A puertas de la primera marcha del Orgullo después de la pandemia, tres estudiantes de la Universidad de Lima cuentan su experiencia siendo parte de la comunidad LGBTIQ+ en un país como el nuestro, lo que el mes de junio significa para ellos y la importancia de salir a las calles a mostrar quiénes son.
En el corto tiempo que tenemos en este mundo, una de las cosas más básicas a las que puede aspirar el ser humano es a ser él mismo, con todos sus colores y en todas sus facetas. Sin embargo, las reglas tácitas sociales y los roles a cumplir parecen estar inscritos en piedra desde el momento que uno nace, incluso en tiempos de progresismo como los de hoy y sobre todo en lugares como el Perú. Para Lucía Alayza, estudiante de Comunicación en la Universidad de Lima y quien se identifica abiertamente como queer, aquí se encuentra la razón principal por la que es importante marchar este sábado. “Creo que se hace mucho para fingir que no existe una diversidad amplia de identidades y orientaciones sexuales. Pero junio es nuestro mes para recordarles que también vivimos en esta ciudad, que estamos orgullosos de ser quienes somos y que nadie debería vivir con miedo de expresarlo totalmente. La marcha del sábado es una celebración que engloba todo eso. Más que un show multicolor o de extravagancias, es una fiesta con un mensaje muy bonito de amor propio”, comenta.
Darle un nombre a lo que siento
Antes del derecho a ser tú mismo, está el de descubrirlo. Maria Fernanda Infantas, por ejemplo, tenía 14 años cuando empezó a cuestionar su sexualidad y comenzó a descubrir que existe una palabra que describe lo que ella sentía por las chicas. “Las mujeres siempre movieron una pieza emocional importante para mí, pero me decía a mí misma que era una especie de admiración. Como no tenía ningún modelo que me dijera ‘yo soy como tú, está bien lo que sientes’ simplemente lo reprimía o trataba de ignorarlo. Conforme vas creciendo aprendes que hay más mundo después del colegio católico en el que pasaste toda tu niñez y que hay personas que abrazan esa parte tuya que habías considerado extraña o incorrecta”, nos cuenta Infantas, quien se identifica actualmente como bisexual.
Para Alejandro Pastor sucedió algo similar, al no tener ningún referente cercano de parejas homosexuales o que simplemente no encajan en la etiqueta de la heteronormatividad, pensó que había algo mal en la manera con la que veía a sus amigos del colegio. “Recuerdo que inocentemente cuando era un niño todavía, fui a decirle a mi papá que me gustaba un amigo y me dijo ‘no hijo, cómo te va a gustar si eres un chico’. Pensé entonces que era la manera en la que yo sentía la amistad, lo cual generó más confusión en mi. Eventualmente, el sentimiento nunca se fue y a los 18 decidí volver a presentarme con mis padres y anunciarles que era gay”, comenta Pastor.
Esto sin embargo, no hace más que evidenciar el gran problema de la ausencia de representación. Ante ello, la marcha también es una plataforma de visibilidad para el resto, una que otorga un sentido de comunidad y colectividad a aquellos que pueden sentirse solos en su propio viaje de autodescubrimiento.
Las reglas de convivencia
Si bien es cierto que vivimos en un país mayoritariamente conservador, Maria Fernanda, Lucia y Alejandro coinciden en que su identidad no ha sido un obstáculo significativo para desarrollarse profesionalmente o en espacios académicos. Para ellos, ahora se trata más de los pequeños gestos o situaciones las que ponen en evidencia que se encuentran en desventaja con respecto al resto en la danza de los encuentros sociales.
“En mi caso el problema era más físico. Cómo las personas que me rodeaban esperaban que me viera como mujercita y actuará de determinada manera. Siempre he creído que la cuota de valor para las mujeres también se rige mucho por cómo se ven y si encajan en el estereotipo de belleza que a todas les han enseñado. Es como si ese fuera su poder, y aquellas que sí se amoldan son aceptadas, las tratan bonito. Yo me sentía muy incomoda con mi lado femenino y me costaba muchísimo expresarlo, nunca me hallé en los vestidos, tacos o maquillaje, incluso cuando me vino la regla estaba asustada. En esos momentos sentía que el mundo no estaba hecho para personas de mi perfil y no era necesariamente porque haya sido discriminada o marginada por el resto”, comenta Lucía Alayza.
Para Maria Fernanda, las reglas de convivencia con lo “socialmente normal” se manifestaban principalmente en las fiestas y cómo cambió el trato con otras chicas. “Hubo una vez que saqué a bailar a una chica en plan de amigas y ella volteó a ver a su grupo con cara de ‘ayudenme’. Creo que la gente se incomoda automáticamente cuando conocen a alguien de la comunidad LGBTIQ+ y piensan que los van a acosar o que a las lesbianas les gustan todas las chicas. Me costó un poco superar ese episodio al momento de querer sacar a bailar a alguien posteriormente. Tenía miedo de que la otra persona se asuste o se incomode”, cuenta Infantas.
Las cosas por cambiar
Mientras hechos como la polémica con la película de Buzz Lightyear o el longevo debate sobre el enfoque de género en la educación siguen enardeciendo las redes y creando titulares diarios, Maria Fernanda y Alejandro prefieren ver con optimismo el panorama peruano. Después de todo, podría ser peor. Podrían haber crecido en provincia o en algún país que prohíbe su identidad por ley. “En Lima de alguna manera hay cada vez más tolerancia con otras tendencias. Es preocupante lo que sucede en otras partes del mundo o incluso al interior del país. Este sábado también tendré presente a quienes no pueden salir a marchar y expresarse libremente” agrega Infantas.
Alayza por su parte es más crítica con la postura de una mayoría de nuestros gobernantes y considera que los derechos por los que marcha la gente el sábado son el mínimo e indispensable que se espera para poder vivir con dignidad. “Aún nos falta tanto por recorrer. Ni siquiera hemos logrado consenso sobre los temas más básicos como la educación o el matrimonio igualitario. ¿cómo esperar más? Lamentablemente, creo que nos toca continuar buscando validación en nuestra propia comunidad y celebrarnos a nosotros mismos. Sin embargo, no dejo de soñar con un contexto más tolerante y representativo en mi ciudad”, finaliza Lucia.