El antagonista redimido

Lo que queda en papel no siempre es cierto. Lejos de ser un enemigo “roba novias”, como lo pinta Mario Vargas Llosa en su cuento “Día Domingo”, Ruben Mayer nos relata su versión sobre esa historia de amor.

Por: Lorena Campos Barragán

*Trabajo realizado para el curso Crónicas y Entrevistas.

Al compás de las olas, Ruben Mayer tamborilea sus dedos sobre la mesa, tratando de recordar esa lejana Miraflores de la década de los cincuenta, escenario donde Mario Vargas Llosa vivió sus primeros romances que sirvieron de inspiración para uno de sus primeros cuentos, “Día Domingo”, un relato de envidia y honor adolescente. A sus 86 años, las turbulentas memorias de la propia juventud tardan en llegar a la playa del Club Regatas, segundo hogar de su vida universitaria, lugar en el que nuestro protagonista se sienta con un bloody mary en la mano. 

Cuando arriba, la serenidad en su andar no es para nada opacada por el bastón que lo asiste. Sus ojos oceánicos se anclan en los míos apenas los saludo, vivaces ante la expectativa de una vuelta al pasado. Su cuerpo y mente son reliquias que han sobrevivido contra viento y marea la erosión del tiempo, a diferencia de muchos recintos de la costa limeña del siglo pasado que se caen a pedazos. 

La fluidez de sus recuerdos hacen que se mezclen entre sí, confusos. Aprovecho cuando el ruido de las animadas conversaciones de otros socios playeros se atenúan y le menciono el nombre de Mario Vargas Llosa. Dentro de su mirada atlántica, un maretazo revienta con fuerza. 

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Se abre la caja de Pandora

El año es 1959 y las orejas peruanas todavía no se paran cuando escuchan el apellido de quien se llevaría un premio Nobel. Lejos de pensar en el escritor, el barrio de San Martín es lo primero que se le viene a la cabeza a Ruben cuando mencionan el nombre del literato, zona barranquina donde ambos contemporáneos pasaban el rato hace solo unos años. A 9503 kilómetros de esas calles, en Madrid, Mario suelta su primera bomba al mundo: la antología de cuentos “Los Jefes”, la cual explota sobre Mayer que, en el último texto de la compilación, descubre su nombre bajo los escombros de un resentimiento inesperado hacia él por parte del arequipeño. 

Curioso por el debut literario de uno de sus conocidos de su época colegiala, llega a las primeras líneas del cuento “Día Domingo” y lo atropella la frase “¡Ah, Rubén, si supieras como te odio!”. “Los Jefes” es un libro conocido por la inspiración autobiográfica que tomó Vargas Llosa para sus personajes, pero Mayer nunca pensó encontrar su nombre (escrito en el texto con tilde en la e) en una historia de amor y rivalidad, mucho junto al de Flora Flores, su enamorada durante la secundaria. El único que modificó su identidad natural fue Mario, quien pasó a ser Miguel, el protagonista del triángulo.

Las apariencias engañan 

Al comienzo del cuento el joven Miguel está enamorado de Flora, una chica de su barrio a la que se le termina declarando en el Parque Central de Miraflores después de misa dominical. Ella está insegura de ser su novia porque su mamá condena las relaciones románticas escolares. La muchacha decide tomar su decisión en la casa de su amiga Martha, donde también se encontraba Ruben, su otro interés amoroso.

En la narración se retrata al supuesto antagonista como un personaje insolente que busca arrebatarle la chica, un adversario insuperable para los hombres y atractivo para las mujeres debido a su cuerpo atlético por ser campeón de natación. El protagonista saliva por verlo “en una esquina, haraposo y avergonzado” mientras se imagina a sí mismo como un héroe vitoreado por todos. La envidia es un atributo característico de Miguel que se filtraría por las páginas hasta Mario Vargas Llosa. 

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Decir que Ruben es antipático es creer que la Tierra es plana. Caminando por el malecón del club, le saca sonrisas a más de uno. Se encuentra con señoras regatinas de su generación que lo saludan con un ligero rubor en sus mejillas. Trabajadores del restaurante “San Telmo” le dan la bienvenida abriendo las puertas de par en par, liberando una mesa para él. Todos ven a Mayer como un promotor de la cordialidad entre socios y trabajadores. Es, además el creador de las Regatiadas, las olimpiadas anuales de la asociación que son tradición desde 1973. 

