A una hora de Lima Metropolitana, en la zona de Carabayllo, se erigen los altos muros de cemento del Centro Nuclear RACSO. No hay qué temer, pues el reactor que alberga estas instalaciones sirve únicamente para la investigación y creación de radiofármacos.
Por: Paula Alpún y María Fernanda Simborth
Se descuelgan las batas blancas. Un día más, los protocolos se siguen al pie de la letra en las afueras de Lima Norte. Los dosímetros personales, infaltables en el uniforme de cada uno de los especialistas, desfilan en el lado izquierdo del pecho como si de escarapelas se tratasen. Y es que cada uno de los personajes detrás del Centro Nuclear Óscar Miró Quesada de la Guerra (RACSO) trabajan con orgullo, pues en sus manos se encuentra la minuciosa labor en el reactor de investigación RP-10 con sello peruano desde su inauguración en 1988.
Para muchos quizás resulte insólita la noticia. ¿Existe este lugar en suelo nacional? ¿Y si explota como lo que pasó en Chernóbil o Fukushima? ¿Será como en las películas que las personas terminan con una extremidad más por la radiación? Lo cierto es que, más allá de los hechos históricos y la ficción que se retrata en la pantalla grande, en este recinto se encuentra la mayor inversión que ha hecho el Estado en materia de investigación, tal y como indica el presidente del Instituto Peruano de Energía Nuclear, Mario Mallaupoma.
Planta nuclear no es igual a desastre
Mientras se recorren los pasillos de la planta, es imposible no remontarse a la década de los 80. Series como ‘Stranger Things’ de Netflix vienen a la mente. Incluso la mesa de control en la que se vigila al reactor mantiene hasta ahora gruesos botones de colores que responden a diferentes comandos. El tiempo no les pasa factura, pues siguen funcionando en las mejores condiciones. Esto nos lo reafirma Emilio Veramendi, ingeniero informático y operador de cabellera blanca que refleja los 42 años que viene laborando en este rubro. Próximo a su jubilación, aclara que “el centro de control es supervisado todos los días de la semana sin excepción. Hasta el momento hemos trabajado sin ningún problema. En Latinoamérica, es el que tiene la potencia más alta”.
Si nos ponemos catastróficos, el escenario sería el siguiente: en el caso de que algún número se encuentre fuera de serie, la máquina lo detecta y, entonces, el reactor procede a apagarse. Automáticamente, todo el sistema de seguridad protege la instalación. Pero, más allá de ello, es importante tener en cuenta de qué tipo de tecnología se trata, antes de que el pánico cunda.
Según Mallaupoma, existen los reactores de potencia que generan energía –como los de Fukushima y Chernóbil– y los que se dedican a la investigación y producción de radioisótopos que sirven para la medicina. “El que manejamos es uno tipo piscina de 10 megavatios. Nosotros tenemos cuatro kilos de uranio en el núcleo, un reactor de potencia prácticamente tiene de 1000 kilos para arriba”, sostiene.
Por prevención, hay varios planes de seguridad para evitar cualquier desastre. El principio de defensa genera distintas barreras de protección que evitan que la radiación se libere. Los sistemas electrónicos protegen por niveles y profundidad.
Alejandro Zapata, ingeniero nuclear y nuestro guía durante el recorrido por el mismo reactor, lleva con detalle las mediciones del material radiactivo con el que opera el personal. La radiación electromagnética es básicamente la energía proveniente del núcleo de los átomos con la capacidad suficiente para arrancar electrones de otros átomos. Es un peligro a la vista.
Otra duda que surge es si hay alguna población de riesgo cerca. Él es quien la despeja.
-Sí, Huarangal.
-¿Se encuentran informados? ¿Hay simulacros?
-Claro, cada cierto tiempo también hacemos campañas para que conozcan lo que hacemos aquí. Fomentamos las visitas guiadas, ya sean presenciales o virtuales.
Interiores de película
El azul vibrante del núcleo parece sacado de otro mundo, de otra dimensión. Con 4 metros de diámetro, 12 metros de fondo y 11 de altura de agua, Alejandro nos explica que su líquido que lo rodea hace de blindaje para que quienes trabajan directamente con el reactor no corran riesgos. “Si no estuviera esa agua, la radiación llegaría a todos los que estamos aquí”.
En sus palabras, cuando el reactor opera, el núcleo se empieza a calentar y el agua lo refrigera. ¿Qué pasa si esto no sucede? “Termina explotando como Chernóbil”, enfatiza.
A la par, el sector de Alejandro también es el encargado de activar el protocolo en caso de un accidente. Primero, si ha sido algo menor, se da la pastilla de yodo a los trabajadores. El segundo paso es el aislamiento hasta que la nube radioactiva pase. El tercero —y por el que todos cruzamos los dedos para que nunca suceda— es la evacuación de emergencia de la zona cuando ya se sabe que la dosis expulsada es demasiada.
