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La danza invisible de las bayaderas

Entre gracia, belleza, puntas y tutús, el Ballet Municipal de Lima sopló 40 velitas del pastel. Pero en paralelo al perfecto show que se muestra sobre el escenario, tras bastidores hay una vida frenética, llena de estiramientos y calentamientos en la que los bailarines intentan mantener la concentración.

Por: Paula Alpún

Todas las luces se encienden y el telón baja lentamente escondiendo lo que sucede en el escenario. Los silbidos, aplausos y gritos van disminuyendo poco a poco, signo de que el público está abandonando el lugar. Sin embargo, mientras se vacían los asientos del recién renovado Teatro Segura, el estrado se llena de un entusiasmado cuerpo de ballet que se encuentra tomándose fotos para el recuerdo.

Grand jeté al pasado

Lucy Telge, desde su palco, mira detenidamente los movimientos de sus bailarines. La existencia del Ballet Municipal de Lima se la debemos a ella. Un 29 de marzo de 1983 su sueño de crear una compañía dedicada a esta expresión artística fue sembrado y recién para el 24 de agosto del mismo año, en el salón de recepciones del Palacio Municipal, pudo florecer y dar frutos. Sin embargo, en esta ocasión especial, el Teatro Municipal, ubicado en el Centro de Lima, no ha sido la casa de acogida como usualmente lo hacía.

A tres cuadras encontramos un remodelado Teatro Manuel Asencio Segura. Al entrar, un túnel del tiempo nos recibe. El cuarto dorado nos transporta a los inicios de la institución. A través de una pantalla de televisión se reproducen unas grabaciones de la puesta en escena de algunas de las más emblemáticas temporadas que se han llevado a cabo. Esto es complementado por una exhibición de los trajes empleados en presentaciones de La Bella Durmiente, El Lago de los Cisnes, Cascanueces, Blancanieves, Romeo y Julieta, entre otros.

Paseando por el salón dorado se encuentran unas vitrinas con artículos y folletos de todo lo que se ha logrado. También se pueden ver algunas de las tiaras y diademas que usaron las bailarinas, las cuales parecen tan delicadas, cómo si recién hubieran salido de un cuento de hadas. La música de fondo envuelve la atmósfera y reafirma el sentimiento de encontrarnos en una historia mágica. En eso, un altavoz corta toda sensación: primera llamada.

Tranquilidad tanto dentro como fuera

Son las 5:52 p.m. y tras bambalinas comienzan a preparar el escenario. Aunque uno pensaría que los gritos y los nervios abundan, en realidad hay una atmósfera de serenidad y concentración. De hecho, es curioso pensar que usualmente son las abuelitas quienes dicen que escuchar música clásica te hace calmarte y tranquilizarte. Esto es reflejado en los pocos personajes que han salido del vestuario. De los 50 que conforman la compañía, la mayoría se encuentra terminando de prepararse o ve su celular para relajarse un poco. 

A las 6 p.m. exactamente se escucha la “segunda llamada”. El telón no permite que los espectadores vean el pequeño ensayo que realiza una bailarina. Ella, muy calmada, gira sobre su eje una y otra vez. La tensión comienza a hacerse presente, pero entre ellos aún se permiten pequeñas bromas.

El silencio se va instaurando en el lugar. 6:05 en punto y la tercera llamada da pie para que todos salgan del estrado o de sus camerinos y se coloquen en sus posiciones iniciales. A partir de este momento la vida va muy deprisa a pesar de que las primeras notas de la melodía que introduce “La Bayadera” dan una sensación de lentitud.

El ensayo a la par que el show

Aunque el ensayo comience a las 4 de la tarde y dure tan solo una hora, durante la función, las bambalinas son una sala de práctica más. Luciana Cárdenas, con 31 años, es una primera bailarina que no deja de moverse, repasando una y otra vez la parte que le toca. Lleva la mitad de su vida interpretando roles a través de los movimientos de su cuerpo. Esto es algo que no ha podido dejar por su amor al arte y también porque “el cuerpo es muy traicionero”. Es decir que si guardas tu leotardo por un tiempo cuando pienses en volver deberás empezar desde cero.

“5, 6, 7, 8” susurra Luciana para sí misma y vuelve a realizar una pirouette como lo hizo hace un par de horas atrás en medio de una instrumental de la canción ‘My favourite things’ de La Novicia Rebelde. A su vez, en aquella clase de estiramientos todos sus compañeros intentaban realizar lo que el maestro Claudio Valdivia marcaba. Es curioso notar que él no se fijaba en si el paso era hecho correctamente, su concentración estaba enfocada en colocar la música perfecta para el ensayo.

