En el corazón de la ciudad, donde el bullicio y el caos parecen no tener límites, una nueva forma de escapar de la cotidianeidad es el parapente. Entre risas y nerviosismo, se prepara el vuelo donde con suerte, si el viento está a tu favor con los 15 kilómetros por hora necesario, te encontrarás con el escape perfecto para olvidarse uno de la realidad ¿o no?
Por Mar Gutiérrez
En la capital del Perú, se vuela en parapente hace más de 30 años, normalmente desde el típico malecón de Miraflores. Lamentablemente, este último año la Municipalidad del mismo distrito y los clásicos parapentistas entraron en disputa por causa de la informalidad del rubro. Sin embargo, nada está perdido. El parapente continúa vivo a pocos minutos en Barranco, lugar que se ha convertido en epicentro para que los más valientes puedan ver Lima desde la altura por 15 minutos, recorriendo distritos costeros como Miraflores, Barranco y Chorrillos.
Con los pies en la tierra
Las colinas de Lima son testigos del ritual matutino de aquellos que desafiaban la gravedad. El viento es el compañero leal de los audaces, mientras las velas multicolores se erguían, listas para desafiar la tierra y explorar los cielos. Era la hora de volar en parapente.
El piloto Juan Francisco y su enamorada Claudia nos esperan con una sonrisa de oreja a oreja en el histórico malecón Pasos en Barranco con el tándem en mano. Estas cintas unidas convertidas en un tipo de arnés son nuestra unión con el joven piloto, quien con tan solo 20 años se convirtió en el campeón sudamericano de parapente y el representante nacional más joven en la historia del Perú en el 2019.
Claudia es la encargada de publicitar el vuelo en parapente a todo aquel que pasa por el malecón. Sin importar nacionalidad o idioma, por 70 dólares o 200 soles el viaje, ofrece este servicio a turistas y locales que pasean por las calles barranquinas.
Con el casco de seguridad, mientras el parapente comienza a estirarse con el aire, la adrenalina comienza a fluir. La rampa, una extensión inclinada que se extiende hacia el abismo, se convierte en el punto de partida, del cual nosotros debemos confiar en las maniobras de nuestro piloto y sus indicaciones. Es el momento en el que los pies se despegan de la tierra firme y se siente la libertad abrazar el alma.
El contraste de la ciudad gris
Cuando uno se encuentra en el aire, tras las mil y una gritadas de susto y, tal vez, una que otra palabra no apta para ser escuchada, la brisa acaricia el rostro y el corazón late más rápido. Lo primero que uno ve es el frente, hacia las olas del Pacífico que se dibujan en el horizonte y la ciudad se convierte en una maqueta pintoresca.
Mientras aún nos encontramos a escasos metros de la tierra de la cual despeguemos, somos testigos de la primera vista, Barranco. Las calles adoquinadas donde se encuentran casas antiguas perfectamente conservadas y que guardan un encanto como ningún otro distrito.
El arte y la vida de este barrio y los primeros minutos que este viaje te regala una vez el susto y la adrenalina caen, son perfectos. Desde las alturas, todo parece pacífico y ordenado. La sensación es indescriptible. El mundo se vuelve pequeño, los problemas cotidianos parecen desvanecerse y solo queda la inmensidad del cielo y la tierra que se aleja.
Sin embargo, la tranquilidad se va convirtiendo en asombro y esta paz es solo superficial una vez el parapente comienza a coger vuelo y vemos a Lima, una ciudad llena de contrastes y contradicciones que muestra su rostro más complejo desde la altura. Mientras flotas en el aire, las colinas que rodean la ciudad te cuentan historias silenciosas. Historias de invasiones, de lucha por un pedazo de tierra, de personas que buscan su lugar bajo el sol en este laberinto urbano.
Los asentamientos humanos irregulares, conocidos como “invasiones”, son una realidad que se cierne sobre la capital. Aunque desde el aire parecen simples manchas en la topografía de la ciudad, son el resultado de desafíos socioeconómicos, falta de oportunidades y crecimiento urbano descontrolado de una manera informal. Cada casa improvisada es un recordatorio de la lucha diaria por la supervivencia y la esperanza por un futuro mejor.
Un beso a la tierra
A medida que desciendes lentamente, la imagen cambia. La ciudad cobra vida con cada metro más cerca del suelo. Las calles congestionadas, las viviendas apretadas unas contra otras y la realidad de la ciudadanía enfrentándose a la dura rutina se manifiestan claramente. El contraste es evidente: el vuelo en parapente ofrece una perspectiva idílica y temporal de escape de la vida cotidiana, mientras que el aterrizaje te devuelve a la realidad cruda y desafiante de Lima. Es un viaje que encapsula la dualidad de la existencia humana: la búsqueda de libertad y la lucha por la supervivencia.
Al tocar tierra, regresamos a la cotidianidad. Nos desatamos los arneses, se pliegan las velas y se guardan los equipos. Pero, la experiencia sigue viva en nuestros corazones y mentes. Hemos sido capaces de saborear la libertad momentánea, hemos sentido la brisa acariciando sus rostros y hemos vislumbrado un mundo desde las alturas.
El vuelo en parapente es más que una aventura; es una metáfora de la vida misma. Nos enseña que, aunque podamos escapar temporalmente de la realidad, al final debemos enfrentarla y encontrar formas de mejorarla. Así como los parapentistas desafían la gravedad y vuelan, también podemos desafiar nuestras circunstancias y buscar un futuro más brillante. En el tejido de la capital, entre las alturas de un vuelo en parapente y la realidad de las invasiones, yace la complejidad de la experiencia humana. El deseo de libertad y la necesidad de enfrentar la realidad se entrelazan en esta ciudad vibrante y en cada corazón que la habita.