Atando Cabos: historia de la vela incaica

Las nuevas evidencias históricas nos han devuelto a la eterna pregunta: ¿quién realmente descubrió América? Frente a esto, el trabajo de Alec Hughes, además de plantear evidencias, demuestra que somos tan andinos como hijos del mar.

El Perú tiene una franja costera de 3079,5 kilómetros de largo. El sol, antiguo dios Inca, se sumerge en su horizonte día a día pintándolo de colores nostálgicos. Nuestras 200 millas del Mar de Grau han sido escenario de batallas históricas y lecho de héroes. Hogar de riquezas, dos corrientes alimentan nuestra profunda biodiversidad marina, regalándonos diferentes climas que tergiversan las estaciones. Hoy, como hijos de nuestras olas, nuestro mar y nuestros vientos de litoral, los jóvenes han llegado hasta Tokio para representar a la blanquirroja en los Juegos Olímpicos. Entre ellos, el velerista Alec Hughes.

Mirando hacia el pasado, los caballitos de totora y las balsas con las que se comercializaba spondylus se remueven entre los recuerdos de las clases de colegio. Luego, todo lo demás se refiere a los viajes de Américo Vespucio y Cristóbal Colón, luego los conquistadores. Desde ahí, todo lo demás se nos acumula bajo lo ‘andino’ y sobre la influencia Inca a lo largo del Tahuantinsuyo. Sin embargo, para Alec Hughes, un hijo del mar y amante de su historia, existió toda una historia paralela a lo andino que llegó a contactar con el lejano mundo de las islas polinésicas.

Hughes es un velerista aficionado, deportista competidor y autor del libro Atando Cabos, un relato sobre su proceso de investigación con respecto a la cultura costera y navegante que vivía en tiempos incaicos y preincaicos. Estudiando en una universidad en Oahu, Hawái, empezó a darse cuenta que en la Polinesia existían muchas similitudes con los costeros peruanos. “El primer indicio que encontré es que el camote tiene el mismo nombre en quechua (kumara) que en maorí (kūmara), así como en otras lenguas polinésicas”, cuenta Alec en una entrevista para Nexos. En Tahití y en Hawái el nombre para este tubérculo es similar, así como otras 12 palabras adicionales, aproximadamente.

Conversando con sus compañeros universitarios hawaianos conoció más sobre la expedición Kon Tiki, liderada por el noruego Thor Heyerdahl a mediados de 1947. Navegando una balsa hecha a mano, el explorador nórdico navegó desde el Callao hasta la Polinesia Francesa junto a cinco otros tripulantes. Esta aventura buscaba comprobar la teoría que los polinésicos habían logrado llegar a Sudamérica antes que los europeos. El nombre de la balsa, Kon Tiki, es uno de los nombres dado al dios inca Wiracocha.

“Cuando veo que el camote era la misma palabra y que la Kon Tiki era una influencia sudamericana en las islas de la polinesia, comencé a leer esa historia y, a la par, la de la Polinesia, y ahí comencé a atar cabos. Mis amigos hawaianos me comentaban sobre la Kon Tiki como algo que conocían y sabían, y me comencé a dar cuenta que fuera de los caballitos de totora y la tabla había algo mucho más importante, trascendental y anterior”, cuenta Hughes.

“¿Cómo es posible que no hayamos sabido que la totora existe en Rapa Nui (Isla de Pascua), donde también hay un muro Inca y que hay una influencia de Túpac Yupanqui?”, se cuestiona Hughes. “Hay una leyenda en el sureste de Tahití que habla del Dios Túpac, hijo del Sol, que llegó con un séquito de balsas”, añade. “En la universidad comencé a darme cuenta que nos habían contado una historia que era distinta a la real”, relata Hughes.

Vuelta al mundo

Entre su pasión por la vela y la profunda historia que descubrió en la isla estadounidense, Hughes empezó a regresar al Perú una vez al año para enrumbarse al norte del país y conocer más sobre las tradicionales balsas que hasta ahora son usadas por pescadores artesanales. Basta pararse en la orilla de las playas piuranas para ver las velas hinchadas, de popa al viento, trayendo a casa la faena del día. Como lo dijo Hughes, “el Perú es un país que está todo por descubrir”.

