Los cientos de años de opresión religiosa sobre la cosmovisión andina no fueron suficientes para desmotivar fuertes costumbres y ceremonias, como la que practica Victor Vilcahuamán cada 1 de noviembre. Nexos estuvo presente en su último ritual para conocer de cerca lo que este día significó para nuestros antepasados y la relación que mantenían con la muerte.
Por: Ericka Ramirez
Todos los años, el 1 de noviembre se conmemora el Día de Todos los Santos, fecha en la cual familias de muchos países brindan un homenaje a sus difuntos. Esta tradición se desarrolla de diferentes formas, de acuerdo a la cultura en la que se practica; sin embargo, todas tienen el mismo objetivo: conmemorar a los fallecidos para demostrarles el cariño que aún se les guarda. Sin embargo, pocas veces se ha explorado lo que este día significó en nuestra profunda cosmovisión andina. ¿Cuál era la relación de nuestros antepasados con la muerte? ¿Qué pensaban de ella? ¿Cómo decidieron homenajear a sus fallecidos?
El último 1 de noviembre, Nexos pudo participar de una auténtica ceremonia andina por el Día de Muertos de la mano de Víctor Vilcahuamán, el “Laya”, quien es sacerdote andino, antropólogo y cultor de las tradiciones andinas. Él ha celebrado este ritual anualmente desde que era solo un niño en la ciudad de Huancayo. “En esta morada se han realizado incontables festividades, lleva habitada más de 70 años. Fue aquí donde mis padres me formaron cómo Laya y a lo largo de los años, gracias a mis viajes y amistades, he podido conservar y ampliar mi altar”, comenta Víctor.
Según la cultura andina, el Día de los Muertos suele ser la única época del año en la cual las personas vivas pueden contactar a los fallecidos. Esto se realiza con dos fines: el primero, calmar la furia, confusión y ansias que estos puedan sentir debido a sus decesos. El segundo, demostrar el respeto y cariño que se tiene a aquellos que ya fallecieron. “Solo así se mantiene el equilibrio entre la vida y la muerte. Por más que sean espacios diferentes, uno debe vivir en paz con ambos” explica Víctor, mientras inicia los preparativos de la ceremonia.
Banquete
Lo primero que el “Laya” indica es que se inicie la preparación de potajes típicos, esto con la misión de ambientar una mesa de ofrendas que se coloca al pie del altar de la Santa Muerte. Además de colocar platillos típicos (tanto dulces como salados), se sitúan flores, frutas y elementos sagrados como campanas, piedras, velas, hojas de coca, tanta guaguas (panes con formas humanas o animales) y cigarrillos. Todo ello se realiza con el objetivo de que, en el momento de su visita, las almas puedan disfrutar de aquello que adoraron en vida.
Después de un tiempo de preparación, llega el momento de adornar la mesa de ofrendas; algo que se debe realizar antes del mediodía, pues es a esta hora cuando los fallecidos visitan el mundo de los vivos. “Lo más importante es colocar aromas, pues los muertos se alimentan de olores, por ello se ponen diferentes tipos de inciensos”, indica Víctor mientras ordena las ofrendas, teniendo en cuenta todos los detalles para generar un aspecto estético en la mesa.
Una vez que las ofrendas son presentadas y el altar se encuentra suficientemente decorado, Víctor da por inaugurada la ceremonia, que suele comprender los dos primeros días de noviembre. Durante el primero son los muertos quienes disfrutan los potajes. En contraste, el segundo día es para los vivos, quienes retiran las ofrendas para disfrutar de ellas, mientras se realizan bromas y se rezan réquiems en el cementerio donde descansan las almas.
Velado
Todo lo ofrendado guarda relación con el espectacular altar a la muerte que guarda el Laya en su hogar. Este está conformado por diversos elementos considerados sagrados, como restos de esqueletos animales, representaciones de dioses y sacerdotes que forman parte de las religiones andinas, incaicas y culturas preincas. Las piezas principales son siete cráneos humanos que se velan en cada ceremonia: “A este proceso se le conoce como Huma Tullo Villay, nombre que está en idioma huanca y que en español significa la acción de acompañar a los cráneos humanos a la luz de las velas durante varias horas”, comenta Víctor.
Pasada la hora de almuerzo, se procede con el velado de las ofrendas; para ello, el Laya recita réquiems en latín, huanca, quechua y español, pidiendo a las almas por los presentes y ofreciendo sus respetos. Inmediatamente después nos explica el porqué de esta ceremonia.
“Después de que los españoles llegaran y, aún peor, después del énfasis puesto en las prohibiciones a raíz de Túpac Amaru II, prácticas como estas no se podían realizar. Fue entonces cuando nuestra cultura corrió peligro. Gracias a estas ceremonias los sacerdotes podemos comunicarnos con los dioses y seres invisibles, quienes nos guían y nos dan la sabiduría para dirigir al pueblo. Gracias a ello, nosotros enseñamos a los padres y ellos les enseñan a sus hijos; solo así nuestra cultura es sostenida”, explica Vilcahuamán.
Mientras reza y nos narra historias huancas relacionadas a la muerte, Víctor reparte hojas de coca y, ocasionalmente, caña ceremonial, costumbre que forma parte del ritual y de la convivencia de esta cultura. “El que hoy podamos ser parte de esta celebración es el resultado de la valentía de los huancas, quienes, pese a las restricciones con consecuencias mortales, supieron burlar a los censuradores para instruir a sus hijos acerca de estas artes. Somos herederos de una cultura milenaria”, indica orgullosamente Víctor. Con este mensaje da fe de que existen quienes han luchado años por mantener vivas sus culturas, defendiéndolas del veto y de la discriminación.
Pedidos, agradecimientos y despedida
Entre hojas de coca, cigarros y algunos ritos que no se nos permite revelar, el Laya ha terminado de enumerar su mitología para que podamos conocer a los dioses a los que les rezamos; sin esta información es imposible finalizar la ceremonia. Los mencionados conforman una mixtura de divinidades pertenecientes a diferentes culturas preincas y latinoamericanas. Cuando le preguntamos a Víctor el porqué de aquello, este respondió que los mismos dioses tienen distintas manifestaciones en cada cultura, pero que por su esencia es posible reconocerlos.
De esta manera enuncia su oración de despedida: “Es momento de pedir a la santa muerte, a los genios, seres invisibles, demás dioses y divinidades por nuestras almas y lo que queremos para ellas”. Tras invitar a cada asistente a que se ponga de pie, nos muestra la forma correcta de orar para los huancas, que implica el consumo del cigarro, el apagado de velas, la renovación de incienso y la declaración de los deseos que cada uno quiere pedirle a la santa muerte.
Una vez hecho esto, los participantes deben retirarse uno por uno, agradeciendo a las almas por dejarlos presentar sus ofrendas, realizar sus pedidos y con la expectativa de regresar al día siguiente para completar la celebración. Lamentablemente, debido a las restricciones impuestas en los cementerios por la pandemia, no es recomendable realizar esta ceremonia en este escenario, por lo que el Laya decidió concluir la festividad, al día siguiente, en su altar.
La ejecución de esta y otras ceremonias dan testimonio de que cuando se califica al Perú como país diverso, no solo se hace referencia a la variedad gastronómica o climática, sino también a la tradición y formas de concebir la vida y el mundo. Por último, si bien es cierto que existen tradiciones que han sido guardadas celosamente por muchos años, esto no quiere decir que deban permanecer de esta manera. Tal como menciona el Laya Víctor, la única manera de que estas costumbres no se pierdan en el tiempo es por medio de su enseñanza y reproducción.