La llegada de la Viruela del Mono al Perú vuelve a despertar alertas epidemiológicas en un país que aún no termina de conocer el costo real de lo que dejan los años de COVID-19 en la población.
Para los especialistas, una pandemia puede ser comparada a uno de esos terremotos poco probables que se anuncian cada cierto tiempo, pero que no llegan. Se trata del “cataclismo que puede destruir Lima”, pero que nunca ha salido del poderoso silencio sísmico que hace olvidar a sus ciudadanos. Por lo menos, esto fue lo que ocurrió en el 2020 para muchos países del mundo con la llegada de la COVID-19. Hoy, sin embargo, el brote de una nueva enfermedad viral encuentra a una generación que ha vivido las horrorosas consecuencias de no contar con una cultura de la prevención, a un sistema de salud que ha sido testigo de su propio desborde y a un Estado que aún asume el costo de cada medida mal implementada. Todo indicaría que, después de la experiencia de dos años viviendo en pandemia, el Perú tiene lecciones aprendidas y nuevas herramientas disponibles frente a la más reciente alerta epidemiológica, desatada con la confirmación del primer caso de Viruela del Mono. ¿O no?
“El problema del Perú es que siempre abordó la pandemia como una enfermedad que se tenía que tratar, no como algo que se puede prevenir. Nos saltamos los primeros pasos y nos fuimos de frente a atender la hospitalización de los enfermos, algo que tuvo resultados desastrosos, incluso para las carencias de un país como el nuestro. Hoy, tenemos más laboratorios y camas UCI, pero la estrategia no ha cambiado mucho, el enfoque sigue sin priorizar la prevención ni las primeras etapas de vigilancia epidemiológica”, comenta Ernesto Gozzer, médico salubrista de la Universidad Cayetano Heredia.
Recordar para no volver a vivir
Los meses de relativa normalidad que venimos viviendo pueden haber ocasionado que muchos pasemos rápidamente la página y que nos concentremos en un futuro más brillante o esperanzador. Pero el olvido es un arma peligrosa para un mundo moderno que vive bajo amenaza constante de nuevos brotes y mutaciones de antiguos virus. Por ello, Gozzer recuerda nuestra experiencia con el COVID, los pocos aciertos que tuvimos, pero por sobre todo lo que debemos recordar para no volver a repetir.
“Medidas como la cuarentena, son válidas para atacar un problema de salud pública, pero estas siempre deben comprender la realidad en la que se aplican. Esto no sucedió en el Perú, la cuarentena no fue focalizada y fue una de las más extensas del mundo, precisamente en el país que alberga más del 70% de informalidad y donde la medida era predominantemente inefectiva. Creo que era una decisión a tomar, pero que se dejó correr demasiado, incluso cuando ya se había comprobado que no generaba resultados concretos. Fuimos el único país que cerró sus escuelas por dos años enteros, con consecuencias que no hemos terminado de conocer”, apunta el especialista en salud pública.
A pesar de que el Perú fue, entre el 2014 y el 2016, uno de los países que contribuyó al desarrollo de herramientas que hoy se utilizan a nivel global para evaluar cuán preparado está un país para enfrentar una pandemia, es acertado decir que no ha implementado muchos hallazgos a su propia realidad. Prioriza otras problemáticas y apela a la solución de la “pócima mágica”, mejor conocida como la vacuna. “En los últimos meses de pandemia, la única estrategia del Estado se basaba íntegramente en el esquema de vacunación, algo que está bien, pero no deja nada para situaciones futuras”, agrega Gozzer.
Es facil olvidar
Si bien los años de COVID-19 tuvieron un impacto inolvidable en la población peruana y han dejado hábitos que nos seguirán por un periodo extenso (como el uso de mascarillas o el lavado de manos). Lo cierto es que el hombre tiende a olvidar incluso sus desgracias más trágicas, sobre todo cuando ya no son parte de una realidad vigente ni acechan los noticieros del horario estelar. Sobre ello, Ernesto considera que se ha producido una revalorización del rol que cumple el sector salud en la vida de todos y la fragilidad con la que puede destruir el mundo como lo conocemos.
“Creo que hay cambios significativos, pero también una necesidad reprimida de encontrarse. Muchos han cambiado actitudes frente a la salud, pero no soy tan optimista de que esto perdure. Al final de cuentas, hemos tenido epidemias anteriormente y siempre hemos logrado un retorno a la normalidad abrupto y sin conclusiones. Para que esto no suceda, es fundamental que el Estado o el sector académico se involucren en campañas de concientización sobre la importancia de no bajar la guardia, si no nada nos asegura que el COVID no pueda volver a suceder”, señala.
Por otro lado, Gozzer indicó que no considera que el reciente brote de Viruela del Mono tenga las características urgentes que tenía el COVID-19 en el 2020. Se trata de una enfermedad endémica, frecuente en África central y occidental, que suele tener entre 9 y 10 casos al año, pero que en los últimos meses ha experimentado un rebrote global, algo que atribuye a nuevas mutaciones que facilitan el contagio. “El tiempo de incubación es de dos semanas, algo que deja un enorme periodo de acción para tratar la enfermedad. Además, el contagio es directo y solo cuando hay contacto con una persona con síntomas. A diferencia del COVID, aquí no existe el contagio por asintomáticos. Es una amenaza leve, pero una amenaza al fin que debe llamar nuestra atención y traer nuevamente a la mesa el análisis de cómo nos estamos relacionando con el entorno”, indica el médico salubrista.
Amenaza latente
Los virus viven en el planeta antes que nosotros y seguramente lo harán después. Mientras sea así, siempre existe la posibilidad de una combinación genética explosiva que desate una pandemia, especialmente en tiempos de globalización, movilidad fluida entre las naciones, la invasión humana a nichos ecológicos y el contacto con especies silvestres. “Las condiciones están dadas y siguen así. Sin embargo, la conclusión del índice de Seguridad Sanitaria Global (en la cual participé) concluyó que ningún país estaba preparado para enfrentar lo que nos sucedió con la COVID-19. Ahora más que nunca es el momento para aprovechar la experiencia reciente e instaurar políticas públicas que permitan más investigación y desarrollo de estrategia de contención para el futuro”, señala Ernesto Gozzer.
Si bien se viene insistiendo desde el 2016 en la implementación de nuevas líneas preventivas, lo cierto es que las acciones de salud pública comprende en gran medida el liderazgo de nuestras autoridades y la confianza que inspiran en la ciudadanía. “Desde el 2016 hemos insistido (como parte del equipo técnico del Ministerio de Salud) en el desarrollo de sistemas de cadenas de suministros y otras medidas para preparar la gestión ante una pandemia, recibiendo la aprobación de todos los funcionarios, pero con cero margen de acción. Este 2022 el panorama es algo más complicado, todo se ha centrado en la vacunación y las autoridades actuales no tienen poder de convocatoria para campañas de sensibilización. Una vez más, la prevención es la última de la fila, algo que parece increíble después de lo que hemos vivido”, finaliza.