Con una voz que flaquea por la edad más no por el rencor, Ruben comenta sobre su relación con Mario como mutuamente amable, “no éramos amigos, pero no nos llevábamos mal”. La ironía suele ser una constante en las historias de amor porque fue el mismo Vargas Llosa quien le presentó a Flora cuando Mayer se los encontró hablando en la esquina de la avenida Berlín con Bolognesi. Tras este encuentro casual, él pasó a ser el personaje principal en la vida amorosa adolescente de la muchacha, llegando a ser su novio por tres años. El futuro escritor no pudo regresar en el tiempo para cambiar este enamoramiento, pero sí logró escribir su versión soñada de los hechos. 

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Rivalidad no correspondida

Entre las páginas, Miguel visita a Ruben y a su grupo de amigos “Los Pajarracos” en el bar ubicado al lado del Cine Montecarlo. Ahí lo reta a una tomadera de cerveza con el propósito que el tiempo vuele y no logre visitar a Flora. Tras emborracharse y perder la competencia, el protagonista se piconea y acusa a su rival de hacer trampa en sus competencias de natación, diciendo que su papá coimeaba a la Federación y que no posee la habilidad de un campeón. Esto sí es un golpe bajo para Ruben, por lo que propone un enfrentamiento de nado a mar abierto en la Costa Verde por la mano de Flores. Miguel acepta. En plena disputa, el supuesto antagonista se acalambra y empieza a ahogarse. Al final Mario lo salva, ganando la carrera y teniendo el camino abierto para cortejar a su chica. 

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Ruben va vestido al Regatas luciendo galantemente su casaca atlética del mismo club. Es socio deportivo desde que tenía 17 años. Su relación con el agua no es obra de ficción ya que sí perteneció a la Federación de Natación Peruana, compitiendo contra pros peruanos de los años 50 como el “Conejo” Villarán, también mencionado en “Día Domingo”. Incluso fue parte del primer equipo peruano campeón de remo en 1955. Aún con todas estas medallas en su pecho, Mayer nunca se consideró competitivo, lo hacía “sólo por placer”. No lleva este aspecto a su vida personal y mucho menos con Vargas Llosa, pero este no es el caso del escritor. Sin embargo, con una picardía rara vez encontrada en la vejez, comenta que en un encuentro de nado “probablemente sí le hubiera ganado”. 

La inocencia que solía tener Ruben respecto a la impresión que Vargas Llosa tenía sobre él enternece hasta a los corazones de piedra. Ya dejando la adolescencia atrás, Mayer fue presidente de la Asociación Artística Cultural Jueves y un día vio en la puerta del local a su rival no reconocido. Lo saludó con su calidez característica. “¡Mario, hola!”, a lo que el escritor volteó, lo reconoció y con una cara de lápida acompañada de un tono sacado de la tumba, respondió: “Hola”. Después, nuestro protagonista se enteró que su contemporáneo estuvo vaguado con él, ya que unos amigos le chismearon que en una reunión, al hablar de Mayer, Vargas Llosa comentó: “Claro, si él me robó la novia”.

Epílogo oculto 

Ruben quiere ser recordado a su manera y tiene un plan para lograrlo. Está escribiendo su propia autobiografía, “Remembranzas”, para la cual le ha pedido ayuda a sus seis hijos, ya que ha aprendido por experiencia que más de un punto de vista es necesario para contar una historia. Quizás no gane el Premio Nobel de Literatura, pero busca utilizar una técnica narrativa vargallosiana para organizar sus capítulos: in media res, empezar por el clímax de la historia para regresar al inicio. 

Cada experiencia podría ser su propio libro, desde su migración a Brasil para estudiar veterinaria hasta sus peculiares trabajos como, por ejemplo, cuando fue Gerente del Club Alianza Lima. La música también es un pilar constante en su vida ya que tiene oído absoluto, por lo que diferencia tonalidades musicales con la facilidad que tiene un niño para distinguir colores.

El amor no queda abandonado en “Remembranzas”, pero su relación con Flora sí. Por más que la describió como “la primera de su clase” y “una chica simpática”, estos cumplidos que asoció a ella no se comparan con los piropos cuando habla de su esposa Maria Elza Ferreira Rache, entre ellos cuando le llama con cariño “mi media naranja” o cuando afirma que tiene “un coeficiente intelectual mayor al de los demás”. Mayer la conoció cuando era un universitario en el país vecino y el fruto de su relación es una amplia familia peruana-brasilera con 11 nietos que heredaron su pasión por el deporte y la música. Cuando solo queda el apio de su Bloody Mary, reconoce que él está en los últimos años de su vida y que lejos de asustarlo, lo comprende como un proceso natural.  El brillo en sus ojos opaca el sol del mediodía en el Regatas cuando confiesa que él estaría contento de ser recordado simplemente como una persona “optimista, con iniciativa, agradable”. Esa es su versión de ser un ganador en la vida.

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