Para diversas mujeres latinoamericanas, EE.UU se ha convertido en el país de las “oportunidades” Y si es que no las hay, buscan la manera de encontrarlas, ya que, al margen de la ley, ellas se aferran a la posibilidad de encontrar un mejor porvenir para su familia. Sin embargo, las dificultades a las que se enfrentan se resumen en no encontrar empleos dignos, la promulgación de leyes antimigratorias y la marginación que las obliga a seguir trabajando cueste lo que cueste.
Ilusión, esperanza y nostalgia. Para las mujeres inmigrantes indocumentadas, son las tres palabras que acompañan la realidad de vivir en los Estados Unidos, una nación que las recibe, ya sea por voluntad propia o por obligación, para ser quienes cuiden a los niños, limpien los hogares o estén expuestas a la marginación y el trabajo infravalorado.
En el país de las “oportunidades” viven aproximadamente 21 millones de mujeres inmigrantes, cifra que representa el 13% de la población femenina de dicha parte de América del Norte, según el Institute for Women ‘s Policy Research.
Aunque ellas abarcan diversos roles en la sociedad norteamericana, también se enfrentan a las desigualdades de vivir en un país que las trata con injusticia y las obliga a entregar mente y cuerpo para brindar una mejor calidad de vida a sus familias, pues emigrar no solo conlleva extrañar a padres o hijos, sino que viene acompañado de desafíos que se extienden desde no dominar el inglés hasta no contar con un estatus migratorio que les permita vivir en paz.
En Nexos, conversamos con cuatro mujeres que, a la fecha, se encuentran indocumentadas en el estado Florida, la región que ha puesto más leyes antiinmigrantes para quienes llegan por frontera o se quedan en la región de forma “ilegal”; no obstante, ellas mantienen la esperanza de seguir ayudando a sus familias cueste lo que cueste, aunque esto signifique no verlos por un largo tiempo.
La esperanza que el río no se lleva
“Aquí muchas veces te tratan como un “caballo” que no puede ni tiene que descansar”, advierte con firmeza Martina (40), quien es proveniente de Nicaragua, específicamente de Ciudad Darío, lugar ubicado a dos horas de la capital (Managua). Ella pide no usar su verdadero nombre por la situación en la que el presidente Daniel Ortega ha puesto al país, contexto en el, tal como afirma la Organización de las Naciones Unidas, se comenten excesos para disuadir a toda voz crítica del gobierno.
“Yo nunca anduve en cosas de política, pero la misma situación hizo que nuestro negocio se perjudique. Es difícil vivir allí porque está prohibido todo, hasta alzar la bandera”, sostiene.
Martina llegó a los Estados Unidos hace 3 años. Tiene una casa propia en Nicaragua, donde vive su hijo y su esposo. Asimismo, poseía un comercio de electrodomésticos que sostenía a la familia a pesar del caos político; sin embargo, la situación económica la obligó a salir de su país y cruzar la frontera por México. Todo ello para sacar adelante a su hijo de 20 años, quien no ve desde que este cumplió 16.
“Yo vine [a Estados Unidos] como le decimos nosotros de “mojado”. Me demoré un mes completo en entrar porque solo podíamos pasar de noche o de madrugada, esto para evitar que la policía nos pudiera detener. A veces tenía que estar 3 o 4 días con las mismas prendas y sin bañarme”, recuerda.
Solo hasta septiembre de 2023, la Patrulla Fronteriza (CBP, por sus siglas en inglés) detuvo a más de 200.000 inmigrantes que cruzaban ilegalmente la frontera entre Estados Unidos y México. Asimismo, casi 700 personas perdieron la vida intentando cruzar en 2022. Todo esto en un contexto en el que las condiciones en las llegan al país norteamericano está plagada de asaltos, violaciones, secuestros o abusos de poder por parte de la policía.
“Mientras cruzábamos la frontera, la famosa pandilla Los Zetas nos empezó a perseguir. Por eso, un grupo de mujeres tuvimos que meternos a un río toda la noche sin hacer ruido. Lo peor es que nos cayó la lluvia esa noche y los niños lloraban. En ese momento, solo pensaba que Dios me podía proteger”, recuerda.
Un vuelo de no retorno
Para llegar a los Estados Unidos, la frontera no es la única opción. Las conocidas visas de turista son una forma legal de ingresar al país. Además, te permiten una estadía de seis meses a 1 año para quedarte en dicho territorio. Sin embargo, aprovechando esta situación, muchas mujeres deciden exceder este visado para trabajar al margen de la ley. En este sentido, los únicos ámbitos laborales a los que acceden son de “housekeeper” (ama de llaves), niñeras o meseras de algún restaurante que no teme pagar menos de 10 dólares la hora.
Daniela Álvarez (33), quien es de Venezuela, llegó a Miami con visa de turista junto con su hijo de 8 años y decidieron quedarse, principalmente, por la situación actual que atraviesa el gobierno de Nicolás Maduro. “Nosotros llegamos hace 5 años acá. porque los venezolanos siempre quisimos un cambio [en la nación], pero bueno, mira como está todo ahora (…) Yo llegué] con la esperanza de poner un negocio de maquillaje, porque en mi país me dedicaba a eso; sin embargo, no pude hacerlo y pues ahora trabajo en lo que puedo”, acota.
Las “amas de llaves”, por su parte, cobran entre 15 a 20 dólares la hora, y muchas veces optan por laborar de “internas” , lo cual consiste en ser empleadas de hogar que residen en la vivienda en la que trabajan, junto con la familia que las contrató. Esto con el fin de ahorrar todo lo necesario y enviar la mayor cantidad de dinero posible a su país natal. Además, se encargan de realizar todas las tareas domésticas como limpieza diaria, cocina, plancha, lavandería, compras, el cuidado de los niños y más.
