La Brigada Voluntaria: héroes de un noviembre negro

En medio del estallido social que marcó al país en noviembre pasado, un grupo de jóvenes con conocimientos de primeros auxilios se organizó para atender, en medio del fuego cruzado, a cualquier herido que necesitara su ayuda. Nexos conversó con tres miembros para recordar sus hazañas heroicas.

Las avenidas del Centro de Lima son amplias, pero aquellas noches, todos ellos sintieron la claustrofobia de estar rodeados del peligro. Sus cruces rojas, pintadas sobre polos blancos, los resaltaban entre la densa neblina de gas lacrimógeno y humo, donde rebotaban las luces de las bengalas, ardiendo en la mano de algún manifestante eufórico. Las piedras volaban de un lado, mientras que, en intervalos de recarga, por el otro se escuchaban los disparos de perdigones. En el medio, equipos de la Brigada Voluntaria se protegían de los proyectiles, con la adrenalina en los pies, listos para correr al auxilio del primer herido que requiera atención prehospitalaria. Durante los largos días de colapso social en el país, la Brigada era la única ayuda en medio del caos violento que se apoderó del Perú. Nexos conversó con tres brigadistas que arriesgaron sus vidas para ayudar a los miles de heridos que dejaron los enfrentamientos del noviembre pasado.

Entre fuego cruzado

Diego Lizarzaburu recuerda las marchas con mucho detalle, y con justa razón, principalmente el 12 de noviembre. “Me acuerdo que escuchamos los disparos y alguien empezó a gritar ‘bala bala bala’ y nos acercamos donde estaba la persona. Estaba tirado en el piso, sangrando y empezamos a trabajar”, cuenta. Mientras un brigadista se subió a un carro con el herido para llevarlo hasta el hospital Almenara, el resto corrió para reencontrarse con su compañero en el nosocomio. Aquel grupo era uno de hermanos, hechos familia desde hace muchos años atrás, en un cuartel de bomberos. Era imposible dejar a alguno atrás. “Ahí nos dijimos ‘mierda, esto sí es cosa seria. Si a esta persona le ha caído un proyectil, nos puede pasar lo mismo a nosotros’”, agrega Diego. Poco sabían que, al volver, esas palabras se tatuarían en su piel.

“Nos acercamos hacia la policía con los brazos levantados gritando ‘somos brigadistas’, e igual abrieron fuego contra nosotros, a ocho metros de distancia. Recuerdo el ruido, recuerdo una chispa que saltó a mi costado. Yo me agaché y cayeron los proyectiles contra un poste de luz y cayó la chispa. Me cayó otro en la pierna, pero tenía protección y no atravesó. Pero yo vi a mis dos compañeros caer al piso. En ese momento me dije ‘los mataron’”, relata Diego, consciente del coctel de emociones que carga esa historia sobre él. “A los dos los quiero un montón, al verlos caer fueron dos o tres segundos de terror, yo creí que habían matado a mis amigos al frente mío. Me tiré sobre ellos a ver que no les haya pasado nada. Felizmente no pasó nada”, añade. Los perdigones marcaron el cuerpo de ambos brigadistas con heridas, por suerte, menores.

Para Diego, esta fue una clara agresión hacia la Brigada. “La policía nos vio. Nosotros éramos claramente identificables. Entonces que, a seis u ocho metros de distancia, a pesar de estar avanzando en fila y con los brazos levantados, gritando somos brigadistas, no disparen, y que aun así hayan disparado fuego… ya sea porque el policía estaba nervioso o porque habían recibido una orden, eso fue una agresión”, comenta. Pero para los ojos de Carlos Herrera, compañero de Diego y uno de los brigadistas que cargó por cuadras a Bryan Pintado luego de haber recibido múltiples perdigonazos, estos ataques “fueron parte del desorden”. “Sabíamos que había una probabilidad alta de que alguno se lastimara, y nunca lo vimos como una intención con la voluntad de ir particularmente contra la Brigada”, añade Carlos.

“Tuvimos gente que recibió perdigonazos, empujes, golpes. Yo pienso que es parte de la manifestación y uno toma la decisión de exponerse a esto al momento de presentarse a una de estas marchas”, explica Carlos. Como resalta Diego, “los manifestantes estaban también violentos”, lo que generaba un ambiente súper hostil para cualquiera. “Lo primero que tuvimos que tener presente es que en este tipo de manifestaciones hay mucho desorden, se pueden generar micro conflictos. Sabíamos que, en medio de una gresca o una turba, uno podía resultar herido”, menciona Carlos. A pesar del contexto, la Brigada Voluntaria se mantuvo neutral, cumpliendo su objetivo como socorristas en medio de un ambiente exponencialmente agresivo.

Sin importar uniformes ni colores

A Gonzalo Chicoma, uno de los primeros organizadores de la Brigada, lo llamó Daniel Goicochea, su colega bombero. “Oye, ¿estás desocupado? Para ir al Centro y ponernos en una esquina para ayudar a los heridos”, recuerda Gonzalo que le comento su compañero. Así de espontánea y solidaria fue la idea. Entre otros contactos cercanos, el primer grupo se consolidó. La Brigada se fue construyendo de a pocos, pero con una velocidad inimaginable. “Durante una coyuntura social que estaba bastante agitada, hubo iniciativas privadas de personas que trabajan en el sector de atención a emergencias, que voluntariamente empezaron a armar grupos. Uno de estos fue la Brigada Voluntaria”, comenta Carlos.

