El tomar un trago en Perú ha alcanzado nuevos niveles entre los jóvenes, quienes enfrentan graves efectos en su salud y desarrollo. Aún así, su consumo sigue estando normalizado y promovido, mientras se le resta importancia frente a otras sustancias. ¿Cuál es el precio de esta contradicción?
Por Igor García y Lucía Quispe
El consumo del alcohol, especialmente a través de la cerveza, es una práctica profundamente arraigada en nuestra cultura y tradición, presente en el país desde hace siglos. Los mismos incas ya bebían su sagrada chicha de jora para sus ceremonias más importantes, un ritual que se ha mantenido a lo largo del tiempo. Hoy, esta costumbre se extiende desde fiestas y celebraciones hasta reuniones familiares y laborales. Pero ahora, en algunas ocasiones, considerando sobre todo a los más jóvenes, tomar se ha vuelto parte de la vida cotidiana, ya sea en una salida con amigos o en una junta casual.
Sin embargo, todo lo que rodea el consumo de licor resulta claramente preocupante. Según el MINSA, el 59.7% de los jóvenes de 12 a 18 años y el 87.3% de los adultos jóvenes de 19 a 24 años consumen alcohol. Este no discrimina a nadie, no importa el estatus social, la condición económica ni la edad. Todos pueden consumirla y existe la posibilidad de que llegue a convertirse en una adicción que acarrea graves consecuencias para la salud y la vida personal. No por nada los expertos en salud la consideran la droga más accesible, pero, aun así, no recibe la misma atención ni respuesta social que otras sustancias sí.
Sorbos de doble moral
Una palabra que describe bien la situación del consumo del alcohol en el Perú es la “normalización”. Desde pequeños, muchos reciben un poco de licor ofrecido por sus propios padres, transmitiendo la idea de que beber es completamente común. En nuestra sociedad, el alcohol está ampliamente tolerado, mientras que otras sustancias son estigmatizadas y criminalizadas bajo el argumento de que dañan al individuo, cuando el alcohol también tiene efectos perjudiciales. Somos conscientes de que, a la larga, puede perjudicarnos.
“En el Nuevo Testamento, el primer milagro de Jesús fue transformar agua en vino en las bodas de Caná, cuando tú recibes la sangre de Cristo es vino. Entonces, hasta en términos religiosos, es parte de nuestra costumbres. Así, la gente lo ve como algo totalmente aceptado en el aspecto social”, señala el sociólogo Javier Díaz Albertini, dejando en claro que el alcohol está más arraigado a nuestra cultura de lo que imaginamos.
Otro ámbito en el que el alcohol tiene una presencia notable es la publicidad, donde su promoción ha crecido significativamente. “En la televisión, casi la mitad de los comerciales son de cervezas u otras bebidas alcohólicas”, indica Díaz Albertini. Dicha exposición constante, que ha perdurado con los años, ha fortalecido la normalización ya existente, incentivando la compra de estos productos acompañados siempre con la advertencia “tomar bebidas alcohólicas en exceso es dañino”.
No obstante, existe una contradicción que radica en que, mientras las marcas nos venden la idea de que el alcohol es esencial para lograr unión y felicidad, el mismo mensaje de apercibimiento se diluye en un mar de imágenes y videos que lo presentan como algo inofensivo y casi indispensable. El gobierno y las políticas públicas no escapan a esta contradicción.
A través de la Comisión Nacional para el Desarrollo y Vida sin Drogas (DEVIDA), el Perú lidera iniciativas como la Estrategia Nacional de Lucha contra las Drogas y campañas de concientización como “Tú puedes sin drogas”. Sin embargo, este propósito parece incoherente cuando, al mismo tiempo, existe mucha permisividad en la promoción abierta del alcohol, ocupando el segundo lugar en cuanto a los años de vida saludables perdidos en hombres y es una de las tres sustancias más consumidas por estudiantes de secundaria.
