Aunque la producción de cine en el Perú ha alcanzado cifras récord en los últimos años, la industria sigue enfrentando desafíos estructurales que limitan su desarrollo y proyección internacional.
Por Rafael Ortega, Noelia Manrique y Luciana La Torre
A las puertas de los Premios Oscar 2025, el país recuerda con orgullo y, quizás, con cierta nostalgia, la única vez que estuvo en la contienda de la ceremonia más prestigiosa del cine. Hace 15 años, La teta asustada, dirigida por Claudia Llosa, nos dio una alegría que, hasta hoy, no se ha vuelto a repetir. Aunque en los años siguientes el cine peruano ha seguido presente en festivales internacionales, entre el público cinéfilo persiste la duda de por qué no hemos vuelto a competir por la estatuilla dorada.
Lo cierto es que el cine nacional ha experimentado un crecimiento sin precedentes. Cada temporada, la producción de largometrajes alcanza nuevas marcas y las cifras hablan por sí solas: 75 películas en 2022, 81 en 2023 y 87 en el último año. Sin embargo, si bien este panorama podría ser motivo de celebración, la industria cinematográfica en el Perú aún enfrenta múltiples desafíos, con problemas que se arrastran desde años atrás y siguen sin resolverse. En medio de este contexto de alegrías y frustraciones, se proyecta en el escenario la siguiente pregunta, ¿cuál es la realidad del cine peruano?
Largos aplausos y cortas temporadas
En lo que va del siglo XXI, el Perú ha estrenado más de 1,000 películas, un hito histórico que igual no cambia una realidad innegable: continúa siendo una industria precaria. Así lo señaló Christian Wiener, exdirector de Industrias Culturales y Arte del Ministerio de Cultura, en una entrevista para la revista Quehacer. Además, el especialista destacó que los largometrajes más exitosos suelen contar historias poco complejas, en respuesta a un público que busca más un espacio de entretenimiento y escapar que una narrativa desafiante. En ese sentido, basta con revisar las tres películas más taquilleras de 2024 para corroborarlo: Vaguito (913,846 espectadores), Vivo o muerto: El expediente García (772,140) y Chabuca (465,249).
“El público que tenemos hoy, en términos generales, es uno que está acostumbrado a un tipo de cine de efectos especiales, de grandes producciones, con mucha tecnología. Es decir, puro entretenimiento”, declaró el reconocido director peruano Francisco Lombardi, autor de reconocidas películas nacionales como Tinta roja y La boca del lobo. En esa línea, destacó que algunos cineastas priorizan su visión artística sin preocuparse por la recepción del público, mientras que otros buscan equilibrar su identidad creativa con una mayor conexión con los espectadores.
“No es que no haya calidad, más bien lo contrario, existe alta calidad (…) Ese tipo de obras se presentan justamente en festivales, y es muy distinto a lo que vendrían a ser películas de entretenimiento”, mencionó Tito Catacora, galardonado director de largometrajes como Yana-Wara y Pakucha. Asimismo, reconoció que, desde la redacción del guion, uno ya tiene claridad sobre la recepción que tendrán sus películas, que pocas veces terminan por llenar una sala de cine.
“Tendría que hacer una película de entretenimiento, o sea, nada cognitivo. Solo así de repente puedo convocar mayor cantidad de espectadores. Porque si voy a hacer una película autoral, un cine de arte, ya es de antemano de que no va a haber mayor cantidad de espectadores en los cines”, añadió Catacora. Sin embargo, el valor de sus obras está, finalmente, en la visibilidad de su cultura y los estudios posteriores que se puedan hacer de la misma.
Retablo, Wiñaypacha, Canción sin nombre o Reinas, son algunos ejemplos de filmes que han recibido grandes premios y ovaciones en distintos festivales internacionales. No obstante, en el Perú, estas mismas obras enfrentan una realidad muy distinta: rara vez su taquilla supera los 40,000 espectadores y su tiempo en cartelera no suele extenderse más allá de tres semanas. Así, mientras en el extranjero son reconocidas como piezas valiosas del cine latinoamericano, en su propio país suelen pasar desapercibidas.