En un comienzo se fue consolidando a través de los círculos de bomberos de diferentes compañías, “luego se amplió y empezaron a asistir brigadistas, enfermeros, paramédicos, doctores. De ahí vino la convocatoria por redes, la cual apuntó a gente dispuesta a ayudar a las personas que resulten heridas en las manifestaciones”, relata Carlos. Como cuenta Gonzalo, fue a través de Facebook que muchas personas fueron conectándose a la Brigada para formar parte de ella. “El grupo creció mucho, llegamos a tener 165 personas en el chat de WhatsApp. Entre médicos y estudiantes de medicina, llegamos a tener unas 15 personas. Para el 14, hicimos diferentes grupos con distintos líderes”, relata Gonzalo.

Cuando contactaron a Diego, él recuerda que desde que se empezó a gestionar la primera convocatoria, ya sentían que las marchas se “podían salir un poco de control”. Ellos no querían intervenir directamente a favor de ningún bando ni posición política. La idea era mostrarse lo más neutral posible desde un principio. “Lo que se conversó fue que se ayudaría a cualquiera. Policías, manifestantes, cualquier herido. Era nuestra forma de manifestarnos activamente, apoyando a cualquiera. Para mí, era más que todo apoyar al Perú. Al fin y al cabo, seas manifestante, seas policía, eres peruano”, añade. “Siempre estuvo descartada la posibilidad de colaborar o incentivar agresiones o hechos que generen violencia. Por eso las brigadas se mantenían lejos de la turba. En el caso algún policía o manifestante, no importaba el bando, resultara herido, la brigada lo iba a atender, independientemente del uniforme o los colores”, agrega Carlos.

Gonzalo, por ejemplo, recuerda con claridad cuando llegó a sus manos un joven, con la cara sangrante tapada con una tela. “Ayuda, ayuda”, cuenta el brigadista que gritaban quienes acompañaban al herido. “Le había caído la bomba lacrimógena directamente a la cara. Le había destapado todo el cachete, tenía el rostro bañado en sangre”, relata. Pero también tiene en su memoria la imagen de cuando atendió a un policía herido. “Le cayó un palo en el brazo y se le rompió. La gente nos trajo al efectivo y lo evacuamos. Ese era el fin, ayudar al que lo necesite porque sabíamos que las cosas se iban a poner difíciles”, declara.

“Una imagen positiva que marcó la brigada fue cuando los medios compartían las imágenes de la brigada en acción, dando una mano a un manifestante o a un policía”, comenta Carlos. Cargando botiquines improvisados y escudos de madera, vestidos con accesorios de protección y cruces rojas, se convirtieron en pequeños héroes que dejaron su huella en una sociedad quebrajada y dañada. Cuando cruzaban las multitudes, los aplausos acompañaban, los saludos emocionaban. Los manifestantes les llevaban dinero o artefactos útiles para primeros auxilios, así como artículos de protección para cuando la violencia estalle. “La brigada se volvió una suerte de referente a favor de la sociedad. Quedó clarísimo que nuestra labor era ayudar”, agreda Diego.

A pesar de las heridas

Luego de las marchas de noviembre del 2020, en contra de toma de poder de Manuel Merino, el país comenzó un camino de desunión y ruptura social. La última temporada política abrió las cicatrices de un país lleno de heridas jamás sanadas del todo. Para la segunda vuelta electoral, las calles del Centro de Lima volvieron a sentir el pasar de miles de manifestantes, con camisetas muy opuestas. Si bien no encontraron una represión violenta, y, – salvo casos aislados – no terminaron en altos niveles de violencia, los brigadistas temen que, ante la incertidumbre, las noches vuelvan a cargarse con la niebla que arde los ojos y la pista se humedezca de sangre. Pero a pesar de las experiencias pasadas, y el temor de una ola de violencia más severa, los miembros de la Brigada Voluntaria mantienen su postura de estar vigilantes para socorrer a cualquiera que lo necesite.

“Me parece que, si hay algo hoy por hoy, sería peor. La tolerancia es menor, la frustración es mayor, las necesidades son mayores. Si hubiera otra manifestación lo volvería a hacer, con más miedo, más preparado. Varios de nosotros sentíamos que había una responsabilidad de hacer algo al respecto si hay una situación que tu país está pasando y de alguna manera tienes el entrenamiento y los conocimientos necesarios para ayudar a alguien”, menciona Diego. “Si el país vuelve a estar envuelto en este tipo de manifestaciones, y se vuelven a dar estos eventos en las calles, sin lugar a dudas, gran parte de los voluntarios o inclusive aún más, se van a sumar. Salimos a las calles porque sabíamos que había gente que terminaba lesionada o herida. Tomamos la decisión de ayudar a cualquiera y nos sentimos identificados con las personas”, comenta Carlos. “Ese tipo de panoramas son peligrosos, son complicados. No son bonitos claramente. Pero hay veces que la pasas mal, y de alguna manera necesitas una mano, un apoyo”, agrega.

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