Ganadora del Primer Lugar de un importante concurso organizado por el Reino de los Países Bajos, la egresada de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Lima, Katherine Ayarza, nos cuenta las dificultades que enfrentó al elaborar su reportaje premiado Desde el olvido, así como sus opiniones sobre el trabajo periodístico detrás.
Por: María Fernanda Simborth
Nos transportamos al 2017. Katherine, con indignación, comienza a escuchar de parte de su tía, quien trabaja como psicóloga en el Ministerio Público de San Miguel en Ayacucho, los casos de violencia de género que agobian a las mujeres campesinas. Los relatos le resultan aterradores: entre ellos está el de una pequeña de seis años, cuya inocencia queda atrapada entre cuatro paredes tras ser violada por uno de sus familiares. Esta realidad descarnada despierta en la joven comunicadora un deseo ferviente por sacar a la luz esta oculta perspectiva de un tema tan tocado en zonas urbanas, pero desatendido en lugares rurales: “Yo he vivido toda mi vida en la sierra; las personas que vivimos allí sabemos más o menos lo que sucede en el campo. Conocemos algunas de las circunstancias en las que vive la mujer”, nos comenta.
Inmersa ya en las historias de su tía, en el 2018 comienza a investigar y, para el 2019, durante sus años de estudiante en la Universidad de Lima, la oportunidad de realizar un reportaje sobre este tema se le presenta. Pero con el visto bueno de sus profesores, también comienzan las complicaciones propias de la profesión.
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Una buena historia parte de cómo es contada
Los hechos se acompañan con la creatividad misma del periodista para contar la historia. El uso de instrumentos como el storytelling o los diversos formatos de entrega – escrito, gráfico o audiovisual – no solo le otorgan el estilo distintivo a cada reportaje, sino que son elegidos según la intencionalidad misma del mensaje a transmitir. Katherine nos relata que fueron tres cursos durante su vida universitaria los que encaminaron lo que sería, en un futuro, Desde el olvido, así como su carrera periodística.
Expresión Escrita, uno de los cursos de los primeros ciclos, es recordado por ella con especial cariño. “Sin esa clase, sin toda la sabiduría que me dio, no hubiera sido posible que ahora pueda escribir. Necesitas primero expresarte para poder hacer las cosas; necesitas ser libre, generar sensibilidad mediante las palabras”. Todo depende del estilo. Se comienza a descubrir cómo un adjetivo le da mayor fuerza al inicio de la historia o cómo los personajes te envuelven y transportan a realidades que parecen lejanas.
Más adelante, con el curso de Periodismo Televisivo, Katherine descubrió el formato audiovisual como su engreído para transmitir el sentido de denuncia que persigue. “Siento que puedo generar muchas más sensaciones con las imágenes y los sonidos. Me gusta editar. Aprendí muchísimo porque nos botaban a la calle; estábamos al costado de los medios de Lima”, nos relata con una sonrisa que nos traslada a los años de clases presenciales en la universidad, cuando el trabajo de campo para el periodista en formación era el pan de cada día. Por último – pero no menos importante – el curso que le dio la bendición final para ya desarrollar su pieza ganadora fue el de Laboratorio de Proyectos Informativos.
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“Siempre he estado rodeada de noticias. Mi papá es un periodista frustrado, para escuchando RPP y, ahora último, Exitosa. Nunca lo dejaron estudiar periodismo. A mí me empezaron a interesar las crónicas desde mi clase de Expresión Escrita. Leía Etiqueta Negra, que me gustaba mucho por las ilustraciones de las revistas”, recuerda.
Katherine comienza su trabajo de campo en el 2019 con ciertas trabas: la escasa documentación sobre su tema – a penas dos artículos antropológicos relacionados vagamente con la violencia contra la mujer en las zonas rurales – la impulsan aún más a partir, con mochila al hombro, al pueblo ayacuchano de Huanta. Pero el periodista no siempre es bienvenido con una sonrisa de oreja a oreja: en la comisaría le niegan el acceso y, en el Poder Judicial de la zona, un practicante comete el “error” de mostrarle documentación confidencial. “Eran fajos y fajos de denuncias por violencia, maltrato. Llega el chico y me dice: “te he metido de casualidad”. Me botaron y nunca pude hablar con el juez”, cuenta la comunicadora.
En el segundo Centro de Emergencia Mujer que visita se encuentra con mujeres que, tras sufrir abusos, luchaban por un cambio. Muchas de ellas especialistas, la apoyan con las fuentes y la alientan a continuar su investigación en Iguaín. Hasta este entonces, la pandemia aún no había ensombrecido nuestros días. Sin embargo, al retomar el reportaje en el 2021, gran parte de los datos que había recaudado quedaron desfasados. Esto es, como ella comprende, los gajes del oficio.
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La experiencia de vivir los hechos para comprenderlos
Para comprender una situación a contar, es necesario vivirla, sentirla, internarse en ella. No existe periodista que sea testigo impasible. A pesar de las limitaciones, la riqueza del periodismo deviene, en gran parte, del conocimiento de los hechos de la manera más completa posible.