Inés (56), quien prefiere no revelar su verdadero nombre, llegó a EE.UU en el 2021. Es ítalo-peruana, pero vivió en el segundo desde pequeña. Tiene dos hijos que mantiene sola desde hace 4 años. Su historia en suelo norteamericano inició con un boleto de avión sin retorno hacia Italia; sin embargo, en la escala Perú-Miami, sus hermanos mayores, quienes viven en Estados Unidos y Canadá hace varios años, la convencieron de quedarse en la zona tropical del sur de la Florida.
“Yo pensé irme a Italia, porque como tengo el pasaporte europeo, podía quedarme allá legalmente, pero mis hermanos, quienes viven acá, me convencieron de venir porque iba a ganar más y en Italia no tengo familia, pero prácticamente acá estoy sola. Soy padre y madre para mis hijos. Y la vida es muy dura. Hasta el pelo se me está cayendo porque acá la vida es muy agitada; me tendré que colocar romero o algo porque no pienso quedarme calva”, señala Inés con una picardía que afirma no haber perdido a pesar de su situación migratoria.
Actualmente, ella trabaja de interna en casa de dos adultos mayores, y nos recuerda la realidad de vivir en el mismo lugar donde trabajas: “ No puedes descansar a plenitud”, acota, ya que los excesos cometidos por quienes las contratan sobrepasan los límites permitidos de horas laborables. “A veces no hay días de descanso, trabajas hasta 12 o 14 horas, aunque te encierres en tu cuarto ellos (los dueños de casa), te buscan para que hagas algo. Por eso, yo he perdido muchos trabajos también, porque aquí el trato es bien feo”, afirma.
Un zona antiinmigrantes
En Florida, desde julio del 2023 entró en vigor la nueva legislación contra la inmigración ilegal promulgada por el Gobernador Ron DeSantis, quien pertenece al partido republicano. Dicha norma obligó a cientos de inmigrantes indocumentados a huir de la zona tropical, esto por el miedo de ser deportados.
Hasta el 2018, según un censo realizado en dicha zona, alrededor de 2.7 millones de inmigrantes representaban el 26% de la fuerza laboral en Florida. El Florida Policy Institute ha cuantificado que aquello le costaría a la economía de la zona 12,600 millones de dólares en un año. Sin embargo, las “amas de casa” parecen no tener miedo a lo que DeSantis pueda hacer con las normas actuales.
Martha (49), quien es peruana y prefiere mantener su nombre en el anonimato, llegó con visa de turista a los Estados Unidos en el 2016. En ese momento, sus dos menores hijos vivían en Perú y por dos años tuvo que pasar navidades como “interna” para enviar todo el dinero que podía a su país natal. “Era muy triste pensar como yo le daba amor a los niños que cuidaba mientras otras personas cuidaban a los míos. No tener a tus hijos contigo es un dolor muy grande. No poder abrazarlos ni saber cómo están es algo que me llena de tristeza”, recuerda.
En octubre, ella cumple 8 años como persona indocumentada, pero afirma no tenerle miedo a ninguna de las normas impuestas por DeSantis. “Actualmente, yo limpio y cocino para diversas personas, ellos me conocen desde que llegué, por eso, cuando este gobernador inició con lo de las leyes tuvieron miedo de ser multados, pero por la confianza que hay yo sigo trabajando para ellos sin ningún problema. Aunque cuando quiero buscar otros trabajos tengo que presentar documentos “truncos” para que me acepten”, enfatiza.
La esperanza de volverlos a ver
La soledad es una fiel acompañante de aquellas mujeres que empiezan una nueva vida fuera de su lugar de origen. Muchas de ellas pasan años sin ver a su familia, pero mantienen la esperanza de que, en algún momento, puedan obtener un estatus migratorio legal para traer a sus familias o viajar a visitarlos en cualquier momento.
“La vida aquí también es muy sola. En los días de mi cumpleaños, si es día de semana, la paso trabajando, y si es fin de semana voy a la iglesia, pero trato de mantenerme fuerte, porque si yo la tengo que sufrir la sufro sola. Yo prefiero que mis hijos estudien y estén bien allá [en Perú]”, sostiene Inés.
Para estas mujeres inmigrantes, la forma más rápida de obtener los documentos de residencia legal en el país es casándose con un ciudadano estadounidense; no obstante, dicho trámite puede terminar costando entre 20 a 30 mil dólares.
Por su parte, Martina señala que el peor momento de su vida ha sido trabajar como ama de casa, pues el trato era denigrante y muchas veces se sentía discriminada por su forma de hablar. “El trato al migrante muchas veces no es nada bueno. Aquí hay “gringos” que te tocan buenos, pero a veces no. Incluso los propios latinos te marginan”, acota.
Sin embargo, tal como afirman, “aguantar” los malos tratos es parte de trabajar de forma ilegal. “La esperanza de ver a mis padres y ver a mi hijo es el motivo por el que sigo luchando”, finaliza Martina.
Asimismo, Martha aconseja que no rendirse es la clave para seguir luchando. “Nunca la ley nos va parar, porque para mí, mis hijos siempre van a ser mi mayor motivación”, enfatiza.
Vivir en un país que no es el tuyo constituye una nueva forma de resistencia. Más aún si este te margina y te impide desarrollarte a plenitud. Para estas mujeres, quienes toman la decisión de emigrar por un futuro mejor, la situación se complica cada vez que un político inicia una nueva ley antiinmigrantes o cada que un candidato a la presidencia propala discursos discriminatorios.
Sin embargo, la esperanza de seguir encontrando mejores oportunidades permanece intacta, así como el sueño de seguir trabajando por el bienestar de una familia que vive a cientos de kilómetros. Y que, con mucha ilusión, buscan volver a abrazar.