Mientras los adultos prefieren llamar, muchos jóvenes eligen los mensajes de texto. En plena era digital, esta diferencia refleja no solo hábitos, sino formas distintas de entender la cercanía, el tiempo y la atención.
Por Cynthia Carmen y Daviana Montoya
El celular de Gabriela recibe una llamada, ella inmediatamente corta e ingresa a WhatsApp para escribirle a su madre de quién era la misma. “Dime, ¿qué pasó?”. Para ella, ese gesto es más práctico. Para su madre, es una falta de atención e indiferencia. Un estudio de OpenMarket reveló en 2019 que el 75% de los millennials preferiría perder la capacidad de realizar llamadas telefónicas antes que la de enviar mensajes, ya que consideran esta última más conveniente y menos invasiva.
Por otro lado, una estadística del Pew Research Center de 2011 mostró que, aunque los adultos jóvenes preferían la mensajería instantánea, los adultos mayores seguían resistiéndose, prefiriendo la comunicación telefónica por su naturaleza más personal. ¿A qué se deben estas diferencias comunicacionales? ¿Es exclusivamente una cuestión generacional, o hay otros factores en juego?
El lenguaje en cada generación
Hablar, escribir, mandar un audio, usar un sticker o preferir un emoji. Cada generación ha ido construyendo su propio idioma digital y, aunque se emplee un mismo dispositivo, cada persona lo hace con una intención diferente.
Los Boomers y la Generación X crecieron en una época en que la comunicación requería tiempo y presencia. Para ellos, una llamada telefónica no solo es una herramienta útil para transmitir un mensaje concreto, es una muestra de conexión e interés. Valoran la pausa, el tono de voz y el contacto humano directo. Al enfrentarse a los mensajes de texto, suelen usar menos emojis, escriben oraciones completas y pueden considerar una respuesta tardía como una falta de respeto.
Jaime Bailón, comunicador y magíster en Filosofía, explica que las formas de comunicación de las personas se forman por los medios tecnológicos que los rodean. “En la medida que un grupo generacional está más involucrado con determinados dispositivos tecnológicos, eso va a influenciar la manera cómo este grupo se va a relacionar entre ellos o van a socializar entre ellos; sin embargo, estas no son barreras concluyentes”, menciona el docente de la Universidad de Lima.
Para otros casos, la cercanía de una llamada telefónica se reserva para el núcleo familiar o amigos muy cercanos. “Puedo contar con solo los dedos de las manos la cantidad de llamadas que se recibe el día de tu cumpleaños y el número va descendiendo cada año”, explica Bailón. Por el contrario, los millennials y la Generación Z crecieron en un entorno digitalizado, donde la rapidez, la multitarea y la autonomía son la norma. Por ello, prefieren mensajes escritos o audios breves y concretos, acompañados de gifs, stickers o emojis que añaden emoción sin necesidad de hablar.
Sin embargo, sobresale una problemática silenciosa, pero no menos importante: la tecnología está reemplazando las interacciones más directas entre las personas. ¿Hasta qué punto podría esto afectarnos? “Muchos dicen que estos nuevos medios, en lugar de alentar un vínculo afectivo, lo que hacen es generar la conexión, pero ya no de comunicación. Más que denominarlos medios de comunicación, son medios de conexión. Es un tema que habría que investigar más”, detalla Bailón.
Si llamo, ¿estoy sobrepasando un límite?
Para muchas personas mayores, una llamada es un gesto simple de cortesía y preocupación. No obstante, para muchos jóvenes recibir una llamada sin avisar previamente puede sentirse como una invasión del espacio personal.
Juan Carlos Migone, psicólogo clínico y docente en nuestra casa de estudios, explica sobre el grado de exposición a la hora de comunicarnos. “El miedo al rechazo influye bastante porque preferimos lo que nos genera menos ansiedad. Mandar un mensaje y esperar a que lo lea es menos arriesgado que llamar, ya que al hacerlo corremos el riesgo de ser rechazados o ignorados. El mensaje, en cambio, es más impersonal. Aunque, si nos dejan en visto, también genera ansiedad porque nos preguntamos por qué no nos responden, lo que trae otros problemas”, menciona el experto.
Desde otro ángulo, es importante mencionar que la rapidez del estilo de vida de los jóvenes contribuye para rechazar las llamadas. No significa que no quieran hablar, sino que está más asociado a que llamar sin consultar de forma previa se ha convertido en un desafío para la lógica de la inmediatez controlada.
Para comprenderlo, debemos retroceder a las sociedades preindustriales. En ese entonces, las jornadas estaban estructuradas mediante ritmos naturales, como las estaciones o la salida y puesta del sol. Actualmente, tras muchos años desde la Revolución Industrial y la llegada del reloj, este nos permite estructurar el día en bloques horarios.
A su vez, vivimos en un entorno donde todo está previamente agendado, notificado, filtrado e inmediato. Es totalmente fuera de lo común el estilo de vida de una persona que, tras abrir los ojos, se pregunte: ¿Qué haré hoy? Es por ello que una llamada súbita puede interpretarse como una interrupción que exige disponibilidad total, hasta el punto de que un call sin previo aviso se llegue a considerar una llamada de emergencia.
“Ese tipo de actitudes están relacionadas con el factor de preferir controlar la comunicación. Es decir, por escrito me siento más cómodo y puedo tener cierto manejo en la comunicación, le respondo cuándo y cómo deseo”, aclara Migone. No son solo gustos generacionales: tiene que ver con cómo se administra el tiempo, la atención y la energía. En un mundo hiperconectado, la comunicación constante no implica estar siempre disponible.
¿Quién tiene la razón?
Nadie y todos. Porque en la comunicación, el código no es universal: es un acuerdo entre partes. Lo que para una generación significa respeto, para otra puede ser presión y viceversa. No se trata de imponer un modo, sino de comprender la lógica detrás del otro. En lugar de intentar demostrar que determinada generación tiene la razón, podríamos reformular la pregunta por otra más transformadora: ¿estoy dispuesto a adaptar mi forma de comunicarme?
“La comunicación es una habilidad que se va desarrollando, primero en el hogar y luego en otros espacios, como el colegio. Los padres son los que inicialmente establecen cómo se irá formando esa capacidad”, concluye Migone.
En un mundo hiperconectado, la desconexión emocional no está en el medio, sino en la intención. Escuchar al otro – en voz, texto o silencio- es el primer paso para construir puentes generacionales. Porque, en el fondo, todos queremos lo mismo: ser escuchados, y comunicarse es también un acto de empatía.