Esta profesión implica confrontar la crudeza de una historia, con el carrusel de emociones que trae consigo. “El trabajo de campo es importante para transmitir la experiencia, lo que sucede”, menciona Katherine en nuestra charla. Su relación familiar con Ayacucho le ha otorgado a la joven una perspectiva fresca de la vergüenza que sufren las mujeres al hablar sobre su sexualidad; ha saboreado la indiferencia del Estado y ha sentido la frustración de mujeres que llaman a la línea 100 sin respuesta alguna. Y es que, para ser periodista, uno debe sumergirse en las dificultades de los demás, desarrollar de forma natural la empatía. Para ser periodista, como inmortalizó Kapuscinski, hay que ser una buena persona. Y Katherine lo es.
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2021. Cuatro meses antes de regresar a Ayacucho, descubrió con pena que ninguna ONG quería ayudarla con la actualización de sus datos. Con la aparición del Covid – 19, los proyectos en zonas rurales quedaron paralizados. Sin embargo, cuando logra conseguir un contacto en Chuschi, ni la lejanía de este pueblo – con el fatigante viaje por una carretera de trocha – ni la pandemia impidieron que llegara a recoger testimonios de primera mano.
Es allí donde nuestra periodista tuvo otra dificultad: resulta complicado para las mujeres contar sus historias con libertad a una jovencita que desconocen. “Cuando hablas con ellas, las comprometes. ¿Por qué te estoy contando esto? ¿Qué me vas a dar a cambio? Te preguntan. Convencerlas es bien complicado”, comenta Katherine.
- ¿Quieres que salga tu rostro?
- No.
- ¿Tu voz?
- Sí, mi voz sí.
Es, al fin y al cabo, comprensible que experiencias de vida ligadas con violencia desde temprana edad produzcan miedo a ser expuestas.
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“Para mí, el periodismo es un servicio público”
Oportunidad. Esta palabra es continuamente utilizada por Katherine mientras transcurre nuestra conversación y la corona al explicar lo que significa, para ella, el periodismo. Como un canal de expresión, esta exigente profesión con la que se convive las 24 horas del día le ha brindado la oportunidad de denunciar y, en este caso, “realzar las voces de mujeres que nunca han sido escuchadas, personas que ni siquiera saben que existe un medio para dar a conocer su historia. Ellas son igual de peruanas”.
El periodista, observador y curioso, resalta las situaciones marginadas, busca llamar la atención. Esta pasión implica un servicio público en el que el protagonista es el otro. “Lo que importa es la voz que estás alzando, el servicio que estás brindado para una población”, indica. Katherine quiere crear eco. Para ella, si bien resulta complicado que los verdaderos actores lleguen a estas zonas alejadas, es a través de su esmerada investigación que logra contribuir con la limitada bibliografía que existe en nuestro país sobre este tema. “Yo siempre he querido hacer un proyecto en mi región. Siento que si uno tiene el privilegio de estudiar en una universidad privada, lo mínimo que puede hacer es retribuir, usar todo lo aprendido a favor de la sociedad o de una problemática. Ahora estamos conversando sobre violencia de género en el campo; eso ya es un gran paso”.
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De regreso de Chuschi, Katherine se enfrenta con una gran disyuntiva: ¿qué relatos colocar y cuáles no? Con los testimonios valiosísimos que ha recogido debe utilizar su juicio crítico para escoger aquellos que irán en el reportaje y, sobre todo, determinar cómo contarlos a través de lo audiovisual. Luego de una ardua selección, otra problemática que desde su viaje la agobiaba vuelve a retarla: el idioma. Desde las entrevistas, se vio limitada a depender de mujeres bilingües que pudieran traducir sus preguntas al quechua. “Ya veré cómo me las arreglo”, se dijo. Después de todo, quien desconocía la lengua era ella. Con los audios bien grabados y organizados, y gracias a la ayuda de familiares con los que no solo tradujo, sino verificó que los relatos estén correctamente interpretados, logró sacar el reportaje.
Así, Desde el Olvido, revela, en su elaboración, las encrucijadas que enfrentan los audaces periodistas como Katherine. Si bien es cierto que no es su función resolver una crisis, buscan ponerlas sobre la mesa y hacer eco sobre las mismas, registrar lo que se oculta, manifestar el yugo de una sociedad que tiene aún un largo camino por recorrer para mejorar la condición del pueblo. Entender los hechos es la base de la libertad, una libertad únicamente lograda al palpar la realidad de lo que sucede. Es este acercamiento entre la persona y el acontecimiento una de las tareas del periodismo. Hoy, Katherine Ayarza se plantea la elaboración de un segundo capítulo del reportaje que, desde el 2017, sembró en ella el ímpetu por defender a mujeres olvidadas por las autoridades y los medios de comunicación. El verdadero periodismo es, como vemos, sinónimo de entrega.