Entre copas y consecuencias irreversibles
En la búsqueda de independencia e identidad, muchos jóvenes enfrentan una encrucijada cultural en la que el alcohol se presenta como un pasaporte hacia la adultez. Desde fiestas en la época escolar hasta en lugares donde no debería propiciarse su consumo, como en reuniones familiares, la presión por consumir alcohol para demostrar madurez está profundamente arraigada en nuestra sociedad.
La creencia de que una mayor resistencia al alcohol convierte a los jóvenes en individuos “más fuertes” o “más adultos” lleva a muchos adolescentes a adoptar hábitos que, en realidad, ponen en riesgo su desarrollo y bienestar. Ante esto, diversas investigaciones revelan una verdad preocupante: el consumo de alcohol durante la juventud no es un símbolo de crecimiento, sino una amenaza para la salud cerebral, mental, académica y social de estos.
La adolescencia es un viaje de descubrimiento y transformación donde el cerebro experimenta cambios a un ritmo vertiginoso. Precisamente, Silvana Arditto, psicóloga y psicoterapeuta, expresa que “el consumo de alcohol en esta etapa afecta profundamente no solo en el ámbito físico y biológico a nivel cerebral, sino también en el psicológico y emocional”. El Instituto Nacional sobre el Abuso de Alcohol y Alcoholismo indica que beber alcohol no solo altera el desarrollo de estas áreas cerebrales, sino que también reduce su tamaño y deteriora su capacidad para comunicarse de manera eficiente.
”Las áreas más comprometidas son el sistema nervioso y aquellas relacionadas con el pensamiento, la coordinación y el equilibrio. Incluso se ven afectadas funciones como el habla y la atención”, señala Arditto, quien complementa que estas áreas, en conjunto, son fundamentales para el funcionamiento del cuerpo y para un desarrollo psicológico adecuado. No es solo un tema de inmadurez o rebeldía: los efectos del alcohol en el cerebro pueden tener repercusiones mucho más profundas e incluso aumentar el riesgo de dependencia en la adultez a largo plazo.
El impacto del alcohol no solo afecta el cuerpo, sino que también deja huellas profundas en la salud emocional de los adolescentes. Arditto declara que, “el consumo de licor a una edad muy temprana, como a los 13 años, tiene un impacto significativo como cambios de conducta porque afecta directamente al cerebro, generando un descontrol de impulsos y alteraciones emocionales que impiden un adecuado control de las emociones”.
Como consecuencia, se observan problemas severos de ansiedad e incluso depresión, dado que el alcohol es una sustancia depresora. Al igual que una fuga temporal de la angustia, el alcohol se convierte en una forma de evasión, un refugio lleno de ilusiones y fantasías que, en lugar de sanar, perpetúa el sufrimiento emocional y limita las oportunidades de crecimiento. Arditto expresa que, “cuando esta sustancia se ve involucrada no hay límites y tampoco hay un pensamiento claro, pues los adolescentes se dejan llevar por la emoción y la sensación momentánea”. Lejos de ser solo una “salida” para los jóvenes, se convierte en un obstáculo importante para su desarrollo académico y social. “Afecta la capacidad de concentración, de lenguaje, el área cognitiva y la de memoria, lo que impacta directamente en el rendimiento escolar”, denota la psicóloga.
Los estudiantes que beben con frecuencia tienen más dificultades para mantenerse enfocados en clase y esto se traduce en calificaciones más bajas. Estudios de Harvard confirman que consumir alcohol en exceso es uno de los factores clave que contribuyen al bajo rendimiento académico y al abandono universitario. No solo eso, sino que afecta también las relaciones interpersonales de los jóvenes, dado que estos se vuelven más permisivos y aceptan conductas erróneas o se ven atraídos a las drogas, dejando claro que el impacto del alcohol en la vida social es más grande de lo que muchos piensan. “El grupo juega un papel fundamental, ya que la presión social y el hecho de que una persona se sienta más cool o libre sí representa un factor decisivo en la conducta de los demás. Esto ocurre principalmente cuando la personalidad aún no está bien definida porque, en esos casos, si un amigo hace algo, yo también lo hago”, explica la psicóloga.
