Entre el mar chalaco y el goce salsero, cada domingo el Monumental Callao es testigo de un desfile de almas libres que vibran entre ellas al son de las letras de Héctor Lavoe, Willie Colón, Frankie Ruiz y otras muchas figuras de este género que ha revolucionado la historia contemporánea.
Por Alessandra Rozas
Una cerveza Pilsen, salsa en vivo y pies moviéndose al compás de la música: esos son los 3 elementos que caracterizan a uno de los ‘huecos’ más conocidos del Monumental Callao. Entre cevicherías y tiendas de cuadros de letras chicha existe un lugar que antes de la pandemia era considerado uno de los más peligrosos del distrito, pero que ahora es el epicentro de aquel género que cautivó a Hector Lavoe: El pasaje de la Salsa.
Son las 3 pm de un martes cualquiera. Un grupo de alumnos del colegio 2 de mayo caminan y chacotean alrededor del Real Felipe, y un fiscal camina apurado con miles de folios en una valija que carga en la mano derecha. Los santos de la iglesia Matriz del Callao vigilan a los transeúntes y el Museo Fugaz resguarda pinturas y esculturas de artistas contemporáneos de todas partes del mundo, a la espera de cualquier turista que esté dispuesto a admirarlas. Las calles de la Zona Monumental del Callao están, como cualquier otro día, tranquilas.
Los meseros de las cevicherías que conforman el camino característico del Callao Monumental, las cuales no se comparan por sus cómodos precios, conversan entre ellos. Todos esperan la llegada del séptimo día de la semana, aquel día en el que sus prestigiosos restaurantes podrán intentar robarle un poco de clientela a una familia chalaca que convierte un pequeño pasaje en el lugar más querido por los amantes de la salsa.
Apuros como el nuestro
Victor Chavez sabe que cada domingo del año hay trabajo que hacer. Desde la 10 am, él, su esposa y dos de sus hijas reúnen sus esfuerzos para mantener vivo el Pasaje de la Salsa. Mesitas de color verde con la marca Pilsen Callao son ubicadas estratégicamente en todo el pasaje por Tiaré y Tamara, dos de sus hijas de 23 y 30 años respectivamente, de vez en cuando usando la ayuda de alguno de sus pequeños pero juguetones hijos.
Carmen Guerra, la esposa de Victor, prepara el primer piso del local en el que las chelas abundan y en el que títulos escritos en una puerta como “Desnudate mujer”, “Tú con él” y “Si te entregas a mí”, recibe a quienes deseen liberarse de sus desechos naturales. De allí dentro, Victor extrae pintas de Willie Colón, Frankie Ruiz y otros salseros, las cuales ubica con facilidad al final del pasaje, como una delimitación del escenario.
Mientras tanto, Tiaré se apura en sacar del local la parrilla en la que cocinará arroz con pollo y anticuchos. Aquel humo y olor placentero que atrae a gran parte de su clientela tiene origen en la matriarca de la familia: su abuela, quien le enseñó a cocinar a temprana edad. Las primeras personas en probar el menú del día son sus hijos, quienes dan el visto bueno a su sazón.
El equipo de sonido ya está listo y el primer cantante del día, también. El ‘Mayimbú de la Salsa’, amiguísimo de Victor y frecuente invitado del lugar, prueba el nivel de su micrófono en el equipo de sonido, y unos timbales son ubicados en el centro del escenario para acompañar su canto. Llegada las 12 pm, la familia Chavez Guerra está lista para recibir a la horda de chalacos hambrientos tanto de comida como de salsa.
Gozando en el Callao
Cualquier persona que visite el Pasaje de la Salsa probablemente encontrará a Medallo, un vecino de la zona que deslumbra a los primeros visitantes del lugar con unos pasos de salsa que harían caerse muerta a la mismísima Celia Cruz. Y si llegas a llamar su atención, puede que incluso llegues a tener el privilegio (¿o castigo?) de bailar con él. Y si logras tener la fortuna de sentarte en una de las mesas, atiborrada de cerveza y cigarros, puede que el famoso grafitero Luis Aguirre, más conocido como ‘Sesión DMJC’, intente hacerte el habla y robarte un beso.
Estos personajes son como las cadenetas verdes con luces que cuelgan de los balcones de las casas aledañas al pasaje: decoran e iluminan el lugar. En aquellos balcones, también encontrarás latas de cerveza apoyadas en ellas, que de vez en cuando son tomadas por los vecinos del pasaje que, gustosos, observan el show desde una perfecta platea.
El punto de apogeo de la fiesta ocurre casi siempre a las 7 pm. A esa hora, desde el nieto de Tiaré hasta ancianos con bastones hacen el paso por la pista de baile y lo dejan todo. Incluso, personas de diferentes distritos de Lima vienen con frecuencia luego de volverse adictos al placer de moverse al compás de la salsa en vivo. La algarabía dura aproximadamente hasta las 9 pm, hora en la que la familia Chavez Guerra guarda los parlantes, las pintas, las mesas y la parrilla para el siguiente domingo.
En el Callao me quedo
Observar la magia que ocurre en el Pasaje de la Salsa por primera vez puede realmente cambiarte la vida. Cualquier visitante o turista puede ingresar con miedo o curiosidad, pero de un momento a otro te darás cuenta de que tendrás una chela en la mano y cualquier avezado te sacará a bailar.
Hay algo tan bello en encontrar a un grupo de seres humanos siendo ellos mismos. La salsa (y también el alcohol, por supuesto) desinhibe y permite a cada alma elevarse y ser libre. No importa tu aspecto físico, cuántos años tienes, de qué color es tu piel o de dónde vienes. El único requisito es que estés presente. Aquel que visite el Pasaje de la Salsa verá eso: almas libres vibrando entre ellas al son de la salsa.
Es aquella diversión sana, genuina y verdadera la que motiva a Victor Chavez y Carmen Guerra a mantener el Pasaje de la Salsa cada domingo. El deseo de crear un espacio de libertad de estos dos chalacos, quienes se han ganado a punta de esfuerzo el título de gestores culturales, es inmenso, y estoy segura que seguirá existiendo mientras ellos sigan con vida.