Cronista y escritor. Un viejo Eloy Jáuregui repasa algunos capítulos de su vida tras haberse enfrentado a muerte con el virus que se llevó a más de 200 mil peruanos.
Por Nicol Chauca Alendez
*Texto realizado para el curso de Taller de Crónicas durante el año 2022. Dos años antes, el destacado escritor padeció de COVID-19 mientras las ideas sobre la muerte rondaban sus pensamientos.
“Ya estoy muerto”.
Eloy Jáuregui pensó que era el inicio de su fin. Tras recibir oxígeno, se quedó inconsciente en la sala de emergencias al lado de muchos otros que se encontraban batallando contra la COVID-19. En esos largos segundos previos, lo único que invadía su cabeza eran sus padres ya fallecidos, sus hijos y su querido perro Pepe.
En la cabeza de aquel escritor, las palabras se hacían y deshacían, se enredaban y desenredaban, y saltaban de un lugar a otro. Recorrió algunos de los sinfines de momentos que había vivido y moldeado al achorado periodista.
Recordó sus primeros años de vida en Surquillo. Recordó a su padre llegando encrespado por haber “ganado la lotería”. Recordó cómo la magia de Gabriel García Márquez hizo que su padre, un librero, vendiera 101 ejemplares “Cien años de soledad” de los 100 que le habían entregado, y cómo eso cambió la vida de aquel pequeño, pero agrandado Eloy.
A partir de ese momento, su vida se trasladó a “Manhattan chico”, a la recién inaugurada residencial San Felipe. Tuvo que despedirse de las lisuras del día a día; aprendió de música y más sobre guitarra; y se volvió aún más amante del cine y los libros. Sería todo aquello lo que encaminaría a ese pequeño “mocoso” de barrio en uno de los más importantes cronistas de nuestro país que ha pasado por todos los diarios de la capital.
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Como siempre, comprometido con su oficio, se había adentrado por varios días a observar con detalle las consecuencias devastadoras de la pandemia de COVID-19 para, después, plasmarlo en un libro. Fuera de sus planes, el 16 de mayo de 2020, amaneció con sus primeros síntomas.
Pero ya han pasado más de 2 años de aquel luctuoso suceso, y aunque él creía que su momento ya había llegado, la escritura lo ha devuelto a la vida. Ahora sigue redactando todos los días en su columna para La República e impartiendo sus conocimientos a través de talleres y en la Universidad Nacional de San Marcos.
Es ahí donde nos encontramos. Frente a la puerta 3 de la universidad, me esperaba un Eloy Jáuregui de estatura pequeña, cachetes caídos, barbón, de cabello canoso que se escondía debajo de una gorra del Boca Juniors. Tomamos un taxi para que nos llevara a la entrada de la unidad vecinal número 3.
Tuvimos suerte de tener a un taxista consciente. Nos había cotizado 5 soles la carrera, pero, cuando llegamos al destino, sin voltear a mirarnos nos dijo “No se preocupen, se los dejo a 4”.
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Tras subir las escaleras del edificio de más de 80 años, un viejo Eloy se paraba en la puerta entrecerrando los ojos para poder atinarle con la llave al cerrojo de la entrada de su morada. Finalmente, adentro, melodías puertorriqueñas de la orquesta La Sonora Ponceña invadieron el espacio. Acompañaban y mecían las fotografías de Monroe que decoraba su pared y los paisajes capturados por sus colegas fotoperiodistas.
—¿Estás viendo mi placa? —me preguntó rápidamente con una sonrisa, sin si quiera darme la oportunidad de procesar que estaba contemplando de reojo la Pluma de oro de 2022 que se le otorgó a Eloy en septiembre.
—Definitivamente es muy detallista —respondí.
—Y te sorprendí, ¿verdad? De eso se trata ser periodista.
—Sorprender con nuestros descubrimientos.
—Y definitivamente ser curiosos y detallistas-acotó.
Fue inevitable no preguntarle a aquel reconocido periodista, cuál era la esencia del periodismo, y aún más, preguntarle si el núcleo lo encontraba en su vieja amiga, la crónica. A lo que él respondió:
—Lo segundo, no. La crónica es la inmortalización de las noticias. El núcleo siempre será la noticia. Con respecto a lo primero, el periodismo es acercarse a lo real y no a la realidad.
—¿La realidad no es noticia? —pregunté.
—No. La realidad es el todo momento, lo real es lo que se hace. El periodismo se realiza con lo que sucede, se hace, no con lo que está siempre.
Tras unos segundos de silencio, Eloy añadió:
—Muchas veces me han criticado por afirmar que el periodismo es subjetivo, ¿pero acaso tú entiendes el mundo al igual que yo? -volví a cuestionarlo.
—No.
—¿Y acaso los que hacemos periodismo, no somos aquellos que con nuestra capacidad interpretativa construimos información con los hechos reales?
—Pues, está en lo cierto.
—Ahora, debemos distinguir cómo recibimos la información. Entender que, por ejemplo, observo por la derecha, y por el otro ojo leo. Con estos labios, hablo, y con estos mismos también beso a mis novias. —comenzó a reírse, pero algo de cierto tenía su broma.
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“Uno tiene que vivir apasionadamente para todo”, comentó, y definitivamente, era para todo.
Eloy Jáuregui es un amante de las mujeres. A pesar de ello, solo ha tenido una esposa, con la cual se ha separado, pero jamás se ha divorciado, pues él desea dejarle su herencia tanto a ella como a sus hijos.
“Estoy esperando a que me muera para que la plata se vaya donde ella”.
Esto no quiere decir que no haya tenido ningún especial cariño por otras personas. Él siempre se ha mostrado muy agradecido de su última compañera, la cual fue su gran soporte durante la pandemia, sobre todo cuando tuvo que enfrentarse a los fuertes síntomas del COVID-19. No obstante, Eloy ahora vive solo, pues hasta a Pepe, el perro, se lo han llevado.
Reniega a diario con el nuevo celular que tiene, pues “por andar enamorado” perdió el otro. Me pidió amablemente que lo ayudara a configurar su dispositivo y que cambiara el ridículo tono de llamada con el que venía establecido.
—No escucho las llamadas entrantes. —se quejaba.
Tal vez era la sordera que, según él, se empeoró a raíz de la anemia que le dejó el virus del SARS-CoV-2; o, la ausencia de llamadas que provocaban que aquel celular se mantuviera en silencio.
Cual sea el caso, aquella preocupación se esfumó momentáneamente, pues una escandalosa música hizo vibrar el celular del escritor. No sólo había perdido su celular una semana atrás, sino que había dejado caer sus lentes en un taxi de regreso a casa, tras una noche larga de jarana. En ese momento, su hijo, Diego se encontraba detrás de la puerta esperando impacientemente por él.
Eloy Jáuregui se encontraba muy agradecido con su hijo por haberlo sacado del hospital durante la pandemia, y ahora, acompañarlo a recoger los lentes, tan necesarios para todos aquellos que se valen de la lectura y escritura.
Y quién como él, que, tras el largo recorrido para llegar su nueva herramienta de trabajo, tiene pensado agregar 3 libros más a su colección de 32 libros publicados. Uno, de poesía; otro, de cuentos; y, finalmente, el libro de crónicas acerca de COVID-19 que lo puso en esta condenada situación en primer lugar.