A raíz del último colapso de las redes sociales y a puertas del Día Mundial de la Salud Mental (10 de octubre), Nexos conversó con especialistas y jóvenes usuarios sobre la experiencia en plataformas y su impacto en la vida de los jóvenes de hoy.
Analucía Yapur (21) abrió su primera cuenta en una red social cuando solo tenía 8 años. Allá en el lejano 2008 cuando todos sus amigos jugaban Pet Society y mentían sobre su edad para ingresar a la plataforma que, en pocos años, se convertiría en el emporio de la vida social virtual: Facebook. Desde ese día, no recuerda que haya existido uno solo en el que no haya iniciado sesión en la red, aunque sea para hacer un rápido ‘scroll’ por el muro. Al menos así fue hasta el pasado lunes, cuando el gigante digital sufrió el colapso de sus principales redes (Facebook, Instagram y WhatsApp) y nos tocó recordar lo que era un día entero sin conexión virtual. Seis horas en las que algunos no pudieron trabajar, otros se aguantaron las ganas compulsivas de ver ‘historias’, y varios que simplemente no supieron qué hacer. En estas dos últimas categorías entra una inmensa cantidad de jóvenes que han crecido en un mundo totalmente digitalizado y que, como Analucía, han iniciado su vida social en un universo virtual abrumador y con muchos factores altamente cuestionables alrededor de sus algoritmos. Ante todo ello, la experiencia del lunes nos conduce a una sola pregunta, ¿cuánto espacio de nuestra vida y salud emocional le estamos dejando a las redes sociales?
Con miras al Día Mundial de la Salud Mental (próximo 10 de octubre), Nexos conversó con especialistas y usuarios de las redes sociales dominadas por Facebook sobre el rol que cumplen en el día a día de los jóvenes de hoy y el impacto que estas pueden generar a largo plazo. Sobre ello, Luciana García, psicoanalista de adolescentes y adultos jóvenes, opina fuertemente que si bien las redes parecieron inofensivas en un inicio, en la actualidad ya dejan precedentes alarmantes reflejados en conductas adictivas y depresivas, predominantes en los perfiles entre los 12 y 28 años.
“Si te das cuenta, la práctica de ver tus redes se ha convertido casi un impulso somático que no tiene razón de ser, no está condicionado por nada. Tengo pacientes que ven su teléfono para chequear la hora y terminan entrando a Instagram solo por costumbre. Es algo que se ha apoderado de muchas esferas de su vida diaria. En pandemia se convirtió en la única vía de relacionamiento social, sentimental y en algunos casos hasta laboral. El estilo de vida que mantenemos las ha vuelto imprescindibles y esto no es necesariamente algo positivo para las personas que están aún formando su personalidad y decidiendo qué quieren ser en el mundo”, describe García.
Tiempo en pantallas
Una vez por semana, Analucía es sorprendida por el reporte semanal de horas que ha invertido en navegar por aplicaciones como Instagram o TikTok. Y es que las horas pueden volar cuando no se está buscando nada en específico y solo eres cuerpo receptor de una inmensa cantidad de estímulos en la pantalla del celular. “A veces he visto que he pasado más de 8 horas al día en Instagram y me quedo horrorizada, sobre todo porque no pensaría que ha sido tanto tiempo y después me siento mal porque es básicamente tiempo desperdiciado”, comenta Yapur sobre su experiencia personal.
Siguiendo esta línea, García recuerda que lo digital es útil en momentos límites como lo sucedido con la pandemia, pero descarta que sea saludable que esto perdure más allá de este fenómeno, ya que los seres humanos necesitan desenvolverse en otros espacios y retomar la dimensión física en la que se desarrollan. “En el contexto en el que estamos y con muchos jóvenes que ya han acudido a vacunarse, podríamos pensar otro tipo de interacción. Una que permita que vuelvan a disfrutar del mundo real y no vivir a través de las experiencias del otro o las fotos que ven en redes sobre estilos de vida perfectos, que finalmente son inexistentes”, señala.
Asimismo, la especialista asegura que esta adicción consumada en los adolescentes y veinteañeros es alimentada por una cultura intrusiva de la esfera privada del resto. “La necesidad de enterarse de qué es lo que está haciendo el otro y la de hacer públicas sus propias actividades. Es un círculo vicioso en el que caen muchos jóvenes actualmente y en el que muchos sienten la obligación de hacer cosas ‘instagrameables’ para que su público sepa que no tienen una vida aburrida. Mientras, en el otro lado del ciberespacio otra persona que probablemente no está haciendo nada se frustra porque su día no tiene el glamour del lifestyle que venden los influencers”, agrega Luciana.
Daños colaterales
Parte de la reflexión propiciada por la caída de Facebook, llegó gracias al destape informativo ‘The Facebook Files’, publicado por el Wall Street Journal, en el que se expuso en una serie de informes que determinan que los altos directivos de Facebook tienen amplio conocimiento sobre los efectos que tiene su plataforma en la sociedad de hoy, incluyendo específicamente en vida de los jóvenes. Un impacto que los expertos consideran altamente nocivo, y al cual atribuyen el incremento drástico en la cantidad de suicidios adolescentes en los Estados Unidos.
“El problema de esta cadena de frustraciones es que llega a personas emocionalmente vulnerables y que tienen grandes posibilidades de hacer un cuadro depresivo severo. Esto es algo que empeora cuando se ha creado una necesidad de aceptación cibernética y validación medible a través de los ‘likes’ o la cantidad de seguidores que uno tiene. Como si existiera una manera de medir la sociabilidad o calidad de una persona”, explica García, y asegura que muchos de sus pacientes sienten ansiedad cuando una foto publicada no tiene la respuesta esperada.
Asimismo, García vincula directamente este fenómeno con muchos trastornos alimenticios y depresivos en las chicas entre los 15 y 24 años, ya que son las más expuestas a contenidos que glamorizan cuerpos inalcanzables y de flacura extrema. Francesca Días (24), por ejemplo, asegura que en diferentes episodios de su vida ha sentido la presión de lucir de determinada manera simplemente por la constante comparación a la que estaba expuesta en Instagram. “Creo que todos deberían sentirse libres de publicar lo que quieran en sus redes. Sin embargo, estaría mintiendo si digo que nunca me ha afectado ver cómo celebran las fotos de mujeres raquíticas en bikini. Lo más curioso es que, a pesar de que en muchas ocasiones me hace sentir mal conmigo misma, no podría dejar de usar Instagram”, señala.
¿El remedio?
Si bien han sido numerosas las ocasiones en las que se ha intentado hacer responsable a Facebook por los múltiples casos de manipulación psicológica en sus usuarios, pocas veces se ha logrado un cambio sustancial en la conducta de los usuarios. Se intentó borrar el número de ‘likes’ en las publicaciones e integrar una red de mensajes de ayuda emocional que se activa con comentarios que el algoritmo considera riesgosos, pero el problema sigue más vigente que nunca. “No creo que Facebook o Instagram vayan a desaparecer o reconocer lo que sucede con sus usuarios. Creo que es importante las acciones que han tomado en otros países de obligar a los influencers a especificar qué fotos han pasado por Photoshop o en cuáles se usan filtros que te modifican la cara. Sin embargo, considero que lo principal sería que los jóvenes tengan más días como el que tuvimos el lunes. Algo que les sirva para sacar la mirada de la pantalla, ver el cielo, el sol, reconocer que existe un mundo exterior” termina García.