La nueva era del alcohol
Para los que son adultos mayores: seguro recuerdas aquellos tiempos en los que un trago de 15 soles con tus amigos bastaba para disfrutar de una buena conversación y pasarla bien. Seguro, si intentas explicarles esto a tus hijos, te mirarán como si vinieras de otro planeta. Hoy en día, ellos no se conforman con cualquier cosa, pues el vodka o el ron de 40 soles para arriba es lo mínimo. Esta brecha generacional en el consumo de alcohol refleja un cambio profundo en las costumbres y en la forma en que las nuevas generaciones viven, principalmente por los efectos a corto plazo que generan. “El alcohol te quita las inhibiciones, si en una fiesta eres tímido y te da vergüenza bailar, toma dos o tres tragos y solucionado. En términos de hombres también es una competencia machista de quién aguanta más”, comenta Díaz Albertini.
La práctica de bebidas alcohólicas ha experimentado una evolución notable a lo largo de los siglos, reflejando tanto el contexto cultural como las influencias externas que han marcado la historia del país. En tiempos precolombinos, las bebidas tradicionales como la chicha de jora y el pisco eran fundamentales en las ceremonias religiosas y festivas, siendo adquiridas en diversas ocasiones. Con la llegada de la globalización, el panorama del consumo de alcohol en Perú cambió considerablemente. La influencia extranjera hizo que se introdujera nuevas bebidas y estilos de consumo.
Luego, la cerveza se consolidó como la bebida alcohólica más popular en el país, extendiéndose su consumo entre todas las clases sociales, con marcas locales e internacionales ganando terreno en los hogares peruanos. La “chela” es parte de lo que significa ser peruano para muchos, acompañándolos en cada uno de los momentos: en verano, con ceviche, en la playa o en un partido de fútbol de la selección.
El precio de un brindis
“Hoy en día, se puede adquirir alcohol casi en cualquier lugar como supermercados y cantinas donde te ofrecen una inmensa cantidad de opciones”, afirma Díaz Albertini. La variedad de productos con alcohol ha aumentado enormemente. Se observa una diversificación no solo en la oferta de cervezas, sino también en licores, cocktails y vinos. Nuevas marcas importadas se han integrado al mercado, lo cual ha hecho que el consumidor de bebidas alcohólicas sea mucho más exigente y demandante. Antes, los que actualmente son adultos no solían tomar el “mejor” de los licores, sino consumían lo que había en su momento.
Ahora, los cócteles no solo son bebidas, sino una experiencia. Por ello, existen diversos bares o restaurantes con una temática específica. En bares como El Infusionista, lo que está en tu vaso no es solo un trago, sino una pieza de arte que parece haber sido sacada de un laboratorio o una película de ciencia ficción. La tendencia ha cambiado por completo: ya no basta con pedir un simple ron con hielo, pues las bebidas alcohólicas se han transformado en un espectáculo.
Cada cóctel se presenta como una obra maestra: algunos vienen en cajas que, al abrirlas, desatan una nube de humo que parece sacada de un truco de magia; otros, adornados con burbujas y vapor, desafían las leyes de la presentación tradicional. En esta nueva era del consumo, beber es solo una parte de la diversión porque la verdadera magia está en cómo se sirven.
Mientras el alcohol se sigue viendo como parte de nuestra identidad social, los números hablan por sí mismos: los jóvenes están bebiendo más que nunca y, con ello, enfrentan consecuencias que van más allá de una simple resaca. Los efectos en su salud física, mental y académica son alarmantes, pero parece que el consumo sigue siendo un espectáculo más que un tema de reflexión.
El alcohol ahora no solo se bebe, sino que se vive como obras de arte y experiencias. Pero, entre la euforia que trae este tipo de bebida, debemos preguntarnos: ¿a qué precio está evolucionando el alcohol? La respuesta es urgente, pues el costo podría ser mucho mayor de lo que imaginamos para las generaciones del mañana.