Lo cierto es que a sus viajes anuales para buscar más cabos que atar entre la cultura polinésica y la costera peruana, su padre le planteó un plan inolvidable: una vuelta al mundo navegando. Y así sucedió desde 1999 hasta el año 2000, cuando navegaron por los diferentes mares y con los distintos vientos, perdiéndose y encontrándose con el mundo moderno. Y así también fue como conoció Samoa y la increíble historia de un pescador peruano que se soltó de una faena de pesca y acabó siendo arrastrado por las corrientes, mareas y vientos hasta aquella isla perdida de la Polinesia.

En este viaje, Hughes aprovechó para preguntar y cuestionarse, indagando más sobre posibles conexiones entre la cultura peruana y la polinésica. Irónicamente, cuenta Alec, luego de la independencia, “los nuevos republicanos tenían que subirse a un barco que los lleve hasta España para poder, desde el lejano continente europeo, estudiar sobre la historia del Perú”. De manera similar, durante su expedición, Hughes intentó conocer más sobre una historia que había sido olvidada hasta ahora.

Históricamente náuticos

Atando Cabos ha demostrado, con el respaldo de diferentes estudios científicos e históricos, que “en el Perú se navega hace más de 1300 años”, como anota Alec. Incluso, la tecnología utilizada por nuestros ancestros veleristas es similar a la utilizada hoy en día en las embarcaciones que navegan en la famosa Copa América de vela. “Las balsas tradicionales peruanas, pre incaicas, tienen un sistema de orzas que pueden ir de una forma derivado y orzando sin la necesidad de un timón pala. Es una tecnología similar a la que se ve en la Copa América. Eso es una joya de nuestra historia”, explica Hughes.

En aquellos tiempos arcaicos, los vientos solían determinar en gran parte los rumbos de navegación. Poco a poco, la tecnología fue cambiando, permitiendo que los ángulos de las velas sean más controlables y flexibles, logrando ampliar las posibilidades de destino. Algo que fue crucial para sostener la teoría de un contacto entre polinésicos y americanos fueron los aparejos utilizados en la polinesia, permitiéndolos “navegar cincuenta grados contra el viento, permitiéndoles ir de este a oeste, algo que fue trascendental”, describe Hughes.

Sin embargo, mientras que países como Nueva Zelanda o los países nórdicos han abrazado su arcaica cultura velerista y se han posicionado entre los mejores puestos a nivel internacional, en el Perú esta historia ha sido dejada de lado. Como en algún momento le aconsejó un historiador a Hughes, “hay que tratar de no usar el nombre de lo antiguo, sino de lo tradicional”. “La palabra tradicional puede convertir un recurso en un producto”, añade Hughes.

“Nosotros no somos un país náutico”, expresa Hughes, “pero tenemos todo para serlo”, agrega. “No tenemos tormentas, tenemos muy buenas condiciones de mar y de viento, y la vela es uno de los deportes con mayor cantidad de títulos internacionales”, explica. En Tokio, tenemos cinco representantes en la disciplina de Vela entre Laser, Windsurf y 49er FX. “Tenemos la capacidad y un reto increíble”, agrega Hughes.

“El ver que hay algo culturalmente inherente en nosotros, que no es lo mismo que nos han repetido siempre, es un cambio que tiene que venir. Hay todo un aspecto de que le hemos dado las espaldas al mar”, menciona Hughes. De hecho, la Marina de Guerra del Perú ha recibido con buenas manos Atando Cabos, y el libro se ha convertido en un elemento esencial para sus cadetes y la instrucción naval. En paralelo, se está formando la Sociedad Peruana de Vela para “unir los valores de la vela con la costa y sus habitantes”, explica.

 “El Perú lo que necesita es poner énfasis en ciertos aspectos que van hacer que nosotros promovamos al interno y con la ayuda de la historia. Sin la ayuda de la historia no se va a poder hacer nada”, finaliza el velerista.

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