Otro tema contemporáneo se escucha en los altavoces en mitad del calentamiento. ‘Tell me more’, de Grease, acompaña el ambiente. Tamara Popovich, una de las más pequeñas de la institución pues tiene 19 años, está agarrada firmemente a su barra y se corrige a sí misma el primer arabesque que acaba de hacer. Para ella, llegar hasta aquí ha sido difícil y eso que su camino recién comienza. Dejó de jugar al tenis a los 12 años, y ahora intenta compaginar el baile con su carrera de Comunicación que actualmente cursa en la Universidad de Lima. Ella tiene claro que hay bastante competencia, pero es más un reto personal. Por eso se organiza cada día y escoge con cuidado sus horarios, para así poder tener tiempo para su vida con los libros y con los tutús.

Una vez terminada la sesión, ella junto con todas las bailarinas se preparan para el show. Mientras unas se colocan su vestuario, otras se toman un tiempo para descansar el cuerpo. La ayuda mutua siempre se encuentra presente, ya sea para recordar una parte de la coreografía o para colocarse el disfraz y si es necesario se deja el pudor de lado.

Colocando los preparativos sobre la mesa

Este 2023, con motivo de los 40 años de vida del Ballet Municipal de Lima, se estrena como primera temporada ‘La Bayadera’. Guadalupe Sosa, maestra y ex danzarina, comenta que se han estado preparando desde enero y que ha sido muy demandante y complicado. “El tiempo de ensayo depende de cada obra. La obra que hoy se presenta es similar al ‘Lago de los Cisnes’ y ‘Giselle’, puesto que es una gran cantidad de bayaderas las que hay que dirigir, por lo que debemos que ser muy rigurosos para que se vea lo más parejo y lo más prolijo posible”, comenta.

La delegación de los roles es un proceso que ya viene interiorizado, pues suele estar marcado por las categorías que maneja la compañía: primeros bailarines, primeros solistas, solistas, cuerpo de baile y refuerzo. “Cuando ves a los chicos que ya tienen un tiempo aquí, más o menos tienes una idea de cuáles son sus características y sus fortalezas”, menciona Guadalupe.

De ahí que, bajo su larga estadía dentro del Ballet Municipal, ya sepa quién calza mejor en qué zapatillas. Aun así, ella recalca que en cada temporada se trata de darle oportunidad a los más jóvenes, para que haya un suave recambio generacional y para que los pequeños, en el futuro, no se queden con un pie en el aire.

La función debe continuar

Tiempo atrás se publicaba una convocatoria a través de las redes sociales y venían bailarines de todas partes del mundo. Entonces dependiendo de la cantidad de plazas y según las categorías los iban aceptando. Pero recién este año se pueden ver caritas nuevas dentro de la agrupación. “Normalmente se hace una audición abierta y lastimosamente eso se quedó en stand by por la pandemia. Antes hacíamos las pruebas cada mes de enero”, recuerda la maestra Guadalupe. 

Es así como Fátima Alfaro regresa a su segunda casa. Ella entró al Ballet Municipal por la academia de la gran Lucy. Todo cambió con una lesión que tuvo a los 23 años, y por cuestiones de la vida, tuvo que colgar sus zapatillas. Sin embargo, el amor al arte hizo que las desempolve tan sólo un año después, aunque ya era una mortal más. Debía audicionar y probar que aún estaba a la altura. Dar un examen frente a los maestros que la vieron crecer no fue nada fácil. Hoy, con mucho orgullo, puede decir que ya lleva seis años dentro de la compañía. Su madre, quien la acompaña como siempre, recalca que ella es muy obstinada, tanto así que hoy ha bailado estando un poco indispuesta.

De igual manera, hay figuras que no se terminan de ir del Ballet Municipal, así su tiempo ya se esté agotando. Antonino Risica se está quitando el sombrero, dejando su rol de lado. El telón ha bajado, lo que significa que el primer acto ha finalizado. Aún es posible escuchar algunos aplausos, mientras varios de sus compañeros se apresuran en entrar al camerino para prepararse para el siguiente acto. Sin embargo, su trabajo ha terminado. Sí, él solo se realiza la primera parte del show porque su personaje no vuelve a aparecer. Es un bailarín de carácter, lo que significa antes había portado el mayor cargo: primer bailarín, pero que hoy por la edad que tiene (más de 45 años) ya no puede realizar todo el espectáculo completo.

No obstante, gracias a que en estos tiempos hay ejercicios que permiten alargar la vida de los danzantes, él puede quedarse dentro del escenario. Esto es algo que él agradece y celebra, puesto que empezó a una edad tardía. El miedo sobre el qué dirán lo acompañó desde pequeño. Por tanto, recién a los 18 años logró pisar un estudio de ballet y, tras ensayar seis horas diarias por un año, se incorporó a los refuerzos de la compañía. Casi toda su existencia la dedicó al arte y espera poder hacerlo hasta que su cuerpo lo permita.

Para él, la primera parte del año ha finalizado y ahora queda regresar a casa para descansar. Aunque el trabajo no se puede poner en pausa. En unos pocos días hay que regresar a los ensayos pues toca lanzar otra puesta en escena. La segunda temporada está a la vuelta de la esquina y debe ser más especial que nunca porque ser parte de los 40 años de esta institución es lo mejor que le puede pasar a un bailarín de ballet.

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