La toma de Kabul por parte los talibanes es el colofón de una larga historia de invasores, guerras ajenas y un grave problema de drogas. Nexos conversó con Carlos Novoa, analista internacional y docente de la Universidad de Lima, y con César Guedes, representante de la UNODC en Afganistán, para conocer a fondo las trabas del país afgano.
Al noroeste de la India se encuentra Pakistán. Si uno sigue avanzando en el mapa en esa dirección, se encontrará con Afganistán, un país que no ha dejado de ver la sangre de la guerra desde hace más de cuarenta años. A sus alrededores se encuentran la potencia militar y nuclear de Irán y China, el gigante asiático que sigue creciendo como una potencia económica. Al norte, Turkmenistán, Uzbekistán y Tayikistán, países que alguna vez formaron parte de la Unión Soviética, vigilan con cautela sus fronteras con la nación afgana.
Hoy, luego de 20 años de invasión estadounidense y de hasta 36 aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), la recaptura talibán de Kabul, la capital afgana, ha sido la semilla de un debate agotador, pero a su vez también lejano. Lo cierto es que Afganistán carga una larga historia de conflictos propios, así como otra lista de combates ajenos utilizando su territorio, y un grave problema de narcóticos. Para conocer a fondo la realidad afgana, Nexos conversó con Carlos Novoa, analista internacional y docente de la Universidad de Lima, así como con César Guedes, representante de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC, por sus siglas en inglés) en Afganistán y exalumno de la misma Casa de Estudios.
El país de los cartuchos infinitos
Desde que el presidente Joe Biden ejecutó el mandato elaborado por su predecesor, Donald Trump, retirando a sus tropas de Afganistán a partir del 15 de agosto pasado, el país cayó en un total vacío de poder. De hecho, el entonces presidente afgano Ashraf Ghani escapó del país el mismo día. Esto permitió al grupo Talibán, una organización político militar, fundamentalista en sus interpretaciones del islam que tomó el poder desde 1996 hasta el 2001, retomar el control del “sin disparar ni un solo tiro”, explica Novoa. “Aquí no hubo un conflicto o una guerra en la cual hubo un vencedor, sino que producto de ese vacío dejado por la salida de las tropas, se hicieron del poder”, añade.
Pero a Afganistán no le faltan disparos en su historia. “Es un país muy pobre, muy desarticulado, étnicamente diverso y muy tribal, que ha sufrido 40 años de guerra permanentemente desde la inestabilidad propia, la invasión soviética, la invasión estadounidense y de fuerzas internacionales, así como la constante fricción entre grupos militantes al interior”, comenta Guedes desde Almaty, Kazakstán. Esto también ha sido tanto causa como consecuencia de que sea “un Estado fallido”, como lo describe Novoa. Lamentablemente, el fondo del dilema también se basa en que se trata de una zona muy estratégica, razón por la cual, en el contexto de la guerra fría, la Unión Soviética invadió al país a fines de 1979, hasta 1989.
Tras la invasión, “Estados Unidos armó milicias para hacerle frente a los afganos promovidos por la Unión Soviética”, recuenta Novoa, quien además detalla que “se trató de una guerra convencional dentro de lo que es una guerra de guerrillas”. Luego de nueve años de conflicto, miles de muertos y millones de trasladados, tras los Acuerdos de Ginebra en 1988 se aceptó el retiro de las tropas soviéticas y el país cayó en un colapso gubernamental y caos, hasta que los talibanes fueron tomando el control del país desde 1994 y, finalmente, Kabul en 1996. “Después del tratado, las tropas de ambos lados salieron de Afganistán, pero el país no cobró relevancia a nivel internacional sino hasta los atentados del 11 de Setiembre de 2001 efectuados por Al Qaeda”, comenta Novoa.
“El pecado de Afganistán fue el darles refugio a los terroristas de Al Qaeda”, explica el analista, quien también comenta que Osama Bin Laden, fundador del grupo terrorista, utilizaba la geografía montañosa de la frontera con Pakistán para refugiarse. Ante la negación de Mullah Mohammed Omar, líder talibán de la época, de aceptar la culpabilidad de Bin Laden en los atentados contra las Torres Gemelas, y tras la decisión del presidente George Bush de no negociar la entrega del cabecilla terrorista a un país neutro, Estados Unidos desencadenó su guerra más larga.
“La guerra fue extremadamente difícil para los civiles porque si bien es cierto que tenían a los estadounidenses ‘protegiéndolos’, por el otro lado tenían a los milicianos integristas, rebeldes, algunos de ellos talibanes, otros no necesariamente, lanzando ataques contra las fuerzas extranjeras y escondiéndose entre la población civil”, explica Novoa. “Estaban entre la espada y la pared”, agrega. Pero con la invasión también se estableció un nuevo gobierno impulsado por Estado Unidos ante el desalojo de lo talibanes, gobierno que fue “extremadamente corrupto y lejano de intentar solucionar los problemas comunes y corrientes del país”, comenta el analista. Con la retirada de las tropas se dejó un vacío que los talibanes lograron llenar sin mayor esfuerzo, incluso al significar esto un retraso en los derechos de la mujer, de los niños y las minorías.
