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Deseo en custodia: la lujuria y los penales

Un nuevo encierro. Eso fue lo que trajo el COVID-19 a la población penitenciaria de mujeres en el Perú. Sin visitas de familiares y con la muerte rondando sus celdas, estos espacios superpoblados no solo albergan a personas con delitos tatuados en su alma, sino también corazones rotos y deseos reprimidos. Nexos conversó con especialistas sobre cómo se vive la sexualidad en las cárceles, especialmente en años de pandemia.

Por: Daniela Navarro para el Taller de Reportajes

Susana se siente atrapada. No solo de manera literal. No ve a su hijo desde que la pandemia empezó. Su marido partió los primeros meses del año pasado. Hace mucho tiempo que no tiene contacto físico con ninguna persona del exterior y eso la está volviendo loca. Sus compañeras de celda son las que la mantienen con un cable a tierra. En medio de todo ese loquerío, Jimena ha sido una gran ‘amiga’, una que la ha ayudado a sobrellevar el encierro dentro del encierro, pero también a mantener vivo el deseo y la poca intimidad que se puede tener en la era de la distancia social. Los placeres y fantasías que han vivido juntas le ha ayudado a seguir cuerda. Después de todo, el sexo en prisión no está tan mal.

Dolor, soledad, incertidumbre y muerte: estas son algunas palabras que acompañan el día a día de las mujeres cautivas de su libertad, sea cuales fueren los motivos. Desde marzo del 2020, los establecimientos penitenciarios no reciben visitas presenciales de parte de familiares, y también de amores carnales. En esta oportunidad, Nexos conversó con expertos para averiguar cómo vivieron su sexualidad las mujeres presidiarias durante los años de pandemia.

 El sexo tras las rejas

Resulta obvio pensar que si el país está atravesando una de las crisis sanitarias más fuertes de toda su historia, la población criminal marginal es sin duda alguna “la menos importante” en la cadena de preocupaciones. Sin embargo, César Cárdenas, expresidente del Instituto Nacional Penitenciario (INPE), rescató en una nota para El Comercio a inicios de la pandemia que, las medidas tomadas tuvieron un impacto fuerte para las convictas tanto en lo emocional y psicológico como en lo económico. No hay que olvidar que precisamente eran los familiares de los internos los que les abastecían de alimento, ropa e, incluso, intimidad.

En este escenario, es pertinente preguntarse: ¿qué significa vivir sin intimidad para las reclusas? Aunque no parezca, esto tiene que ver mucho con la rehabilitación social. Según especialistas consultados por RPP, si existe la abstinencia y frustración sexual es mucho más difícil lograr que una presidiaria pueda reinsertarse en la vida social. Lo carnal forma parte de la salud integral y personalidad de todo ser humano, incluso los que están en prisión. En un contexto de encierro, resulta bastante difícil poder expresar sus necesidades íntimas, ya que están opacadas por una mucho más grande: la salud pública.

“Existen problemas más allá de las lógicas reproductivas, también existen las del placer y disfrute. Que puedan tener una intimidad libre como la de los sujetos sociales, es una forma de reinserción”, comenta para Nexos Arturo Huaytalla, coordinador del Observatorio Nacional de Política Criminal – INDAGA, mientras afirma que el encierro aumenta las posibilidades de mantenerse en un circuito de violencia.

Aristóteles decía que el ser humano era social por naturaleza, por lo que se debería pensar que dependemos del contacto con otros para poder sobrevivir. Es aquí donde se encuentra el problema de las reclusas. Más allá de estar limitadas de muchas de sus libertades, el corte definitivo del contacto íntimo empeora una serie de problemas vinculados a la personalidad y emociones. “La pena tiene una finalidad: rehabilitar al individuo. Se debería buscar que no se pierda la esencia del humano como tal”, señala Joaquín Missiego, profesor de la Universidad de Lima y abogado.

Único recurso: la homosexualidad

Freud siempre creyó que el ser humano era bisexual, es decir, que cualquiera puede estar atraído hacia cualquier persona. El individuo tiene la capacidad de adoptar nuevos roles de género a lo largo de su vida y según la circunstancia. Según un estudio realizado en México, la incidencia de relaciones amorosas entre internas era mucho mayor que el 80%. Allí también se observó que las mujeres resolvieron sus necesidades carnales entre ellas, sin mayores problemas en su vida cotidiana.

