Fotoperiodismo: Testigos del 11-s

Dos décadas después del catastrófico ataque al World Trade Center, la captura de imágenes de aquel día nos remite a instantes nefastos que permanecen en la memoria colectiva. Gracias a su lente preservamos piezas históricas en las que los protagonistas son la vida y la muerte misma. Fotógrafos y especialistas peruanos hablaron con Nexos para contar su versión de los hechos.

Por: María Fernanda Simborth

“Parece una película”.  Esa es la expresión más utilizada por muchos al ver las imágenes del devastador atentado del 11 de septiembre del 2001 en Estados Unidos.  Los momentos inmortalizados por la cámara y que se asemejan a una ficción apocalíptica o de acción son producto del sorprendente trabajo del fotoperiodista, el que sale en busca de perspectivas, mueve fracciones de milímetro la cabeza por un encuadre, o dobla, ligeramente, sus rodillas para obtener el ángulo preciso. Sus fotografías, poderosas e icónicas, reflejan hasta la actualidad la fragilidad humana en fracciones de segundo, desprendiendo así belleza, destrucción y enseñanzas sobre eventos como el de aquella mañana. Es, a través de este arte, que se muestran nuestros triunfos, así como nuestros actos más deplorables.

La locura de perseguir

Humo, llanto, desesperación e incertidumbre. Las imágenes difundidas abrazan en sí mismas grandes dosis de sensibilidad y empatía, que surgen de una combinación inesperada entre la aparente normalidad de ese día, y el contexto de una tragedia inevitable luego de que el primer avión impactara con una de las torres. El fotoperiodista, en estos casos, saca a la luz una de las características que lo tipifican de manera especial: mientras todas las personas, aterrorizadas e incrédulas de lo que sucedía, huían de la escena, eran ellos quienes, con cámara en mano, se acercaban al desastre con cierta temeridad impulsada por la adrenalina de capturar para la eternidad una historia. 

“Uno quiere estar en la noticia, dejar su sello. La sangre te fluye, tú quieres más”, nos comenta Pedro Cárdenas, el fotoperiodista peruano que pudo retratar el ataque de ese día en La Gran Manzana. Sus palabras y gestos transmiten esa apasionada desesperación por conseguir la fotografía precisa.  “Estaba mirando una de las pantallas en Time Square, y en eso veo las torres incendiándose. Algo se prendió en mi cerebro: tú tienes que ir allá. Tomé unas fotos ahí, me subí a un taxi y el conductor me dijo ‘estás loco’”. 

 Pedro nos relata que, en esos instantes, la cámara se volvió su escudo. Como su mecanismo de defensa, lo ayudaba a procesar lo que sucedía; el soltar la cámara y correr no era una opción. Sin embargo, por más que los dominaba esa sensación de indestructibilidad, no podía abusar de la temeridad. Parte de la dificultad de esta profesión es ser capaz de disparar mientras se está atento a lo que sucede, pues se tiene que ser cuidadoso con no convertirse en una víctima más.

 “Tienes que estar ahí, vivirlo. En la Guerra de Afganistán tuve la oportunidad de conocer la historia de los pueblos destruidos. Creo que una de las habilidades que tenemos los fotógrafos es conectar con las personas”, indica. Eso es lo que señaló en una entrevista para el portal Sky Arte Steve McCurry, el reconocido fotoperiodista estadounidense para quien la experiencia de estar cara a cara con los hechos es la que le otorga a la foto emociones únicas.

El momento exacto, en el lugar preciso

Para los que están detrás de la cámara, eventos surrealistas como el ataque en New York surgen como una oportunidad para dejar huella.  Un día antes del ataque, McCurry arribó a la ciudad luego de estar en China cubriendo una historia sobre el budismo y, gracias a su llegada en el tiempo preciso, pudo congelar en imágenes la pesadilla, los gritos desgarradores, la angustia. 

Esos momentos fugitivos captados junto con una composición impecable en medio del caos marcan un antes y un después, son producto de una destreza única de suspender el tiempo y mantenerlo vigente. Fotografías estremecedoras como las que muestran a uno de los aviones por ingresar a la única torre que permanecía intacta resultan de ese juego con momentos que, una vez desaparecidos, son imposibles de revivir. “Es, también, suerte. Puedes estar en la mejor posición, listo para disparar pero, sin suerte, no tienes foto”, cuenta Cárdenas.

Foto: Pedro Cárdenas

¿Cómo retratar la tragedia?

Pero no hay que olvidar que la vulnerabilidad se desnuda ante estas circunstancias. Como protagonistas, las emociones, la desgracia y el heroísmo cobran importancia. De aquí parte una pregunta: ¿cómo se fotografían los desastres, conociendo la violencia que controla la escena? Sobre una de las fotografías más recordadas del atentado, The Falling Man, su autor, Richard Drew explicó para la revista Times que “se trata de una imagen muy tranquila, pues no hay sangre, no hay armas, pero la gente reaccionó a ella como si pudieran sentir una relación, como si hubieran estado en la misma situación y tuvieran que tomar decisiones como las del hombre en la foto”. Esta instantánea, en la que se observa a un hombre cayendo de una de las torres que ya se encontraba en llamas, muestra la interacción humana con la muerte sin violencia explícita. Es, a su vez, la única fotografía en la que se ve a alguien muriendo ese día.