“Se ha vuelto la existencia del cine una actividad bastante menos cultural, en el sentido cultural más específico del arte, que lo que era hace algunos años. Y eso es algo que nos tiene que preocupar”, declaró Lombardi. Para él, lograr el punto medio implica encontrar formas de comunicación que no traicionen la esencia del cineasta, pero que, al mismo tiempo, permitan que su obra sea accesible y comprensible para una audiencia más. “Hay formas de buscar comunicación sin traicionar las ideas que uno puede tener y que uno quiere expresar”, agregó.
¿Nos están cerrando el telón?
Por otra parte, Silvana Aguirre, directora, guionista y productora peruana, menciona que existen dos caminos en el cine: las historias que pueden ser comerciales y las que pertenecen al arte “independiente”. Este último siempre enfrenta un recorrido mucho más complicado. El cine, como cualquier otro trabajo, necesita venderse, presentarse, conocerse, y ese es el tipo de películas que generan audiencia.
Entonces, por más buenas que sean, las intenciones de los realizadores por producir grandes películas nacionales no bastan. Lamentablemente, el Perú es un país que coloca el desarrollo de una potente industria cinematográfica entre los últimos puestos de su lista de prioridades. Es decir, no se preocupan por la formación de profesionales altamente capacitados y el financiamiento que entregan es insuficiente.
De acuerdo con Lombardi, las ayudas estatales son escasas, no solo porque son muy pocos los que pueden conseguirlas, sino que también no alcanzan para cubrir todos los gastos que implica hacer cine. “Las ayudas que otorga el Ministerio de Cultura a través de DAFO son muy limitadas. Se presentan de 70 a 90 proyectos y los que ganan son entre 10 a 12, o sea, un 10% en realidad. Por ello, hay muchos cineastas que se quedan sin poder ejecutar sus ideas. Mientras que a los afortunados que sí la reciben no les alcanza ni para el 50% de lo que es el costo de sus películas”, expresa indignado.
Sin embargo, para Catacora, al menos estos incentivos económicos han impulsado a que haya más largometrajes en lenguas originarias. “Creo que el apoyo del Ministerio de Cultura ha sido bastante fructífero, puesto que están surgiendo compañeros cineastas de todo el Perú. Nosotros somos aimaras y, si no hubiera el apoyo del Estado, no habría de repente ni una obra hecha en nuestros idiomas nativos”, destaca el experto.
Pero esta situación podría revertirse, pues, tras la promulgación de la Ley Tudela, los especialistas consideran que esta no solo reduciría el presupuesto para las producciones locales, sino que también estaría incentivando la censura. “Esta propuesta surgió por parte de algunos sectores, en este caso, del Poder Legislativo, tal vez porque están defendiendo el sistema. Seguramente tienen temor de perder los privilegios”, señala Catacora.
Como resultado, el mismo cineasta manifiesta apenado que cada vez se están haciendo menos películas independientes. Si el Estado no invierte, el proyecto está casi perdido, porque la industria privada no se siente atraída hacia este tipo de filmes. “En nuestro contexto nacional, no se hacen trabajos o películas de autor o de arte. Nadie va a arriesgar 500 mil o 600 mil soles sabiendo que no va a recuperar nada”, agrega.
En esa misma línea, la opción de buscar fondos en el extranjero tampoco es tan viable. Conforme a Aguirre, “para poder encontrar financiamiento fuera de tu país, siempre te van a pedir que tengas algo de inversión del lugar de donde viene la película”. Dicho de otra manera, transmites el mensaje de, si no has conseguido llamar la atención de inversores locales, qué les asegura que tu idea realmente pueda funcionar en otra parte.
Aunque pareciera que no todo está perdido, ya que existen directores que consiguen obtener ese apoyo económico, producir sus cintas y hasta presentarlas a grandes e importantes festivales, encontramos más complicaciones detrás. Cuando logran superar este primer obstáculo, que es realizar sus propios largometrajes, viene otro igual de grande: conseguir llegar a las salas de cine y atraer a la audiencia. “Hoy prácticamente no puedes contar casi con la taquilla. Son muy raras las películas peruanas que consiguen una cantidad de espectadores importante. Hace tiempo que no hay una película peruana, digamos, que pueda decir, ha tenido éxito en el cine”, recalca Lombardi.
