Un paseo de fe y magia

[Foto: Paolo Velita e Igor García]

Entre pasillos oscuros y susurros de rituales, el Mercado de Brujas de Gamarra se convierte en un refugio para quienes buscan respuestas en el mundo esotérico. Desde los puestos que ofrecen remedios y amuletos hasta las lecturas de cartas de los chamanes, la atmósfera está impregnada de misterio y tradición.

Por: Daniela Ramos

Caminando por la avenida Aviación, en plena vorágine de Gamarra, es fácil perderse entre los vendedores ambulantes y el caos de La Victoria. Los gritos de los comerciantes que ofrecen desde frutas hasta ropa del más bajo precio inundan el aire, y el flujo incesante de personas transforma la calle en un río humano. Sin embargo, a lo lejos, entre todo ese alboroto, algo llama mi atención. Un mercado, pero no uno cualquiera. Algo en la penumbra de su entrada, casi escondida entre los pasillos, parece arrastrarme con hilos invisibles hacia su interior. Sin saberlo, me encuentro cruzando el umbral de lo que pronto descubriré es el Mercado de Brujas de Gamarra.

El cambio de ambiente es casi instantáneo. Adentro, el ruido del exterior queda amortiguado, reemplazado únicamente por la pesadumbre de las energías que convergen entre los distintos puestos. El zumbido constante de las moscas es la melodía que acompaña este misterioso escenario, el cual se encuentra decorado de todo tipo de plantas medicinales colgadas desde lo alto de las paredes. A su vez, el aroma a incienso se convierte en un agudizador de sentidos. Aunque no hay muchas personas, la sensación es opresiva. Las vitrinas exhiben pociones en frascos de todos los colores, velas, amuletos y objetos que no reconozco del todo. No sé exactamente qué venden, pero algo me dice que este lugar está lleno de secretos.

La fe que los mueve

Al recorrer los pasillos, noto que las siluetas a mi alrededor empiezan a cobrar vida. Muchas de ellas vienen con un propósito en mente, mientras que otras, al igual que yo, están aquí por mera curiosidad. Las señoras mayores dominan la escena, hurgando entre plantas medicinales y talismanes con la misma certeza de alguien que ya ha venido más de una vez. Algunas están buscando remedios para males físicos: una infusión para el reumatismo o una planta que alivie los dolores de cabeza. Sin embargo, otras parecen buscar algo más. Una dama con el ceño fruncido examina con atención una poción que promete atraer amor. A cambio de treinta soles, la fe en lo esotérico parece no distinguir entre el dolor del cuerpo y el del alma.

“Lo que más piden es dinero”, me comenta Alberto mientras despacha dos botellitas de plástico llenas de un extraño mejunje de hierbas. La clienta le entrega un billete de veinte soles y Alberto lo recibe con una sonrisa. “Ya verá cómo aumenta el tamaño de su billetera, seño”, la despide. Aquí, las pócimas para el dinero se venden como pan caliente. Desde los diez hasta los treinta soles, estas fórmulas en forma de sprays cambian su tamaño para acomodarse a los bolsillos y carteras de sus clientes. Al parecer, el deseo por el éxito económico eclipsa incluso la búsqueda del amor.

De pronto, hambrientas sonrisas se dibujan en los rostros de los vendedores cuando los curanderos llegan como parte de sus visitas semanales. Con expectativa, los comerciantes saben que estos encuentros son el preludio de una buena venta. Los hechiceros llegan listos para abastecerse de lo necesario para sus rituales. Como una lechuza, sabia y silenciosa, el curandero escoge cuidadosamente las plantas que se va a llevar. Su mirada aguda recorre el lugar mientras examina amuletos, evalúa las maracas y, finalmente, recoge un paquete de velas negras y blancas, herramientas esenciales para lo que viene. Cada compra es un acto meticuloso, casi un ritual en sí mismo, donde no solo se eligen objetos, sino también las energías que estos contienen.

También están quienes, desesperados por respuestas, se aventuran en lo desconocido. Almas inquietas confían su destino a las manos de aquellos que leen las líneas del futuro, entregándose al poder de las cartas. Diez, veinte, cincuenta, y hasta ciento veinte nuevos soles es el costo por desvelar lo que el porvenir les tiene preparado. Pero entre ellos también caminan otros con miradas cargadas de tormento, almas que creen haber sido maldecidas y que buscan, en las limpias y los baños florales, un destello de paz. No tardaría en notar la carga oculta que acompaña a estos servicios porque, cuando me acerco a preguntar por una lectura de manos, las miradas se vuelven más esquivas. Las voces del primer piso del Mercado de Brujas susurran escándalos pasados. 

Detrás de las cortinas 

Oscuros pasadizos me reciben como si de un laberinto se tratara. “No te recomiendo que vayas arriba, los chamanes de ahí tienen mala fama”, me comentaron algunos de los vendedores del primer piso. Uno de ellos es Jorge, cuyos veintidós años de experiencia como mercader en el lugar lo han convertido en guardián de diversos secretos. “Es mejor hacerlo con alguien de confianza, muchos se aprovechan de jovencitas indefensas”, me comentó, refiriéndose a un escándalo que involucró a algunos chamanes y una operación policial encubierta años atrás. Pero esa no sería la única razón para desconfiar. Algunos advierten que deshilvanar los hilos del futuro puede enfurecer a ciertos dioses y atraer la suerte equivocada.

Aquí, los rituales no son espectáculo al alcance de la vista de todos; estos se realizan en cuartos cerrados, donde la privacidad permite concentrar las energías adecuadas. Mientras algunos chamanes utilizan “jaladoras” para atraer clientes a sus santuarios, otros no necesitan de estas técnicas, pues su reputación les precede. Ese es el caso de la india Timbaya, una esotérica cuyo prestigio es una mezcla de respeto y temor. 

Iluminado solo por velas y lámparas tenues, el cuartel de Timbaya parece cobrar vida por sí mismo. La mística emana una energía ancestral, no solo por los años que lleva en este oscuro mundo, sino por los secretos que sus cartas le han susurrado a lo largo del tiempo. Como si de contactar a una vieja amiga se tratara, se inclina hacia sus cartas, esperando que estas le respondan. Entre ellas, hay un respeto tácito. Su voz, pausada pero firme, revela que no se trata solo de interpretar los símbolos que el tarot despliega; cada gesto, cada suspiro de quien la consulta es una pista más en el enigma del destino. A partir de la lectura, Timbaya ofrece diagnósticos que pueden culminar en una limpieza energética valorizada en mil doscientos soles.

Si algo queda claro, es que el Mercado de las Brujas ubicado en Gamarra no es solo un recinto para adquirir artefactos esotéricos, sino también una puerta que conduce a lo oculto y a lo inobservable que muchos abrazan con fervor. Al retirarme, una mezcla de alivio y confusión me invade. El bullicio de la avenida Aviación retumba en mis oídos, pero las sombras de ese mercadillo, repletas de secretos y misterios, me acompañan. Es fácil olvidar que, a solo unos metros de la rutina cotidiana, existe un espacio donde la magia se valora tanto como la fe que se deposita en ella.

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