Un oasis de rampas y caídas

Dentro del polideportivo de San Borja, el skatepark de Converse le otorga a cientos de personas un espacio donde practicar su deporte favorito. Tras años de evolución y una batalla cultural contra los prejuicios, este movimiento ha logrado grandes hazañas, posicionándose como uno de los más populares entre los peruanos.

Por: Joaquín Díaz

El tail contra el cemento, las ruedas giran, sonido de rasponazo en el metal, en el pantalón y en la piel. Los skaters llevan años de erosión en sus tablas y en su cuerpo; desafían las leyes de la física por breves segundos, se enfrentan a las caídas, a las rampas y a los prejuicios. Dónde hacerlo es la cuestión. La calle siempre está disponible, la arquitectura de parques y casas acoge a quienes estén dispuestos a correr el riesgo, a quienes estén listos para escapar del serenazgo, aquellos a los que no les importe la discusión y la carajeada. El resto, los patinadores que recién empiezan o los que ya perdieron el miedo a la altura y apuntan a competir cómo lo hacen en otros rincones del mapa, han encontrado lugares para ser libres, oasis dentro de Lima, donde no se encuentran solos y donde manda la ley de la lija y los trucks. 

En San Borja, este espacio es el skatepark de Converse, dentro del polideportivo del distrito. Personajes de todos los rincones de nuestra capital vienen a practicar esta actividad, la pista es dominada por quienes intentan adiestrar la tabla y sus cuatro ruedas, tras ellos, disfrutan los rollers y bikers. Es el refugio para todo aquel que se atreve a enfrentar las rampas, cajas y escaleras del lugar; sobre todo, para los valientes que deciden adentrarse en la infinita poza de 3.4 metros de profundidad, la reina de los bowls en el Perú. La laguna gris está ligeramente maquillada por el arte callejero de sus residentes, los pocos stickers y graffitis intentan destacar sobre el pálido verde que insinúa embellecer las grietas del cemento. Todo cruelmente opacado por la publicidad en los letreros de alrededor. 

Las personas han logrado formar una comunidad, dentro de los 964 m², todos son familia, todos tienen un rol, conocen las reglas del juego. Hombres y mujeres, adultos y niños, son iguales y sienten la seguridad que otorga estar dentro de este complejo. Los jóvenes disfrutan de los golpes y tropiezos, la ambición de lograr el truco perfecto los lleva hacia el frente, sus piernas los impulsan al ritmo del rap y cuando la lata de energizante toca sus labios resurge la voluntad. Los niños del lugar se desenvuelven bajo la vigilante mirada de sus padres o profesores; sin miedo, listos para pelear contra las rampas, listos para que el cemento les de un manotazo en la cara. La experiencia hace que algunos de estos personajes se dediquen a ayudar, aquellos que tienen el mayor talento son los que más observan a su alrededor, aunque cuando deciden demostrar sus capacidades, el resto mira y aprende. 

Profesores o aficionados, son capaces de elevarse metros en el aire, alcanzando la gloria con la punta de los dedos por un instante, cuando aterrizan vuelven al borde de la rampa, listos para hacerlo de nuevo. Hay una sinergia casi perfecta entre todos ellos, la celeridad de sus maniobras no entorpece el engranaje colectivo. Cada quién se encuentra en su mundo, persiguiendo sus objetivos, soñando, pero si a su lado cae uno de los suyos es obligatorio extenderle la mano para que se levante. Cada quién en su espacio va mejorando sus capacidades, esa es la ventaja de tener un parque tan grande, entra más talento. El sitio es suyo y se comportan a la altura, lo cuidan como su casa, de cierta manera, lo es. 

Allá por noviembre del 2012, el ex- alcalde de San Borja, Marco Álvarez, quién hoy en día repite el plato, abrió las puertas de este lugar al lado de Jany Araujo, brand manager de Converse. En el marco del 3er. Campeonato Skate Converse, los peruanos aficionados de este movimiento tuvieron la oportunidad de ver a distintos profesionales, estrellas nacidas en Brasil y Estados Unidos, acompañadas del danés Rune Glifberg, viejo conocido en los X Games. Algo nunca antes visto en nuestro país, experiencia que se quedaría corta a comparación de la visita en 2017 del máximo exponente de la cultura, Tony Hawk. Que personajes tan importantes en el universo de este deporte hayan llegado al skatepark de San Borja solo habla de la calidad del lugar. 

Es que cada barandal, cada box, cada gramo de cemento, fue colocado por manos amigas, por otros patinadores. Converse desembolsó 200 mil dólares para este proyecto y lo dejó a cargo del francés Pierre Jambé, conocido como “Doctor skatepark”. Sus obras en Francia, Bélgica y Brasil, le habían enseñado que nadie ve una rampa como aquel que la sabe usar, ningún obrero sabe calcular la adrenalina de un salto, la dificultad de un rail y la fluidez de un circuito como lo haría un skater.  Así fue como varios patinadores adoptaron el rol de obreros y convirtieron el complejo de Converse en el primero del Perú en ser construido por los propios miembros de la movida. 