Entonces, los largometrajes regionales o de autor no tienen gran acogida a diferencia de las comerciales como Asu Mare o Sí, mi amor. Al contar ya con poco dinero para llevarse a cabo, luego les queda muy poco o casi nada para los gastos de promoción y publicidad. En consecuencia de todas estas trabas, se genera un círculo vicioso que sigue perjudicando a las futuras generaciones de cineastas peruanos.
El próximo rodaje
Frente a esta situación, mucho antes de soñar con ganar el Oscar, la industria del cine peruano debe cimentar una base sólida para desarrollarse. Uno de los pasos más importantes es aprender de políticas internacionales que han impulsado a otras elaboraciones cinematográficas en la región y el mundo.
En Colombia, la Ley de Cine (2003) introdujo estímulos fiscales para atraer inversiones privadas al sector, logrando que películas como El abrazo de la serpiente recibieran apoyo financiero y ganaran reconocimiento internacional. Por su parte, el Fondo de Fomento Audiovisual de Chile ha permitido que producciones como Una mujer fantástica, ganadora del Oscar a Mejor Película Internacional, cuenten con presupuestos suficientes para competir en el escenario global.
Estas medidas no solo fortalecieron las economías locales, sino que también crearon un entorno donde la creatividad y la calidad técnica florecen. En palabras de Francisco Lombardi, “el paso importante es tener un abanico más grande de apoyos del Estado a la producción de cine nacional. Estímulos para que pueda haber más películas en el Perú”. Por otro lado, el streaming emerge como una alternativa prometedora frente a las dificultades de llegar a las salas de cine. Plataformas como Netflix, Amazon Prime y MUBI han permitido que filmes independientes de países con industrias limitadas alcancen audiencias globales.
Sin embargo, el acceso a estos formatos exige que las películas cumplan con estándares internacionales de calidad, tanto en narrativa como en producción. Para cineastas peruanos que enfrentan obstáculos en distribución y promoción, esto puede ser una oportunidad clave, aunque no exenta de desafíos. “Nos hace falta una cuota de pantalla en los cines. El Estado debería comprometerse, tal vez, con algunos incentivos tributarios: que por ver películas nacionales, ya no paguen los tributos en ese caso. A ese nivel debería llegar el apoyo”, explica Catacora, quien destaca la importancia de explorar nuevas vías.
En otro orden de ideas, el talento joven es una de las mayores fortalezas del cine peruano, pero requiere condiciones más favorables para prosperar. Potenciar espacios de formación profesional como talleres, festivales o residencias internacionales, como también apostar por una descentralización real que visibilice las voces regionales, son cambios imprescindibles. No obstante, lo necesario es crear una escuela de cine peruana. “Nosotros los realizadores aprendemos de mil maneras, principalmente de forma autodidacta. Ahí te das cuenta de que aún hay bastante por hacer”, menciona Catacora sobre la ausencia de una facultad cinematográfica en el país como un obstáculo para el desarrollo de la industria.
El cine peruano, con todas sus alegrías y frustraciones, está lejos de haber alcanzado su techo. Pese a los desafíos que enfrenta, la industria nacional es un espejo valioso de la realidad que refleja tanto la riqueza de nuestra diversidad cultural como las carencias estructurales de nuestro país. Quince años después de la histórica nominación de La teta asustada, el Oscar sigue siendo un horizonte lejano, pero la verdadera batalla de la cinematografía nacional no se libra en Hollywood, sino en los festivales, las salas de cine locales, los hogares y las pantallas de streaming.
Tal cual señala Lombardi, el Oscar no es un parámetro para medir la calidad del cine peruano. “Podría ser un mejor parámetro que nuestras películas compitan en festivales internacionales, sean seleccionadas y puedan exhibirse en otros países”, finaliza. En este sentido, el futuro del cine peruano no está en los aplausos de una alfombra roja, sino en el corazón de sus creadores y el eco de sus historias en cada rincón del Perú y más allá. Solo así, algún día, podremos estar a las puertas del Oscar con una industria lista para competir.