Más beneficios que peligros
Más allá de estos hipotéticos escenarios, están los resultados reales de este centro de investigación. Un dato curioso es que quienes lideran el Área de Producción de Radiofármacos, con importantes aportes a la medicina peruana, son las mujeres.
Este sector estuvo a cargo de la pionera Bertha Del Rosario Calderón desde mediados de los años 60. Ella introdujo y desarrolló en nuestro país diversas moléculas marcadas con radioisótopos que fueron usados en el diagnóstico y el tratamiento médico, así como también en aplicaciones en la agricultura e industria. Asimismo, convirtió la Central de Radioisótopos de la Junta de Control de Energía Atómica en el ente estatal importador y distribuidor de los mismos. Esto hizo que el desarrollo de la medicina nuclear y otras especialidades ligadas a las aplicaciones pacíficas de este tipo de energía crecieran rápidamente.
Es así como sus aportes marcaron la línea que hoy siguen especialistas como Delsy Castro, directora técnica del Área de Producción de Radiofármacos. Ella nos cuenta el otro lado de la moneda: hace bastantes años no se cumplía con el enfoque de las buenas prácticas. “Las paredes estaban muy duras, acumulaban mucho polvo y faltaban una serie de exigencias más. Eso nos obligó a migrar a condiciones distintas, donde el acabado es diferente en las instalaciones”.
Y es que gracias a estos laboratorios se salvan vidas. Anualmente, 35 000 pacientes son diagnosticados y tratados en diversos tipos de enfermedades. “Los productos son a pedido por el corto periodo de vida que tienen y salen de aquí para los hospitales públicos y también los particulares; atendemos a nivel nacional”, nos cuenta Delsy.
En este lugar, como si de pociones mágicas se tratase, se crean varias soluciones, tanto inyectables como orales, todas con fines de diagnóstico y tratamiento. Encontramos pertecnetato de sodio, ioduro de sodio y dolosam, aparte de algunos otros componentes para radiofármacos conocidos como polvos liofilizados. Así, se atacan desde los males de la tiroides hasta enfermedades cerebrales. Algunos son calmantes para los pacientes con cáncer que han hecho metástasis, y otros son usados para terapia.
+ pruebas
Las puertas del Laboratorio Secundario de Calibraciones Dosimétricas se abren.
– Este es el lugar más importante y divertido del centro. – Bromea el físico Enrique Rojas, quien lleva 23 años siendo responsable técnico del lugar que obtiene información sobre cómo los rayos X funcionan en los órganos del cuerpo. “Nosotros aquí calibramos todos los equipos de los hospitales y de la planta”, indica.
Emerson Mendoza, quien lleva 6 años como parte del equipo de Enrique, resalta que “la radiación no distingue a las personas, diferencia solo las densidades” y por ello no trabajan con pacientes directos. Es así que su mejor amigo durante el horario laboral es una cabeza con cuerpo desarmable que simula ser el de un ser humano. Este, a diferencia de los pacientes, no siente nada. Es más utilizado en el área de la radioterapia, la que permite destruir células cancerígenas sin dañar al paciente, aplicando altas dosis de rayos x o radiaciones gamma. Asimismo, ayuda a tratar el cáncer reduciendo la presión arterial, el dolor y otros síntomas.
Así, se verifican las dosis de radiación ionizante que reciben las personas. Dentro de la zona de radiodiagnóstico se ven las técnicas radiográficas, la fluoroscopia, la tomografía axial computarizada y la mamografía. Estas no solo ayudan a los pacientes oncológicos, sino también benefician a la odontología, a los estudios para el sistema esquelético, las articulaciones, los órganos internos y al flujo sanguíneo.
Ambos especialistas concuerdan con el mismo secreto a voces que recorre los rincones de la planta: su trabajo es casi irreconocible por la población. Pasan desapercibidos ya que pocos saben de la existencia de este centro de investigación. El mismo presidente del IPEN, Mario Mallaupoma, es consciente de esta situación. Es por ello que se encuentra trabajando en un plan a nivel nacional. “En la pandemia comenzamos con visitas guiadas que eran virtuales y esto queremos ampliarlo a un nivel macro. Hay muchos investigadores y ciudadanos interesados en conocer nuestra labor y sus resultados. Hemos comenzado con una alianza con la Universidad Nacional de Ingeniería”.
Además, nos comenta sus planes a futuro. “Hay un reactor más pequeño apagado en la sede central del IPEN. Espero poder hacerlo funcionar pronto, así descentralizaríamos el traslado de los productos que ofrecemos y sería más rápida la distribución”. Así que la próxima vez que escuchemos la palabra reactor nuclear, quizás los escenarios calamitosos ya no sean lo primero que cruce nuestra mente, pues en el país se trabaja con este tipo de tecnología e investigaciones con miras a mejorar la salud de todos.