La flor más cara
Las Guerras del Opio son casi tan antiguas como el proceso de independencia en el Perú. En aquel entonces, esta droga fue fomentada por comerciantes británicos en China, generando un gran mercado adicto al opio y heroína. “Esta amapola (el opio es extraído de la cabeza de esta planta) venía de los centros de producción de la India británica. Los mayores centros de producción eran India y Pakistán”, explica César Guedes. Luego de los conflictos bélicos con China y otros acuerdos, se erradicaron los cultivos en los países que eran centros de producción y fue entonces cuando países como Tailandia, Laos, y Birmania llenaron el vacío, conformando el Triángulo Dorado. A la par, se desarrolló un hábito de consumo “elitista e internacional”, agrega Guedes, que generó “un mercado con un gran nivel de ingresos ilícitos”.
En Afganistán no se desaprovechó esta ‘oportunidad’, “pero esto se desencadenó de mayor manera luego del 11 de Setiembre, cuando las tropas internacionales entraron al país. Durante el periodo del gobierno Talibán, entre 1996 y el 2001, se logró reducir al máximo la producción de esta planta bajo principios del islam”, explica Guedes. “Cuando entraron las fuerzas internacionales y este gobierno fue derrocado, el grupo Talibán lo incentivó como una forma de generar dinero, pero con la idea de que esa droga no se quedara en el país, sino que iba al mercado de países considerados como enemigos”, agrega. Según los últimos reportes de las UNODC, Afganistán representa el 80% de la producción de cultivos de amapola y elaboración de opio y heroína del mundo, con 224,000 hectáreas registradas en el 2020.
Situados los centros de producción a las periferias del país, lejos de cualquier autoridad y cerca a los puntos limítrofes, estos narcóticos no encuentran problemas para salir a través de uno de los tres caminos existentes para su exportación. “La ruta norte sale a través de las fronteras con Turkmenistán y Uzbekistán, dirigiéndose hacia Rusia y Europa, que siempre ha sido el punto final de absorción de esta sustancia”, explica Guedes, quien añade que esta ruta ha consolidado el consumo ruso. “Luego está la ruta balcánica, que, a través de Irán, Turquía y los países de los Balcanes, llegan a la zona Schengen. Y, finalmente, la ruta más complicada y que mueve más droga es la ruta sur, es la que sale de Afganistán hacia Pakistán”, agrega.
Es en Pakistán en donde esta ruta hace un viraje hacia los países del Golfo y Europa, hacia los países africanos – por donde también sube hacia las costas europeas – y Australasia, en donde hay un mayor nivel de compra que en Europa, según explica el representante de la UNODC, quien también agrega que “la heroína afgana es de la mejor calidad”. Pero el mayor problema de este escenario son los países del África, que tienen niveles muy bajos de desarrollo y el contrabando del opio no hace más que profundizar sus crisis y agudizar los problemas sociales ya preexistentes, como también sucede dentro de Afganistán, en donde ya se ha desarrollado un mercado interno.
Y si bien es cierto que los países objetivo, como Alemania, Italia, Francia y el Reino Unido, son naciones con buen acceso económico, “los que se llevan el gran cheque no son los campesinos que cultivan la amapola, son los intermediarios, los traficantes. Y mucho de estos están vinculados con grupos en armas”, detalla Guedes. Según estimados de la UNODC, la producción del 2020 generó un estimado de 350 millones de dólares estadounidenses. “Para el grupo Talibán, la droga ha sido una de sus principales fuentes de financiamiento. Pero ahora también lo han diversificado con minería ilegal, tráfico de personas y la comercialización de drogas sintéticas y efedrina. Esto ha generado una nueva oleada de problemas con los países vecinos”, agrega.
Tercerizando el campo de guerra
Más allá de los problemas de la región por temas culturales y religiosos, las relaciones de Afganistán con sus países vecinos son “muy tensas y nucleares”, según describe Guedes, por la hiperconcentración de potencias de alcance nuclear que se encuentran en la región. Pero lo más complicado para los afganos es el uso constante de su territorio por parte de otras naciones para saldar cuentas propias en guerras tipo proxy. “Por ejemplo, el conflicto entre India y Pakistán, ambas potencias nucleares, están siempre en guerra, pero usando el suelo afgano. Entonces se arremeten intereses de India, intereses de Pakistán y se atacan mutuamente usando territorio de Afganistán.” Lo mismo sucede con el conflicto entre Irán y Arabia Saudita.
“La situación de desgobierno en el país crea las condiciones para que estos conflictos puedan ser vengados usando el territorio y echándoles la culpa a los afganos”, explica Guedes. Y así, entre el caos, un país tan atrasado en su desarrollo que sigue teniendo el polio como una enfermedad endémica, aparenta no tener una solución viable al corto plazo. De hecho, siendo un país rico en minerales y tierras raras (utilizadas en productos tecnológicos), tiene gran obstáculo y es que “los talibanes no quieren que estos recursos sean explotados por extranjeros”, resalta Guedes, quien considera que otra posible salida sería utilizar su posición geográfica para generar ingresos, ya que es “una pieza clave de lo que se denomina la nueva ruta de la seda”, convirtiéndose en una entrada entre los puertos de Pakistán y la región de Asia central.
“Pero si no hay esta estabilidad, no hay progreso económico. Si no hay progreso económico, la pobreza no se va a disminuir y el país va a continuar siendo un país aislado, paupérrimo, con signos claros de que es un país que no ha progresado”, finaliza Guedes, quien día y noche trabaja en conjunto con otros diplomáticos para establecer relaciones con el nuevo gobierno Talibán y promover conformación adecuada. Pero por ahora, reina la incertidumbre.