Así como Susana experimenta una nueva relación con su ‘amiga’ Jimena, existen muchas internas que tratan de volver a sentir ese intenso deseo tras su confinamiento en un penal. “Ellas no renunciaron a una vida sentimental activa, ni al placer, ni al cariño ni, en varias ocasiones y pudimos constatarlo, a vivir el amor como una de las más sagradas y enriquecedoras relaciones que nos hacen humanos… o deberían”, precisó Zonia Sotomayor en su investigación “Las mujeres, la cárcel y el sexo”. Es por ello que muchas de ellas podrían definir su identidad de género como lesbianas en intramuros, a pesar de tener una orientación muy diferente en el exterior.

Tomando en cuenta que las presidiarias no reciben ninguna visita íntima desde el 6 de marzo del 2020, Huaytalla opina que precisamente por esa limitación de lo carnal que supone residir en reclusión, así como con un sentido de oportunidad se asumen conductas homosexuales. “Es más como asumir el contexto en función del espacio de internamiento. Luego de eso, en muchos casos se vuelve a asumir el rol heterogéneo como el que pensaron al inicio”, precisó.

Sobre la problemática de los métodos anticonceptivos, la realidad difiere mucho de lo que está en el papel. “En teoría no nos falta nada, somos campeones mundiales de las leyes. Pero de nada sirve que exista una ley si nosotros como personas no hacemos caso de esta”, indicó Missiego. En el informe especial sobre las condiciones de las mujeres en establecimientos penitenciarios en el Perú realizado por la Defensoría del Pueblo en el 2018, el 65% de mujeres encuestadas respondió que había tenido una dificultad para acceder a las visitas íntimas. Y no solamente eso, sino que también el 36% de encuestadas no tuvo un acceso gratuito a métodos anticonceptivos.

Reclusos y convictas

Susana y Jimena no tienen ningún problema en expresar sus muestras de afecto y relación dentro del penal. ¿Ser gay en una cárcel de hombres?, es otra historia. Pero esa no es la única diferencia entre ambos. Según Huaytalla, los establecimientos para varones son ampliamente diferentes del que vemos en el penal de mujeres. Las cárceles de hombres son extremadamente desordenadas, malolientes y el ambiente es muy pesado. En cambio, en los de las féminas puede haber un pequeño desorden o basura, pero casi todo está limpio —sobre todo el espacio de maternidad. “El ambiente en general es totalmente diferente entre uno y otro. No es que en el de ellas sean todas sean unas santitas, pero sí se respira un espacio totalmente distinto”, indicó Huaytalla. El acoso y los silbidos no van a parar en ninguno de los dos.

Según allegados a Huaytalla, los conflictos dentro de un penal de internas no se comparan en nada con los que hay en los de varones. Hay una cantidad enorme de peleas entre reclusas, pero pese a eso, no llegan a la alarma de peligro que sí pasa con los reos ubicados en Lurigancho, por ejemplo. Sin ir muy lejos, en los establecimientos penitenciarios de hombres en Ecuador ha habido tres matanzas a lo largo del 2021.

¿Qué tanto vale un delito en prisión? Como en toda sociedad, también existen jerarquías. Lo sorprendente es que se visualiza mucho más en los penales de varones. Narcotráfico, crimen organizado y extorsión se alzan como los mejores vistos. Al contrario, los que se encuentran privados de su libertad por privación a menores de edad y feminicidio están en el último eslabón de la pirámide. Ellos son los que viven el infierno en vida como una forma de justicia frente a sus malos actos.

Según el informe estadístico penitenciario del año 2018, también existe una marcada diferencia entre los delitos cometidos por hombres y por mujeres. Mientras que los tres delitos más cometidos en la población penal de varones son el robo agravado (28.4%), la violación sexual de un menor de edad (10.1%) y el tráfico ilícito de drogas (9.3%); en el de las mujeres son el tráfico ilícito de drogas (29.3%), promoción o favorecimiento a este (11.7%) y tráfico ilícito de drogas de forma agraviada (11.1%). Resulta sorprendente ahondar en la causa de su privación de la libertad, porque mientras los primeros tienen algún índice de peligrosidad para la comunidad, las segundas están por componentes asociados al traslado de sustancias ilícitas, más no atentados contra la vida ajena.

Susana no solo se encuentra encerrada en una prisión por el delito que cometió, sino que su sexualidad se ve afectada también. Ella espera que, tras el decrecimiento de las muertes por COVID-19 y el aumento de la población vacunada, puedan abrirse nuevamente las visitas de familiares, amores y amantes. Los penales existen no solo para corregir a las personas como Susana, sino también para poder reinsertarlos en la vida luego de cumplida su condena. El libre ejercicio de la intimidad es un pilar fundamental para cumplir este objetivo. Después de todo, el deseo carnal no está en detención.

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