Esperanza en desvelo

Con los ojos entreabiertos, las cabezas ladeadas y algunos llantos entremezclados en la oscuridad de la madrugada, padres e hijos se encuentran inmersos en una espera casi interminable en las afueras del Instituto Nacional de Salud del Niño (INSN) en Breña. 

Por: Marco Antonio Mendoza

*Nota realizada para el curso Taller de Crónicas y Entrevistas

Cuando un manto negro se extiende sobre la ciudad y las calles de Breña descansan de su ajetreo, en un rincón entre la Avenida Brasil y el Jirón Restauración se concibe un punto de reunión donde madres, padres e hijos se congregan en busca de esperanza. Y aunque parezca, no se trata del exterior de una escuela ni de un parque recreacional, sino son las afueras del Instituto Nacional de Salud del Niño. En medio de la oscuridad, este centro de salud pública se erige como un faro de luz, pues es uno de los pocos establecimientos de alto nivel de complejidad médica que acoge a pequeños pacientes provenientes de todo el país en busca de una cura que les salve la vida.

Vigilia de fe

Cerca de las cuatro de la mañana, la serenidad efímera de los alrededores del nosocomio comienza a desvanecerse. La zona de mayor actividad se sitúa frente al área de emergencias. Allí, Mario Cabanillas, cual soldado en medio de la guerra, mantiene una postura erguida a pesar del cansancio. “¿Por qué se demora tanto? Ya la llamaron hace media hora y nada de nada”, se va cuestionando mientras observa a través de los barrotes que lo separan del patio del centro médico. Él acaba de pasar su tercera noche en la capital después de una larga gira de fe por el país. Hace un mes, merodeaba los pasillos de un hospital en su natal Cajamarca, siete días atrás viajaba en una ambulancia a Trujillo, y ahora la Ciudad de los Reyes lo acoge con la última esperanza para salvar la vida de su pequeña de ocho años. 

Cinco minutos después, Mario se sobresalta al ver que su esposa, Diana, se acerca a la entrada. Ella lleva una expresión de alivio en su rostro y en su mano sostiene un sobre con los resultados de la tomografía computarizada. Sin pronunciar palabra alguna, se lo entrega a su esposo, quien lo abre con dedos temblorosos. “Diagnóstico: tumor leve, ¡no es nada grave!”, menciona en voz alta mientras abraza a su esposa. La noticia de que el tratamiento de su hija no corría peligro fue una bocanada de aire fresco para ambos.

Al otro lado de la calle, las veredas que rodean el centro comercial “La Rambla” se han convertido en un improvisado hogar para varios padres y madres. A unos 15 minutos de las cinco de la mañana, bajo la tenue luz de seguridad de una puerta de emergencia, se alzan dos figuras. Se trata de Cecilia Briceño y Mónica Rivas, quienes descubren una delgada manta de sus cabezas. “Otro día más”, menciona Cecilia mientras bosteza. “Todo sea por disfrutar con mi hijo”, responde Mónica. A pesar de no tener algún lazo familiar, el hecho de ser extranjeras y ser de sangre venezolana en una ciudad desconocida les ha otorgado el coraje para abrazar la incertidumbre juntas. Así, han compartido un colchón improvisado durante más de dos semanas, siendo la compañía la mejor protección ante la intemperie de la noche. 

Si bien ambas tienen hogares en Lima, el alto nivel de riesgo y las constantes demandas de atención que requieren sus hijos las empujan hacia un oscuro abismo. Y como si fuera poco, las largas distancias y el tráfico caótico de la ciudad se convierten en un círculo vicioso que las obliga a preferir dormir en las calles. El pequeño bebé de Cecilia, quien apenas es un ser inocente de ocho meses de edad, lucha por su vida en una de las escasas 38 camas de la Unidad de Cuidados Intensivos del hospital. Por su parte, el hijo menor de Mónica, con tan solo once meses, se encuentra en una sala de observación del área de Emergencias, donde los estudios constantes son su rutina diaria.

Como si fuese una ironía del destino, ambas mujeres se encuentran descansando junto a un afiche que promociona los beneficios del albergue “Divino Niño”. En el cartel se destacan las letras blancas que indican: “Contamos con sala de espera, comedor, cocina, lavandería, sanitarios con duchas, ubicados a tan solo media cuadra del INSN”. A pesar de esto, las madres saben que su condición las deja imposibilitadas de acceder a dicho servicio. “No me permiten salir entre las siete de la noche y las siete de la mañana. ¿Y si mi hijo necesita de mí durante esas horas? ¿Lo dejo a la intemperie?”, se queja Mónica con visible molestia. “De nada sirve la comida gratis si seguimos sintiendo ansiedad ante la incertidumbre del estado de nuestros bebés”, agrega Cecilia con desesperación.

