el tiempo, podríamos empezar a decir “¿cómo estás?”, “¿cómo te sientes?”, “¿qué necesitas hoy?”. Lograr este equilibrio es un desafío constante. Sin embargo, aprender a confiar sin necesidad de confirmar cada paso del otro es, también, una forma de amor.