El turismo espacial está creciendo en los últimos años y muchas celebridades se están apuntando a esta experiencia, pero ¿cuánto impacta a nuestro planeta y a nuestra sociedad?
Por: Matias Illescas y Alejandro Piña
Cuando Leonardo da Vinci ideaba sus primeros planos de máquinas voladoras, muchos creían que la idea de un ser humano volando era pura fantasía. Siglos después, volar no solo es posible, sino rutinario: actualmente miles de personas abordan vuelos comerciales todo el tiempo. Sin embargo, si para Leonardo volar era un sueño, la idea de viajar al espacio y hacerlo por placer habría parecido aún más alucinante. Hoy esa idea también comienza a tomar forma, aunque no para todos.
En los últimos años se ha promovido el concepto de viajar al espacio como forma de turismo o recreación. Esta práctica ha tomado el nombre de turismo espacial y empresas como SpaceX, Blue Origin y Virgin Galactic ya han lanzado vuelos con civiles a bordo. Un asiento en vuelo de una de estas naves puede llegar a costar millones de dólares. Pero, ¿se trata solo un pasatiempo de ricos o estamos frente a una actividad que pone en riesgo el futuro del planeta?
Turismo fuera de órbita
La idea de viaje espacial surgió a finales del siglo pasado, alrededor de 1990, en un contexto de grandes cambios geopolíticos y económicos como el final de la Guerra Fría o la disolución de la Unión Soviética. Rusia se encontraba en problemas financieros que lo llevaron a colaborar comercialmente con otros países, como es el caso del acuerdo entre MidCorp, empresa rusa, y Space Adventures Ltd., de Estados Unidos.
MidCorp gestionaba la estación espacial Mir y se le ocurrió la idea de vender un viaje a su estación para recaudar fondos para el mantenimiento de la infraestructura orbital. Este fue el primer modelo de negocio formal para el turismo espacial y el primer interesado se llamó Dennis Tito, un ingeniero y empresario americano que, desde 1991, veía con ansias el proyecto. Sin embargo, no fue hasta el 30 de abril de 2001 que Tito pudo abordar un Soyuz, el cohete ruso que lo llevó al espacio.
La misión había pasado a manos de la Estación Espacial Internacional, donde el ingeniero pasó siete días de su vida y, como contó para CNN Travel, pudo ver cómo “los lápices empezaron a flotar en el aire, la negrura del espacio y la curvatura de la Tierra”. El viaje, sin embargo, no solo le costó 20 millones de dólares, sino que también tuvo que seguir un arduo entrenamiento para poder completar la misión, pero demostró que era posible llevar a un civil inexperto a un viaje espacial.
En los ocho años sucesivos al viaje de Tito, otras seis personas siguieron sus pasos y se trasladaron a la Estación Espacial Internacional, convirtiéndose en turistas espaciales. Después de estos acontecimientos, la idea del turismo espacial se concretó como algo serio, por lo que docenas de empresas se interesaron por esta novedosa forma de negocio, entre ellas Blue Origin y Virgin Galactic.
No obstante, las reglas de esa época no eran las mismas que las de ahora: en los 2000 solo podían viajar a bordo de los Soyuz rusos y dirigirse a la Estación Espacial Internacional, pero todo cambió cuando el mercado empezó a crecer. Ahora los viajes al espacio tienen una gran variedad de destinos y compañías, e incluso varían en tipos de exploraciones.
Existen vuelos suborbitales que no llegan a entrar en órbita terrestre, sino que recorren una trayectoria curva en el cielo, estas suelen durar de 2 a 3 horas. En cambio, los orbitales sí entran en órbita alrededor de la Tierra, alcanzando velocidades altísimas y con una duración aproximada de una semana. También se encuentran empresas que ya proyectan viajes lunares, donde el cohete iría más allá del área de la Tierra para llegar a la Luna, aunque aún no se concreta esa idea.
