En un mar de rostros libres, es difícil encontrar a alguien usando mascarilla, pero no imposible. Mientras el COVID-19 parece más inofensivo que nunca, el dengue empieza a infundir temor, sobre todo a los pocos que aún mantienen su estrecha amistad con el barbijo.
Por: Julio Andía
La resistencia continúa. En un escenario postcovid, existen todavía aquellos que luchan diariamente contra un posible contagio de la enfermedad que mantuvo a toda la población mundial entre paredes por meses. Ahora, en el momento en el que el virus de un mosquito acecha, es mejor prevenir que lamentar.
En los 1 150 días que han transcurrido desde que la Organización Mundial de la Salud declaró la pandemia global por el brote de SARS-CoV-2, el panorama ha cambiado. Es más, el pasado cinco de mayo la OMS le puso fin a la misma. No obstante, reina la incertidumbre para quienes, alcohol en mano y cubrebocas puesto, viven en la llamada ‘nueva normalidad’ y se enfrentan a otro enemigo: el dengue.
Los rezagos del COVID-19
Para muchos el coronavirus ya es historia antigua. Las diferentes vacunas que hay en el mercado, así como todo el conocimiento adquirido, han creado en la gente una sensación de seguridad que ha desembocado en un solo mensaje: ya no está, o por lo menos no es peligroso, mortal como lo fue durante el fatídico 2020. Para Estela Roeder, comunicadora social y docente de la Universidad de Lima, “todos quieren olvidar la pandemia porque es una manera de no sufrir. Hay dos sentimientos que afloraron durante esa etapa: el miedo y el dolor. ¿Qué hay peor que eso?”, se pregunta.
Sin embargo, esta realidad no es la única. Hay quienes todavía prefieren permanecer alerta ante un posible contagio. Ese es el caso de Gloria Bustamante, la que camina tranquilamente por el Jockey Plaza junto a dos amigos. Lleva puesto lo esencial: unos lentes oscuros, una chompa en el brazo, una pequeña cartera y su infaltable mascarilla de tela en el rostro. “Debo mantenerme segura y al resto”, insiste. Ya con más de 60 años es consciente del riesgo que puede representar el COVID-19 y que, si ella no se cuida, nadie más lo hará.
No es un problema generacional. El cuidado ante la enfermedad está presente en personas de todas las edades. “Los rezagos que ha dejado la pandemia son distintos en niños, adolescentes o adultos”, comenta el psicólogo clínico John Mutch. Eduardo Macedo es un chico normal como cualquier otro. A pesar de tener 21 años y un sistema inmunológico fuerte, el coronavirus sigue en su lista de preocupaciones. “Lo hago por mi familia, para protegerlos. Prefiero seguir cuidándome que ponerlos en riesgo”, explica el estudiante de la Universidad de Lima, quien por el momento no planea dejar atrás el barbijo. “En mi hogar estuvimos infectados dos veces. A mi hermana y a mi madre les chocó fuerte. La segunda vez que sucedió fue por un descuido mío. Sería mi responsabilidad si algo le pasara porque yo no estuve alerta”, detalla.
Mascarillas: Más que solo un escudo anti COVID-19
Los cubrebocas no han desaparecido; Eduardo y Gloria pueden dar prueba de esto. Aquella protección que era extraña de observar fuera de cualquier hospital, se volvió una amiga casi inseparable para las personas durante la pandemia. Pero su función ha cambiado con el tiempo. Se ha convertido no solo en una manera de cuidarse ante el virus, sino que es utilizada para prevenir otras enfermedades. Gabriela Chong, alumna de la ULima, confiesa que recientemente tuvo que desempolvar los barbijos de su hogar pues se enfermó de tos y gripe. “La usaba porque trabajo en un lugar cerrado. Al ser consciente de todo lo que se vivió, prefiero conservarla por respeto a las personas que me rodean”, indica.
No solo es un tema de salud física, sino también mental. Para el psicólogo clínico, “las ansiedades por el virus han disminuido un montón, pero hay muchas personas que viven con ellas. La pandemia despertó mucha inseguridad. He visto casos de algunos chicos que no estaban muy contentos con su rostro y usan las mascarillas para ocultar algunas partes de ellos”, opina.
Se le suma el dengue
El reciente aumento de contagios poco a poco está calando en diversas regiones del país y ya llegó a la capital. No es para menos: más de 75 mil casos y 79 muertes reflejan la compleja situación. El miedo empieza a inundar los pensamientos de las personas. “El dengue activa todos los temores que dejó la pandemia.Ya nadie quiere estar obligado a quedarse en casa. Hay mucha gente que lo relaciona con el coronavirus y lo puede ver como una nueva plaga”, analiza Mutch.
Ante este panorama, la interrogante sobre qué ha cambiado en nuestro sistema de salud sale a flote. ¿La atención es más rápida y eficaz ahora? ¿Qué hemos aprendido del COVID-19? ¿Estamos preparados para el brote de otra enfermedad? Según la Unidad de Data de La República, si bien hay un incremento en el número de camas UCI y personal contratado a nivel nacional, “lo que se avanzó hasta ahora ha sido insuficiente para convertirlo en un refugio seguro para la ciudadanía del país”.
La investigadora en temas de salud, Mariana Bermejo, declaró para el medio que parece que todo se resume a la vacunación, cuando la prevención juega un rol trascendental para desarrollar el bienestar público, junto con la infraestructura y el acceso de información verídica por parte del paciente. Sin embargo, la confianza de los ciudadanos se ha ido quebrando poco a poco. Estela Roeder, quien fue asesora en el Ministerio de Salud durante el estado de emergencia por coronavirus, explica que actualmente “los servicios médicos no están preparados para una proliferación de dengue. Después de la pandemia, quedaron agotados y quebrados”.
Quizás esta situación sea la que alimenten las pocas ganas de andar con el rostro libre de Eduardo y Gloria. La situación de angustia en sus hogares es similar. “Trato de seguir algunos cuidados. Sí soy consciente de que el virus está en Lima”, comenta Bustamante. Entre la preocupación de algunos y la indiferencia de otros, lo que no desaparece son las pérdidas que dejaron aquellos tres años, en especial durante la dura etapa del confinamiento. No se trata de olvidar; por el contrario, se tiene que aprender de los que aún viven a un metro de distancia.