Jambé y su equipo sabían que la joya del lugar eran las 3 pozas combinadas. En la cornisa del bowl más profundo del país, es donde los más intrépidos empiezan y terminan su adrenalínico viaje, en el borde del foso apoya la cola y la punta de la tabla quién se prepara a adentrarse, cuando es escupido por la poza, sus manos se aferran a la orilla y lo llevan de vuelta a tierra firme. En esta sección del parque se utilizó por primera vez en el país el “pool coping”, el tipo de loza adecuada para los bowls, gracias a su curvatura, evita que las llantas del skate queden enganchadas.

Pierre le dejó al país una obra de arte, un espacio óptimo para que el deportista peruano explote su capacidad y dejó grabado en el cemento su firma y una tradición. Además de los boxes, las rampas y las pozas, bajo uno de los rails del skatepark de San Borja descansa una momia, “no te caigas en la tumba de la momia”- me decían los devotos del lugar, “¿y por qué no?”, silencio, seriedad, “es de mala suerte, flaco”. 

Los skaters del Perú no siempre la tuvieron tan fácil, no había accesibilidad para practicar este deporte, las grandes construcciones con las características adecuadas no existían, la aceptación y el apoyo tampoco. Esta cultura llegó a Perú con la cabeza abajo, arrinconados, escondidos, buscando donde poner su cera y su tabla. Estar en la movida era ser un vago, un delincuente, consumir droga; era sinónimo de no estudiar o trabajar, ser sucio, la patineta era un simple juguete. El skateboarding vio su austero inicio en el Miraflores de los años 70 y 80, en el malecón, cerca al faro, una rampa en forma de U atraía a los pocos revolucionarios de la época. El faro cumplió su función de manera inesperada y guió a decenas de jóvenes hacia buen puerto, era el comienzo de un fenómeno que acabaría tomando el país. 

La creciente y tímida popularidad hizo que, en 1982, en último piso del ahora “Cementerio” Comercial Camino Real, se inaugure también una poza; entre este lugar y el faro se repartían el público en aquel entonces, público que hoy extrañan más que nunca.  En 1991, se construyó el primer skatepark del Perú, “La Rampa”, con un precio de 10 y 15 soles por día. Este recinto, ahora inexistente, estaba ubicado en la esquina de Nicolás Arriola con Javier Prado e introdujo al inexperto peruano a las mini rampas y los funbox. Años después, Daytona Park hizo lo mismo.

La calle seguía siendo la principal encargada de recibir a personas de tan mala fama, era impensado ver este movimiento como algo más que un negocio, pero el peruano, apasionado, terco, siguió remando contra la corriente, logrando que en el 2002 se inaugure el primer skatepark público en San Miguel. Años más tarde las comunidades de boarders en Perú y el mundo empezaron a darse cuenta de su capacidad para generar cambio. En 2007 se celebra el primer “Día mundial del skate” en el país, el 21 de junio de ese año cientos de patinadores salieron a recorrer Miraflores, tomaron las calles del distrito por primera vez y parece que juraron nunca dejarlas ir. Al año siguiente Guillermo Vascones se coronó campeón sudamericano en este deporte y, por primera vez gracias a esta práctica, el peruano promedio sintió en el pecho lo que más nos une, el orgullo por nuestro país. 

Con el tiempo, el apoyo a los representantes peruanos iría creciendo a la par de este sentimiento y la reputación de los patinadores cambiaría hasta borrar las manchas más negras. Mundialmente, el mismo proceso se daba en todas las naciones tarde o temprano y en 2020 el skate se hace deporte olímpico. En 2021, el Perú se unió de nuevo frente al televisor, no por un equipo de 11 ni de 6, no por admirar a quienes surcan las olas, sino para ver al chiclayano Ángelo Caro, con tan solo 21 años, entrar al top 8 en los juegos olímpicos de Tokio.

Actualmente hay 120 skateparks en todo el Perú, 50 en Lima y en cada distrito hay al menos uno. Complejos como el de San Borja permiten que grandes talentos sigan creciendo y representando al Perú, logrando deportistas de alto nivel; como nuestra representante femenina en los Juegos Panamericanos 2021, Brigitte Morales de 14 años o nuestra campeona nacional de Patinaje Freestyle, Jana Yamashita, de tan solo 10 años. Ambas chicas aprendieron sus primeros trucos en las rampas de este circuito y continuarán mejorando en el. Así cómo ellas, hay cientos de deportistas peruanos que necesitan un espacio similar cerca de sus casas; nosotros tenemos el deber de apoyarlos en la búsqueda de sus sueños y en el aprovechamiento de sus capacidades y ellos, con perseverancia, nos lo devolverán ante los ojos del mundo. Al fin y al cabo, el deporte es salud y el skate es la vida: saber caer y aprender a levantarse.

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