Con el paso de los años, estos viajes se están volviendo cada vez más comunes. En 2021, por ejemplo, se realizaron 15 vuelos de civiles al espacio, según datos de Starwalk Space. Ese mismo año, Jeff Bezos, entonces CEO de Blue Origin, participó en una de estas actividades con su propia empresa. El caso más reciente es el de la cantante Katy Perry, quien el pasado 14 de abril estuvo 11 minutos a bordo de un cohete de Blue Origin. Sin embargo, si bien estos viajes ya son una realidad tangible, para la mayoría siguen siendo una fantasía.
Un sueño millonario
De acuerdo con datos de la revista Resident, un vuelo suborbital –el más barato– cuesta aproximadamente unos 450 mil dólares con Virgin Galactic, entre 200 y 300 mil dólares con Blue Origin y 55 millones de dólares con Space X, aunque esta última solo tiene recorridos orbitales.
Tomando en cuenta que el salario mínimo en Estados Unidos es de aproximadamente 1,200 dólares mensuales, según datos del gobierno, una persona que gana ese sueldo tendría que trabajar por 14 años, sin gastar absolutamente nada, para poder participar en el viaje espacial más barato disponible. Y si se hiciera el mismo cálculo en Perú, donde el salario mínimo es tres veces menor, ese tiempo se triplicaría.
Este panorama reduce la posibilidad de participar de estos vuelos a la inmensa mayoría de la población mundial y prueba de ello es la larga lista de famosos que ya compraron sus boletos, como Justin Bieber, Leonardo DiCaprio, Rihanna o Tom Hanks.
Sin embargo, más allá de ser una simple curiosidad sobre millonarios, la desigualdad que refleja este fenómeno ha sido criticada incluso en organismos internacionales. En 2021, el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, advirtió que vivimos en una época marcada por la “enfermedad de la desconfianza”, y señaló que esto incluye ver “a multimillonarios viajando al espacio mientras millones pasan hambre en la Tierra”. No obstante, el debate no se limita a la desigualdad social. El turismo espacial también plantea serias preocupaciones sobre el impacto ambiental y la sostenibilidad del planeta.
A la expensa del mundo
Más allá de los costos económicos que implica el turismo espacial, existen consecuencias a largo plazo que no parecen ser tomadas en cuenta por los millonarios que planean realizar esta actividad, especialmente en lo que respecta al impacto ambiental sobre la Tierra. Por más que sean pocos las trayectorias de momento, su afectación no debe subestimarse.
Estudios científicos citados por un artículo del BBVA muestran que los cohetes emiten carbono negro, óxido de nitrógeno, dióxido de carbono y cloro, compuestos que dañan la capa de ozono y aumentan el ya afectado calentamiento global. Jorge Sanabria, ingeniero medioambiental, menciona que estos contaminantes persisten en la estratósfera en un plazo de alrededor de 5 años.
Las empresas que comienzan a promocionar este hecho reportan que hacen uso de agentes propulsantes eco amigables como el hidrógeno; sin embargo, Sanabria explica algo importante. “Aunque señalen que usen combustibles limpios, no es del todo verdad. Estos también generan CO₂ negro o alúminas que permanecen en la atmósfera superior”, recalca.
El avance sin control del turismo espacial amenaza con socavar los compromisos internacionales frente al cambio climático y, una vez más, coloca a los países en desarrollo en una situación de mayor vulnerabilidad. “Los países en vías de desarrollo, como el Perú, somos los más afectados por el cambio climático, y el crecimiento de estas prácticas sin regulación no hace más que acelerar nuestra vulnerabilidad”, advierte Sanabria. En un escenario global marcado por la emergencia ambiental, resulta indispensable que cualquier iniciativa tecnológica considere principios de equidad y sostenibilidad.
Aunque la idea de explorar el espacio motiva a empresas y millonarios, impulsar esta industria sin mejoras concretas ni responsabilidad ecológica, como señala el ingeniero medioambiental, resulta “insostenible”. El entusiasmo por lo que hay más allá de nuestra atmósfera no debe eclipsar una verdad elemental: seguimos habitando la Tierra, y todo lo que se lanza al cielo tiene consecuencias aquí abajo.