Odisea al amanecer

Al cumplirse los primeros minutos después de las cinco de la mañana, la oscuridad de la madrugada es interrumpida por los destellos de las luces de los taxis, que como estrellas fugaces anuncian la llegada de los afortunados que ocuparán los primeros lugares en las colas. La hora también es propicia para la aparición de los empresarios callejeros, cuyos puestos, decorados con logos reflectantes de la municipalidad de Breña, relucen como luciérnagas en la penumbra. Entre los distintos comerciantes que venden juguetes, dulces y mascarillas, destaca Juan Carlos Solís, quien desde hace más de dos décadas se dedica a preparar desayunos en la zona. “Tenemos quinua, maca y avena”, “¡Lleve, lleve, mamita! ¡Calientitos y con el sabor de casa!”, vocea con avidez para cautivar a los potenciales clientes. Sus potentes potajes permiten que los padres e hijos soporten una larga hora y media de espera hasta que se abran las puertas del servicio de Admisión del hospital.

Después de transcurrir media hora, se vislumbra la aparición de dos colas interminables de padres desfallecidos, apoyados sobre el muro frío, mientras sus hijos tratan de recuperar sus horas de sueño en sus brazos o, en el caso de los más grandes, en camas improvisadas con papel y cartón. A la izquierda, forman aquellos pacientes que han luchado durante al menos tres meses para conseguir que algún doctor accediera a atenderlos, prefiriendo madrugar por el temor a perder su turno, como si estuvieran en un juego de azar. A la derecha, la fila de informes y referencias que se extiende con rapidez, donde acuden algunos progenitores cansados pero perseverantes que buscan con esperanza de obtener la ansiada cita para sus hijos que han esperado durante mucho tiempo.

Cada minuto que transcurre es una gota que alimenta la impaciencia y hace que la espera sea interminable para los padres. Los exteriores del nosocomio se llenan poco a poco de gente y la escasez de personal se percibe en el ambiente. La desesperación se hace palpable en el caos que reina en el lugar. Pero en medio del desorden, aparece Cinthia Choque, una joven madre quien se convierte en una luz de guía en medio de la oscuridad. “Seño, si aún no le confirmaron la cita tiene que hacer cola al otro lado”, responde con sabiduría y experiencia a cada una de las preguntas, pues ella conoce los secretos del servicio de Admisión del hospital, ya que acude a este cada trimestre desde hace dos años, cuando su hijo debe realizarse exámenes gástricos en el laboratorio.

A las seis y cuarto de la mañana, las luces del pasillo principal que dan a la calle se encendieron de manera abrupta, interrumpiendo el caos del exterior. Con su voz estruendosa, Martínez, un experimentado agente de seguridad, anuncia la apertura de las puertas del hospital. “Todos pegados a la pared, van a pasar uno por uno”, menciona mientras se ajusta su chaleco desgastado. Los padres, ansiosos por entrar, despiertan a sus hijos y juntos se colocan sus indispensables mascarillas. Una persona tras otra ingresaba al recinto como si de una procesión solemne se tratara.

Entre la esperanza y la incertidumbre

En cuestión de minutos la puerta del hospital se vio envuelta en su primer altercado del día. José Rojas, un joven de baja estatura quien sostenía a su hija con sus delgados brazos, irrumpió de manera apresurada. “Señor, muéstreme su documento de consulta médica”, dijo Martínez, deteniéndolo con firmeza en su camino. “No lo tengo”, respondió el padre de familia con voz temblorosa. En ese momento el guardia solo atinó a señalar un cartel pegado al vidrio que decía “Citas, solo por web o teléfono”. “He llamado varias veces, completado cinco formularios, pero aún no he obtenido respuesta. Llevo más de dos meses en lo mismo”, confesó José, en un intento de conmover al guardia. Pero la respuesta de este fue como un puñal en su alma: “Lo siento, si te dejo pasar, igual te van a botar de ventanilla”. El tiempo pasaba y, al igual que una lluvia torrencial, la tristeza caía sobre más padres de familia que, al igual que José, eran detenidos en su objetivo de ingresar al hospital.

Pocos instantes después, tres mujeres y un hombre irrumpieron en la entrada del hospital con la mirada llena de lágrimas. La noticia de que el servicio de neurología no estaba disponible los golpeó como un rayo en un día soleado, dejándolos desolados y confundidos.  Como si se tratara una sinfonía de tristeza y amargura, las palabras de protesta y desesperación llovieron sobre Martínez:  “Esto es un abuso”, “No seas malo guachi, déjanos entrar”, “Me hicieron venir por nada”, “¿Para qué nos dan citas si no pueden cumplirlas?”. El guardia de seguridad, impotente ante el dolor de los pacientes, no podía hacer más que ser un espectador mudo de las escenas que reflejaban las duras consecuencias de una denuncia realizada por un dominical. Desafortunadamente, la indolencia de algunos médicos que evaden sus responsabilidades hace que los procesos para acceder a una consulta sean interminables y la cancelación de citas previamente programadas sea el pan de cada día.

Mientras tanto, las afueras del Instituto Nacional de Salud del Niño en Breña cada día se convierten en el testigo silencioso de estos relatos y el de otros miles de pacientes que se atienden en este nosocomio año tras año. Distintas historias de padres con paciencia y determinación, que enfrentan largas horas de espera, el frío de noche y la impotencia de una falta de respuesta. Pero que, a pesar de todo, siguen luchando, demostrando la fuerza y amor incondicional que tienen por sus hijos.

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