El destino de los restos del líder terrorista, eje del debate por estos días, ya es de conocimiento popular. Nexos entrevistó a Jose Alejandro Godoy, docente universitario y politólogo, para esclarecer algunas pautas aún confusas sobre la acción de Sendero Luminoso y sus infaustas consecuencias.
Por: Félix Arias Schreiber
Abimael Guzmán ha muerto. Y si bien los crímenes de los que en vida fue artífice y estratega reciben casi por unanimidad nacional el rechazo más sonoro, son los remanentes de su obra destructiva los que ahora aquejan a la sociedad peruana. Pues lo que ayer fueron coches bomba y apagones, hoy se convirtieron en prejuicios y brechas. Dentro de estos, el Perú parece no encontrar salida a la falsa dicotomía que mantiene Sendero Luminoso con Alberto Fujimori, quien como parte del mismo relato se ha vuelto tendencia a la par que el líder senderista.
Es cierto que la condena de uno no contradice el desprecio al otro, pero existe en la sociedad nacional una inmadurez para conversar sobre su historia y un fundamentalismo a la hora de aclarar los conceptos que imposibilitan cualquier debate. ¿Tendrá alguna vez el Perú una cultura de conversación abierta que sirva para entender las causas que suscitaron la aparición de un grupo subversivo? Ante tales dudas, Nexos conversó con el docente de esta casa de estudios, Jose Alejandro Godoy, quien en su faceta de politólogo lanza punzantes dardos sobre la actualidad de la sociedad nacional.
La primera impresión
“El peruano se debate entre diversas posiciones centrales respecto a la muerte de Guzmán. Primero está el rechazo al personaje”, comenta Godoy, “casi el país entero repudia su accionar. Es lógico: una persona que le genera al país un conflicto de más de 70 mil víctimas y que carga, por lo menos, con el 54% de las mismas no inspira más que desprecio”, explica. “Sendero Luminoso causó un trauma que vive en todos nosotros. Asesinó a cualquier tipo de persona: a dirigentes políticos apristas, accionpopulistas, de izquierda… Por eso se le rechaza, por lo que es. Tenía una visión sumamente fundamentalista, en la que era él el encargado de guiar a la salvación de la patria; y de no serlo, no lo sería entonces nadie más”, apunta el docente.
Entre los argumentos recurrentes, pues alguna cuasi justificación ‘debía’ tener Sendero, se frecuenta la lucha de clases. Por supuesto, la historia misma se ha encargado de rebatir a quien, ajeno a todo ideal, camufló y encarnó la tortura y la muerte como únicas premisas. Godoy así lo remarca: “Es absolutamente falso. Digamos que ellos eran el proletariado, entonces… ¿Quiénes representaban a la neoburguesía? ¡Todos los demás! No olvidemos que los terroristas atentaron también contra la gente humilde. Se pretende hacer pasar por burgués a todo aquel que no pensara como ellos. Aquí vuelvo a mi punto sobre las posiciones: el primero es claro, el rechazo que suscita. El segundo, sin embargo, es la indiferencia. Es cierto que hay un tema generacional que ocasiona esta barrera: no necesariamente en las universidades y en los colegios se enseña a profundidad sobre el terrorismo. Y aún si se repasa, su cercanía histórica le agrega una mayor sensibilidad que no deja tratarlo con claridad. Hay una tercera postura, sobre todo en las provincias -donde más se sufrió el terror-: el silencio”, dice Godoy. Y es verdad, a veces el silencio es la respuesta válida para aquellos que buscan olvidar, mas no es ni por asomo la táctica más recomendable para prevenir otra tragedia.
“Además, y volviendo a la indiferencia, creo que se explica también en su influencia y repercusión en la vida actual. ¿Qué me genera en la vida cotidiana la muerte de Guzmán? En sentido práctico, nada”, sentencia el escritor.
La dicotomía del mal
El deceso del terrorista arequipeño trajo consigo una controversia de amplia data: las redes, ahora inundadas en discusiones sin salida, debaten: ¿Sendero o Fujimori? Uno podría pensar en lo absurdo que resulta pretender equiparar en la balanza a ambas fuerzas, pero no se hace tal cosa. Lo que se busca es erradicar el radicalismo en el que condenar a uno implique, para el entendedor promedio, engrandecer al otro. ¿Cómo se llega a un consenso y por qué el peruano piensa así?
“La cuestión en debate es que aún hay dudas sobre el accionar del Estado, por lo que es un tema muy presente. Debemos establecer unas cuantas cosas. En primer lugar, el Estado peruano tiene el derecho de defenderse ante quien o quienes amenacen el monopolio de violencia. Más aún si este o estos vulneran los derechos de sus ciudadanos. No equiparemos ni comparemos al Estado y a Sendero, que el primero tenía la obligación, el deber y el derecho de defenderse a sí mismo y defendernos a nosotros. Dicho esto, es cierto que no todos los agentes de autoridad estuvieron a la altura de las circunstancias. Es un hecho fáctico. El Estado también violó los derechos civiles, como lo constata el Poder Judicial en su sentencia contra Alberto Fujimori por el Grupo Colina en los albores de los noventa”, explica Godoy.
Es imposible hablar de la época del terrorismo o del conflicto armado interno (ambas formas válidas de referirse al periodo de violencia) sin mencionar también a la familia Fujimori. Si Godoy narra sobre la coacción que todo Estado implica: ¿exime esto o no la responsabilidad de culpa de sus agresores? “Hay quienes consideran las muertes ocasionadas por el Estado como unas pérdidas necesarias para acabar con la violencia. De esto se desprende la creencia elaborada de que el ‘Chino’ salvó al país. Si se pretende llegar a un consenso se debe hacer con la Comisión de la Verdad, que determina que tal idea es errónea”, agrega.
El terruqueo: un arma en contra del pueblo
El rol de los medios convencionales ha dejado mucho que desear. Para Godoy “en la prensa tradicional no se introducen estos matices, no se habla de muertes de tal o de tal. Se abarca todo desde la superficie”. Pero si hay un factor que enarbola lo ridículo es la sencillez con la que las personas terruquean: dígase a la acción de ver en alguien un pensamiento de tendencias terroristas. Las consecuencias se desprenden por sí solas. “Las implicancias son lógicamente negativas. El sector conservador, pues estaría mal asociar a toda la derecha con esto, piensa en el regreso de Sendero como una posibilidad y, ante la nefasta respuesta gubernamental, se ha derivado en esto. El terruqueo es un arma consabida, muchas veces se usa para personas que ni asoman pensamientos políticos que atenten contra el estatus. Y por supuesto, deslegitima el estigma del terror. Hay dos ministros de ambigua respuesta y discurso frente a la muerte de Abimael Guzmán. Y no hay mayor escándalo ni exigencia porque renuncien, la derecha ultra ha instalado tanto el concepto del terruqueo en la sociedad que ha perdido trascendencia alguna”, finaliza Godoy.