En efecto, ponerle un rostro a la tragedia resulta, en varias ocasiones, causa de un dilema ético. ¿Qué se hace en esos momentos? ¿Se dispara o se ayuda al otro?  Es esta disyuntiva la que llevó a que se cuestionara tanto la fotografía de Kevin Carter, premio Pulitzer de 1994, “La niña y el Buitre”, en la que se observa a una débil pequeña a poca distancia de un buitre que la asecha.  Pero para Pedro Cárdenas esa mañana sus opciones eran limitadas. “No hay palabras para explicar esa situación. Yo he visto cómo la gente se tiraba de la torre. No podía ayudarla. Solo fotografiar”.

Hoy, 20 años después, con la proliferación de las redes sociales e Internet, nos hemos vuelto consumidores y productores de información, especialmente, de imágenes. Y se ha trastocado el cuidado ético del trabajo fotoperiodístico, producto de la inmediatez.

Foto: Pedro Cárdenas

 La necesidad de ser testigos

Nos encontramos en la era de la imagen, las que nos emocionan y nos transmiten una sensación de humanidad. Mabel Aguilar, especialista en periodismo digital y docente de la Universidad de Lima, nos cuenta que, si bien las sociedades siempre han tenido la necesidad de documentar y preservar los hechos de una coyuntura, Internet llegó para canalizar estos espacios. “Acontecimientos tan impactantes como el atentado a las Torres Gemelas cambiaron la perspectiva de las personas en una sociedad aparentemente segura como EE. UU. Con la erupción de Internet lo que ocurrió es que la ciudadanía que ya estaba empezando a utilizar diversas herramientas, buscó retratar su necesidad de expresar y preservar estos momentos.”

El internet ha generado que el fotoperiodismo se amplifique, pues ya no se limita a mostrarse en formatos verticales, como la televisión o periódicos. “La audiencia quiere ver, no solo para creer, sino también para darle la relevancia necesaria”, indica. No obstante, surgen problemáticas que opacan el arte inmerso en el fotoperiodismo. Para ella, la inmediatez se ha apoderado. “Hoy en día, el internet y las redes han obligado, por un tema de consumo y de competencia, a que a veces se publiquen fotos sin el cuidado ético correspondiente”.

Pero el escenario no es tan desalentador para Pedro Cárdenas pues a pesar del desarrollo de tecnologías – cómo el cambio a fotografía digital – van a existir siempre los fotógrafos de prensa “porque nosotros tenemos otra visión que alguien que con su celular dispara. De repente él tiene el instante preciso. Pero no tiene el encuadre, la composición, la iluminación, el ojímetro: la experiencia.  Uno crea la imagen. Por eso tiene que existir ese grupo de fotógrafos”.

Mártires de la imagen

Foto: Pedro Cárdenas

De lo que no cabe duda alguna es que las imágenes del catastrófico día del 2001 que dieron vuelta al globo son producto de la valentía que surge del espíritu del fotoperiodista por ingresar a nuevos mundos a través del visor de la cámara. Desafortunadamente, no todos salieron en pie.

Bill Biggart, un audaz fotógrafo de prensa estadounidense se convirtió en el único profesional de la luz que fue atrapado mortalmente por la desgracia.  Luego de la caída de la Torre Sur, comenzó a acercarse cada vez más a la Zona Cero. “Estoy bien, me encuentro con un bombero. Dame el alcance en mi estudio en 20 minutos”. Estas fueron las últimas palabras que recibió de él su abrumada esposa, Wendy.

Movido por la extraña belleza de la atrocidad de sucesos como este, llegó a retratar las ruinas de la torre, sumida en una gris humareda que refleja la pérdida severa del día. De espaldas a la Torre Norte, jamás imaginó que contemplar esa escena lo distraería del derrumbe del edificio que aún seguía en pie. Cuatro días luego de la tragedia, su cuerpo pudo encontrarse, así como su mejor amiga. La Canon que utilizó, destruida, había protegido solemnemente los rollos fotográficos, pudiéndose recuperar 154 imágenes. Su precioso contenido, preservado perpetuamente, finaliza con la fotografía de las 10:28 am: la devastación de la Torre Sur.

En esencia, el fotoperiodismo simplifica la complejidad de una historia para brindarnos una clara narrativa que encapsula, para la eternidad, emociones encontradas, ofreciéndonos un legado de incalculable valor histórico y documental. Como extensión del corazón y del alma, la cámara cumple el rol de un tercer ojo, se mezcla entre la confusión de la cotidianidad, en la dureza de la violencia o en la sorpresa de la repentina catástrofe. Las imágenes de aquel 11 de septiembre del 2001, luego de dos décadas, resultan el retrato del sufrimiento de millones de personas que estuvieron presentes, o que perdieron seres queridos. Todo gracias a quienes, en tan fatídicas circunstancias, pudieron fotografiar, como dice Cartier – Bresson,  colocando la cabeza, el ojo y el corazón en un mismo eje.

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